Jóvenes 2.0: La vida virtual y sus influencias en la constitución subjetiva
Hasta 2019 todavía se escuchaba que la virtualidad era un ámbito habitado mayormente por niñxs y jóvenes, y, si bien esto era algo a ser revisado, lo cierto es que la pandemia y la cuarentena asociada a ella, forzaron a todo el mundo a involucrarse en la vida virtual, a pensarse a sí mismxs habitando este lugar y a reflexionar sobre algunas categorías.
El hecho de ser adultxs nos permite manejarnos con relativa seguridad y libertad en la vida… podemos ir a trabajar, encontrarnos con alguien, hacer compras… no pensamos mucho en ello. Pero esto que hacemos de manera automática y sin pensar demasiado, cotidianamente en la realidad, nos sirve de contraste para sopesar lo que nos pasa en la vida virtual. Allí no sé si estamos tan cómodxs trabajando, conociendo gente o comprando… al menos hasta hace poco.
Para explicar esta incomodidad, este recelo, es que Marc Prensky (2001)[1] introduce la categoría inmigrantes digitales, para las personas nacidas en el siglo pasado a quienes las (no tan) nuevas tecnologías nos resultan de difícil acercamiento y aprendizaje. Nos diferencia de lxs nativos digitales, hijxsdel nuevo milenio, que no tienen aprensión a la tecnología. Son categorías conceptuales que se han divulgado mucho pero que aportaron más inconvenientes que esclarecimiento a la hora de abordar y entender esta compleja realidad, porque nos brinda a lxs adultos la coartada perfecta para desentendernos del problema.
La idea de “nativx” supone que lxs jóvenes vienen con la tecnología incorporada (como si se tratara de algo genético) y no hay que enseñarles nada sino que incluso ellxs nos enseñan a nosotrxs. Y esto es un problema, porque sabemos que el ser humano en vías de constitución necesita de otro ser humano plenamente constituido que le mediatice, modere, traduzca, filtre ese mundo al que va a ir incorporándose gradualmente y en la medida de sus crecientes posibilidades. Respecto de la tecnología digital y la vida virtual pasa lo mismo, no es verdad que lxs chicxs y jóvenes tienen un mayor conocimiento de la tecnología por haber nacido en ella. Manejan sí, como pueden, los recursos que tienen al alcance de la mano, pero con un desconocimiento absoluto, falta de información y ausencia de cuidado y protección de lxs adultxs responsables… están expuestxs a estímulos muchas veces inadecuados, la mayor cantidad de las veces solxs, porque quienes tenemos la función de cuidado parecemos haber renunciado a ella, excusándonos en el desconocimiento.
Así que más que nativos digitales habría que hablar de huérfanos digitales…
Hay algo en lo que sí los niñxs y jóvenes se diferencian radicalmente de nosotrxs lxs adultos y es que una parte de su la constitución subjetiva se instala sobre medios virtuales. La tecnología en la actualidad es una influencia sustancial e ineludible para todxs, pero en especial para quienes están creciendo y teniendo que apropiarse de la realidad.
Hace casi un siglo Freud escribía “El yo y el ello” (1923). Allí nos presentaba su segunda teoría de la mente, su segunda tópica… su segundo artificio conceptual con el cual quería transmitir el escenario en el cual de desplegaban los conflictos mentales. Él describe tres instancias psíquicas (Yo, Ello, Superyo) y la realidad como cuarta entidad con la que el psiquismo interactúa. Bien, en el siglo XXI, a lo descripto por Freud, hay que sumarle otra realidad (virtual) tan importante o más que la primera, que también influye, conforma, transforma y modela… cuerpo y mente. “Mejor pues que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época”, decía Jacques Lacan en su “Discurso de Roma”, en 1953. ¿Hay que conceptualizar desde el psicoanálisis un “sujeto de la época” forjado a luz led? No lo sé, pero sí sé que no podemos abordar el tema desde una retaguardia teórica que nos ubique más cerca de los prejuicios y de los comentarios morales que de una escucha atenta y acorde a lo que sucede en sesión y fuera de ella.
