domingo, octubre 6, 2024
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La visita de Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos: El amigo americano

“No queremos tener relaciones platónicas: queremos tener relaciones carnales y abyectas”

Guido Di Tella en Washington, 1991, canciller de Carlos Menem.

Por Jorge Montero/El Furgón –

La visita a Buenos Aires del secretario de Estado de la Casa Blanca, Mike Pompeo, cuando solo faltan 20 días para las elecciones primarias en Argentina, deja al descubierto el entramado de apoyo internacional puesto en marcha para la reelección de Mauricio Macri.

La alianza conformada por Estados Unidos e Israel junto a la derecha continental, trata de blindar al mandatario argentino en su difícil búsqueda de un nuevo mandato al frente del Ejecutivo. O, en todo caso, aumentar los condicionamientos para sus eventuales sucesores en la Casa Rosada.

La reciente cumbre del Mercosur, el ostentoso anuncio del acuerdo logrado con la Unión Europea, y la llegada de Pompeo, se anudan con la avanzada de esta estrategia imperialista que incluyó las recientes visitas de los presidentes de Brasil, Jair Bolsonaro, y de Colombia, Iván Duque. Quienes enfáticamente dirigieron un mensaje a los argentinos: voten a Macri para evitar que “Argentina vaya camino a ser Venezuela”.

Reeditando la política de “relaciones carnales” del ex presidente Carlos Menem y su canciller Di Tella, la ofrenda del gobierno de Cambiemos al ilustre visitante,no se hizo esperar, concretando en las últimas horas por decreto, un Registro Público de Personas y Entidades Vinculadas a Actos de Terrorismo y su Financiamiento (RePET). En el cual se incluyó prontamente al partido político libanés Hezbollah, que para las autoridades argentinas pasó a ser responsable del atentado a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) de 1994. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, hizo llegar sus prontas bendiciones. “Me gustaría felicitar y bendecir a mi amigo el presidente de Argentina, Mauricio, por la consideración y definición de Hezbollah como una organización terrorista dedicada al terror…”

Si en tiempos de Menem esta política de alineación automática con Estados Unidos y su socio el Estado terrorista israelí -que desde su creación viene expulsando de sus tierras y asesinando impunemente palestinos- implicó el envío de dos buques de guerra al Golfo Pérsico, distante 14.000 kilómetros, para apoyar la escalada de la Casa Blanca contra Irak; ahora Mauricio Macri motoriza el alineamiento político con Donald Trump en favor de su ofensiva económica y bélica contra la República Islámica de Irán -a quien está ligada el partido Hezbollah-, mientras opera como pretexto para la articulación militar argentino-brasileña en la codiciada Triple Frontera.

Toda esta trama transcurre en un contexto marcado por los 25 años de la voladura de AMIA, y el dolor por las 85 víctimas fatales del impune atentado.

Resplandor en el cielo

A las 9:53 del 18 de julio de 1994 el edificio de la AMIA se derrumbó como resultado de una o varias explosiones sincronizadas. Mueren 85 personas y cerca de 300 son heridas. Sólo tres horas más tarde tanto el presidente de Estados Unidos Bill Clinton, como el gobierno israelí, presidido por el primer ministro Isaac Rabin y el presidente Shimon Peres, acusan a Irán de haber cometido el atentado a través de la organización política libanesa Hezbollah. El presidente argentino, Carlos Menem, decreta un día más tarde la “extraterritorialidad” de la zona del atentado y pone en manos de la CIA (Agencia central de inteligencia estadounidense) y la Mossad (servicio de inteligencia israelí) la investigación in situ. Permitiendo además que estas agencias definan el espacio de esta prerrogativa y manejen todo el proceso investigativo.

