Las musas bailan en las calvas
Les presento a continuación una selección de poemas, escritos por un trío de aedas, cuyas características físicas más salientes, era la de ser verdaderos “cocolisos”.
Las manifestaciones poéticas más antiguas de Occidente, pertenecen a la cultura helénica. Su referencia responde a Orfeo, hijo de Apolo con la musa Calíope, y según Píndaro enfundaba una lira y al evocar a su madre, calmaba hasta las fieras.
También, numerosos frescos de época -esculpidos en su mayoría en bajos relieves sobre jarros y utensilios- lo retratan calvo, contrastivo a la clásica belleza, de armoniosas forma y complexión perfecta.
Con esto no quiero significar que en cada pelado subyace un poeta, siquiera un gimnasta del verso (estoy pensando en Federico Sturzenegger, por ejemplo), ni mucho menos aseverar que con la alopecia se vislumbra la siempre esquiva epifanía; pero sí, que, en nuestra Argentina, hubo casos que fueron para sacarse el sombrero (es una forma de decir, claro)
Ezequiel Martínez Estrada
Intimista como pocos, el pelado de San José de la Esquina, le dio una vuelta más al Modernismo que ya aburría en la década del treinta. Quiso reprimir su lira escribiendo ensayos en formas de ladrillos, pero supuraba poesía, como esta:
Tejes
Tejes. Callamos. Yo leo,
que es mi modo de tejer.
La casa empieza a tener
frialdad de mausoleo.
—Hace frío.
—Sí; hace frío.
—Pon otro poco de leña.
En el cuadro un árbol sueña
y frente a él corre un río.
—Rafael no viene más.
—Ya no viene más Irene.
—¿Y Dora?
—¿Y Pedro?
—¿Y Tomás?
—Ya ninguno de ellos viene.
Además, ¡cuántos se han ido
por éste o aquel sendero!
Otros nacieron, pero
también los hemos perdido.
Transcurren unos minutos
en una quietud tan pura
que el tejido y la lectura
son perfectos y absolutos.
—¿Oyes? Salen de la escuela
los chicos.
—Pues, ¿qué hora es?
Hablan y cantan. Después
sólo queda una estela.
—¿Han llamado?
—Sí, han llamado.
Nadie ha llamado a la puerta.
Está la calle desierta
como un camino olvidado.
El reloj marca una hora
cualquiera en la eternidad.
Esta sí es la soledad.
Nunca la sentí hasta ahora.
—Es tarde.
—Es tarde.
Cerramos
la llave de luz. Salimos.
—Hasta luego.
Y nos dormimos.
Y después despertamos.
Joaquín Giannuzzi
Un pelado porteñazo, catalizador, de la mejor tradición poética de los sesenta y setenta. Dijo Jorge Fondebrider de sus formas: “No se limita a un mero amontonamiento de imágenes que ofrezcan una vaporosa sensación de belleza, no se apoya en golpes de efectos, ni busca el asombro de un remate ingenioso. Por el contrario, apela a la extrema claridad, a una lucidez descarnada que nada tiene que ver con los silogismos, aforismos y otros devaneos retóricos alrededor de los temas graves y prestigiosos”
Por Alguna Razón
Compré café, cigarrillos, fósforos.
Fumé, bebí
y fiel a mi retórica particular
puse los pies sobre la mesa.
Cincuenta años y una certeza de condenado.
Como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido;
Bostezando al caer la noche murmuré mis decepciones,
escupí sobre mi sombra antes de ir a la cama.
Esta fue toda la respuesta que pude ofrecer a un mundo
que reclamaba de mí un estilo que posiblemente no me
correspondía.
O puede ser que se trate de otra cosa. Quizás
hubo un proyecto distinto para mí
en alguna probable lotería
y mi número no salió.
Quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.
Quizás la marea histórica lo resuelva por uno y por todos.
Me queda esto.
Una porción de vida que me cansó de antemano,
Un poema paralizado en mitad de camino
hacia una conclusión desconocida;
un resto de café en la taza
que por alguna razón
nunca me atreví a apurar hasta el fondo.
Aldo Oliva
Queda el rosarino. Para los que lo conocimos, aunque más no sea quince minutos, fue crack. No era para menos: de pibe pobre, de los barrios humildes de zona sur, a profesor de literatura y con un amor profundo a su clase de origen. De erudición infinita y calle, en paralelo, leemos:
Rasgo fugaz
Lo que está debajo de la línea
urdida en la invención geológica,
violentamente quebrada en
inmensas aguas y dislocadas masas
de tierra es una magnitud
que se eleva como un cielo
de terrorífico misterio:
real como un sueño,
futura como la infinitud,
como la generación del
más remoto, insondable principio.
Pero un tablón de andamio,
cayendo con su obrero
o, tal vez, una azalea,
pisoteada por la torpeza (o la furia)
de un buen hombre,
abre la sospecha de que la
conjetura de un límite se ha derrumbado,
de que la línea se ha borrado,
de que son sólo espanto y exaltación,
de que la muerte y el saber son,
apenas, un ensayo de vida.
Una linda selección, rara pero efectiva; palmaria de lo que expresaba otro colega capilar, llamado Eduardo Galeano: “Si el pelo fuera lo importante, crecería de afuera hacia dentro de la cabeza”.