jueves, octubre 3, 2024
Nacionales

Pergamino en llamas

“Esperando allí nomás,

en el camino, la bella señora está desencarnada.

Cuando la noche es más oscura

se viene el día en tu corazón”

(Juguetes perdidos, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota)

Leandro Albani/El Furgón* – Arde. Arde y quema. En los pulmones, en la piel, hasta en los huesos. Por todos lados el fuego va comiendo, impiadoso, lo que se cruza. Y la desesperación, los gritos, el caos, los recuerdos que se amontonan, como se van a acumular, en apenas unos minutos, los cuerpos en el baño.

Nadie hace nada, salvo los pibes que ahora son devorados por las llamas. Resplandecen y castigan, las llamas. Y esos chicos que gritan como pueden y tratan de esquivar el humo negro y denso que se acumula en sus pechos y hasta se filtra por los poros. El fuego los quema y los va tumbando. Y en esa escena dantesca, donde el mismísimo infierno se reduce y comprime a una celda de nueve metros cuadrados, en esa escena que es toda realidad y que le roba la vida a siete pibes, los policías miran, sonríen y no hacen nada.

Es jueves 2 de marzo y Pergamino, ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires, se arrastra despacio por el verano. El centro se despierta después de las cinco de la tarde, los locales de la peatonal levantan sus persianas y recién entonces sus pobladores salen a las calles. Pero apenas pasadas las seis de la tarde algo estalla. El fuego comienza a devorar la celda 1de la Comisaría Primera, a unos pocos metros de la peatonal, a una cuadra de la iglesia Merced y a la vuelta de la municipalidad.

Esa tarde, en medio del fragor de los gritos, las llamadas y los cruces de mensajes de textos, mientras los policías dicen que todo está controlado, que nadie se preocupe, y cuando las personas se empiezan a agolpar en las puertas de la comisaría, en esa hora efímera que va de las seis a la siete de la tarde, Fernando Latorre, Sergio Filiberto, Federico Perrotta, Franco Pizarro, Juan José Cabrera, Alan Córdoba y Jhon Mario Claros dejan sus últimos suspiros en un calabozo, sin que nadie los asista o intente rescatar, dando inicio a una de las masacres más terribles que vivió Argentina, donde la policía, por supuesto, es la principal responsable.

Una justicia desigual

Tarde de julio en Pergamino, barrio de la UOM. Dos edificios se levantan sobre un cielo gris. Al costado, se despliegan las tiras con más departamentos, separados por un parque verde y arbolado. En ese barrio, donde en los días en que juega Douglas Haig se reúnen pibes y pibas para ir pateando hasta la cancha, el living de la casa de los Filiberto está atestado. Unos pasos más allá, sobre una pared blanca aparece retratada la cara del Fili, como le decían a Sergio. Su cara resplandece en una sonrisa amplia junto a los colores rojo y negro de Douglas Haig.

Adentro del departamento hay calor, rabia, pero sobre todo sed de justicia. Y también hay unión. Férrea, constante, como el viento que todo lo empuja, así es esa unión. Son veinte personas, más o menos. Son familiares de los pibes y los vecinos de la ciudad que se sumaron a la campaña “Justicia x los 7”. Una campaña que no se detiene, que se moviliza, que instala radios abiertas, que convoca a la solidaridad y que denuncia, con la contundencia de la verdad, que los policías responsables de la masacre gozan de buena salud.

En el departamento también hay mates que van y vienen, pastafrola, un poco de nerviosismo, sonrisas y lágrimas que llegan cuando la conversación de múltiples voces va llegando a su final.

Por estos días, el comisario Alberto Sebastián Donza, a cargo de la comisaria al momento de la masacre, se encuentra prófugo. Sus subordinados, el teniente primero Sergio Ramón Rodas, los oficiales Alexis Miguel Eva y Matías Exequiel Guillieti, el sargento César Brian Carrizo y la ayudante de guardia Carolina Denise Guevara, están presos, cuatro de ellos beneficiados con el arresto domiciliario. Todos están acusados por el delito de abandono de persona seguido de muerte. El beneficio brindado a los policías fue otorgado por el juez de la causa, César Solazzi, y confirmado por los camaristas Mónica Guridi, Gabriela Jure y Martín Morales.