Tapa de “Diario Popular”

Recién comenzaba la remoción de escombros y Rabin envió a un hombre de su confianza para negociar con el presidente argentino la responsabilidad iraní. Ni las víctimas ni los victimarios formaban parte de sus preocupaciones. Ninguno de los mandatarios quería una investigación imparcial, peligrosa para sus respectivos intereses. El enviado del gobierno israelí era Dov Schmorak, subsecretario de la cancillería, quien no era un desconocido en estas tierras. Había sido embajador en Argentina entre 1980 y 1985, en los últimos años de la dictadura militar y los primeros del gobierno electo de Raúl Alfonsín. Sindicado además como uno de los responsables de que los detenidos-desaparecidos judíos en Argentina hayan podido ser asesinados con ametralladoras Uzi o arrojados al río de La Plata en aviones Aravá que Israel, a través de sus gestiones, vendía a la dictadura.

Así el Poder Ejecutivo se involucraba en una serie de acusaciones internacionales sin pruebas contra Irán o Líbano, para evadir su propia responsabilidad criminal y encubridora. Aquella matanza iba a ser el primer gran pretexto de los gobiernos de Estados Unidos e Israel para señalar a la República Islámica de Irán como Estado patrocinador del terrorismo.

Es bueno recordar que el llamado “Irangate” demostró que ya desde más de una década atrás, los servicios secretos de la CIA y el Mossad venían triangulando armas y drogas a través de una red de traficantes integrada por gente como el saudita Adnana Kashoggy, el sirio Monzer Al Kassar, el judeo-británico Judah Eleazar Binstock,o el saudí Gaith Pharaon –dueño del banco BBCI-. También de la memoria surgen nombres como el de Amira Yoma, que traían de Estados Unidos valijas Samsonite, repletas de dólares provenientes de la comercialización de cocaína colombiana y heroína asiática. Ese trasiego era a todas luces producto de un acuerdo entre Menem y la República Árabe Siria, con activa participación de los servicios secretos israelíes, y para complejizar la investigación, el blanqueo de ese dinero estaba en manos de un viejo gusano cubano de Alpha 66 (la colateral de la CIA que organizó el desembarco en Bahía de Cochinos), Ernesto Díaz Rodríguez, que además había sido el lavador del general panameño Manuel Noriega, mientras estaba a las órdenes de George Bush, en ese momento jefe del espionaje estadounidense.

Mauricio Macri y Benjamín Netanyahu

El pacto faustiano de silencio que envolvió el atentado de la AMIA, llevó a confesiones como la del mismo ministro del Interior del presidente De la Rúa, el radical Federico Storani, que reveló: “No es fácil avanzar en la investigación del caso AMIA, porque hay un bloqueo de las fuerzas de seguridad… una negativa a investigar a sus propios hombres vinculados con el ataque”. En cualquier hipótesis resultaba imposible esclarecer el atentado sin desentrañar, primeramente, la complicidad del Estado argentino.Las investigaciones de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA fueron ahogados en la pérdida de pruebas, el armado de testimonios falsos y la ausencia de hipótesis certeras. No hay que ser muy sagaz para registrar que cuando oficialistas y opositores se desgañitan reclamando que hay que “dejar actuar a la justicia”, proponen mantener invariables los mecanismos del Poder Judicial, corrupto hasta la médula e inficionado por los aparatos de inteligencia.

Fue en 2007 cuando el diario estadounidense Wall Street Journal reveló que los gobiernos de George Bush, Ehud Ólmert y Néstor Kirchner, presionaron conjuntamente a la Interpol (Organización Internacional de Policía Criminal) para que diera orden de captura internacional de medio gabinete iraní, entre ellos el ex presidente Hashemi Rafsanyani. El gobierno argentino apoyó su reclamo en el dictamen de la Unidad Fiscal-AMIA, creada por el presidente Kirchner para “jerarquizar la investigación”, y al frente de la cual nombró a Natalio Alberto Nisman, adosándole la figura de Horacio Antonio Stiuso, hombre fuerte de la Secretaría de Inteligencia (SI), ex SIDE. La fiscalía vip construyó su dictamen en base a testimonios aportados por agentes de la CIA, el Mossad y un supuesto “arrepentido” iraní. El 25 de septiembre ante la 62° Asamblea de las Naciones Unidas, el presidente argentino denunció a Irán por su falta de colaboración para esclarecer el atentado en la AMIA.

