¡Conciliación o muerte!
“No es contra nadie, es un desahogo que tienen los trabajadores… El paro no soluciona nada”
(Carlos Acuña, uno de los tres secretarios generales de la CGT)
Jorge Montero/El Furgón – Cada irrupción de un nuevo ciclo de luchas reivindicativas, o la convocatoria a un paro general, reactualizan debates cruciales para el movimiento obrero: cómo superar el estado de fragmentación de la clase trabajadora, cuál es la relación entre la demanda sindical y la lucha política, de qué manera terminar con las cúpulas sindicales comprometidas y dependientes de las clases dominantes.
Comenzar a dar respuesta a estos interrogantes requiere, en primer lugar, de una comprensión del papel de los sindicatos en la actual etapa del desarrollo del capitalismo, y así poder asumir una lucha frontal contra las bases materiales en las cuales se apoya la reproducción de la burocracia sindical.
Pasado y presente de la organización sindical
Entre aquel pasado de lucha a escala internacional de las organizaciones sindicales que tan importantes batallas afrontaron -como la histórica por conquistar las ocho horas de trabajo- y el claudicante rol que las mismas cumplieron en las últimas décadas frente a las nuevas embestidas de la explotación capitalista arropada de “neoliberalismo”, media algo más que el paso del tiempo.
Seguramente no podrá explicarse semejante retroceso sólo por la transigencia de los dirigentes, ya sea por la corrupción de casta privilegiada, ni por la asimilación ideológica a la perspectiva del capital, todo lo cual no es ajeno a la mayoría de las conducciones sindicales. Sin dudas, se han producido cambios estructurales en el propio capitalismo. El predominio absoluto de los monopolios y las multinacionales se diferencia del de la libre competencia, como en tantos otros aspectos; también en los recortados márgenes de la lucha que deja para la acción sindical.
Marx caracterizaba en Miseria de la Filosofía las formas iniciales de la organización de los trabajadores: “Siempre y dondequiera que los obreros intentan aunar sus fuerzas, la forma que esa unión asume es la de una coalición. La gran industria concentra bajo un mismo techo a una masa de individuos, desconocidos unos de otros. La competencia los desune. Pero animados por el deseo de mantener el nivel de sus salarios –interés común de todos, que está en contradicción con los intereses del patrono-, los obreros se unen resistiendo a todo intento de rebaja, y forman, para organizar esa resistencia, ‘una coalición’. La coalición tiene dos objetivos: disminuir la competencia entre los propios obreros y concentrar la fuerza total de la masa obrera contra el capitalista. Parecerá que el primer objeto no tiene más fin que mantener el nivel de los salarios. Sin embargo, un examen detenido nos demuestra que a medida que los capitalistas aúnan sus fuerzas para oprimir al obrero, el obrero tiende a agruparse y organizarse, y que, ante la solidaridad mantenida por los capitalistas, el sostenimiento de estas agrupaciones cobra con el tiempo más importancia a los ojos de los obreros que las forman que la misma defensa de los salarios. Y tan verdad es esto, que, por mucho que ello sorprenda a los economistas ingleses, los obreros sacrifican una parte de su salario con el fin de reunir fondos para estas agrupaciones, fundadas, según los mismos economistas, sin otro fin que defender los salarios. En el curso de esta lucha –una verdadera guerra civil- se van reuniendo todos los elementos para la batalla futura. Al llegar a este punto, las coaliciones asumen ya un carácter político”.
El capitalismo fue evolucionando y pudo realizar un paulatino proceso de asimilación e integración de esas coaliciones de obreros de las cuales hablaba Marx. Para que esto ocurriera se necesitó en primer lugar que en la conciencia de los propios trabajadores esas organizaciones quedaran limitadas a un fin muy estrecho: la defensa del nivel de salarios -directo e indirecto- es decir de lo reivindicativo. Sintéticamente, que se perdiera la perspectiva de que cualquier lucha económica de los trabajadores no es más que una batalla de esa verdadera guerra civil que Marx enunciaba, abandonándose el horizonte de la lucha de clases.
Las distintas variantes de conciliación de clases surgidas a lo largo de más de un siglo y medio de lucha proletaria expresan en última instancia esa pérdida de perspectiva de la conciencia, y son a la vez causa fundamental para que el capital lograse éxito en ese proceso de cooptación de las organizaciones sindicales, subvencionando con ingentes recursos a las tendencias conciliadoras predominantes en el seno de las organizaciones sindicales, tanto a escala nacional como internacional.
