Lucas Monzón: “El acordeón me conecta con lo que me rodea”
El instrumentista, compositor y arreglador de 34 años es uno de los exponentes clave de la nueva música del Litoral. De paso por Buenos Aires para presentar su tercer disco Franco, el chaqueño recorre junto a El Furgón sus desvelos creativos y los desafíos, personales y generacionales, en diálogo constante con el vasto legado del chamamé. Monzón sondea sus propios caminos, y su interior, de la tradición a la vanguardia.
Por Patricio Féminis/El Furgón –
La tarde porteña de Constitución se puebla de aromas de chipá y mates sin nostalgia. El chaqueño Lucas Monzón, el del acordeón de raíz y de vanguardia, se olvida un segundo del aroma. Sus ojos están más allá. Y su vibración chamamecera, dentro de sí. En una hondura sin fin. En eso, el tipo de 34 años, pelo lacio negro y dedos ágiles sin ansiedad, vuelve aquí: “Las cosas no tienen que ser tan vertiginosas. Me gusta ser partícipe de una buena idea, y por lo general son las que más cuesta detectar. Es más fácil descubrir a un acordeonista en su virtuosismo que una buena idea. Y eso se desarrolla con el tiempo”.
Todo se moverá para seguir creando. El Litoral de la ciudad de Charata y del pueblo Hermoso Campo; del cemento de Resistencia -su nudo de acción actual-, y su arte reflejado en Buenos Aires. Tras haber presentado Franco, su tercer disco solista (editado por Los Años Luz), este jueves 8 de noviembre en Café Vinilo (Gorriti 3780, CABA), Monzón retornará al Chaco y a su búsqueda. “El legado que yo llevo es una responsabilidad. Humildemente, siento que lo puedo hacer. Quiero tocar por un montón de lados, y consolidar el grupo para que todo suene cada vez mejor. Que se arme la jugada. Pero no más que eso”, sonríe.
Lucas Monzón presenta “Franco”
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Con su acordeón Piermaria de cuatro hileras avanzará a secretos plenos de su Litoral en expansión. ¿Con quiénes camina y suena a la par? Monzón proviene de una generación de músicos del chamamé, del rasguido doble, del valseado y de los ríos que surcan selvas y ciudades al Nordeste, con nuevos poderes de interrogación. Quienes oigan Franco verán un pasado sin freno y un puente a los referentes (Hermeto Pascoal, Piazzolla, Raúl Barboza, Rudi y Nini Flores, Chango Spasiuk, Carlos “El Negro” Aguirre, Los Núñez, el amigo cantautor Coqui Ortiz, etc.). Y un profuso diálogo -con sonido de cámara- para los inspiradores que vendrán, con un repertorio para dúo, trío y quinteto, en distintas velocidades de conmoción.
Es un eje de la nueva música del Litoral, Monzón. Es Franco (el anterior fue Noctámbulo), y es la afluencia del acordeón alumbrando alrededor. “En Resistencia tengo un círculo de amigos amantes de la música, no sólo del chamamé”, repasa. “La otra vez le dije al Coqui Ortiz: ‘Te voy a mandar ¡ya! el disco, porque no aguanto más’. Porque las músicas que están en Franco las fui tocando con diferentes formaciones. Fue una etapa de investigación en la que veíamos qué causaba en el público y qué nos causaba a nosotros. Así se terminaron de foguear”, dice, con la mente en los colegas que ensamblan las canciones: Sebastián Henríquez en guitarra, Horacio Cacoliris en percusión, Guido Martínez en contrabajo y bajo, y, en piano, Emmanuel Álvarez. Y dos invitados en conexión: el Negro Aguirre, con su piano y su voz en su propio tema El río del Zurdo, y el guitarrista Marcelo Dellamea en Así es Formosa (de Fermín Fierro) y El cartucho (de Roque L. González). A volar.
El Furgón: -¿Cuándo te surgió la idea del disco Franco?