En consonancia con estos lineamientos políticos, el Congreso aprobaba simultáneamente en Buenos Aires, la “Ley antiterrorista”. Entonces Washington y sus aliados estaban inmersos en su “guerra contra el terrorismo”, convirtiendo a Irak en escombros, y se preparaban para bailar sobre las ruinas iraníes, el miembro más caracterizado del “Eje del Mal”.

Una y otra vez los cables emitidos por la embajada estadounidense en Argentina, filtrados por WikiLeaks, (organización informativa internacional), revelaron indubitablemente la falta total de independencia de la UFI-AMIA respecto de esta sede diplomática. Washington presionó para que no se siguiera adelante con la investigación de la llamada “pista siria” o de la “conexión local”, es decir del ex presidente Carlos Menem, su ministro del Interior Carlos Vladimiro Corach, el jefe de la Side Hugo Anzorreguy, el dirigente sionista y presidente del Banco Mayo Rubén Beraja, el ex juez Juan José Galeano, el ex comisario Jorge “Fino” Palacios y otros funcionarios, por haber desviado y detenido la investigación del atentado. Concentrándose en dar por cierta la culpabilidad de Irán-Hezbollah, sin prueba alguna, enemigos tenaces e irreductibles de israelíes y estadounidenses en Oriente Medio.

El hoy tan cuestionado memorándum de entendimiento con Irán, suscripto por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en 2013, tenía exactamente la misma intención de dirigir la investigación tras la “pista iraní”, y fue impulsado por el alineamiento directo con el gobierno de Barack Obama en Estados Unidos. Lo que cambió ahora es la política del imperialismo estadounidense para con Irán, pero de ninguna manera la subordinación argentina para con esa política.

Movilización de Hezbollah

Nunca hubo una investigación profunda del atentado a la AMIA, y se suscitaron varias hipótesis sobre la autoría y los motivos de la masacre. Como la que apuntaba a Siria para vengarse así del presidente Carlos Menem, hijo de inmigrantes sirios, corruptos y traficantes de armas. Quien había incumplido -bajo presión de Estados Unidos- su promesa de facilitar a Damasco los misiles Cóndor II, y a Libia e Irán la tecnología nuclear, a pesar de haber recibido varios millones de dólares de soborno. Sin embargo, seguir esta ‘pista’ no era conveniente. En ese momento el gobierno israelí de Isaac Rabin negociaba en Oslo, bajo paraguas estadounidense, con la Organización de Liberación de Palestina (OLP) conducida por Yasser Arafat y por primera vez comprometía al gobierno sirio de Hafez Al Assad, bajo la fórmula de “paz verdadera y relaciones normales a cambio de la devolución de las alturas del Golán”, ocupadas por Israel desde la guerra de 1967. A partir de allí, tanto Washington como Tel Aviv se enfocarán en Irán, llegando a contemplar un nuevo bombardeo a sus instalaciones nucleares como el que los israelíes efectuaron en 1981 sobre Osirak.

Otra teoría apunta al lavado de dinero proveniente del narcotráfico y la venta ilegal de armas. Las explosiones serían un mensaje “¡paguen lo que deben!” a banqueros y financistas judíos –Rubén Beraja presidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (Daia) lo era también del Banco Mayo envuelto en negociados con el Banco Central-, que se quedaron con el capital que debían blanquear, lavar y reintroducir en el sistema bancario de Estados Unidos para que los narcotraficantes, descontando el porcentaje de aquellos, pudieran hacerse con el dinero.

Diversas circunstancias como la caída de Pablo Escobar; el desbaratamiento de la cadena de lavado organizada en Siria y Argentina con la sospechada participación de la CIA y la Mossad; el ‘Yomagate’; la detención de Monzer al Kassar en el aeropuerto de Barajas; y el desbande que supuso la liquidación de la “Operación Unigold”, venta y lavado de cocaína en Italia por parte del cartel colombiano de Cali y la mafia mediterránea en 1994; hicieron posible que banqueros y financistas locales se apropiaran del dinero que debían lavar.

