Semana Obrera: Villa Constitución, memoria del fuego
Carolina Uribe/El Furgón* – Desde este lunes y hasta el 1 de mayo, El Furgón presenta la “Semana Obrera”, un especial que recogerá las luchas del pasado y del presente en el marco del Día Internacional de los Trabajadores.
Complot, según el diccionario de la Real Academia Española, es una “conjuración o conspiración de carácter político o social”. Complot, según la ex presidente María Estela Martínez de Perón, es la organización de los trabajadores en busca de mejorar sus condiciones de trabajo y defender su derecho a agruparse sindicalmente. En el libro Sentencia para un complot…, Roberto Pepe Kalauz narra la historia de los hechos transcurridos en 1975 en la ciudad santafesina de Villa Constitución, cuando los oscuros integrantes de la “Alianza Anticomunista Argentina” (tristemente conocidos como Triple A) reprimieron a cientos de habitantes de esa ciudad intentando evitar que continuaran sus luchas por las reivindicaciones obreras. ¿Qué pasó en Villa Constitución el 20 de marzo de 1975? ¿Fue un hecho aislado, producto de un mal día de la presidente?
A principios de los años setenta, Villa Constitución –junto con algunos pueblos cercanos a la ciudad de Rosario– conformaba una zona de importantes fábricas metalúrgicas como Acindar, Marathon, Metcon. El humo de las chimeneas de esas fábricas era un símbolo de prosperidad y desarrollo, pero también un indicio de las pésimas condiciones laborales que sufrían los miles de obreros que las mantenían en funcionamiento. Kalauz se incorporó a Metcon en 1974, y recuerda cómo era trabajar allí: “Las condiciones de trabajo eran de terror. Nosotros hacíamos blocks de motores para la Ford, eso lleva un molde que se hace con una arcilla especial, se moldea con unas máquinas que están zarandeando ese polvo hasta darle forma y eso empieza a impregnar el ambiente. Entonces estás respirando un polvillo negro todo el tiempo. Eso es insalubre y estábamos trabajando entre 8 y 12 horas. Además, los ruidos y el calor, porque todo es fundición a mil grados. Para llevar el metal desde el horno hasta el molde se usa una cuchara. Y saltan gotas por todos lados, si te agarra una no se te va más. Todo te pica, la piel irritada con el polvo y el calor. Andábamos a los ponchazos consiguiendo guantes, y si había un herido, teníamos un botiquín pero no un hospital donde llevarlo rápido. Eran muy frecuentes los accidentes, eran condiciones de súper explotación”.
Si bien la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) ya existía a nivel nacional, estaba dirigida por burócratas sindicales al servicio de la patronal. Ejemplo de ello era Naldo Brunelli en SOMISA, (fábrica ubicada en San Nicolás, ciudad separada de Villa Constitución por el Arroyo del Medio y perteneciente a la provincia de Buenos Aires), que estaba siempre acompañado de su patota personal y boicoteaba todo intento de democratizar el sindicato. Pero en Villa Constitución casi no había organización sindical y ese abandono fue la base de los reclamos de los obreros que comenzaron a agruparse para pedir mejores condiciones de trabajo, obra social, atención médica, que los fondos provenientes de descuentos sindicales quedaran en la zona y que hubiera elecciones para dirimir quién iba a dirigir la seccional que hasta ese momento estaba comandada por representantes designados por el secretario general de la UOM, Lorenzo Miguel.
En ese marco, en 1974 se tomó Acindar con una huelga que se recuerda como “el Villazo”. Gracias a esa gran movilización, se logró presentar la Lista Marrón, opositora a la de la burocracia y encabezada por Alberto Piccinini. Durante la huelga, los trabajadores de Villa Constitución no recibieron ninguna clase de apoyo desde San Nicolás. El discurso que Brunelli trasladaba en SOMISA era que por ser dos distritos separados, ellos no debían meterse. A pesar de todas las trabas, la Lista Marrón ganó las elecciones y Piccinini asumió el mando del sindicato en diciembre de 1974. Durante los tres meses siguientes, las cosas parecieron mejorar. Sólo tres meses.
