martes, marzo 25, 2025
Cultura

Escribir es nunca acabar…

Marcelo Valko*/El Furgón – De chico, a raíz de un trabajo de mi papá, viví siete años frente al inmenso río Paraná, en un Paraguay constelado por leyendas de lobizones y pomberos y seres monstruosos como la mboi yaguá, la víbora con cabeza de perro. La selva comenzaba al cruzar la calle de tierra frente a la casa. Con mis hermanos nos bañábamos en arroyos cristalinos a metros de cascadas y todo parecía normal, las invasiones de hormigas a la casa o imaginar una expedición para internarnos en la selva en busca de la Ciudad Perdida donde los jesuitas habían enterrado sus tesoros antes que los expulsaran de América. Incluso más de una vez, en la hora de la siesta, pensamos en cómo hacer una trampa para cazar al inasible Yaci-yateré. Mi colegio no tenía vidrio, el piso era de tierra apisonada y el techo de chapa. No había libros. Y los profesores eran algún vecino que sabía un poco más que otro. Cuando se aproximaba una de esas tormentas terribles del trópico, la directora, que era una señora gordita y muy creída, tocaba una campana para que nos fuéramos a nuestras casas antes que cayera el diluvio. Eran lluvias torrenciales como las de Cien años de soledad, que podían duran días y días.

Paraná

Allí, sin embargo, y sin advertirlo casi, empecé a escribir unos poemas saturados de obviedades, pero que a la mirada de mis diez años parecían inmejorables. Ya en Buenos Aires, donde regresé a cursar el último año de secundaria, terminé una novela que, venciendo mi profunda timidez, se la acerque a un profesor de literatura a quien admiraba profundamente. Después de hojearla la calificó como “un engendro del demonio”. Fue un golpe duro. Esos golpes de los que habla el gran cholo Cesar Vallejo cuando dice: “Hay golpes tan fuertes en la vida. / Golpes como el odio de Dios…”. Aun con la moral por el suelo continué escribiendo. Siempre. Y hoy en día, más allá del contenido social que pudiera tener o no mi trabajo, en lo personal, me hace bien. Siempre fui un sujeto bastante solitario y la escritura sigue siendo una suerte de refugio.

En distintos reportajes resulta habitual que me pregunten “¿por qué escribe sobre genocidio indígena si usted no tiene sangre india?” ¿Por qué ese tema? Pero, ¿acaso hay que ser judío para sentir horror ante Auschwitz o armenio para reclamar justicia por el genocidio cometido por Turquía? Obviamente no. Incluso alguna vez, maliciosamente me sugirieron que me dedique a asuntos más redituables como astrología, autoayuda o novelas eróticas, que vende mucho más que ocuparse de indígenas. Agradezco las ideas, sin embargo prefiero quedarme donde estoy. En honor a la verdad, y ya como psicólogo, resulta inescrutable conocer exactamente por qué ese otro que nos habita y que algunos denominan inconsciente, actúa como actúa.

Originarios

A esta altura del partido, con más de medio centenar de textos publicados en diferentes países, me sigue resultando atractivo estar dándole al teclado mientras la ciudad aun duerme, o estar viajando en el subte corrigiendo abstraído un artículo como este. Nunca tuve horror ante la página en blanco. Las palabras fluyen y las investigaciones toman forma aunque mis ojos no den más y mi cuerpo pida una tregua. Más que el poeta romántico inmerso en su buhardilla, esto es pura disciplina.

Mario Benedetti afirma en un verso: “cantamos porque cada pregunta tiene su respuesta”. No soy tan ambicioso. Ignoro si escribo respuestas pero sin duda las busco. Neruda al ascender a Machu Pichu escribió Alturas… y contemplando esa ciudad desolada, habitada por las piedras y la selva y los ecos de los ausentes, dice: “yo vengo a hablar por vuestras bocas muertas”. Esa estrofa me perturbó y la adopté como propia, y trato de aplicarla en mi trabajo. Por su parte, el cronista indígena Guamán Poma, en una extensa carta que le envía al rey de España denunciando los abusos que padecían los indios, un rey que en ese entonces también se llamaba Felipe, como el actual Borbón, afirma que “escribir es nunca acabar”. Me sucede lo mismo que al andino. Cuando estoy terminando un texto, ya estoy pensando en el siguiente, como cuando era chico en Paraguay y donde mis poemas kilométricos daban pie a un nuevo tema. Dicen por allí que la Patria es la niñez, tal vez sea cierto.

*Marcelo Valko es especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena. Dictó conferencia en EE.UU, Europa y América Latina. Autor de numerosos textos, entre ellos: Cazadores de Poder; Viajes hacia Osvaldo Bayer; Desmonumentar a Roca; Ciudades Malditas Ciudades Perdidas; Pedagogía de la Desmemoria; Descubri MIENTO de América y Los indios invisibles del Malón de la Paz.