miércoles, noviembre 6, 2024
Cultura

Las correrías del gurú del LSD

Ramiro Montero/El Furgón – A fines de la década de 1950, el doctor Timothy Francis Leary, graduado en Psicología en la Universidad de Alabama, profesor y conferencista en la honorable Universidad de Harvard, padre de dos hijos, viudo reciente desde el suicidio de su primera esposa y empleado institucional desengañado con su propia vida, leyó en la revista Life un artículo que describía el uso de hongos psicodélicos en ceremonias de nativos mexicanos. Años después, en 1966, Leary fundaría la “Liga para el Descubrimiento Espiritual”, una organización multidisciplinaria casi religiosa cuyas siglas en inglés son LSD.

En aquel tiempo, Leary impulsó investigaciones que involucraban el uso de drogas alucinógenas en sus sesiones para acelerar o facilitar la terapia. Por supuesto, a las cúpulas universitarias no les causó gracia que el consumo entre colegas y estudiantes se disparara en una institución como Harvard, por lo que prontamente el profesor perdió su puesto.

Psychologist Timothy Leary and Neal Cassady in Bus

Lejos de desanimarse, Timothy Leary se convirtió en un cultor de las propiedades benéficas del LSD. En entrevistas y conferencias, aseguraba que el ácido lisérgico podía aplicarse en el tratamiento de males como los trastornos obsesivo-compulsivos, el autismo, el alcoholismo y hasta la homosexualidad (discurso que luego, desde una postura más liberal, se encargó de cambiar).

Poco a poco, comenzó a abandonar la perspectiva médica y la transformó en una mirada de trascendencia espiritual, en un ejercicio de apertura de conciencia y de armonía con el entorno. La prédica del psicólogo devenido en gurú de la psicodelia empezó a atraer a artistas y a juventudes de un movimiento hippie que aún se estaba gestando. Se decía que había contagiado su pasión por las drogas lisérgicas a medio Hollywood. Su tercer casamiento, por ejemplo, fue presidido por Ted Markland, cowboy de Bonanza y El gran Chaparral. Todos los invitados de la boda estaban hasta la manija de ácido.

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En 1965 y en 1968 lo arrestaron por posesión de marihuana. La primera vez lo condenaron a 30 años de cárcel, pero Leary consiguió apelar y lo absolvieron. Ese mismo día, anunció que se iba a postular como gobernador de California y que competiría con el candidato republicano Ronald Reagan. Como parte de su campaña, se reunió alrededor de la cama de John Lennon y participó de los coros de Give peace a chance. Leary le pidió una canción para su candidatura. John encontraría inspiración en su eslogan: Juntémonos (“Come together”).

La campaña se desmoronó por culpa de su segundo arresto. Dos porros en la guantera del auto le significaron una pena de 20 años de prisión. Condenado, Leary debió realizar las pruebas psicológicas que todos los reclusos completaban para que se les asignase un lugar de trabajo apropiado en la cárcel. Lo que desconocían los penitenciarios es que parte de esas pruebas habían sido diseñadas por él mismo. Así, consiguió que lo situaran en una prisión de mínima seguridad con labores de jardinería. Leary aprovechó su puesto para escapar de la cárcel con la ayuda de los Wheatermen, una organización norteamericana de izquierda, y con la financiación de La Hermandad del Amor Eterno, grupo que no pareciera necesitar descripción. Antes de irse, dejó una carta presumiendo de su escape no violento y retando a sus captores a que lo agarren.

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Aprovechó su exilio para promover el uso del LSD en otros países. Pasó un tiempo en Argelia, en Suiza, en Austria, en Líbano y en Afganistán, donde fue finalmente apresado por una desinteligencia de jurisdicciones. De vuelta en los Estados Unidos, la condena fue implacable: 95 años de cárcel y una sanción de cinco millones de dólares. Después de todo, el presidente Richard Nixon lo había definido como “el hombre más peligroso de Norteamérica”.

Leary fue trasladado a una prisión de California. Allí continuó con sus escritos, pero se abocó a tratados sobre la exploración y la conquista del espacio. Tuvo también como vecino de celda a un interesadísimo Charles Manson.

En 1976 consiguió el perdón del gobernador y fue liberado. Algunos documentos póstumos aseguran que, para ello, Leary colaboró con el FBI buchoneando datos y nombres de los Wheatermen, el grupo que lo ayudó a escapar años antes.

Murió en 1996. Siete gramos de sus cenizas fueron enviados al espacio junto con los restos de otras personalidades. El cohete orbitó la Tierra durante seis años, hasta que, al reingresar a la atmósfera, se desintegró.

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