Roberto Kalauz cuenta en su libro que en el momento del triunfo de la lista de Piccinini él, además de trabajar en Metcon y militar en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), estaba a punto de ser padre. Junto con su compañera, Ana, esperaban ansiosos la llegada de ese hijo por quien soñaban cambiar el mundo. La mañana del 20 de marzo de 1975, ese hijo que fue hija y se llamó Laura eligió la vida, al mismo tiempo que los macabros emisarios de la Triple A elegían la muerte. Mientras la pequeña empujaba para nacer, centenares de Ford Falcon llegaban a Villa Constitución para reprimir.
La presidente Isabel Perón denunciaba un supuesto “complot” urdido desde las fábricas siderúrgicas de Villa Constitución. Esa fue la excusa para reprimir, encarcelar y asesinar a cientos de trabajadores que representaban una molestia desde su lugar de opositores a las políticas del gobierno y sus burócratas. Para llegar a Villa, el grupo comandado por el comisario Córdoba Sala Caín tuvo que pasar por San Nicolás, brindando un espectáculo tenebroso para los pobladores. Un obrero de SOMISA en esa época, Mario Ramos, estaba ahí y lo describe: “Llegaron miles de represores oficiales pero también parapoliciales ilegales. Vinieron en masa, una cantidad de Ford Falcon que te ponía los pelos de punta. Pasaban a toda hora, porque empezaron como siempre represiones de noche, de madrugada, pero siguieron durante todo el día. Veías a los tipos de barba, con pasamontañas en la cabeza, y con las escopetas y los rifles asomando por los vidrios. Era una cosa espeluznante”.
Esos hombres siniestros fueron a las viviendas de todos los activistas, a muchos desprevenidos se los llevaron detenidos y otros pudieron escapar a último momento o porque casualmente no estaban en sus hogares. Los vecinos los escondían, la solidaridad del pueblo se notó desde el principio porque en la mayoría de las casas vivía un empleado de alguna de las fábricas, o sus familiares. Nadie esperaba esa represión que llegó de golpe, porque en ese momento no estaban en huelga y no sospecharon que estaban siendo observados como un bastión “subversivo” al que había que aniquilar. Zenon Sanchez, Raúl Horton, Victorio Paulón, Pacho Juárez, son los nombres de algunos de los primeros que alcanzaron a llegar a las fábricas, y desde allí comenzaron a organizar asambleas para discutir sobre lo que estaba pasando y decidir un plan de acción.
Desde la Clínica San Nicolás, Roberto Kalauz, que esperaba a su hija y no se había enterado de lo que ocurría afuera, notó que algo extraño sucedía. “La policía entraba y salía de las salas de la clínica, caras que no eran del lugar enrarecían el ambiente y los matones sindicales que abundaban junto a los burócratas habían reaparecido. Desde la sala de parto se escuchaban voces claramente, preguntaban por una guerrillera que debía estar dando a luz en ese momento. Tuve terror, luego algo indescriptible, la fragilidad del momento simbolizada en dos sentimientos opuestos y simultáneos: la alegría del hijo que llega y el pánico del fascismo que te lo quiere llevar. Un ancestral egoísmo humano me trajo en parte alivio pues buscaban a otra persona, pero al mismo tiempo un sentimiento de impotencia”. Al salir de la clínica, Pepe comprendió el peligro al que estaban expuestos y envió a su mujer y a su hijita a Buenos Aires, con su familia. Fue muy duro pero con el tiempo supieron que había sido lo mejor. “Volví a ver a Laura ya con dos meses de edad en los brazos de Ana, tras las rejas de Coordinación Federal, en Buenos Aires”.
