El deporte cuenta. Reflexiones en torno al confinamiento social deportivo
Por Marcelo Ducart*, desde Río Cuarto/El Furgón
Un reciente artículo de César R. Torres y Francisco Javier López Frías, cuyo título es: “¿Cuánto importa el deporte?”, publicado en el portal El Furgón del día 29 de marzo de 2020, despertó el deseo de sumarme como interlocutor de sus ideas. Los autores analizan unas frases pronunciadas Rory Smith, corresponsal deportivo del The New York Times, especializado en fútbol. En medio de la pandemia actual y luego de la suspensión de todos los deportes, el periodista justifica tal decisión, con el siguiente argumento:
“El fútbol no importa en un sentido real (…) hay cosas más importantes en que pensar y que el fútbol es, después de todo, un deporte”. Y aunque luego, moderó su posición, no cambió su perspectiva”.
Copa Argentina: saludo de prevención contra el coronavirus
Creo que la atinada y rápida respuesta de Torres y López Frías, pone en escena, el valor de lo deportivo en la sociedad actual. A partir de una argumentación con fuertes rasgos filosóficos, los autores citados, van tejiendo una trama desde la cual se recupera el sentido del deporte en la sociedad contemporánea. Sin embargo, ante tan oportuna intervención, me permito arriesgar algunos pensamientos sobre la temática.
Comenzaré mi intervención contextualizando el problema deportivo al origen de la pandemia actual, apelando al término: “tiempos raros”, por decirlo de algún modo, sin apelar directamente a ninguna teoría conspirativa (tampoco sin poder negarlas de antemano). Según el famoso biólogo Rob Wallace, que viene estudiando el tema desde hace 25 años, el foco del problema se origina en la cría industrial de animales, pero que se relaciona a su vez con los alimentos transgénicos con los cuales se los alimenta y el uso indiscriminado de pesticidas, antibióticos y antivirales para su cría. Y es raro, en este sentido, porque no se ha prohibido la cría industrial de animales en hacinamiento, ni tampoco se ha vedado el sistema de producción de alimentos transgénicos ni la feroz utilización de los agrotóxicos. La orden de confinamiento obligatorio es sólo para los humanos. Pero ¿por qué no hablar de los verdaderos dueños del sistema de producción agroalimentario industrial a escala planetaria? Seguramente poner en cuarentena a esos eslabones sería cuestionar las bases mismas del sistema de producción capitalista. Entonces, ¿acaso se pretende salvar en primer lugar a las mismas empresas que crean el problema a costa de las víctimas que lo sufren?
Casi el 80% de las causas de muerte en el mundo se dan por enfermedades no transmisibles (diabetes, enfermedades cardiovasculares, cánceres, hipertensión). Además, la gran contaminación de las metrópolis hace que estemos más susceptibles a las enfermedades respiratorias. En la opinión del virólogo Pablo Goldschmidt, hay algo raro que no cierra en el manejo de las estadísticas con las cuales se describe la situación, aunque, como científico, evita hablar de una conspiración. El año pasado hubo 36 millones de personas con gripe sólo en los Estados Unidos. ¿Queda claro? A nadie se le ocurrió cerrar ningún aeropuerto, expresa. Pandemia quiere decir que muchos países tienen una enfermedad al mismo tiempo, no que sea más grave que las ya existentes. Aunque en este caso, nadie puede negar la gravedad única de la situación.
Ahora sí, luego de este rodeo, me pregunto: ¿Necesariamente debería estar prohibida o suspendidas las prácticas deportivas por qué no son importantes ni para el individuo ni para la sociedad? Tomaré algunos atajos, en primer lugar, desde el pensamiento filosófico para fundamentar mi respuesta. Bastaría recomendar aquí la lectura del sugerente libro: “Sopa de Whuan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia” (Editorial ASPO, marzo de 2020), en el cual se compilan diferentes intervenciones sobre la epidemia de Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Franco “Bifo” Berardi, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou, David Harvey, Byung-Chul Han, Raúl Zibechi, María Galindo, Markus Gabriel, Gustavo Yañez González, Patricia Manrique y Paul Preciado.
Tal como lo menciona Byung Chul Han, yo tampoco niego la realidad del virus, ni el sufrimiento, ni el dolor de tanta gente por sus muertos. Ni las consecuencias nefastas que está teniendo ya para la economía mundial y la vida de más de dos mil millones de habitantes del planeta. Todo ello necesita de una urgente revisión y solución científica y de un trabajo articulado entre toda la sociedad. Tampoco pretendo un relajamiento de las medidas de profilaxis ni del debido cuidado personal para evitar los contagios. Me permito, sin embargo, ejercer la “duda”, de eso trata la filosofía. Una duda limitada e imprecisa por el momento, pero que tomará impulso con la confianza que me da la
intimidad de los interlocutores.
