Rosa Luxemburgo, cien años de revolución
Por Luis Brunetto/El Furgón –
Rosa nació en 1871, el 5 de marzo, en el pueblo de Zamosc, en vísperas de los días en que los obreros parisinos realizaron su asalto al cielo. Formó parte pues, de la misma generación revolucionaria que Lenin, nacido un año antes. Su familia pertenecía a la clase media judía, aunque no se trataba de una familia ortodoxa ni practicante. Siendo niña, su familia se mudaría a Varsovia
Por entonces, Polonia era una nación sometida al dominio colonial ruso. En 1815, cuando el Congreso de Viena reorganizó el mapa de Europa luego de la derrota de Napoleón, Polonia fue partida en dos: los territorios occidentales pasaron a formar parte del Reino de Prusia; los orientales, en los que se hallaban Zamosc y la propia Varsovia, convertidos en el Reino de Polonia, quedaron bajo el dominio del Imperio Zarista. La derrota del levantamiento independentista de 1830, reprimido sangrientamente por las tropas del Zar, provocó la anexión directa de Polonia al Imperio.
Se vio obligada a dejar Polonia. Para salir, convenció a un sacerdote de que debía huir de la casa de sus padres, que se oponían a que se bautizara para poder casarse con un supuesto novio católico. Cruzó la frontera escondida debajo de la paja en la carreta de un campesino.
La lucha por la independencia fue el eje alrededor del cual se desarrolló el grueso del movimiento popular polaco en el siglo XIX. Marx y Engels hicieron de la independencia de Polonia, como de la de Irlanda, reivindicaciones de todo el movimiento obrero europeo. Sucesivas insurrecciones nacionales marcaron el siglo de punta a punta, y mostraron los límites del nacionalismo para alcanzar los objetivos de la independencia nacional. En ese contexto el marxismo aumentaría su influencia. Sectores del movimiento nacionalista comenzaron a cuestionar su propia eficacia, y empezó a desarrollarse la idea de que el factor fundamental de la lucha por la independencia era la lucha de la clase obrera.
En 1882 se fundó el Partido Socialista Revolucionario Proletariat, al que Rosa se incorporaría a los 16 años, en 1887, siendo estudiante secundaria. El partido atravesaba una profunda crisis producida por la represión, aunque en los años previos había alcanzado una importante influencia en la clase obrera, dirigiendo varias huelgas. Luego de la huelga de Lodz, en 1889, que finalizó en una masacre de decenas de obreros, y en la que Rosa tuvo activa participación, se vio obligada a dejar Polonia. Para salir, convenció a un sacerdote de que debía huir de la casa de sus padres, que se oponían a que se bautizara para poder casarse con un supuesto novio católico. Cruzó la frontera escondida debajo de la paja en la carreta de un campesino.
Rosa Luxemburgo, película completa (1986)
En Zúrich Rosa realizaría además sus estudios universitarios, doctorándose en Ciencias Políticas en 1897, con una tesis titulada El desarrollo industrial de Polonia, que sería publicada en Leipzig al año siguiente. Allí conoció, en 1890, a quien sería su compañero político hasta el fin de su vida, y su pareja hasta 1907, el exiliado judío lituano Leo Jogiches. Proveniente de una familia rica de Vilna, Jogiches es recordado como un extraordinario organizador, aunque muchos sostienen que era además un marxista formado, y que cumplió un papel decisivo en la elaboración de las principales ideas políticas y económicas de Rosa. En todo caso, de lo que no hay dudas, es de que era un hombre al que no le importaba en lo más mínimo ocupar un segundo plano detrás de su brillante compañera.
Para esta época, el PSR Proletariat había prácticamente desaparecido. En 1893, junto a Jogiches y otros exiliados, fundarían el Partido Socialdemócrata de Polonia. Pero Rosa había comenzado a desarrollar la idea de que la lucha por la independencia representaba una distracción para el movimiento obrero, y ese planteo llevó al abandono del grupo por parte de la pareja de revolucionarios, que fundarían el Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania, junto a Félix Dzerzhinsky, Julian Marchlewski y Karl Rádek, futuros dirigentes bolcheviques.