Andrea Filiberto, hermana de Sergio, dice que la domiciliaria es un “peligro”, porque “estamos hablando de una corporación que los protege”, por lo cual el comisario Donza todavía está prófugo. Los familiares también apuntan las críticas contra el juez Solazzi, de quien sospechan por su decisión. “Se dio vuelta en dos meses, porque en abril les había dado la prisión preventiva en un penal, cosa que nunca se respetó porque quedaron detenidos en una comisaría de Rojas –explica Andrea–. A los dos meses, cuando piden la domiciliaria de esa prisión preventiva, se las concedió basándose en un informe socio-ambiental que a cualquier otro hijo de vecino no se lo dan. Eso es lo que nos indigna: la desigualdad ante la justicia”.

“La misma policía se va cubriendo –agrega Silvia Rosito, madre de Fernando Latorre–. Cuando los trajeron a declarar fuimos a hablar con el juez para que nos dé una explicación. Cuando nos asomamos por una de las ventanas vimos que los policías estaban tomando mates en el patio del juzgado. Estaban ellos y el portón que da a la calle, que se abre y se cierra continuamente”. Lo que cuenta Silvia se puede confirmar en un video en Youtube, donde los policías imputados charlan, sin esposas, en el tribunal de Pergamino. “¿Quién los va a controlar? ¿La misma policía que estaba tomando mates con ellos”, se pregunta Silvia.

La tumba

Los familiares de los pibes saben que lo sucedido no fue una “fatalidad”, como en un primer momento dijo el intendente Javier Martínez. Como si lanzaran dardos, enumeran las irregularidades que se cometieron en la comisaría: a los chicos los habían encerrado por una pelea que ya había terminado y en la celda 1 engomaron a los dos presos que se habían peleado; los policías cerraron las puertas que debían estar abiertas; cuando comenzó el incendio, los uniformados hicieron caso omiso a los gritos de los detenidos que pedían ayuda, los cuales se escuchaban en toda la dependencia; dentro de la comisaría había matafuegos y nos los utilizaron; desde la comisaría nunca llamaron a los bomberos y cuando llegaron, bastante tiempo después, los policías entorpecieron los trabajos de rescate; los uniformados ni siquiera abrieron el agua para que los detenidos pudieran accionar las duchas del calabozo; el fuego, que en un principio era controlable, se expandió durante cuarenta minutos.

Algunos otros datos aportan un panorama más amplio de cómo se dejó morir a los siete pibes: en la comisaría había 19 detenidos, cuando su capacidad es para 18; los policías argumentaron que no pudieron encontrar las llaves que abrían las tres rejas para acceder a las celdas, por lo cual los bomberos tuvieron que apagar las llamas desde la primer reja (y más lejana del calabozo); la reconstrucción del hecho efectuada por la justicia comprobó que pasó bastante tiempo hasta que ardieran los colchones, a lo que hay que sumarle que desde 2005, después del incendio en la cárcel bonaerense de Magdalena en la cual murieron 33 detenidos, es obligatorio que los colchones sean ignífugos; el peritaje acústico realizado después de la masacre reveló que los gritos de los presos se escuchaba desde casi una cuadra; también en 2005, la Corte Suprema de Justicia declaró que el encierro en comisarías es inconstitucional porque no garantiza condiciones dignas de detención.

“Pésimas e infrahumanas”, coinciden los familiares de los chicos en cómo eran las condiciones dentro de los calabozos. Cristina Gramajo, madre de Sergio, relata lo que veía cuando iba a la comisaría: “No puede ser que algunos tuvieran que dormir en colchonetas o en un pasillo, sin luz. No tenían ventanas, los baños eran muy precarios, eran agujeros en el piso”.