El coronavirus no es tanto una amenaza por su poder letal intrínseco, que lo tiene ciertamente, o al menos, no superior a otras enfermedades y pandemias conocidas (como señalan también los especialistas en enfermedades infecciosas), sino, sobre todo, por su efecto social que está generando en nuestros modos de pensar y de vivir. Y ese ya no es un plano biomédico, sino biopolítico, ético y educativo. Las polémicas crecientes en torno al aislamiento social preventivo y obligatorio así lo atestiguan. Los escenarios sociales que se abren con el coronavirus, las miradas sobre el presente y las hipótesis sobre el futuro plantean un necesario punto de fuga discursivo ante la paranoia y la distancia lasciva autoimpuesta, como política de resguardo ante un peligro invisible aunque real.
Deporte, economía y aislamiento
Quisiera detenerme ahora para analizar un párrafo del artículo: “¿Cuánto importa el deporte?“, de César Torres y Francisco López Frías, en respuesta al comentario del corresponsal deportivo del The New York Times:
(…) “Al contrario de lo que planteó Smith, éste (el deporte) no es primariamente importante por su dinamismo como industria y economía, sino por su naturaleza y por las posibilidades existenciales que ofrece. Aquella y éstas, conjuntamente, elucidan su valor y la ferviente adhesión de millones de personas”.
Sin estar en desacuerdo con los autores ni con la feliz descripción que hacen sobre los valores más importantes del deporte, me gustaría rescatar el planteo económico de Smith. Si miramos las estadísticas y los datos de lo que significa la “industria del espectáculo deportivo”. Si analizamos la movilización de la inmensa población que semanalmente se moviliza para participar de eventos y prácticas deportivos. Si además tomamos en cuenta
las conexiones con la salud, educación, infraestructura, equipamiento, comercio, política, etc., caeríamos en la cuenta, que no debemos rescindir de su dinamismo como industria y economía social en estos momentos tan complejos. ¿Qué va a pasar con los cientos de clubes, organizaciones deportivas que tienen un trabajo social importantísimo en barrios y sectores comprometidos, cuando no puedan hacer frente a sus obligaciones
económicas? ¿Qué va a ser de los miles de emprendedores autónomos que trabajan como profesores, instructores, etc. en gimnasios particulares y otros, cumpliendo una función social y de prevención de la salud de la población mediante la actividad física programada?
En mi tesis doctoral, sobre el desarrollo de las organizaciones deportivas de Río Cuarto (Argentina), una ciudad intermedia (200 mil habitantes) del interior del país, estoy midiendo el impacto que produce el deporte en términos económicos y de movilización de recursos humanos, materiales, etc. Puedo asegurar que sorprende a más de uno, la participación deportiva en la economía real de la ciudad. Dicho esto, creo que el deporte también es importante aún en estos rubros.
El coronavirus le cierra las puertas al deporte – Informe Fox Sports
Todo el resto de la fundamentación que sigue al artículo citado habla del valor universal de deporte. El texto está hermosamente logrado, con algunos picos de intensidad emotiva en la lectura, donde el entusiasmo se eleva. Rescato una frase citada de Ortega y Gasset: (…) El desinterés instrumental de la filosofía y del deporte era un “don de generosidad que florece sólo en las cimas de mayor altitud vital” y recomendó no tomarse la vida muy en serio, “antes bien, con el temple de espíritu que lleva [a] ejercitar un deporte”.
El cierre es inmejorable, pero permítanme nuevamente un atrevimiento. De lo que se trata es de pensar, de hacer pensar y dejar pensando. Los autores concluyen que: “Las cualidades y su potencialidad permiten sostener que el deporte se encuentra entre las cosas más importantes de la vida. Nada de lo dicho aquí deber ser interpretado como
justificación para relajar la veda deportiva”.
La frase es políticamente correcta, ajustada a las prescripciones de los “especialistas” de la salud mundial, pero parece al mismo tiempo contradictoria. ¿Acaso las necesidades más importantes del ser humano, que ya sabemos no son solamente las biológicas, sino también culturales, deben dejarse de lado sin más en la veda? ¿No tendríamos también que replantearnos el mismo concepto de salud integral que va mucho más allá de la enfermedad biológica? ¿Y si estuviéramos incubando otra pandemia social y humanitaria, peor que la intentamos contener del COVID-19 con el aislamiento social obligatorio?
