Trabajadora sexual, poeta, madre y activista: Nina León
Por Guillermo Jiménez Carazo y Marcos Federman Schultz/El Furgón
Nina León (Formosa, 1986) –oficialmente, Natalia Soledad Canteros–, reside en el tanguero barrio de Boedo, en la ciudad de Buenos Aires. En su departamento porteño nos recibe, pone la tetera al fuego, ceba mate y pregunta: “¿Crees que para las dos terminamos? Es que tengo que atender a un cliente a las tres”. Nina es madre de Cuba (Buenos Aires, 2015) y desde junio de 2017 es trabajadora sexual. Nina estudió periodismo y redactó para varios medios argentinos. Tras doce años en los cuales fue periodista deportiva, administrativa, teleoperadora y esteticien, se cansó de estar “precarizada en trabajos horribles y en ambientes machistas”. En 2017, se realizó en Buenos Aires el primer Congreso Nacional de Trabajadoras Sexuales, organizado por AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina). Nina asistió pues quería colaborar como comunicadora en la organización. Un mes después empezó a compaginar su empleo de administrativa con el de trabajadora sexual. Tras cuatro semanas dejó su anterior trabajo para dedicarse íntegramente a la maternidad, a la escritura y a la prostitución.
“Dije basta. No tengo más ganas de tener deudas, de no poder pagar un carajo y de estar mal económicamente. Voy a hacer algo y quiero seguir compartiendo tiempo con mi hija. Quiero tener la posibilidad que mi madre no pudo tener conmigo. No quiero pagar a una niñera que conozca más a mi hija que yo”.
La entrevista a Nina León fue realizada meses antes del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio que dictaminaron las autoridades argentinas.
– ¿Cómo estás, Nina?
– Ayer trabajé mucho. Atendí a cuatro clientes. Para mí eso es un montón. Trato de hacer uno o dos al día. Es mucha demanda cuatro personas, son cuatro historias diferentes. Lo que me cansa no es follar cuatro veces. Lo que me cansa es hablar mucho de un montón de temas y tener que estar súper atenta a lo que me traen, y a la vez tratar de no tener ganas de escribir todo el tiempo. Mi trabajo también requiere mucho esfuerzo mental. Hoy estoy agotada.
– ¿Tienes alguna técnica para escribir?
– Escribo de oído. Doy al enter cuando me parece. No tengo mucha formación, es algo más sonoro. La poeta, Paula Jiménez España me ha ayudado con la edición de mi primer libro, Puta poeta (2019). Paula me dio muchas herramientas, algunas teóricas, que tenían que ver con la poesía y que yo no las había contemplado porque nunca me dediqué a la poesía. Ni siquiera leí poesía. No era un género que me atrapara.
– ¿Cómo escribiste tu primer poema?
– Tenía el autoestima muy bajo. Ni siquiera tenía espejos en casa, no quería verme. Empecé a escribir en el sofá, me puse como única consigna detallar todo lo que mi cuerpo sentía por más vergüenza que tuviese. Cada vez todo tenía más carga erótica hasta que en un momento empecé a masturbarme con una mano y con la otra a escribir. Fue una sensación zarpada para mí porque era la primera vez que, de una manera tan consciente, me vinculaba con la sexualidad desde la escritura; me excitó mucho esa situación. En la última parte de ese poema decidí bautizarme como Nina León. Cerré el cuaderno y me fui a dormir sin entender nada de lo que acababa de pasar, pero algo había ocurrido. A los dos o tres meses elegí ese nombre clandestino para trabajar de puta.
– ¿Qué es lo que más alimenta tu escritura?
– El hecho de poder llegar a la vulnerabilidad de las personas por mi forma de vincularme con ellas. Eso alimenta mucho mi escritura, mi fantasía, mi arte, mi decisión política de qué es lo que quiero mostrar al mundo y de qué es lo que no. Hay algo ahí de la vulnerabilidad del ser humano que a mí me parece súper necesario trabajar, hablar y comunicar. Pero porque siento que éste es un mundo muy hostil y que todo el tiempo está encubriendo los sentimientos, me parece que ya fue, que es una época en la que hay que mostrar los sentimientos y darnos cuenta que en realidad no soy yo la única insegura. Todas y todos lo somos.