En cuanto su familia se fue, Pepe se incorporó a los grupos que habían tomado las fábricas como medida de lucha para que liberaran a los detenidos. Acindar, Marathon, Vilber y Metcon estaban paralizadas y nadie quería irse a pesar de que la presión de la patronal para que volvieran a trabajar se hacía insoportable. Temían una nueva represión y querían evitar otro baño de sangre, por lo que el 26 de marzo, después de una semana de resistencia, resolvieron en asamblea abandonar las fábricas y seguir la huelga desde los barrios. Formaron un Comité de Lucha, con delegados que representaban cada lugar de trabajo; los elegidos por Metcon fueron Pacho Juárez y Pepe Kalauz. Desalojaron todas las fábricas a la vez, rodeados de un fuerte operativo policial. “Las fábricas estaban lejos de la ruta y separadas entre sí, fuimos saliendo desde cada una y no sabíamos si las demás harían lo mismo, aunque eso había sido acordado en las asambleas de la noche anterior. Todos cumplieron, fue emocionante, copamos la ruta y la represión tuvo que desplazarse a la cuneta”. En silencio, los patrulleros retrocedieron en una extraña calma, augurio de futuras tormentas.
Desde los barrios siguieron coordinando la huelga y comenzaron a repartir un Boletín de Lucha con ayuda de diversos compañeros, incluidos muchos que no pertenecían a las fábricas. Algunos boletines se imprimían en Rosario, según cuenta un integrante del PST, Reynaldo Uribe: “En esa época, yo trabajaba en una copistería y manejaba la impresora offset. El negocio estaba en Santa Fe y Corrientes (pleno centro de Rosario), era todo vidriado. Y a la noche, como tenía la llave, iba e imprimía los boletines de huelga del conflicto. Cada media hora, o cada hora, venían y se llevaban los paquetes, no debemos haber hecho menos de cien mil boletines esas noches…”.
Habían pasado dos semanas y la huelga no aflojaba. Esos hombres, cansados y llenos de preocupación, se juntaban clandestinamente en los barrios para definir las acciones a seguir. Uno de los objetivos era que los “carneros” no pudieran llegar al trabajo y resolvieron poner miguelitos en la entrada de las fábricas para pinchar las cubiertas de los autos o de los colectivos, pero no hizo falta. “Esa madrugada el barrio se iluminó, a las cinco de la mañana todos los trabajadores salieron de sus casas y se plantaron en las puertas cuando salían los carneros”. La huelga cobró trascendencia a nivel nacional, y el movimiento obrero en general mostraba simpatía hacia sus compañeros de Villa Constitución. Las manifestaciones de solidaridad aparecían en los momentos más insospechados, como ocurrió el día que Pepe tuvo que ir a Rosario para enviar un telegrama en nombre del Comité de Lucha al Ministerio de Trabajo, y en la oficina de correo, cuando se dieron cuenta de qué se trataba, “todos dejaron de atender y se armó una mini asamblea ahí, charlando de la huelga. Era un hecho nacional. Yo creo que el gobierno no esperaba semejante resistencia”. También recibían fondos de huelga recolectados en fábricas y universidades de todo el país, donaciones de alimentos y remedios. Se formó una comisión de mujeres que nucleaba a las esposas, madres, hermanas de los trabajadores. De esa manera se involucraba toda la familia y eso mantenía unido al pueblo en la resistencia.
La seccional Villa Constitución de la UOM fue intervenida, y el interventor Simón de Iriondo anunció un acto en la plaza donde se suponía que además Acindar pagaría los sueldos a sus operarios. Desde el Comité de Lucha llamaron a boicotear el acto rompehuelga y efectivamente fracasó, “la plaza estaba desierta y se escuchaba por los parlantes la marcha peronista”. Iriondo renunció y en su lugar asumió como nuevo interventor Alberto Campos, hombre de confianza de Lorenzo Miguel, quien convocó a una reunión que también fracasó. Uno de los trabajadores, Luis Ángel Segovia, escribió una carta a Lorenzo Miguel diciéndole: “No hay sediciosos detenidos en los hechos del 20/3/75. Solicita la libertad para todos los presos (…). No hay producción de acero sin libertad para todos los detenidos. Éxito en el trámite”. Finalmente los delegados se reunieron con Campos, quien prometió interceder por la libertad de los presos que, según el Ministerio del Interior, aún eran 90.