Lucas Monzón: -Con mi tema instrumental Encuentro, que compuse en la guitarra y después tuve que sacar en el acordeón. Luego vinieron Chamamé oscuro y Algo pasó en el baile, ambos de mi amigo Patricio Hermosilla. Esos tres temas eran los que yo tenía. Y dije: “Por acá quiero ir. Es esto lo que a mí me gusta tocar”. Porque me siento bien, cómodo con ese estado de ánimo: las melodías me gustan mucho. A partir de ahí elegí otros míos: Pensando en vos y Tarde Dorada, que también está hecho en guitarra y después lo pasé al acordeón. ¡Encima en Si bemol menor, que en acordeón queda trabadísimo! Pero dije “no importa, lo voy a agarrar”, porque en realidad lo compuse para entrenar tocando en esa tonalidad. El Seba Henríquez me decía: “¡Qué ganas de hacerlo en Si bemol!”. Y sí, chamigo. Así que quedó ahí, nomás.
E.F.: -¿Qué te pasó con El río del zurdo?
L.M.: -Faltaban dos temas. Y a Pan Casero, de Alejandro Manzoni, y a El río del zurdo, del Negro Aguirre, ya los veníamos tocando en vivo y nos sonaban bárbaro. Por eso decidimos grabarlos. En el Chaco tenemos un ensamble de músicos del litoral, y lo invitamos al Negro para compartir sus obras. Él propuso El río del zurdo. En el ensayo agarró la guitarra pero no le cerraba, ¿viste? “A ver, probemos con el piano, capaz que suena mejor”, dijo el Negro, y quedó espectacular. Después, cuando empecé a pensar más detenidamente la estética de todos los temas, dije: “Lo tengo que grabar”.
E.F.: -¿Qué significa para vos El cartucho?
L.M.:-Yo quería incluir algo de Roque González, porque para mi ha sido un referente muy personal. Me gustan mucho sus composiciones. Roque no solamente inventó la escala roquiana, que es la que yo toco, sino que está reconocida ya como una de las 37 formas mundiales de escala de acordeón de botonera.
La idea del quinteto redondeó una síntesis y un norte. Pero en Franco no es la única. En los ensayos, o cuando estaba escribiendo las partes, yo me decía: “Esta percusión no va, este piano por ahí sí, o guitarra no, o sólo piano y contrabajo junto al acordeón. Cada tema plantea su necesidad”, sigue Monzón. “Siempre pienso en la practicidad. A veces hago mal, pero muchas veces por falta de dinero o de tiempo no llegué a mi expectativa. Obvio que podría haber ido por otros lados. En un momento pensé en un flugelhorn. Yo compuse una pieza, Cuando se quiebra, que iba a ser el décimo tema y no entró, y era para cuarteto de cuerdas, flugelhorn, acordeón y guitarra. Pero no me animé y me dije: “Voy a dejar que madure un poquito”. No tiene género, no es tan chamamecero. Está pensado desde un clima. Es una melodía que me surgió cantando por la calle, en Resistencia, un día que venía medio cabizbajo. La grabé con el celular para que no se me fuera y después me fui a la computadora. Habré estado de las 19 a las 3 de la mañana y, por retazos, fui escribiendo las cuerdas. Me quedé con las ganas pero irá para otro disco.
E.F.: -¿Hay experiencias previas de sonoridades así, más de cámara?
L.M.: -Antonio Tarragó Ros, Antonito, hizo con un arreglador muy conocido músicas para cuerdas. Está hermoso ese disco. ¡Y los arreglos que tiene! Yo lo escuchaba cuando vivía en Hermoso Campo. Mi viejo lo había comprado porque se enteró no sé dónde y lo mandó a pedir desde Resistencia. Ahora no lo consigo: me lo tendría que poner a buscar. Y después está lo que hizo el compositor y pianista paraguayo Herminio Giménez, el de la pieza Alto Paraná, y que dirigía orquestas. Él tiene cosas fabulosas sobre una temática netamente folklórica, litoraleña, chamamecera, o desde la polka. Y está muy presente eso en las cuerdas.
E.F.: -¿Y en el Chaco?
L.M.: -Nosotros hicimos unos arreglos en 2016, cuando falleció Nini Flores, uno de mis grandes referentes. Era un proyecto que le habían encargado al propio Nini desde la Secretaría de Cultura, y cuando se fue nos lo encomendaron. Digo ‘a nosotros’ porque yo no me animaba a hacer todos los arreglos. Le hablé a Alejandro Ruiz, uno de mis maestros en Resistencia, y él se encargó de toda la orquestación. Juntos fuimos trabajando los aspectos más importantes de la música chamamecera para los arreglos de cuerdas de seis, siete temas de Nini.