Habitar, navegar e investigar la virtualidad nos muestra que, si bien numerosas situaciones y conflictos parecen ser un reflejo de lo que pasa afuera, esa realidad alternativa y artificial es un mundo diferente con reglas, poderes, inteligencias, políticas y modos de funcionamiento, los cuales merecen ser pensados e incorporados si vamos a tomarlo en cuenta y participar en él.
Existe toda una serie de prácticas vinculadas a la llamada “tecnosociabilidad” o “alteridad tecnosocial” que gravitan en los actuales procesos de subjetivación. La vida virtual cumple múltiples funciones: es fuente de información, canal de comunicación y de vínculos sociales, medio de contención, vehículo de distracción, es celestina y guardiana de los recuerdos.
Es indispensable que consideremos que gran parte los modelos identificatorios de lxs jóvenes están sustentados por esta vía y un buen número sus vínculos son “virtuales”. Ellxs buscan con anhelo habitar la virtualidad, en gran parte también porque saben que es un territorio que nos es, o era, ajeno. Adolescentes de todos los tiempos se han cuidado de la mirada enjuiciadora de lxs adultxs, de ahí sus códigos, modas, estética, música, vestimenta, léxico y tantos otros rodeos con los que se ocultan a simple vista. En estos días usan también las TIC con tales fines, pero la pandemia subvirtió los términos de este contrato: lxs adultxs nos volcamos masivamente a la vida virtual. ¿Recuerdan qué pasó al principio de la cuarentena? Lxs chicxs y jóvenes habían invertido sus horarios y nadie sabía por qué. Cuando las redes sociales y las aplicaciones digitales se llenaron de adultxs, al no poderse cambiar de lugar, se cambiaron de tiempo mudándose a la noche, comportándose un poco como el murciélago al que acusaron de iniciarlo todo.
Además de la tecnosociabilidad o los vínculos virtuales con seres humanos, existe otra variable a tomar en cuenta, que es una influencia mucho más oscura de la que debemos ser conscientes porque interviene en todas y cada una de las interacciones virtuales y por lo tanto, también en la constitución subjetiva. Ese “cuco tecnológico” es lo que llaman “El Algoritmo”.
El escándalo mundial y las acciones judiciales asociados a “Cambridge Analytica” permitieron que tomara estado público la existencia y el funcionamiento de empresas que se dedican al estudio, predicción y manipulación del comportamiento de masas. ¿Cómo hacen esto? Fácil, nosotrxs, con cada uno de nuestros click, de nuestras interacciones emocionales (los “me gusta”, los “me enoja”), las geolocalizaciones, la búsquedas en internet, el tiempo que les dedicamos y el comportamiento que nos genera cada contenido que vemos en línea (si lo miramos hasta el final, si lo cortamos a la mitad, si lo reenviamos) generamos un rastro digital, como la huella de los dedos pero en internet. Ese rastro digital se asocia a un perfil generando una psicografía. Estas empresas tienen millones de perfiles digitales de personas como nosotrxs ¿Cómo llegan de tener perfiles de personalidad a modificar el comportamiento? Porque también identifican “detonadores” es decir estímulos que gatillan cambios de opinión que se expresan en la manera de actuar. Los sujetos en los que surgen estos efectos son los llamados “persuadibles” o “manipulables” y se agrupan en conjuntos identificados. Los paquetes con estos datos se venden al mejor postor. Estamos habitando la virtualidad, debemos tener conocimiento y ser conscientes de estas influencias.
Estamos en una especie de “Truman Show” donde hay empresas que deciden qué estímulos nos presentan y cuáles nos son negados. Mientras tomamos noción y dimensión de ello, es necesario tener en cuenta el impacto que esta influencia virtual puede tener en un sujeto niñx o adolescente que está en vías de constitución. La vida virtual está lejos de ser azarosa y muy cerca de ser condicionada… “el algoritmo” le llaman. El algoritmo está, junto con nosotrxs, criando a lxs chicxs y jóvenes.
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María Eugenia Rubio es psicóloga.
Lic. María Eugenia Rubio.
[1]Prensky, M.: “Nativos e inmigrantes digitales”. https://marcprensky.com/writing/