Pero Rosa no era controlable: cuando Bebel le propone ocuparse de la cuestión “de la mujer”, recibe un rotundo no. Rosa se da cuenta de entrada que pretenden relegarla a la cocina, pero ella es una teórica y militante marxista, además brillante
Al terminar sus estudios e imposibilitada de volver a Polonia, Rosa decidió establecerse en Alemania, e incorporarse al PSDA. Aislada de los grupos socialistas mayoritarios polacos por sus tesis opuestas a la lucha por la independencia, las condiciones de una vida clandestina no ofrecían demasiadas garantías. Para evitar una posible deportación desde Alemania, Jogiches organizó un matrimonio falso entre Rosa y el socialista alemán German Lübeck, en 1897, con lo que consiguió la ciudadanía alemana.
Rosa Luxemburgo se incorpora a la socialdemocracia alemana en medio del conflicto con Edward Berstein y los revisionistas, conflicto que constituye el primer síntoma notorio del proceso de abandono del marxismo revolucionario por el gran partido de la II Internacional. Su intervención teórica, reunida en el libro Reforma o Revolución, contra Berstein, será decisiva. Augusto Bebel y Karl Kautsky, líderes centristas del partido, comprenderán enseguida la importancia de controlar a Rosa. Es que ellos, custodios de la “ortodoxia” marxista, lideran un proceso de adaptación sigilosa del partido al capitalismo: “…uno no toma formalmente la decisión de hacer las cosas que sugieres, uno no dice esas cosas, simplemente las hace”, le decía Ignaz Auer a en una carta a Berstein, luego de la polémica con Rosa, reprochándole su “sinceridad”:
Pero Rosa no era controlable: cuando Bebel le propone ocuparse de la cuestión “de la mujer”, recibe un rotundo no. Rosa se da cuenta de entrada que pretenden relegarla a la cocina, pero ella es una teórica y militante marxista, además brillante. No es que no le preocupara la cuestión de la mujer: de hecho, su principal amiga en el partido sería Clara Zetkin, la dirigente principal del movimiento de mujeres socialistas, pero su campo de interés y de acción era mucho más vasto. Nunca más nadie intentará mandarla “a lavar los platos”, ni siquiera repitiendo el procedimiento “feminista” que había intentado usar Bebel.

Desde que el destino de Rosa y de la clase obrera alemana se entrelazan por primera vez, ya no se separarán más. Teórica, científica, rigurosa, Rosa es, a la vez, enormemente popular. Su compromiso inicial con el proletariado y la revolución, a diferencia de varios de los cráneos de la socialdemocracia europea que dejaron atrás, en su juventud, la voluntad revolucionaria; jamás quedará encerrado en el gabinete de trabajo, nunca será guardado en un cajón del escritorio, para sacarlo solamente a la hora de los discursos en los congresos partidarios. Estará siempre al pie del cañón, a la hora de la lucha, como lo probará, mucho antes de los hechos decisivos de 1918- 19, su participación directa en la revolución rusa de 1905. Allí, en la Polonia zarista, conocerá la cárcel por primera vez.
Pero el asesinato de Rosa privó no sólo a la clase obrera alemana, sino al proletariado mundial, de una jefa política y de una teórica de la envergadura de Marx, de Lenin, de Trotsky
Crítica implacable de la burocratización y el reformismo partidario y sindical, será la primera en proclamar la quiebra de los teóricos centristas, de Bebel (quien fallece en 1913) y Kautsky, en los que todavía Lenin, por ejemplo, depositaba esperanzas en los albores de la Primera Guerra. La traición, que para Lenin llegó con los diarios que le anunciaban el voto socialdemócrata unánime del presupuesto de guerra, el 4 de agosto de 1914, no fue en cambio una novedad para Rosa. Desde su regreso de Rusia, las relaciones con la dirección socialdemócrata se deterioraron hasta un punto sin retorno.
Sin embargo, Rosa no intervino políticamente para capitalizar estas diferencias. Es cierto que el aparato la aisló todo lo que pudo y que, cuando la guerra y “la traición de los jefes”, le devolvieron, junto a Karl Liebcknecht, el único diputado socialdemócrata que votó contra el presupuesto de guerra en diciembre, un protagonismo inexcusable, la cárcel, de la que entró y salió permanentemente, como Liebcknecht, fue un obstáculo para el desarrollo de la Spartakusbund, la Liga Espartaco, núcleo del futuro Partido Comunista.

En esas condiciones, y apenas salida de la cárcel, liberada por las masas revolucionarias en noviembre del ’18, debió afrontar, junto al reducido núcleo de militantes de la Liga, y de otros grupos de la izquierda socialdemócrata, las tareas de la revolución. La proclamación de la República de los Consejos abrió un panorama inédito al que esas organizaciones, sin embargo, no se hallaban en condiciones de dar respuesta.