Dentro del Comité de Lucha comenzaba a haber discusiones. Debido a la confluencia de distintas organizaciones (PST, Montoneros, ERP), se dificultaba unificar los criterios políticos para definir las acciones siguientes. Desde la cárcel de Coronda, donde fue detenido al comienzo de la represión, Piccinini enviaba comunicados conciliadores buscando la continuidad de la lucha.
El 22 de abril de 1975, un mes después de comenzada la huelga, los trabajadores convocaron a una movilización hacia la plaza de Villa Constitución. La participación fue masiva y duramente reprimida por la policía, con gases y balas de goma. Desde un helicóptero, disparaban y mataron a un trabajador llamado José García. El Comité de Lucha logró reagruparse en Rosario y resolvió continuar la huelga, exigiendo a la UOM y a la CGT que repudiaran la violencia policial. Pero nadie parecía acusar recibo de ese pedido, sino todo lo contrario: el 1° de mayo fue asesinado Rodolfo Mancini, un obrero de Metcon que aportaba su auto para que se repartiera el boletín de huelga. Dentro de ese mismo auto fue hallado, quemado y acribillado a balazos. Una macabra forma de conmemorar el día de los trabajadores.
Ya iban 57 días de huelga y el panorama era cada vez peor. A las represiones del 22 de abril y del 1° de mayo, se sumó el traslado de los dirigentes presos en Coronda al penal de Rawson. Los trabajadores estaban agotados y tenían miedo de perder el empleo, no alcanzaban los alimentos ni los remedios y las amenazas de la policía y de la Triple A continuaban. Desde las fábricas llegaban telegramas exhortándolos para que volvieran a trabajar. En una asamblea realizada en el Club Ribera del Paraná, resolvieron enviar una delegación para que se reuniera con el ministro del Interior, Alberto Rocamora. Roberto Kalauz asistió acompañado de un abogado socialista que integraba la dirección del PST, Enrique Broquen. El ministro no los recibió y envió a un secretario que escuchó la petición de libertad de todos los presos y no resolvió nada. De regreso en Villa, convocaron a un plenario y decidieron levantar la huelga. La mitad del Comité de Lucha estaba preso, después de 60 días no habían podido conseguir su libertad, pero la situación ya era insostenible.
Kalauz y otros siete integrantes del PST, después del plenario, se dirigieron a una reunión en Rosario, en la casa de una militante. Pero quien les abrió la puerta no fue Marta, la dueña de casa, sino un hombre vestido de civil y armado con una itaka. Los ocho fueron detenidos y llevados a la Alcaldía de la Policía Provincial de Rosario. “Nosotros ese día sospechábamos que éramos boleta, yo creo que todos nos dimos cuenta de que volvimos a vivir, porque ellos estaban esperando que pasen los momentos para sacarnos de a uno y no era la policía, o serían pero era todo un operativo tipo tres A. Después, como había otras personalidades con nosotros, dirigentes, no era tan fácil tampoco una ‘operación masacre’”. A los diez días los trasladaron en avión a Buenos Aires, donde quedaron “alojados” en el edificio de Coordinación Federal de la Policía.
Después de la huelga, 600 trabajadores fueron despedidos, diez asesinados por la Triple A, y 50 desaparecidos por la dictadura militar. Para Kalauz, la represión desatada el 20 de marzo de 1975 no fue un hecho aislado, sino que fue un ensayo del golpe de Estado que se concretó un año después (de hecho uno de los directores de Acindar era José Alfredo Martínez de Hoz, que luego sería ministro de Economía del gobierno militar). Sin embargo, no deja de reivindicar el esfuerzo de los que lucharon por mejorar sus condiciones de trabajo, en pos de ese mundo mejor que soñaban para ellos, para sus hijos. “Yo creo que lo de Villa fue lo mejor que hice en la vida, fue un gran aprendizaje”, dice Pepe sonriendo, siempre sonriendo mientras piensa en su pequeña, ya adulta, Laura.
*Artículo publicado “Tosco”, especial de la revista Sudestada de diciembre de 2016