La estatización de los sindicatos
Pero además de la falta de desarrollo de la conciencia de los trabajadores y las complicidades de las cúpulas dirigentes, hubo una razón que está en la estructura del propio capitalismo y que explica no sólo la limitación demostrada por la organización sindical desde hace varias décadas, sino un creciente proceso de descomposición de la misma: la dependencia y asociación de los sindicatos con el Estado, la estatización de las organizaciones obreras. Una de cuyas principales expresiones pasa por la aceptación de la intromisión estatal como elemento “neutral” de mediación entre los intereses de los trabajadores y el de los capitalistas.
Cuando Marx hacía mención a esas coaliciones obreras, el capitalismo estaba en pleno proceso expansivo y en cierta medida los propios trabajadores resultaban beneficiados por las pujas intercapitalistas. Con la aparición y el afianzamiento de los monopolios y su estrecha asociación con el Estado -que no ha hecho más que desarrollarse desde el siglo pasado-, las posibilidades de acción de los sindicatos cambiaron sustancialmente.
Ahora las organizaciones gremiales enfrentan, cada vez más, un oponente extremadamente centralizado por la confluencia de intereses materiales y estrechamente ligado al poder estatal, y en la misma medida que esos sindicatos ya abandonaron en su horizonte estratégico la perspectiva de lucha de clases -es decir, la resolución de las contradicciones entre el capital y el trabajo asalariado en la esfera de la acción política para cambiar el carácter del Estado- inevitablemente renunciaron a toda estrategia que no sea la de aliarse ellos mismos con el poder estatal existente. Así se transformaron paulatinamente de asociaciones libres y autónomas de la clase trabajadora en organismos adscriptos a ese Estado, que autoriza el modelo de sus estatutos, la forma de recaudación de sus fondos, dictaminando sobre la legalidad o no de sus resoluciones, estableciendo la normativa para desarrollar la lucha sindical, y al que deben recurrir en caso de eventuales violaciones a la “legalidad” establecida en las relaciones laborales.
En nuestro país, la resistencia del movimiento obrero desde inicios del siglo XX para impedir la subordinación de las organizaciones proletarias al Estado burgués tuvo su punto de inflexión cuando Juan Domingo Perón aplastó al Partido Laborista en 1945, cooptando al grueso de los sindicatos y reprimiendo a los que se oponían a su proyecto. Dando el capital su golpe de gracia bajo el gobierno de Arturo Frondizi -apoyado por Perón-, cuando en 1962 impuso una ley sindical según el modelo estadounidense de la Taft-Hartley Act (que entre otros puntos exigía desde 1947 que los funcionarios de los sindicatos jurasen no haber tenido relación con ninguna organización comunista, permitiendo que los sindicatos fueran purgados de influencias radicales, facilitando la infiltración por el FBI de cualquier organización laboral opositora). Desde entonces, en el último medio siglo, el movimiento sindical argentino ha sufrido una transformación gradual, cuyo resultante es su imbricación con el aparato del Estado y el ingreso de sus dirigencias al mundo empresarial, que ha alterado por completo la naturaleza de estas organizaciones.
Bajo esas condiciones encontramos: de un lado aparatos sindicales poderosos en términos económicos e institucionales, del otro una masa trabajadora que mientras utiliza sus “servicios” (Obra Social -a partir de la destrucción del sistema público de salud-, turismo, y anualmente sin participación alguna de las bases y en entera dependencia de los intereses del capital, las “paritarias”, donde cúpulas sindicales, patronales y el Estado fijan el nivel salarial necesario para el funcionamiento del sistema), toma distancia de ellos, sea para mantenerse al margen o para rechazarlos.
Esta contradicción determina la conducta social y política de la clase trabajadora. Dada la inexistencia de conciencia y organización propias de los asalariados, la clase en su conjunto se convierte en masa de maniobra para los aparatos del capital, con los sindicatos como instrumento adicional de manipulación.
La organización sindical en tiempo de crisis
En la fase actual de la economía capitalista, los sindicatos no sólo encuentran a monopolios sólidamente asociados al Estado como venía ocurriendo desde la crisis de 1930 y hasta 1970, sino que además con la reestructuración de la economía mundial para enfrentar la crisis, el predominio ha pasado a mano de los capitales monopólicos trasnacionales. Esto representó una verdadera reformulación de las relaciones intercapitalistas de apropiación y distribución de la ganancia, y también de las relaciones sociales vigentes en el interior de las unidades productivas para la explotación, entre ellas los vínculos entre los mismos trabajadores.
Los sindicatos más poderosos y de mayor tradición se encontraron sin respuesta ante una nueva situación que excede ampliamente la relación sólo en el plano económico y facilita a los grandes grupos capitalistas; por ejemplo, desplazar la producción de un país a otro en la búsqueda de mano de obra barata, utilizar tecnologías que reducen las necesidades de acumular stock a un mínimo (just at time), liberándose en buena medida de las obligaciones regulatorias laborales logradas como conquistas por el movimiento sindical en décadas anteriores (garantías horarias, formas de contratación, calificación de tareas, plus por trabajos fuera de convenio, etc.) De esa forma, aumenta la posibilidad del capital de utilizar fuerza de trabajo barata más allá de sus fronteras de origen, fragmentando aún más a la clase trabajadora, e incrementando el ejército de desocupados a escala internacional.