La socialdemocracia oficial, en cuyas manos había caído el poder se convertiría en la organizadora de la contrarrevolución: Friedrich Ebert, el jefe socialdemócrata y Presidente de la República de los Consejos, había dicho en vísperas del levantamiento de noviembre: “Si el Kaíser no abdica, la revolución es inevitable. Pero yo no la quiero, la odio como al pecado”. La traición de los jefes fue la causa básica de la derrota de la revolución de 1918- 19.
Los freikorps, soldadesca paraestatal que anticipan a las SA nazis, sembraban el terror en los barrios obreros. La insurrección estaba derrotada. Varios días antes, Noske había dado personalmente órdenes de cercar a Rosa y a Liebcknecht. A pesar de los ruegos de los dirigentes del PCA, ambos se negaron a abandonar Berlín.
Pero el asesinato de Rosa y Liebcknecht fue la medida con que la burguesía, a través de la represión terrorista desatada por el gobierno socialdemócrata, impidió que la clase obrera alemana pudiera sacar consecuencias de la acción de enero. Esas muertes descabezaron al partido y, en el caso de Rosa, privaron no sólo a la clase obrera alemana, sino al proletariado mundial, de una jefa política y de una teórica de la envergadura de Marx, de Lenin, de Trotsky. El Partido Comunista de Alemania, fundado el último día de diciembre de 1918, en medio de febriles sucesos revolucionarios, perdería a sus dos principales jefes en las semanas inmediatas.
En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky plantea la situación hipotética que se hubiera creado si Lenin, durante el terror que se desató luego de las jornadas de julio, hubiese sido asesinado. La revolución hubiese sido derrotada o, directamente, no se hubiese producido. La revolución alemana, cuyo ciclo más radical se extendió por lo menos hasta 1923 y que, a más largo plazo, mantuvo su vigencia hasta el ascenso definitivo del nazismo en 1933, se vio privada de la autoridad teórica y política de su líder más importante. Además, en marzo caería asesinado Leo: eso sería como si, siguiendo el razonamiento hipotético de Trotsky, después de las jornadas de julio, además de a Lenin, la reacción hubiese también asesinado a Sverdlov.

Está claro, es indudable, que el levantamiento de enero del ’19, al que Rosa y Leo Jogiches, al igual que la mayoría de la Zentrale del Partido Comunista, se habían opuesto, no podía triunfar. A lo sumo, los trabajadores podrían haberse apoderado de Berlín, para ser barridos en pocos días, como señalaba, en su carta a la Zentrale, Karl Rádek, el enviado bolchevique. La supervivencia de Rosa hubiese permitido balancear el error, y sacudir al naciente partido del ultraizquierdismo que había predominado en el congreso de fundación, y que había marcado con su impronta a la intervención en el levantamiento del 5 de enero.
El 12, luego de movilizaciones armadas gigantescas, y de crueles luchas en las calles, las tropas de Gustav Noske, el ministro de Defensa del gobierno socialdemócrata, se apoderaban finalmente del cuartel de policía de Berlín, el último edificio ocupado por los revolucionarios. Los freikorps, soldadesca paraestatal que anticipan a las SA nazis, sembraban el terror en los barrios obreros. La insurrección estaba derrotada. Varios días antes, Noske había dado personalmente órdenes de cercar a Rosa y a Liebcknecht. A pesar de los ruegos de los dirigentes del PCA, ambos se negaron a abandonar Berlín.
A medida que el cerco se estrechaba, fueron cambiando de casa, hasta refugiarse ambos en la casa de una familia obrera espartaquista, en el espartaquista barrio de Neukollin, diezmado por la represión. El 15 de enero, fueron arrestados en aquel refugio, su último refugio, donde tal vez habían trazado las líneas políticas de un futuro post- cárcel, discutieron los errores y sacaron sus primeras conclusiones. O tal vez sólo descansaron. O tal vez previeron los pasos inevitables de la muerte.
Nada, ni los lumpenes culatazos de los soldados que destrozaron a Liebckneht, ni el tiro en la cabeza indefensa de Rosa por parte del teniente Kürt Vogel, ni las aguas sucias del Landwehrkanal a las que tiraron sus cadáveres, podrán borrar jamás las huellas de su paso por el futuro. Del que ellos venían, y desde el cual nos siguen llamando infinitamente a la lucha.