La memoria y la presencia se funden con la Historia. ¿Qué siente Monzón? “Lamentablemente, el chamamé no corrió con la suerte del tango, que se desarrolló con músicos que escribían para orquesta. El chamamé nace desprovisto, si bien Isaco Abitbol ya escribía música, y el tango también colabora mucho cuando los chamameceros se van a tocar a Buenos Aires. Había guitarristas de tango y cantores que hacían música con Ernesto Montiel, y todo se entremezcla. O la misma obra de Rudi y Nini Flores, que viene de Troilo y Grela. Recuerdo un discazo que se llama Tango para un patio sin tiempo, de Grela y Leopoldo Federico. ¡Cómo tocan esos tipos!
De ahí, Rudi y Nini empezaron a sacar un concepto sobre la forma de arreglar. Ahí el chamamé tomó de nuevo otro color, traído del tango. Claro que ya no era nuevo ese concepto, pero Rudi y Nini tomaron ejemplos de esos maestros y lo incorporaron al chamamé de forma brillante”.
E.F.: -Tener toda esa información hoy a mano, ¿ayuda o bloquea para tocar mejor?
L.M.: -Yo no me sobreexijo. Si aparece alguna cosita, compongo porque me nació. No es que diga: ‘Ay, soy un compositor y tengo que estar constantemente creando”. Me gusta tocar cosas se otros músicos. Hay cosas que me salen, y otras no, y ya está. Por ejemplo, hay un arreglo enorme que hace Nini de El rancho e’ la Cambicha donde vos decís: “Tenía una predisposición física, y por eso le salía tan bien”. Pero yo buscaré mi camino. Tampoco me voy a volver loco.
Monzón toma el acordeón y despliega una progresión de acordes entreverados, con varios cambios y acentos cruzados. En eso llega al estribillo, con cuatro acordes disonantes que abren nuevos senderos, en lo popular, para esta fiesta hecha dolor llamada chamamé. Se ríe, Monzón, y cuenta que le preguntó a un colega: “Che, ¿a vos te salió alguna vez?”. ¿Y a él? “Jeje, por ahí me sale, por ahí no. Nini fue siempre muy inspirador”.
En la luz del acordeón
Estos vuelos no siempre se acunan en el Litoral. Muchos se preguntarán, así en el Chaco como en Buenos Aires, por qué Monzón eligió para Franco a compañeros no estrictamente chamameceros como Henríquez, Cacoliris, Martínez o Álvarez. “Sí, a las características tradicionales las trabajamos con ellos. Tienen que estar a la hora de poner un rasgueo, ya sea en un rasguido doble o en un chamamé. Pero ellos tienen experiencias en otras músicas y eso es lo importante. En Franco, las complicaciones con las que yo me encontré fueron más rítmicas. Quería salir un poco del 3×4 y del 6×8 para buscar otros ritmos y acentuar en otros lugares. A eso el chamamecero no está tan acostumbrado, y mucho menos a leerlo. Se necesita un poco más de apertura. Y en esto me ayuda que los vagos tengan una amplia formación (jazz, música latinoamericana). Eso nos permitió ahondar en lo estético. La investigación, el laboratorio, son un gran difrute”.
E.F.: -¿Vos te definirías como un músico tradicional que va a lugares de vanguardia, o al revés?
L.M.: -Lo primero. Yo soy básicamente chamamecero y siempre lo fui. Yo toco chamamé tradicional y me tiemblan las patas, jaja. Nunca me va a dejar de gustar. Nada más que no me alcanza. Aunque también me pasa que hasta el día de hoy sigo encontrando repertorio. Es impresionante la cantidad de discos y registros que se han perdido. Tengo un grupo de WhatsApp con unos músicos que se encargan de rememorar y buscar ciertos discos. Es increíble la cantidad de chamamé instrumental y de formaciones que aparecen. Muchas cosas han quedado un poco tapadas. Disfruto al poner alguna de esas joyas y escucharlas tomando mate en casa. No siempre escucho pensando qué voy a tocar. Sólo quiero sentirlo.