Silvia agrega que “la electricidad eran cables colgando que ellos mismos ataban con nylon y de ahí sacaban para enchufar. Todo era desastroso y peligroso. Lo que ellos tenían, un ventilador o las mismas sábanas o frazadas, las llevaban las familias. Ahí no te daban nada”, ni siquiera la comida, salvo al mediodía, una mínima porción que era “incomible”.

El artículo 18 de la Constitución Nacional dice: “Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos”.

Por supuesto, el comisario Donza y los cinco policías borraron con fuego esas líneas de la Constitución.

Que Dios se encargue de sus conciencias

Qué puedo sentir después de enterarme de tamaña noticia. Asesinos sueltos en el seno de su hogar, más beneficios; claro, pertenecen todos a la misma familia.

Señores Camaristas Morales, Jure, Guridi y Sr. Juez Solazzi, cómo podemos esperar que se pongan en nuestros zapatos si se sienten lejos de que les pase algo igual, pertenecen a la elite de impunidad, gozan de muchos beneficios con respecto al común de la gente, y sobre todo si esa gente es pobre (…).

Quisiera, señores Camaristas, que me puedan decir qué diferencia existe entre la cámara de gas de los nazis y la cámara de gas carbónico de los policías que dejaron morir a nuestros hijos el pasado 2 de marzo en la comisaria Primera de esta ciudad de Pergamino Hipócrita.

Gracias por darle domiciliaria a los asesinos, libertad a los narcotraficantes que gozan de plena inmunidad, gracias por perdonar a los “hijos de….”; nuestros chicos, para gran parte de la sociedad, debían morir en esa hoguera, en esa pena de muerte, aunque todavía ninguno había sido condenado, eran procesados por delitos menores (…).

Esa es la justicia de los Camaristas y Jueces; que Dios se encargue de sus conciencias, si es que la tienen (…).

Deseo de corazón que no puedan conciliar el sueño, que nuestros hijos se presenten, en cada hogar de estos asesinos y que los quemen como ellos dejaron quemar a nuestros hijos.

Me hago cargo de cada una de estas palabras, que me brotan de lo más profundo de mi ser y de mis entrañas.

Soy la madre de uno de los chicos brutalmente masacrados en manos de los policías.

(Fragmento de la carta de Cristina Gramajo, madre de Sergio Filiberto, a los camaristas Guridi, Jure y Morales, y al juez Solazzi).

Banderas en tu corazón

Tarde de finales de abril en Parque España, un amplio predio al costado del ferrocarril de Pergamino. Carteles, banderas, sonrisas, cientos de personas reunidas. Suenan bandas de rock. Se escuchan discursos profundos y desgarradores. El suelo tiembla cuando hablan los familiares de los pibes. Quienes se reúnen tienen una sola necesidad: reclamar justicia. En una ciudad como Pergamino, conservadora y de ínfulas tradicionales, ver a hombres, mujeres y niños, tumbando las barreras de los prejuicios de esa propia sociedad resuena a esperanza.

Ni la marcha que hicieron los familiares de los policías detenidos pidiendo que no se los juzgue, ni la propia corporación uniformada que cuida a sus peones para que no vayan presos, ni los tiempos burocráticos de la justicia, amilanaron a los familiares de los pibes. En ese festival en Parque España se pudo comprobar. Durante esa tarde, todas y todos plantaron una bandera de raíces arraigadas en tierras pergaminenses. Una bandera que todavía flamea exigiendo justicia.

A principio de abril, los familiares realizaron una nueva marcha en la que participaron Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo –Línea Fundadora–; Adolfo Pérez Esquivel, defensor de derechos humanos y Premio Nobel de la Paz; el padre José María Di Paola, Elisa Carca y Roberto Cipriano García, secretario de la Comisión por la Memoria (CPM).