Así nos reencontramos con uno de los efectos más inmediatos de las épocas de crisis de la economía capitalista: el aumento del desempleo. Así ocurrió en sus inicios, luego en las crisis cíclicas de la época de expansión del capitalismo industrial de la libre competencia, se generalizó durante la gran crisis europea que llevó a la Primera Guerra Mundial, reapareció con carácter mundial en los largos períodos depresivos entre las dos guerras y en la presente fase de crisis de la economía mundial se instaló como un componente permanente de la vida social de casi todos los países en una magnitud sin precedentes, con diferencias obvias entre los países más desarrollados y los dependientes.
Desde las primeras crisis capitalistas, el movimiento obrero comprendió conscientemente que las organizaciones sindicales carecían de capacidad de respuesta frente al fenómeno generalizado de la desocupación. En primer lugar porque aún en las mejores condiciones el nivel de sindicalización resulta siempre mucho menor que el conjunto de los trabajadores empleados, y por la presión negativa que ejerce la masa de desocupados sobre la conciencia colectiva, que la hace retroceder a las formas más brutales de competencia entre los propios asalariados.
Surgió entonces, hace cien años, un nuevo tipo de acción y de organismos desde los trabajadores para dar una salida a tal situación: la ocupación de fábricas y el control obrero de la producción por los comités de fábricas. En los hechos significó un desplazamiento de la lucha del plano económico-reivindicativo en el que la burguesía sitúa a los trabajadores al único terreno donde era posible librarla exitosamente: el cuestionamiento al poder de decisión de los capitalistas sobre la utilización de los medios de producción, un bien que concentra el trabajo social acumulado.
Para una mejor comprensión de este proceso es útil recordar cómo entendía en su momento el ala revolucionaria del movimiento obrero la aparición de una nueva forma de organización: “La lucha de los comités de fábrica y de empresas contra el capitalismo tiene como objeto inmediato la introducción del control obrero en todos los sectores de la industria. Los obreros de cada empresa, independientemente de sus profesiones, sufren el sabotaje de los capitalistas que estiman frecuentemente que la suspensión de la actividad de una determinada industria será ventajosa, pues el hambre obligara a los obreros a aceptar las condiciones más duras para evitar a algún capitalista un acrecentamiento de los gastos.
”La lucha contra este tipo de sabotaje une a las mayorías de los obreros independientemente de sus ideas políticas y hace de sus comités de fábrica y elegidos por todos los trabajadores de una empresa, verdaderas organizaciones de masas del proletariado. Pero la desorganización de la economía capitalista es no solamente la consecuencia de la voluntad consciente de los capitalistas sino también en mayor medida de la decadencia irresistible de su régimen. Por eso los comités obreros se verán forzados, en su acción contra las consecuencias de estas decadencias a superar los límites del control de las fábricas y las empresas aisladas y pronto se enfrentaran con el problema del control obrero a ejercer sobre sectores enteros de la industria y sobre su conjunto. Las tentativas de los obreros de ejercer su control no solamente sobre el aprovisionamiento de las fábricas y de las empresas en materias primas, sino también sobre las operaciones financieras de las empresas industriales, provocara sin embargo, por parte de la burguesía y el gobierno capitalista, medidas de rigor contra la clase obrera, lo que transformará la lucha obrera por el control de la industria en una lucha por la conquista del poder por parte de la clase obrera”. (Resolución del II Congreso de la Internacional Comunista, 1920, Sobre el movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas).
La experiencia histórica demostró que estos organismos de la clase obrera no sólo fueron superiores cualitativamente a la organización sindical, sino que además la superó en capacidad numérica de convocatoria y sirvió para soldar las fracturas entre los trabajadores.
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Aunque la situación del movimiento obrero a escala internacional en la segunda década del siglo XXI es absolutamente distinta por las relaciones de fuerza existentes, hoy más favorables al capitalismo que hace cien años atrás, y por tanto el camino que en ese momento adoptaron los trabajadores no puede ponerse en práctica por el momento, la esencia de sus análisis y conclusiones tiene total validez en cuanto a que no es la lucha sindical la que puede dar solución al problema de la fragmentación, el desempleo y por ende del hambre, sino que esa resolución debe ubicarse en el plano de la acción política por organizaciones de masas de los trabajadores, y más concretamente en el cuestionamiento del poder de la burguesía sobre los medios de producción.