Crónica en caliente sobre el 7 de marzo
Luis Brunetto/El Furgón – “La marcha del 7 de marzo (…) marcará el principio del declive progresivo de la táctica conciliadora. En el contexto de una ofensiva contra los trabajadores que incluye despidos en masa, reforma laboral y techo a las paritarias, resultará muy difícil a la burocracia desmontar su moderadísimo ‘plan de lucha’ que incluye, recordemos, una promesa de paro para fin de marzo. Y, aunque los burócratas todavía pueden sorprendernos con una nueva agachada, el margen de maniobra cada vez es menor. Cada día que pasa se suman descontento y desprestigio entre las bases, y lo saben perfectamente. El paro y la movilización les permitirán recuperar provisoriamente el centro de la escena, aunque apoyados en el peligroso poder de las masas movilizadas”, escribí hace un par de semanas en el artículo De Gapón a Francisco (1).
“Es cierto que, históricamente, los endurecimientos y la combatividad de los dirigentes se desplegaban al ritmo de la interna del PJ, en la que pretendían hincar el diente y, si era posible, la dentadura completa, amenazando con hacer uso del poder que usurpan, el poder infinito de la clase trabajadora, para sus propios fines. Pero eso se encuentra en un acelerado proceso de cambios, cuyo síntoma más notorio es la cada vez más activa inquietud en las bases y un creciente repudio a los dirigentes traidores (…) Es esto, y no los lugares en las listas de los partidos burgueses, lo que desvela a los burócratas. Saben que esos lugares son la recompensa por su control eficaz sobre la clase obrera. Si ese control se pierde, ya no tendrán nada que ofrecer a sus patrones. Por eso la marcha del 7 de marzo y el paro con fecha indefinida, con suficiente tiempo para negociar. El problema es, por un lado, que el gobierno, empeñado en radicalizar el ajuste, cada vez puede ofrecer menos. Por el otro, que las bases obreras se han empeñado en retomar el control de su propio destino. Y eso no tiene remedio”, escribí en mi columna de la revista Mascaró de marzo (2). Así que algo de lo que pasó me lo veía venir.
Pero vayamos al asunto. Empecemos por señalar que la cosa venía mal de entrada. ¿Qué es eso de llamar a una movilización en Diagonal Sur? El año pasado habían llamado, por lo menos, a un acto en la avenida Paseo Colón, que es más ancha. Todavía no se había producido la monstruosidad económica y social actual, y por lo menos tenían una excusa para no llamar a Plaza de Mayo. Una excusa, por supuesto. Pero ahora, ¿qué excusa había? La señal era clara: se trataba de no volar los puentes con el gobierno.
La cuestión es que 400 mil trabajadores, o más, no nos habíamos movilizado para ser testigos del repentino ataque de combatividad discursiva del barrionuevista Carlos Acuña, ni de las veleidades de estratega político de Carlos Schmid, ni mucho menos de los furcios del aterrorizado Héctor Daer, y después volvernos a casa. Fuimos a que nos dijeran qué día se hace el paro general contra el gobierno de Macri, y nadie estaba dispuesto a ser tomado por idiota por los burócratas, ni siquiera por los que hablan bien.
Yo estaba en el centro de la movilización, adelante, a unos cincuenta metros del palco. En primera fila, históricos traidores como Armando Cavalieri o Rodolfo Daer, el hermano mayor de Héctor y secretario general de la CGT en el segundo gobierno de Menem y bajo De la Rúa. En el centro, el trío de secretarios generales. A la derecha, los hermanos Moyano que, hay que decirlo, la ligaron por el desprestigio que arrastran pero, dentro del consejo directivo, son los que empujaban para que se le ponga fecha al paro. Atrás, en la segunda fila, Francisco “Barba” Gutiérrez, Julio Piumato, Víctor Santamaría de los porteros y Sergio Romero de la UDA. En el fondo, arriba, atrás de todo, el único dirigente obrero combativo y democrático de los presentes: el compañero Daniel Yofra, de la Federación Nacional de Aceiteros.
Desde allí, probablemente, no lo puedo asegurar con exactitud, puede haberse lanzado el primer y más o menos solitario grito de “¡Paro general!”. Me refiero a la columna de aceiteros, de la que nos separaban unos 20 metros. La columna remontaba el mismo globo gigantesco que, en lugar de llevar pintado el nombre del algún burócrata, reclamaba desde el cielo de Buenos Aires la huelga general ya desde la gigantesca movilización del 29 de abril del año pasado. Probablemente digo, y muy probablemente, el primer grito haya venido de allí. De lo que sí no tengo dudas es del tiempo que tardó en escucharse el trueno: el tiempo que tardó el burócrata Acuña en no anunciar la fecha del paro general.