Pero no todos los chamameceros suelen decir “quiero ir a otro lado”. De algún lado nacerá la pulsión de ir un paso más allá. “Se mezcla inevitablemente; no es tan intencional. Sí hay veces que tenés unos compases de chamamé que te despiertan algo y lo mejor que te puede suceder es que te apropies de una música que sentís que podés expresar de otro modo. Por lo general pasa eso: encontrar esa pieza que vos te sientas cómodo tocando y que sientas que podés tener una opinión al respecto”, analiza Monzón. “Lo otro es la composición. Ahí ya estás más libre: es tuya. Y está bueno no siempre tener que estar sujeto a construir sobre el género. Vos podés irte para cualquier parte y que esas músicas se expresen por sí mismas”.
E.F.: -¿El chamamé habilita naturalmente que uno pueda buscar algo nuevo? ¿O tiene que llegar alguien que te abra la cabeza?
L.M.: -Tiene que haber músicos que te inspiren. Uno siempre se está inspirando en sus referentes y en las músicas que escucha. Yo escuchaba Monchito Merlo, y estaba bárbaro, y luego escuché a Raúl Barboza y me di cuenta de que se podía tocar de otra forma. Tal vez estuviera intuyéndolo, pero lo supe cuando en Charata descubrí a Barboza: virtuoso, extraordinario, con una forma muy suya. O lo veo al Coqui Ortiz, con sus canciones, y veo otras maneras. Lo que creo, también, es que ya sea que te guste o no, podés tener una apertura para decir “qué hermosa música”, más allá de si es o no chamamé. Así también me pasó de los 15 años en adelante con Rudi y Nini Flores. La importancia de la técnica, de la prolijidad, del cuidado de las frases y los tiempos. Vos podés tocar como quieras, pero ese tipo de cosas colaboran un montón para que puedas evolucionar.
E.F.: -A tus 34, ¿sentís que lograste todo lo que necesitás a nivel técnico con el acordeón?
L.M.: -Siempre hay más. Depende con la complejidad con la que quieras tocar. Por ahí pensás “en mi cabeza, esta música está sonando”, pero tiene un gran nivel de complejidad y en realidad no te sentís tan cómodo tocando. Hay que alivianar siempre y no te podés dormir. Por más que a ciertos aspectos técnicos de una pieza ya los hayas resuelto, si dejás eso durante un tiempo tenés que volver. Si bien la memoria ayuda un montón, tenés que volver a practicar para estar otra vez liviano con la interpretación.
Y esos desafíos serán mayores con sus propias obras. “Porque no las suelo pensar desde el acordeón, sino desde la guitarra, o cantando melodías. Aprendí guitarra y acordeón a la par. El que no te acostumbres a la necesidad física del instrumento te hace explorar con un poquito más de libertad algunas cosas. Sino, vas a ir por lugares cómodos y se va a producir una zona de confort. Saldrán lindas cosas, pero me parece más productivo cuando uno piensa sus creaciones desde otro instrumento o cantando. Ahí nace una técnica y hasta una forma de tocar distinta. Ponés los dedos de otra manera”.
E.F.: -Eso que llamás zona de confort, ¿no sería también parte del estilo?
L.M.: -Sí, totalmente, pero el tema es quete empezás a repetir inconscientemente. Al principio, por ahí te parece que está re-bien. Después te escuchás y decís: “No, eso ya no está tan bueno”, y ves muchos más planos”.
Monzón vuelve al acordeón Piermaria para ofrecer el primer tema que mencionó: Encuentro. ¿Habrá algo de Piazzolla en esta melancolía del río del Nordeste y del cemento en Constitución? Los dedos conjuran el aire litoral, hasta vibrar, y Monzón se ríe: “Está medio enquilombado para tocar, ¿viste? Tenésque repetir y repetir. Hay complejidades que tenés que resolver para que siga fluyendo. Y, aparte, es re-divertido, porque te encontrás con situaciones impensadas. Ya sea que las grabes o no. Por ahí retomo pasajes incompletos y vuelvo a la emoción que tenía cuando los hice”.
E.F.: -¿Hay fantasmas o miedos que salgan a través del acordeón?
L.M.: -Voy a sonar muy cursi, pero para mí el acordeón tiene un efecto sanador. Cuando estoy mal o alegre, el acordeón me conecta con lo que me rodea. Más allá de la profesión, de salir a tocar y hacer unos manguitos, siempre prevaleció la dedicación plena al instrumento como forma de vivir. Y por eso a veces soy lento para componer. Siempre estoy en diferentes etapas, y las quiero respetar. Además, me siento bien formando parte de un grupo, no sólo como un solista. A la música la pienso desde ese lugar.
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Fotos: Erica Ferrer