viernes, diciembre 13, 2024
Cultura

Los cincuenta años de Cortázar

Un reportaje realizado por Tomás Eloy Martínez para Primera Plana

Hacia 1964, Julio Cortázar recibía en su casa del Barrio 15 de París a Tomás Eloy Martínez. El periodista fue enviado por el semanario más leído del momento, Primera Plana. En el relato se desprende un perfil preciso del escritor, en plena ola de su prestigio, pero también la incomodidad de un hombre sensible en pleno siglo XX. Una lección notable de lo que hoy se reconoce como el Nuevo Periodismo Latinoamericano.

Primera Plana marcó los sesenta y setenta en la Argentina del siglo XX, no solo como propuesta periodística. Su cuerpo de cronistas, el nivel de las producciones y el talento en la diagramación,  instalaron al semanario como un parte aguas para entender esta actividad en la modernidad, posterior a  “La revolución de las costumbres”.

En su número 103 del 27 de octubre de 1964, presenta en el sumario -escrito por su director/editor Victorio Dalle Nogare- la nota principal o “nota de tapa” a modo de pirulo:

“En abril, cuando se publicaron los cuentos de Final del juego, Primera Plana decidió insertar en su portada el aniñado rostro de Julio Cortázar, un narrador cuya fama es largamente superior en Europa que en su propio país, la Argentina. Por aquel entonces, acababa de disputar a la francesa Nathalie Sarraute el Premio Internacional de los Editores, en Salzburgo —el mismo que en 1962 compartió Jorge Luis Borges con el irlandés Samuel Beckett—, y de perderlo sólo por los votos italianos. Era casi pleno verano y Cortázar ya se había marchado de su casa, en París, donde vive hace una década, rumbo al lago de Como. Se le envió un cable para concertar la entrevista, y él contestó con una carta extensa y cortés, resistiéndose a concederla, porque (como después se supo) detesta todo pretexto para hablar de sí mismo.

“Alguien recordó que durante su último viaje a Buenos Aires, en 1962, se había disculpado casi en los mismos términos ante el matutino La Nación, resignándose a contestar por escrito una lista de preguntas sobre temas no personales. La negativa de Cortázar no arredró a Primera Plana: se cambiaron otra carta y otro cable, hasta que el 23 de julio llegó la respuesta: “Estaré en París del 9 al 11 de setiembre.”

Durante esos tres días, el secretario de redacción Tomás Eloy Martínez —que conversó con el escritor en París, a comienzos de 1964— convivió con Cortázar y su mujer, Aurora Bernárdez, caminó con ellos, tuvo tiempo de recorrer su biografía y sus actos cotidianos. Después, cuando escribió la nota, la envió a Viena, donde Cortázar trabajaba para la UNESCO, para que él corrigiera los datos y las fechas que no había podido precisar en el diálogo. Ésta es la primera vez que en la Argentina se publica un informe tan exhaustivo sobre Cortázar. Es, también, la primera que esta revista dedica tantas páginas (36 a 40) a un artista: la decisión no responde a una mera necesidad de difundir los rasgos íntimos de su talento, sino, además, a la certidumbre de que es el más importante escritor argentino de los últimos tiempos.”

El texto de la entrevista abre con un sugerente enunciado impreso también en la portada: “Julio Cortázar. El escritor y sus armas secretas”, y es desde allí, contrario a cualquier regla periodística de la época que indicaba la vigencia del título informativo, donde la pluma de Eloy Martínez comienza a tallar.

Precisamente para seguir los pasos del maestro en la entrevista, y descubrir no solo como irrumpe el personaje noticiable —Cortázar—, sino asimismo el cambio radical del  género periodístico referido, estructurado históricamente en preguntas y respuestas, la dividiremos en diferentes núcleos temáticos.

Tomás Eloy Martínez, Aurora Bernárdez y Julio Cortázar. Foto: Primera Plana.

El hombre

Con la descripción física hecha desde la imagen de tapa, el cronista comienza a desandar el camino:

“Miren bien la fotografía: ha sido tomada hace una semana. Este adolescente de cara lampiña tiene 48 años. Inevitablemente, uno piensa en Dorian Gray. Lo que escribió Alexandre Kalda en el semanario francés Arts, durante el verano de 1962, podría repetirse tal cual ahora: porque Julio Cortázar sigue pareciendo la misma criatura tímida, no demasiado hábil para dominar su cuerpo prematuramente estirado, de dos metros o casi, ni para apaciguar la pasión que se le escapa por la voz mientras habla, tropezando con sus erres arrastradas y guturales. El 26 de agosto pasado entró silenciosamente en los 50 años, alarmando a los vecinos con sus soplidos en una trompeta de jazz.”

La casa de Cortázar

“Hasta la casa se le parece: por fuera es como Cortázar, un gigantesco menhir con inscripciones difíciles de leer; mira hacia la Place du Géneral Beuret, pero desentonando: no hay un solo resquicio de ese óvalo verde que se parezca al zaguán estrecho y oscuro atravesado por Aurora y Julio unas cuatro veces cada día, y donde uno esperaría oír invocaciones de alquimistas en vez de vocerío incesante de los verduleros y las comadres. Queda entre un café y una farmacia, y eso, después de las diez de la noche, lo que la vuelve silenciosa.