Sin embargo, existen otras hipótesis. Pistas que llegan al corazón del propio Estado de Israel. Corrían los años ’90 y estaban en marcha varias iniciativas para rebajar la tensión entre palestinos e israelíes, como la Conferencia de Paz de Madrid de 1991. Un año después el laborista general Isaac Rabin, primer ministro israelí, propone negociar con Siria, alcanzar un acuerdo con los palestinos e incluso desmantelar algunos asentamientos. En 1993 firma con Arafat los Acuerdos de Oslo, a pesar de la fuerte oposición de los sectores más reaccionarios de su país. El 1 de julio del 1994 el presidente Arafat, ante el estupor de los halcones israelíes, regresaba a Palestina tras 27 años de exilio. El 18 del mismo mes sucede el atentado contra la AMIA y dieciséis meses más tarde, el 4 de noviembre de 1995, Rabin es asesinado por Ygal Amir, un agente secreto de Shin Bet (policía de seguridad nacional de Israel), enemigo de la estrategia de “paz a cambio de tierra”. Con este enfoque, un atentado de las dimensiones del de la AMIA tendría el objetivo de radicalizar la sociedad israelí, llevar al poder a los fascistas del Likud y acabar con cualquier concesión a los palestinos con ingentes simpatías internacionales con su causa y, de paso, demonizar a Irán y Hezbollah. El autoatentado como conjetura.

Esta presunción, además, va de la mano con las primeras pesquisas efectuadas en nuestro país tras la voladura, dos años antes en marzo de 1992, de la Embajada israelí producto de una explosión interior comprobada por los investigadores y luego refrendada por una pericia de la Academia Nacional de Ingeniería. Los embates del entonces embajador israelí Isaac Aviran y las presiones internacionales no se hicieron esperar. El objetivo: evitar por todos los medios que se sepa quién y por qué puso las bombas, erradicar la hipótesis de la implosión y garantizar que las culpas se descarguen sobre las pistas del terrorismo de Oriente Medio.

En ninguna de las hipótesis los organismos de espionaje estaban lejos.

Desde siempre, ya sea bajo el rótulo de SIDE, SI o el más reciente AFI (Agencia Federal de Inteligencia), el espionaje siempre ha sido una cueva oscura y húmeda; de camarillas tenebrosas continuamente enfrentadas entre sí, que dirimen sus conflictos mediante el asesinato; usina de rumores permanentes y conspiraciones de todo tipo; negociados con la prostitución, las drogas y la venta de armas; estrechas relaciones con las agencias de inteligencia internacionales.

Atentado contra la AMIA

“- ¿Quién atentó contra la AMIA?”, preguntó en diciembre de 2014 el enviado de la revista Noticias.

 “-Esos temas son secretos de Estado. Yo no te puedo decir a vos quién voló la AMIA, porque yo dependo de lo que tengo que informar a la justicia…”, respondía a su interlocutor, Horacio Stiuso.

“- ¿Pero usted sabe quién voló la AMIA?”, insistió el periodista.

“-Yo tengo que laburar y presentar las cosas. Eso no te lo puedo decir a vos”, sentenció el espía.

Como alguna vez dijera el poeta Juan Gelman “si la SIDE investigara a fondo la masacre de la AMIA se encontraría consigo misma”.

A modo de epílogo

25 años después, se realizó en Buenos Aires la Segunda Conferencia Ministerial Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo, con la participación de Mike Pompeo. Su declaración final, hace un amasijo de condenas que van desde el Estado Islámico, Al Qaeda (ambas creaciones estadounidenses) y Hezbollah, a Sendero Luminoso, la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la infaltable República Bolivariana de Venezuela; todos ellos factores de violencia que ponen en riesgo “la seguridad colectiva y de los ciudadanos”.

Tras reunirse con el presidente argentino y publicar el consabido mensaje en su cuenta de Twitter: “Nuestra relación se basa en la cooperación y hoy en día es más fuerte que nunca. Argentina se destaca como un socio confiable en nuestros esfuerzos compartidos para restaurar la democracia en Venezuela”; el Secretario de Estado, Mike Pompeo dejó Buenos Aires rumbo a Ecuador, México y El Salvador. Su visita, además del apoyo incondicional a Mauricio Macri en busca de la reelección, deja instalada la agenda antiterrorista de la Casa Blanca en plena campaña electoral argentina. Los candidatos ¿tendrán algo que decir?