No digo que el grito se haya extendido automáticamente, como un reguero de pólvora, por usar una frase conocida. Costó, costó un poco. Como cuando prendés el fuego del asado con leña húmeda: hay que mantenerlo un cachito, pero después prende. Y prendió… Y allí no había zurdos. O, mejor dicho, estaba lleno de zurdos que no saben que lo son. Estaba lleno de trabajadores de gremios “tradicionales” dirigidos también por burócratas. A nuestra izquierda UTEDYC, los trabajadores de los clubes, y UPCN; atrás la UOM de Córdoba, a nuestra derecha Dragado y Balizamiento, el gremio de Schmid; más allá, como dijimos, los compañeros del combativo gremio de aceiteros y la UDA.
“¡Paro General!”, fue el primero de los cantitos. Acuña quiso cinturear haciéndose el combativo, y arrancó el único aplauso de la tarde cuando nos recordó su participación el día anterior en el acto docente. Pero no alcanzó. Cuando retomó el hilo del discurso el repudio fue total: al reclamo de paro general se sumaron las puteadas y los chiflidos. Un brevísimo “vamos a volver” quedó en la nada, enterrando en el quinto subsuelo las esperanzas de quienes creían que podían entroncar el reclamo obrero con los sueños restauracionistas de la empresaria hotelera.
Hay que decirlo: uno tenía alguna expectativa con Schmid. Reconozco que pensé en una remota posibilidad de que, visto que es el más inteligente y formado de los tres, hiciera alguna concesión, cintureara con alguna explicación versera. Pero lo único que hizo fue encender la indignación de todos, trabajadores de Dragado incluidos: “No basta con anunciar una medida de fuerza, tienen que conocer las razones por las que estamos acá”. No sé si no escuchaba los gritos o se hizo el boludo, lo cierto es que siguió hablando arriba de la silbatina general, con ese tono patéticamente soberbio del burócrata “progresista” que cree que las bases son políticamente analfabetas.
De Daer no esperaba nada, así que no me defraudó. Arrancó canchereando. Su genial “…no vinimos solamente a ponerle fecha al paro general” se ganó un merecido lugar en los anales de la estupidez política. Las puteadas, los chiflidos y los cantos reclamando el paro general ya no se apagarían más. De aquí en adelante siguió, furcio tras furcio, hasta que el pánico le hizo volar los diques del inconsciente y dijo que iba a haber paro “antes de fin de año”. Y se corrigió: “Antes de fin de mes o a principios de abril”. ¡Ponéle fecha la p… que te pario! No pudo terminar de hablar. Se fue y se acabó el acto. No había durado ni una hora. Enseguida pusieron la marcha peronista a todo volumen, para taparnos, pero nadie la cantó…
La toma final del palco y la fuga vergonzosa del consejo directivo de la CGT fue el corolario de la bronca. El protagonismo de los compañeros de la Línea 60, que sufrieron en el 2015 la represión de la gendarmería kirchnerista mandada por Sergio Berni y Aníbal Fernández, demuestra que acá ni La Cámpora ni el kirchenrismo tuvieron nada que ver. Habría kirchneristas allí, pero no el kirchnerismo que está rosqueando para que vuelva Cristina, y nada más.
En todo caso, como un extraño mensaje de la historia, el 7 de marzo compartieron palco por segunda vez el ex montonero “Barba” Gutiérrez y el perretista Daniel De Santis. La primera fue aquel 30 de junio de 1975 en que, en la puerta de la CGT, como dirigentes de las metalúrgicas Saiar y Propulsora Siderúrgica, hablaron a los miles de obreros movilizados para reclamar la huelga general que hizo caer nada menos que a Celestino Rodrigo y a López Rega. Hoy, en cambio, cuando De Santis subía al palco junto a los compañeros de la 60 y el resto de los trabajadores, el hoy kirchnerista Gutiérrez ya se había fugado junto al resto de los burócratas.
“¡Se va a acabar la burocracia sindical!”, resonó entonces como un grito de triunfo y de combate. Resonó y resuena eternamente. Hasta que acabemos con ella. Y nuestra clase retome el control de su destino.
Notas: