El ciclo de la vida de Antoine Doinel
Por Fernando Chiappussi/El Furgón –
A cincuenta años del estreno de Besos robados es bueno repasar el itinerario de Antoine Doinel -aquel inolvidable personaje de Truffaut- y del actor que lo interpreta, Jean-Pierre Léaud.
Es una de las mejores comedias románticas de todos los tiempos y se estrenó en Francia el 14 de agosto de 1968. En la primera escena, un joven soldado es sacado del calabozo y conducido a donde está el jefe del cuartel, quien va a comunicarle la baja. El superior está dando clase a los reclutas: el tema son las minas antipersonales.
“Estas minas deben ser tratadas con cuidado”, dice, “como las chicas que los esperan afuera cuando salen de licencia. ¡No se puede abordar a una mujer sin miramientos! Hay que ir de a poco”. Durante el resto de la película, veremos al ex recluta Antoine Doinel tratando de seguir el consejo, y cómo la vida -y la bondad de las mujeres- lo va reponiendo de múltiples torpezas y fracasos.
Besos robados es el eslabón central de una pentalogía que abarca veinte años en la vida de Antoine Doinel, el personaje creado por François Truffaut e interpretado por Jean-Pierre Léaud, un actor para siempre identificado con ese papel, ya esta altura considerado un auténtico tesoro nacional.
Como en el Boyhood de Linklater pero a lo largo de cuatro largos y un mediometraje, el público vio a Antoine crecer desde aquel chico descarriado que corría hacia el mar en el final de Los 400 golpes –la opera prima de Truffaut-, hasta convertirse en un treintañero recién divorciado, que intenta escribir la novela de su alocada vida, en El amor en fuga, todo un remix de los films anteriores. La muerte de Truffaut en 1984 impediría la continuación del ciclo.
Todo había comenzado de casualidad cuando al cineasta se le ocurrió retomar el personaje de Los 400 golpes (1959) para un episodio del colectivo El amor a los veinte años (1962), mostrando la adolescencia de Antoine y el golpe del primer enamoramiento (el mediometraje se titula “Antoine y Colette”).
A partir de allí, sus aventuras estarían siempre vinculadas al amor de pareja, siempre con esa quijotesca hidalguía que lo acompaña aun en la más completa desprotección, a través de Besos robados, que explota la relación con su amiga Christine (Claude Jade); Domicilio conyugal (1971) -que lo encuentra casado con Christine- y El amor en fuga (1979), donde el matrimonio termina. Al menos un par de generaciones de cinéfilos crecieron con estas películas.
Doinel nació como un alter ego del realizador y las peripecias de los primeros films están basadas en experiencias de su juventud; como en esa primera escena de Besos robados, Truffaut también desertó del ejército, y hay aún más paralelos, mentados en muchas ocasiones, en la trama de Los 400 golpes.
Más aún: el propio Truffaut tuvo un romance con la actriz que interpretaba a Christine, futura esposa de Doinel en la ficción. Años más tarde se supo también que el detective privado que lo había asesorado en el guión de la película -tras salir del ejército, Doinel trabaja como pesquisa en una agencia- recibió el encargo de encontrar al padre biológico de Truffaut, que era hijo natural. El hombre resultó ser un simple dentista de provincia.
Besos robados se rodó en meses turbulentos, que incluyeron los sucesos del mayo francés. Truffaut sería criticado por el tono ligero de la película, a pesar de iniciarla con la imagen de la Cinemateca Francesa cerrada, y de dedicarla a su director, Henri Langlois, que había sido echado del cargo por el ministro André Malraux.
En la ficción las manifestaciones de esos días aparecen en imágenes televisivas e interesan a Christine, pero no así a Antoine, lo que fue visto por algunos como falta de compromiso por parte del cineasta. Pero Truffaut lo tenía muy claro: Antoine es un joven desprotegido que debe trabajar para vivir, es decir, pertenece a la clase trabajadora, mientras que Christine vive con sus padres y no trabaja. Para la clase obrera, la política es un lujo.
Jean-Pierre Léaud tenía trece años y medio cuando hizo el casting para Los 400 golpes, superando a unos sesenta candidatos (su audición fue filmada y puede verse en YouTube). “Tenía la firme intención de ser actor e irradiaba una gran intensidad en las pruebas, a diferencia de otros niños que habían ido por curiosidad o empujados por sus padres”, cuenta Truffaut.
El niño fue una revelación y apenas presentada la película en Cannes, Jean Cocteau lo contrató para El testamento de Orfeo. Más adelante aparecería también en varios films de Godard, entre ellos Masculino-femenino y La chinoise; en ellos también se explota sus conductas casi coreográficas y su tendencia al humor físico.
Léaud no había tomado clases de teatro -sí de mímica- y su carrera no ha sido nada convencional, trabajando sólo con directores que le interesaban, entre ellos Pasolini, Bertolucci, Jean Eustache (en la recordada La mamá y la puta) y más recientemente Aki Kaurismäki y Tsai Ming-liang. Esto lo llevó a permanecer inactivo por largos períodos, y la muerte de Truffaut en particular fue un duro golpe, ya que además de su amistad terminaba con el personaje que lo había hecho famoso.
Desde entonces y por un largo período, el actor pareció un poco a la deriva. Léaud dejaba de ser joven. En Irma Vep (Olivier Assayas, 1996) acudió al “carmelazo” -un clásico de los galanes que no quieren tirar la toalla- para representar a un cineasta decadente y algo perdido, pero aún prestigioso; una vez más, la vida y el arte se mezclan, como era seguramente la intención de Assayas y del propio Léaud.
Actualmente, ya pasados los setenta años de edad, parece haber por fin superado ese período y funciona de maravillas con directores más jóvenes como Albert Serra, para quien hizo un protagónico memorable sin apenas moverse, en La muerte de Louis XIV (2016).
Al año siguiente, en Le lion est mort ce soir (del japonés Nobuhiro Suwa) interpretó a un viejo actor que visita lugares de su pasado y conversa con sus fantasmas. Pero la irrupción de un grupo de niños, que tienen que hacer una película como trabajo escolar, termina interesándolo una vez más por el cine. Ver a Léaud asustar a esos chiquillos con un “¡Búuuu!” que es una ventana abierta al pasado, resulta una verdadera caricia al corazón del cinéfilo.