– ¿Y qué hay sobre la vulnerabilidad de tu sector?
– Me siento vulnerable. He pasado por situaciones en las que entraba a un hotel y me largaba a llorar por situaciones que estaba pasando en otros planos de mi vida. En mi época de ataques de ansiedad y de pánico, quienes estuvieron bancándome ni siquiera fueron mi familia, que, en un principio, no aceptaron mi trabajo, sino mis propios clientes que a las dos de la mañana, si yo les llamaba y les decía que estaba con un ataque de pánico, venían de donde estuvieran para ayudarme. Y no era venir a follar, era venir a bancarme y a dormir en el sillón. Eso para mí es impagable. Yo no puedo estigmatizar al que contrata servicios sexuales cuando él es el que me está enseñando a vincularme desde un amor mucho más sano.
– ¿Cómo fueron los comienzos?
– Empecé muy informada. Al principio me acerqué a las trabajadoras sexuales. Primero de manera virtual y luego, mientras trabajaba como administrativa, asistí al primer Congreso Nacional de Trabajadoras Sexuales de Argentina. Éste fue organizado por AMMAR. Allí conocí a muchas compañeras de todas las provincias, edades y modalidades. Todas con un montón de historias muy violentas, pero no por sus clientes sino por la sociedad. La respuesta de ellas era: Nos organizamos porque el amor es lo que va a hacernos avanzar. No podemos actuar por odio por lo que nos están haciendo porque no vamos a llegar a nada. Yo recién llegaba y para mí era una contradicción porque el primer feminismo que a mí me llegó fue más el abolicionista.
– ¿Fuiste abolicionista?
– Nunca lo fui. Sólo compartí, desinformada, algunos posteos de referentes abolicionistas sin tener los conocimientos que tengo ahora. En 2016 me lo replanteé tras haber leido la Teoria King Kong. Me pareció una locura el libro y me sentí una estúpida porque cómo iba a decir ‘mi cuerpo mi decisión’ como feminista, si así estaba idiotizando a muchas mujeres, travestis, lesbianas, y trans que deciden porque su cuerpo es, obviamente, su decisión. Desde qué pedestal me estaba sintiendo para imponerle a alguien que no, que eso que estaban diciendo no era así. Desde ahí me interpelé mucho y un día un tipo abolicionista me preguntó: ‘Si el día de mañana tu hija te dice que quiere ejercer el trabajo sexual ¿qué harías?’. Entonces a mí me hizo el clic contrario. O el que deseaba yo, porque le dije que no querría jamás rechazar a mi hija ni discriminarla por cualquier profesión que ella eligiese mientras ella no se hiciera daño y tratase de trabajar con las mayores herramientas posibles. Si mi hija elige ser lo quiere, ¿por qué la tengo que discriminar por ser puta? Ahí me hizo el clic. Yo no soy abolicionista, no tengo ganas de decirle a nadie lo que tiene que hacer o lo que no. No me quiero meter a tutelar el cuerpo de nadie.
– A parte de Virginie Despentes, ¿cuáles son tus referentes?
– Mis referentes son mis compañeras. Si tengo que decir quién me enseñó más son ellas, todas mis compañeras travas que trabajan en la calle en plena zona roja. Ellas son mis referentes. La teoría ya me aburrió bastante. Además, siento que siempre la calle me enseñó mucho más que la teoría. Todo bien con la teoría, pero hay una sensibilidad que le falta y que te la muestra la calle de una manera muy frontal. Más cuando te vinculás con putas. Mis referentes son mis compañeras, sin lugar a dudas.
– ¿Y algún otro libro que te haya marcado?