Su puerta está al fondo de ese patio: detrás de ella hay una escalera rojiza y hundida, por la que se llega hasta el dormitorio y el estudio; más arriba, un viejo granero ha sido transformado en biblioteca, pero sus paredes siguen siendo las de antes, encaladas y rugosas. Es la morada de la Pureza, dijo el fotógrafo Claude Anger cuando entró en ella por primera vez, y se demoró mirando la sobrecama blanca, tejida al crochet. O después, cuando descubrió que todo estaba en su sitio exacto, pulcramente, hasta la enorme viga pintada de negro que parte en dos la biblioteca.”

El país

“Cortázar se siente otro cuando vuelve a Buenos Aires: no ha emprendido más de cuatro peregrinaciones en estos últimos 12 años, y en todas ellas se ha sentido —no está muy seguro de la versión más justa— como un fantasma entre los vivos, lo que es horrible, o como un vivo entre los fantasmas, lo que es todavía peor.

Ni siquiera sabe muy bien por qué: desde que llegó a París, empezó a seguir un camino que lo alejaba forzosamente del de sus amigos argentinos; todo regreso tuvo para él esa calidad de pesadilla en la que nos sentimos atraídos y rechazados al mismo tiempo, en la que quisiéramos alcanzar un rostro o un recuerdo y se nos resuelve en otra cosa, en una inevitable diferencia, en una distancia como de humo. ¿De qué hablar? ¿Qué decir? ¿Para qué?, se pregunta, y enmudece.”

París y Buenas Aires

“No es en Buenos Aires donde nació: a su propia madre le ha oído contar que fue en Bruselas, Bélgica, un 26 de agosto a las tres de la tarde.

Tuvo que esperar cuatro años para su primera entrada en la patria: de aquellos días le han quedado unas erres guturales de las que jamás pudo desprenderse, una misteriosa vocación por la cultura francesa.

Ha recorrido París hasta gastarla, parándose por las tardes junto al Sena, para saber con certidumbre de que color son sus aguas viscosas, o sentándose en las barandas del puente Alexandre III, entre los barrocos caballos con alas de bronce que se yerguen junto a las riberas, para mirar el abatimiento o la felicidad de los paseantes que rondan el Petit Palais.

Todavía se acuerda de la última vez que advirtió su inexistencia en Buenos Aires.

Prefiero caminar solo por los barrios de Buenos Aires donde nadie me conoce, detenerme en los barcitos para tomar un café, y oír hablar a la gente, recomponer mi idioma, respirarlo de nuevo.

Vivir en Francia en la actitud de proscripto nostálgico, cuando no ha habido ninguna proscripción y cuando las nostalgias son exclusivamente personales, equivaldría a haber echado en saco roto el consejo inmortal de Cesar Bruto: Si a París vas en octubre/ No dejes de ver el Louvre.

Hace tres semanas, sentado a una mesa del café de Flore, en París, el crítico Jean-Louis Bory describió a Buenos Aires con la precisión de quien está mirando una fotografía: recompuso los vericuetos españoles de la Avenida de Mayo, los garajes de la calle Chacabuco, las casitas soñolientas de Floresta. No conocía esos parajes sino a través de los cuentos de Julio Cortázar, y de algún modo confundía la imagen del escritor con la imagen de la Argentina, como si fuesen un solo personaje mitológico. Sin quererlo, aquel comentario de Bory desmentía una vieja impugnación a Cortázar: la que enrostra su condición de fugitivo, su desapego de la realidad porteña.”

Portada de “Primera Plana”

La publicidad

“Cortázar vive resistiéndose a la idea de tener amigos influyentes. Se niega tenazmente a los reportajes, no conoce a sus críticos ni a sus editores parisienses, conversa sólo con sus amigos y ha roto la vieja costumbre de ir a los cócteles donde se lanzan los nuevos libros.

Los argentinos, acostumbrados a que la fama literaria sea una pura consecuencia de las buenas amistades, no entienden qué ha hecho Cortázar para carecer de enemigos, cómo consiguió que el semanario L’Express, de París, lo llame maître conteur y pueble cinco columnas con alabanzas sobre su obra.”

Un sueño

“Irse a una casita que ha comprado en Provenza, trabajar de cuatro a seis meses en la UNESCO, ganando lo justo y poder escribir ficciones en el tiempo que le resta. O no escribir, sino sentirse simplemente dueño de sí y de la vida que ha elegido.”

Fina, realmente notable la semblanza sobre uno de los más grandes escritores argentinos. Hecha en la plenitud de su vida, y por un gran periodista. En el acto, Tomás Eloy Martínez expone un arsenal de recursos creativos y estilísticos, propios de lo que hoy solemos denominar, periodismo de creación o cultural. Un rubro que lo contó en el país como su más fiel exponente.

Portada: Julio Cortazar y Tomás Eloy Martínez, en Paris. Foto: Primera Plana