Descentralizar migrantes
Silvana Melo/El Furgón* – La idea de descentralizar migrantes que fogonea el Gobierno está fatalmente tiznada de ideología. Para quienes gustan enarbolar la muerte de las ideas en un mundo pragmático, donde la victoria parece ser monopolio de los gerentes, donde la escoba no es el remis de una bruja devaluada sino el instrumento con el que el poder barre los desechos del sistema para fuera, siempre a la periferia, siempre a las regiones fronterizas de la vida. Donde se vean lo menos posible los morenos y las morenas que suelen perder los dientes, que se estropean en la supervivencia, que paren muchos hijos convencidos de que un día se podrá presionar por mayoría, que hablan distinto, que huelen distinto.
La idea de descentralizar migrantes tiene la cara pintada de prejuicio. No es una política pública, de Estado, pensada para los próximos veinte años, para mejorar la calidad de vida de ese loco 25 por ciento de la población que se apiña en el 0,1 por ciento del territorio del país. No es una política revolucionaria que reformará el agro para que los migrantes trabajen la tierra, la produzcan y sea propia. No ancha y ajena, no incalculable y extranjera, no desierta e inviable, no desanimada y sojera. La idea de descentralizar migrantes es un proyecto inmediato, para las xenofobias hacia los vecinos, para los racismos que fruncen la nariz ante un santiagueño o ante un boliviano, sin hacer diferencias. Y les endilgan las culpas absolutas de la desgracia del mundo: la inseguridad de la buena gente, el colapso de los hospitales metropolitanos, el derrumbe del transporte público, los cortes de luz en Hurlingham, las inundaciones en Quilmes y la explosión de las cloacas en Lanús.
Porque durante décadas se decretó inviable cualquier intento de país que fuera más allá del tercer cordón. Fue el triunfo brutal del país unitario, construido alrededor de tres o cuatro grandes ciudades y reducido a feudalismos como microbios engordados a empleos públicos y planes sociales. Feroces en las dictaduras, patronales en las democracias. Los migrantes, desde afuera y desde adentro, tuvieron que caer en las metrópolis. Porque ahí son visibles. Porque por ahí pasa el dinero, la buena sobra, el alimento comestible que tiran los privilegiados y los hipermercados. Ahí está la pared, el escalón, el umbral sobre el que apoyar el colchón, la vereda iluminada donde preparar la sopa a las nueve de una noche de invierno.
Alejados de sus familias, de sus ranchos, de sus patios eternos, buscaron naturaleza en la cuenca del Riachuelo o en los baldíos de residuos industriales. Los migrantes llegaron a la capital y al conurbano a poblar las villas y los asentamientos para sentirse menos solos, más integrados en su quimera de cosechar una felicidad que apenas tiene espacio en una maceta. En sus lugares, en Paraguay o Perú, en Santiago del Estero o Formosa, en Salta o en Jujuy, las periferias urbanas o el campo del confinamiento y el saqueo les recortaron las expectativas de una vida que les cayó, fatal, sobre la suerte.
Por eso la idea de descentralizar migrantes está tiznada de ideología. No es una política macro acordada desde el Estado para descentralizar, en un plan de décadas, a un país que se anuda dramáticamente en su capital y en un punto de la provincia de Buenos Aires. Es una medida selectiva para evitar que la misma estética siga desbordando uno de los únicos rincones donde se puede aspirar a una changa o a un container con buena basura. Es una medida que excluye, porque elige descentralizar al albañil paraguayo y no al médico colombiano. Al pocero tucumano y no al abogado cordobés.
La idea de descentralizar migrantes no es la idea del campo popular. Sino que surge del capitalismo más feroz, el que lejos de mezclar segrega, lejos acompañar abandona. Llega abonada con el discurso discriminante de los últimos años, alimentada por la oleada xenófoba que envuelve al mundo. Que descarta a millones con destino de relleno sanitario social.
Por eso la idea de descentralizar migrantes está teñida de ideología. Porque apunta al mismo sector poblacional al que se hambrea, al que mata la policía, al que abandona la salud pública, a aquel a cuyos hijos se disciplina con drogas baratas y se amontona en ochavas a morirse de a poco.
*Artículo publicado en la agencia Pelota de Trapo (https://www.pelotadetrapo.org.ar)