– Tras las huellas de Ruth Mery Kelly de Deborah Daich, es muy interesante. Ruth fue una de las primeras putas de puerto de la Argentina. Ella intentaba sindicalizar a sus compañeras, pero era una época difícil. Cuenta muchas situaciones violentas que se siguen dando hoy. Para nosotras, toparnos con la historia de Ruth es toparnos con la cantidad de tiempo que el abolicionismo invisibilizó a putas sindicalistas que no habían podido organizarse en su momento porque no se les daba espacio. Eran los años 70, entonces costaba mucho más que ahora, pero recién ahora sale el libro. Ahí te das cuenta de que en realidad antes no faltaban las voces de las trabajadoras sexuales; faltaban los micrófonos para las trabajadoras sexuales. El feminismo acá tiene alrededor de 30, 35 años. AMMAR en marzo cumple 25 años, hace cinco empezó a estar como en el auge y en boca de todos. Los veinte años restantes se nos murieron un montón de compañeras. ¿Qué hacemos con todos esos cuerpos que lucharon muchísimo y que no fueron reconocidos o que fueron ninguneados o silenciados por el propio feminismo?
– ¿Sin putas no hay feminismo?
– Si el feminismo no es inclusivo no es feminismo. Y las putas somos parte.
– Como militante de AMMAR ¿qué exiges?
– Nosotras estamos buscando que los derechos laborales sean reconocidos porque tenemos muchas compañeras que están en edad jubilatoria y que siguen ejerciendo el trabajo sexual porque es el trabajo que realizaron toda su vida. No se pueden jubilar todavía porque el Estado no las reconoce, no tienen aportes, no tienen obra social, sus hijos o hijas tampoco accedieron nunca a ninguna ayuda, no tienen derechos laborales como otra trabajadora. Por otro lado, no tenemos ganas de seguir pagando monotributos con categorías falsas como tarotistas, peluqueras, masajistas… Cuando en realidad no lo somos. Si nosotras mismas decidimos invisibilizar nuestra categoría de trabajadora sexual qué nos queda del apoyo del afuera, si nosotras mismas estamos aceptando estar en otra categoría.
– ¿Cuál es la estrategia?
– No dejar de visibilizarnos, no dejar de callar. La visibilidad es una herramienta potente que además se torna irrefutable, provengas de la clase social que provengas. Por más que seas puta VIP, puta pobre o puta de la clase media que pudo acceder a formarse. Todas pasamos por la misma situación de no tener derechos laborales, de ser rechazadas por nuestras familias, de sentir muchas situaciones de discriminación y estigma. Lo esencial es tratar de organizarnos entre nosotras, unirnos más y entender que es un sólo movimiento que apunta a lo mismo: a poder vivir en paz. Vivir en una sociedad menos violenta. Más libre y justa. Y a que también las políticas públicas nos abarquen.
– ¿Cómo fue tu visibilización?
– Tengo compañeras que han tenido que vivir 10, 15, 20 años con una doble vida. Yo viví así seis meses nada más y casi me muero. Entré en ataque de ansiedad y de pánico. Tenía miedo porque sabía que cuando lo contase sería discriminada y me sacarían de los círculos que habitaba. Pero a la vez me iba cargando de valor y tenía compañeras que pasaron 20 años así y que a día de hoy están juntas y organizadas. No estoy sola. Fue una bienvenida como si me conocieran de toda la vida. Un amor descomunal. Me desorientaba tanto amor de gente que ni me conocía. Y esa es la respuesta de las putas, si vos te acercás a escucharlas te van a dar amor, información, te van a hacer ver que hay otras realidades.
– ¿Y en el entorno familiar?
– Por unos meses compaginé la administración con el trabajo sexual. Tomaba trabajos cuando no tenía a mi hija, que entonces tenía dos años. Mi mamá me apoyó y me apoya mucho. Ella fue la que más aceptó comunicarse conmigo, adentrarse en toda esta cuestión, informarse, no parar de preguntar todo el tiempo sus dudas. Viene acá, se fija y observa qué es lo que va pasando, cómo van las cosas y qué va sucediendo. Y eso a ella le alivia porque se va sacando un montón de prejuicios que tenía, no sólo con su propia sexualidad, sino con su vida y con cómo veía a las trabajadoras sexules.
– ¿Cómo es tu clientela?
– No son sólo varones cisgénero los que están accediendo a los servicios. También hay muchas mujeres y travestis que contratan. De hecho, pasa mucho con mujeres mayores de 40, 45 años a las que eternamente se les dijo que estaba mal ser lesbiana y que nunca en su vida se animaron siquiera a fantasear con estar con otra mujer. Y vienen y quieren saber qué se siente teniendo sexo entre mujeres.
