miércoles, octubre 9, 2024
Cultura

Ese hombre llamado Marcos Ribak

Valeria Roldán/El Furgón* – Una amiga, que lo ama y admira profundamente. La mujer que quiso conquistarlo, y al no poder con él, conquistó a su hijo. Esto se lo decía a Rivera, y siempre le arrancaba una sonrisa.

No dejó de llover en toda la noche. Llovía de Buenos Aires a Córdoba a través de las horas y el camino. A las 2:50 de la madrugada mi celu vibró en mi mochila y lo supe.

El habla inentendible de un ser en desgarro, la voz de un niño-hombre que se aclaraba y decía Se fue…

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Ya no dormí y contemplé la lluvia por las ventanas del micro.

La misma lluvia que amó Rivera, cuando en la casa del campo se venía la tormenta y decía: Llevame. Quiero ver los rayos. Se quedaba sentado y callado mirando los refusilos, hipnotizado como un gato.

Pensé: sabia la naturaleza, que sabe como despedirlo. Un cielo que se cae a pedazos y lo llora sin consuelo.

Después el día y la ciudad. O la ciudad y el día. No sé qué vino primero. Vino la irrealidad de la pena. Un sol que brillaba y nos quemaba por dentro. Los trámites. La pena, y otra vez la pena. Los cientos de llamados y mensajes. La fuerza. El amor.

Quise verlo. Saludarlo otra vez. ENORME, en un cuerpo tan pequeño.

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Busqué su mano derecha (con la que escribía); me costó encontrarla. La mano blanca blanda pequeña y delicada de Rivera. Irreal ahora esa mano. La beso. La devuelvo al abismo. Le digo: Buen viaje.

En el cortejo observo curiosa el auto que lo lleva. Tiene colgado a los costados diversos ganchos plateados. Pienso que está bien que vayan vacíos. El no hubiese gastado en flores. Innecesarias las flores. Así. Sencillo.

La irrealidad ahora en la autopista, las sierras, en el paisaje dolorosamente bello del cementerio privado. Seguimos por una senda hasta llegar al crematorio. Susy reparte jazmines; alguna vecina del barrio Bella Vista; nos reunimos. Un hombre dice: Seis hombres por favor. Y yo también me adelanto y voy. Pero no tengo manija. El hombre me sede la suya, la de la punta. Lo llevo orgullosa, también es mi muerto. Lo dejamos sobre una especie de mesa con rodillos, frente a una puertita blanca.

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Otro hombre, con intenciones de dirigir el ritual, anuncia la leyenda de una oración, y pregunta si somos creyentes: No, dice Susy.. Y fue como si Rivera hablara. Entonces el otro hombre dice que hagamos nuestro deseo, si alguien quiere decir algo; pero nadie dice nada. Vamos dejando los jazmines, en silencio. En silencio lo despido otra vez, ahora en nombre de mis camaradas, los muchos que quisieron estar, y no pudieron. Le digo: Le voy a dar tus libros a mis alumnos. Que te  lean, carajo.El silencio dura hasta que Anita dice: ¿Y si le damos un aplauso? Y el aplauso estalla. El aplauso dura la eternidad. Hasta cansar a los hombres que abren las puertitas blancas y lo empujan a través de ellas. Del otro lado no hay fuego. No sé que hay.

Salimos juntos, callados. Sin querer hacemos una ronda. Nos quedamos anclados, como pegados al piso, sin poder movernos. Susy rompe el silencio. Lo recuerda con palabras.

Otra vez el silencio. Y seguimos sin poder movernos. Y habla otra voz. Y la tarde que cae y nos envuelve para siempre. Y no nos podemos ir. Susy es la que dice vayan, y nos hace romper filas entre besos y abrazos.

Nos detenemos en administración para que se firme algo. Yo espero afuera; sentada en el piso me fumo un cigarrillo. El cielo también es irreal, el pájaro negro, el pasto y la fuente. El cartel que dice Marcos Ribak.

*Valeria Roldán es actriz