El deporte también contribuye a la salud primaria pública
No estoy de acuerdo con el slogan que se publicita en los medios de comunicación sobre el denominado “aislamiento social”. Creo que el concepto de “distanciamiento físico transitorio”, sería más adecuado en tales circunstancias. En algunos países, se ha cuidado sobre todo de no prohibir las prácticas físico-recreativas al aire libre, ya que su
prohibición supone para los especialistas del tema, que el remedio podría ser peor que la enfermedad (Ej. Bélgica, en algunos lugares de Francia, Australia, algunos países nórdicos, entre otros tantos. Allí no solamente la actividad física al aire libre está autorizada con ciertas restricciones, sino recomendada.
El epidemiólogo Marc van Ranst, de la universidad de Lovaina, señala que “virológicamente, el riesgo de estas actividades es mínimo”, si se toman las medidas de seguridad pertinente y se evitan los contactos físicos entre muchas personas. ¿Y lo mismo no cabría decir también para las prácticas deportivas? En todo caso, deberíamos hacer todo el esfuerzo creativo para ajustar en lo deportivo fuertes medidas de cuidado para evitar al máximo el contagio, como opina el especialista médico Donato Villani, de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
Creo que el aislamiento social y el encierro como formas de ascesis biomédica, se podrían trasladar rápidamente al exilio emocional y afectivo. El miedo al contagio se transforma rápidamente en pánico irracional. Y ciertamente, una sociedad que apuesta al miedo como estrategia de control social apela al mismo tiempo, aún con la mejor intención de ciertos funcionarios, a una forma de condena humana silenciosa, en particular, de los sectores sociales más excluidos y desprotegidos. Y esto, de hecho, es más peligroso que esa minúscula pieza de material genético, que se mide en diezmilésimas de milímetro, pero que ya ha dado pie a una catástrofe humanitaria y de sentido. Seguramente que esta pandemia viral cesará en algunos meses, pero el miedo al contagio y al contacto social
permanecerá agazapado y latente esperando revancha. Vivir asustados siempre hace más mal que bien…
El sociólogo francés, David Le Bretón, ya advertía en su último libro: “Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea (Ediciones Siruela, 2019), que la sociedad actual del Internet está potenciando un universo autista de la máscara y la simulación. En un mundo de aislamiento físico como el que vivimos, en donde el cuerpo queda como marcado por la sospecha, se tienden a potenciar axiológicamente los vínculos virtuales por sobre los
corporales. En todo, habría un velado desprecio por nuestro estatuto corporal, producto de ideologías asépticas y puritanas que buscan favorecer el consumo. El cuerpo real es lo que sobra para los profetas y tecnólogos del teletrabajo. Lo que valen son los mensajes, los “emoticones”, íconos que representan estados de ánimo a través de expresiones estereotipadas. Las “caritas felices”, ¿no hablan de una simplificación de nuestra existencia, de relaciones más superficiales y menos comprometidas?
El escritor israelí Yuval Noah Harari, una de las figuras consultadas en la actualidad, opina que durante los últimos años, políticos xenófobos y aislacionistas han socavado de manera deliberada la cooperación internacional y la idea misma de la solidaridad global. Esto ya se veía venir. Es que el aislamiento llamativamente se da en este mundo superpoblado en grandes conglomerados. Donde el uno por ciento más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99 por ciento restante (informe de Oxfam basado en datos de Forbes y reportes de Credit Suisse Global Wealth). Donde la mayoría de la gente vive confinada, o peor aún, hacinada en soluciones habitacionales precarias y con escaso acceso a los servicios esenciales. Un mundo marcado por la desigualdad, la injusticia y el empobrecimiento creciente.
El coronavirus paraliza el mundo del deporte – TyC Sports
Un planeta contaminado por la feroz depredación de recursos naturales. Que se impone al mismo tiempo, la urgencia permanente, la velocidad de los intercambios y la competitividad en los modos de relación. Ya no es suficiente con nacer o crecer, ahora es necesario estar constantemente cambiando y conectado, permanecer movilizado en la incertidumbre y la fluidez de los acontecimientos. La creciente precariedad del empleo dificulta la creación de relaciones privilegiadas con los otros y nos aíslan cada vez más. No es tan solo el cuerpo físico lo que se pone provisionalmente en suspenso, sino el individuo mismo, y especialmente sus pensamientos, sus apuestas vitales, su relación con el mundo. El yo se desvanece en el vacío y se confunde con una página en blanco. ¿Cuánto nos va a costar como sociedad superar el miedo a no correr el riesgo de implicarnos corporalmente, de ser afectados por el mundo que nos reclama?