– ¿Qué les debe tu libro a tus clientas y clientes?
– Puta poeta existe gracias al aguante de un montón de clientes y clientas que también fueron sostén y que siguen siéndolo. No olvido esas cosas, me parece que es necesaria hablarlas. A partir de que presenté el libro, me impresionó la cantidad de personas con diversidad funcional que me escribieron, la cantidad de hijos e hijas de puta que me escribieron diciéndome que ojalá su madre hubiese tenido compañeras organizadas para sentirse menos mierda en una sociedad que la hacía sentirse culpable por el trabajo que había elegido. Y por otro lado, la cantidad de putas del interior y de la capital que aún no estaban organizadas ni sindicalizadas.
– ¿Trabajas con personas con diversidad funcional?
– No me especializo en trabajar con diversidad funcional, pero sí he atendido a clientes de estas características. Me parece que es súper necesario contemplar también esos cuerpos porque hay un discurso que todo el tiempo intenta imponerse como que el que nos contrata es un chabon machista que nos tira dos monedas para violentarnos. Ese discurso, no sólo que es irreal, no sólo carga mucho más estigma sobre nuestra profesión, sino que además se deja de lado a toda esa cantidad cuerpos que de otro modo no accederían a recibir placer. Incluso las propias familias nos están contactando a nosotras para cerrar algún encuentro porque su hijo o hija empiezan a tener necesidades, y son necesidades biológicas. Y la mamá no quiere estar haciéndole la paja a su propio hijo, ¿y quién lo va a hacer? Ese discurso que dice que hay que tener relaciones sexuales sólo con amor deja de lado muchas realidades. Y esas cosas no se contemplan cuando, con el trabajo sexual se hace mucho trabajo social, y mucho trabajo terapeútico también. De hecho, a mí me pasa que la mayoría de mis clientes pueden estar hablando 45 minutos de una hora y luego capaz que diez minutos son para tener relaciones sexuales. A mí me gusta trabajar de ese modo, pero tengo compañeras que trabajan de una manera más mecánica y está bien porque también hay clientes y clientas que así lo quieren.
– Y hoy, tras tres años, ¿qué ha cambiado en ese plano?
– Un día mi hija estaba diciendo la palabra ‘puta’ y le pregunté que si sabía lo que significaba eso y ella me respondió: ‘Es el trabajo de mami’. Mi hija viene mamando un discurso porque nosotras cuando nos juntamos en las reuniones del sindicato muchas veces llevamos a las hijas y a los hijos y juegan, van escuchando cosas y absorben. No es un estigma la palabra puta y tengo que estar enseñándoselo desde chica. Para que ella mañana tenga herramientas para poder manejarse en una sociedad la que probablemente la apunte por tener a la mamá puta. A el hijo de Georgina Orellano, la Secretaria General de AMMAR, cuando le dicen hijo de puta dice: ‘Sí, mi mamá es puta. Y es la Secretaria General de todas las putas de Argentina’. También dice que quiere ser abogado de las putas cuando crezca.
– ¿Crees que la crisis fue determinante para que empezaras a ejercer como trabajadora sexual?
– No tengo idea si habría empezado o no sin la macrisis. No me lo replanteé, lo que sí me replanteé es por qué no fui antes trabajadora sexual. Pasé doce años precarizada en trabajos horribles. Y bueno, también digo que si lo hubiese hecho doce años antes no tenía la conciencia que tengo hoy. Entonces me parece que cada cosa también sucede en el momento que tiene que pasar. Hoy me cabe ser trabajadora sexual, mañana qué sé yo qué seré. Me gusta también la idea de no cerrarme y de no casarme con nada ni nadie y de poder aceptar que también me gusta mutar, que me gusta contradecirme todo el tiempo porque de esas contradicciones también me incomodo y de esas incomodidades voy creciendo. Aguante la mutación constante.
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Entrevista y fotografía: Guillermo Jiménez Carazo –info@guillermo-jimenez.com
Entrevista: Marcos Federman Schultz – marcosfedermans@gmail.com
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Portada: Nina León en su casa en el sur de Buenos Aires (Argentina) | © GUILLERMO JIMÉNEZ CARAZO