Boccaccio y Mann, o como morir en Italia
Por Flavio Zalazar, desde Rosario/El Furgón
Las noticias que llegan del país europeo, 450 muertos en un día por la cepa de coronavirus, las imágenes espectrales de sus ciudades, traen a la memoria, entre otros relatos, dos reproducidos también por el cine: El Decamerón de Giovanni Boccaccio y La muerte en Venecia del alemán Thomas Mann. Narraciones escritas en la misma zona roja del foco pandémico, pero inmersas en otras fiebres, y en las vísperas de sendas nuevas eras. Marco que replica actualmente.
Horas pasadas las cadenas informativas destacaron una imagen, la de dos jabalíes ganando una urbanización a metros de macrocentro romano. El retrato, claro ejemplo de la desolación que vive la ciudad de los césares, también indica el carácter de un encierro, el mismo que en el año 1348 un grupo de muchachos asumieron en Florencia durante la denominada “Muerte negra”. En un forzoso retiro, los jóvenes distraen su ocio contando historias, a razón de diez diarias. El conjunto dichos fastos -que van de lo cómico a lo dramático, y dónde hay una mezcla de sensualidad e ingenio- constituye una de las primeras obras maestras, de inmensa influencia en la literatura universal.
Así comienza el primer relato: “Conveniente es, queridísimas amigas, que en cualquier cosa que el hombre haga, por el santo y admirable nombre de aquel que es autor de todo, le dé principio. Y puesto que a lo que narremos, yo, como primero, daré comienzo, me propongo empezar por una de las maravillosas cosas divinas, para que, cuando oigáis, nuestra esperanza en El como en cosa impenetrable se afirme y sea por siempre de nosotros loado su nombre…” Ejercicio de la retórica del “santo y seña” cuando todavía se hallaba la alusión divina como conjuro, estilo, por otra parte, no coincidente con el tono de los cuentos.
Su autor, hijo de un mercader, y con pocas aptitudes hacia las finanzas, se formó en Nápoles de una sólida cultura humanista con Paolo de Perugia, el erudito más consumado, después de Nicolás Maquiavelo, en la separación de los asuntos del Estado con la religión. Amigo de Francesco Petrarca, suele considerarse a ambos como la encarnación del ideario renacentista, aún bajo las sombras de la Edad Media.
Fuera de toda literatura, hoy diferentes ardores abrazan a la península y porque no al vasto mundo. Tal es así que parecen ser el clivaje hacia un nuevo ciclo vital del mundo
Más acá en el tiempo, La muerte en Venecia -publicada en 1912- trata sobre atardecer de una vida, la del escritor Gustav von Aschenbach, intelectual desajustado a los tiempos del arte, que en viaje desesperado elige la ciudad del norte italiano como destino final; “esa extraña embarcación, que de épocas baladescas nos ha llegado inalterada y tan peculiarmente negra como solo puede serlo, entre todas las cosas, los ataúdes… Evoca aún más la muerte misma, el féretro, la lobreguez del funeral, así como el silencioso viaje final… La travesía será corta -pensó. Ojalá fuera eterna”.
Ya en la bella y decadente Venecia retoma un itinerario patético, no exento de ironía absurda. Cincuentón deja maquillarse para correr tras el púber Tadzio -ideal apolíneo-, veraneante habitual junto a su familia en las playas del golfo. Pero lo bello es el comienzo de lo terrible, algo que el maestro fue a buscar “Su cabeza, reclinada contra el respaldo de la tumbona había seguido paso a paso las evoluciones, del que avanzaba a lo lejos… Tuvo, no obstante la impresión del que el pálido y adorable joven le sonreía a lo lejos, de que hacía señas, como si, separando su mano de la cadera, le señalase un camino y lo empezase a guiar, etéreo, hacia la inmensidad cargada de promesas. Y, como tantas otras veces se dispuso a seguirlo”
Historia mínima de referencias alegóricas, donde la noción clásica de cultura en las sociedades jerarquizadas se encuentra rebasada por otra forma, si se quiere, más igualitaria. Mann gustaba de esas relaciones. Él mismo escribía bajo las voces de las grandes guerras, las asonadas revolucionarias y el capital transnacional. Era una suerte de asomo a la “nueva era” por parte de un antiguo.
Fuera de toda literatura, hoy diferentes ardores abrazan a la península y porque no al vasto mundo. Tal es así que parecen ser el clivaje hacia un nuevo ciclo vital del mundo. Otra “nueva era” arriba. Trae consigo manipulación nanotecnológica y operaciones mediáticas. El quiebre de los sistemas de salud, tanto público como privado, son una señal irreductible de dicho alumbramiento.