En medio de este escenario, creo es tiempo de seguir apostando por el deporte. La solidez del vínculo social y su enraizamiento, suelen ser valores que se ponen en juego también con la práctica deportiva. Sí, de ello damos fe, los que transitamos todos los días por clubes e instituciones deportivas. El deporte es un ámbito privilegiado de nuestro tiempo, ya que puede ofrecer la posibilidad de forjar relaciones amistosas duraderas, y, por lo tanto, de proporcionar formas de reconocimiento ajeno más allá del espectáculo agonístico y de la embriaguez pasional del que suele retroalimentarse.
Unidos por la solidaridad – Campaña de la AFA
Necesitamos escuchar entonces más a los verdaderos educadores y pensadores para imaginar un nuevo deporte en una nueva sociedad. Necesitamos de más historias de deportistas que a pesar de todo y de todos, juegan y se la juegan. Que nos estimulan a imitarlos, por haber dado lo mejor de sus vidas para el bien de los demás. Por haberse
arriesgado a salir de sus zonas de aprobación social.
El deporte debe ser también denuncia de las estructuras sociales de opresión, como lo fue en el “Apartheid” en su momento. No nos quedemos con la pobre versión cómplice de aquellos que utilizaron al deporte para tapar sus negocios y desviar la atención pública. Necesitamos de más crítica deportiva en una sociedad de la conformidad individual y del éxito. El deporte es tan necesario, no porque sea bueno ni saludable en sí mismo, sino porque lo hemos construido y constituido en un laboratorio social de la contemporaneidad. Una especie de antídoto capaz de espantar los miedos ancestrales a lo diferente, a los privilegios etnocéntricos y nacionalistas, a la discriminación eugenésica de las razas que se consideraban menos evolucionadas. Claro que la vacuna de las prácticas deportivas también tiene sus contraindicaciones y riesgos. Nadie lo niega, pero ¿acaso ello no forma parte de la compleja condición humana?
Más que cierre, un reclamo por una apertura deportiva
Llegado a este punto final del escrito y, a manera de síntesis, se podría decir que la situación que estamos viviendo es de una complejidad tal, que se nos hace muy difícil ponerle palabras. Y más que eso, una cosa es enunciar o describir un problema y otra, plantear soluciones definitivas que den respuestas al mismo. Por supuesto, que este escrito
no apela ni pretende un planteamiento propositivo de soluciones al problema. Nos urgen las preguntas y las dudas.
No obstante, lo dicho, estoy convencido que esta pandemia es el resultado de acciones y de elecciones globales que tienen prioridades a muy corto plazo. Aunque nos parezca raro, seguimos viviendo en sistemas caóticos, por más que pretendamos asegurar el presente y el futuro. Un minúsculo virus invisible y su rápida difusión amplificada, ha
cambiado la vida del planeta, con tanta virulencia, que ha sido capaz de asustarnos más que todas las amenazas visibles y públicas precedentes.
El texto ha intentado rescatar y compartir la iniciativa que tuvieran mis colegas César Torres y Francisco López Frías, la defensa que hacen de la importancia del deporte en su artículo citado. Y les agradezco además la musa inspiradora. Por todo lo dicho, el deporte cuenta y es una herramienta poderosa en tiempos de pandemia, aún para intervenir en el plano de la salud integral y en resguardo de ciertas condiciones imprescindibles de la economía real de una sociedad.
No se debe separar vida, salud, deporte y economía. Todas las dimensiones humanas están fuertemente interconectadas. Tampoco debemos permitir que esta pandemia se convierta en un instrumento para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales y políticos que ya veníamos conceptualizando. De pronto y por arte de magia, parece que desaparecen debajo la alfombra o detrás del gigante biomédico,
nuestras mejores conquistas deportivas de paz y fraternidad.
Creo que la posible reanudación de las prácticas deportivas y/o recreativas, aún en modo selectivos y con sus debidos cuidados de profilaxis, podría ayudar a resistir ciertas tendencias ideológicas que pretenden eliminar el espacio social vital, democrático y esencial de nuestras vidas, como es la calle, los parques, en definitiva, el libre uso
ciudadano de los espacios públicos.
¿Qué anhelo y espero con este escrito? Sobre todo, más y mejor deporte, al servicio de una sociedad más justa y libre. Para que seamos capaces por nosotros mismos, de sacarnos el virus letal del miedo al contacto social y al encierro.
La apuesta está lanzada y en espera…
* Marcelo Ducart. Profesor e investigador del Departamento de Educación Física y Deportes de la
Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC – Argentina). Responsable cátedra de Antropología y Filosofía
del Deporte.