La vida bajo el Cerro de los Siete Colores
Por Pedro Jorge Solans/El Furgón
Es muy difícil no asombrarse con los colores del cerro. Purmamarca es una muestra de lo que ocurre cuando la belleza emerge de la comunión que se da en los parajes del tiempo, entre los pasos del hombre, sus circunstancias y la geografía.
Pero en este lugar desde que se consumó el amor entre la tierra (Pachamama) y el cielo (Pachacamac) la belleza tuvo varias miradas. No está claro ni hay nada que argumente si en este desierto multicolor los aimaras celebraban sus ritos religiosos.
El guía originario Fabricio Suruguay cree que sí, por la energía que tiene el cerro que protege la “ciudad del desierto”, (según la lengua aimara) pero desierto en dicha lengua también significa la tierra inculta, virgen, no tocada por la mano humana.
Lejos de esa realidad que la etnia omaguaca dejó reflejada en su nombre, hoy Purmamarca es el pueblo más pintoresco de la Quebrada de Humahuaca, declarada Patrimonio de la Humanidad, a 65 kilómetros de San Salvador de Jujuy asentado en medio de la ruta del llamado eje Capricornio, parte del corredor bioceánico del Mercosur, vía la cuesta del Lipán, al Paso de Jama, único paso del eje completamente asfaltado y transitable todo el año. Un paso sólo utilizado por los patrones de la economía que no se asientan en los registros de las actividades legítimas, aunque tengan una fuerte incidencia en la sustentabilidad del sistema capitalista. Pero si de contrabando se pudiera hablar en la Jujuy gobernada por Gerardo Morales, se podría decir que la frontera con Bolivia es la más utilizada y la más visible. La de Chile es para los personeros veryimportantpeople (vip).
Por los diversos pasos fronterizos que Jujuy comparte con la geografía boliviana ingresan, entre otros productos, los más variados tejidos con simbologías y características andinas que los empresarios textiles chinos han industrializado en sus talleres clandestinos asentados en puertos peruanos como El Callao sobre el océano Pacífico, donde centenares de hombres y mujeres ecuatorianas y peruanas tejen en condiciones semi esclavas para que sus tejidos invadan los puestos de las principales plazas de los pueblos turísticos de las zonas declaradas “Patrimonios de la Humanidad.”
La plaza de Purmamarca no es la excepción. Desde temprano y hasta el anochecer, es rodeada de los puestos que generan ventas que superan los diez mil pesos diarios, pero que hasta hace poco sólo pagaban quinientos pesos de impuestos y cuando asumió el actual comisionado René Oscar Tolaba y quiso aplicar una política contributiva más justa y equitativa, debió resistir un pequeño golpe de estado blando pueblerino.
Sin embargo, se impuso y hoy el joven comisionado -el más joven de los gobernantes jujeños-, artista plástico y conocedor como ninguno de su tierra, intenta aplicar una distribución equitativa de la riqueza colectiva, y asiste a los parajes que rodean al pueblo donde se han asentado las verdaderas tejedoras en telar, los verdaderos artesanos y quienes volvieron a sus oficios de pastores, copleros y sabios de la miradas perdidas entre los cerros.
“Se fueron porque el turismo necesita una producción homogeneizada, desvirtuada y de poca calidad, y cada tejido lleva su tiempo y no se paga el valor que tiene”, dijo Ivanna Costa, una artesana cordobesa desencantada por la invasión turística.
A Tolaba no le importa mucho su futuro político, quiere seguir pintando y no quiere fallarle a su padre, Oscar Daniel Tolaba, quien también fue comisionado y falleciera en junio pasado cuando una noche sobre la ruta nacional 9 en la cuesta de Bárcena (pueblo vecino), un camión que transportaba cal y otros insumos de construcción con dirección a Capital, impactó contra dos camionetas, una era del ex comisionado de Purmamarca. Intenta valorar el patrimonio colectivo desde una reorganización estatal; mientras desde las áreas de turismo el gobierno provincial, destacan que Purmamarca “es una de las plazas turísticas más importantes de la Argentina” y que “la imagen del Cerro de los Siete Colores ha dado la vuelta al mundo y es patrimonio de los jujeños”, los lugareños se incomodan y arrugan las narices.
Con la diplomacia que le demanda sus funciones el comisionado agradece al sector turístico y valoró el crecimiento del pueblo en esa materia y destacó la labor de los artesanos, los tejedores, músicos, y artistas como Tomás Lipán, Memo Vilte, Domingo Díaz, el recordado Mulato Tomás, doña Severina Puca en la protección de su Cultura.
Fabricio Suruguay, a pesar de su oficio de guía turístico a voluntad es crítico con la cordobesa desencantada, de la invasión turística y recibe a los visitantes con respeto pero poniendo distancia.
En un día de agosto muy cerca de las fiestas del pueblo, 30 de agosto, recibió a los españoles María Cotarelo Jiménez y Pedro Rico y los llevó por el Paseo de Los Colorados, que nace como una herida diminuta en la ancha Quebrada de Purmamarca, que semeja más a un gran valle frente al río Grande.
El saludo de rigor dio paso al recuerdo de lo ocurrido hace quinientos años atrás, e inició la visita simbólicamente desde el solar de la Iglesia consagrada a Santa Rosa de Lima que data de 1648, y aclaró que el poblado arrastraba una tradición milenaria y existía ya en los tiempos de la conquista americana, pero presentó a la Iglesia, con su bello dintel en su puerta principal, como un ejemplo del sincretismo que optaron los pueblos originarios para enfrentar la asfixia evangelizadora. Hoy los actos religiosos se alimentan con los reparadores de los sonidos de sikuris, misachicos y acompañamiento de erkes y bombos.
Caminar por el Paseo de Los Colorados puede confundirse con una actividad de trekking o safari de fotografías pero si en la botella de agua se lleva además reflexión, puede que sea un camino que una aquella conquista americana con lo que sucede hoy con las indumentarias chinas que se venden en mercado de pueblo como si fuesen andinas frente a una Iglesia de arquitectura sencilla, muros de adobe, techo de cardón y torta de barro, con una nave única y angosta, donde en el interior se exhiben pinturas de la Escuela Cuzqueña del s. XVIII, y objetos de valor artístico.
Suruguay explicó a María y Pedro que desde hace quinientos años la evangelización forma también es parte de la cultura de nuestros pueblos, pero con otro significado.
“Argentina no se formó con gente que llegó de los barcos. Aquí había vida, mis abuelos habían llegado de los Andes Centrales de América del Sur, por esos tenemos distintos colores de pieles, distintos colores los ojos, distinta forma de ver la vida.
“Ahora los turistas vienen a comer maíz, quinoa, carne de llama, pero nosotros nos comemos esa comida porque a través de las escuelas normalizadoras, fomentadas por predicadores extranjerizante como Domingo Faustino Sarmiento, nos enseñaron a olvidar nuestras costumbres, a esconder nuestros conocimientos, a despreciar las tecnologías que desarrollaron nuestros antepasados.
“Los turistas vienen a sacarse fotografías en los cerros, pero no entienden el significado de nuestra historia desde otra perspectiva.
“Nosotros no podemos separarnos de lo que ya tenemos incorporado en nuestro pensamiento. La Iglesia es parte de nuestra identidad porque interpretamos a María como la fe en la naturaleza y la montaña como vivir en el territorio, entonces María es la montaña.”
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Fotografías de interior y portada: María Cotarelo Jiménez.