En su estancia en la ciudad, Cortiñas fue contundente con sus palabras: “Me parece terrible que sigan cometiendo estos delitos con jueces que miran para otro lado, con policías que matan y matan a nuestros jóvenes; y esta sociedad que en los primeros días decía barbaridades cuando todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Nadie puede aplicar una pena de muerte que no existe en las leyes. Creo que nuestra sociedad debe tener más humanidad, y debemos pensar que a cualquier hijo le puede pasar lo que les sucedió a estos chicos. Yo condeno la actitud de los jueces que no les importó abordar la problemática de los pibes cuando vivían y hay que hacerles un juicio político y sacarlos de sus funciones; y también hay que condenar a los policías”.

En declaraciones a los medios nacionales, Cipriano manifestó: “El grave desenlace del hacinamiento en las celdas de la comisaría primera, donde los detenidos se encontraban, como ocurre en todas las comisarías de la provincia, sin luz, sin agua, sin comida, sin atención médica, exige que los lugares de detención sean controlados; la segunda, que la comisaría primera, que ya está señalizada por haber sido un centro clandestino de detención, sea utilizada desde ahora como sitio de la memoria; y tercero, que el Estado, que estuvo ausente para la atención previa de los jóvenes que resultaron víctimas del incendio, establezca medios de apoyo a sus familiares”.

El recuerdo de Ludmila

Y todo pareciera detenerse allí, en ese preciso y maldito momento. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, pero el dolor se intensifica, la herida sigue sangrando.

El tiempo parecía que anunciaba lo que estaba sucediendo. Fuertes vientos, truenos que aún los recuerdo retumbar en mis oídos. Llego a casa y recibo la noticia, siete fallecidos, salgo lo más rápido que puedo, voy manejando mientras repito una y otra vez “¡vos no, vos no!” (…).

Llego a la esquina. Espero unos minutos. Reconozco personas. Mi mamá se acerca y me dice “lo nombraron en la tele Lu, Fer murió”. Me enojo con ella. “Mentira, mentira”, y salgo corriendo de vuelta al auto. Miro para atrás y veo alboroto. Decido regresar. Un efectivo grita nombres. Decido acercarme lo más que puedo y escucho “Fernando Emanuel Latorre”. El último de la lista. Mi mente no comprende nada, pero mi corazón sí. Se detuvo en ese preciso momento. Pude sentir cómo mi alma se quebraba en miles y miles de pedazos (…).

Hubiese elegido irme con vos ese día. Si de mí hubiese dependido te hubiera regalado la mitad de los días que me quedan de vida, sólo por tenerte junto a mí un poco más. Poder disfrutar de tu risa, tu voz, volver a sentir esos abrazos fuertes y esos “te quiero” que me susurrabas por lo bajo con timidez. Volver a leer esos mensajes donde me decías “cuidate hermanita, te quiero mucho”. Y una vez cumplido nuestro tiempo irnos juntos…

(Fragmento de la carta de Ludmila Díaz a su primo Fernando Latorre, publicada en La Izquierda Diario).

Un sistema en crisis permanente

En julio de este año, la Comisión Provincial por la Memoria, la Defensoría de Casación de la Provincia de Buenos Aires y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) presentaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) la crítica situación que atraviesa el sistema carcelario bonaerense. En la exposición, denunciaron a los estados nacional y provincial por la ausencia de un plan para reducir la tasa de prisionización y las condiciones inhumanas de detención.

Durante la presentación, realizada en Perú, los representantes de los organismos argentinos pusieron como ejemplo la masacre de Pergamino y denunciaron la sistemática violencia institucional dentro de las cárceles argentinas.

Según el informe presentado ante la CIDH, en la provincia de Buenos Aires al menos 130 personas mueren por año en unidades penitenciaras y alcaidías, más del 60 por ciento por falta de atención médica. Al mismo tiempo, funcionarios de la CIDH alertaron que “la detención prolongada en comisarías no respeta los estándares internacionales”.

Goteras, instalaciones eléctricas precarias, baños destruidos, camas hechas de cemento y celdas con hacinamiento en comisarías y unidades penitenciarias bonaerense, fueron algunas imágenes presentadas por los enviados a Perú. El mismo panorama edilicio e infrahumano que había en la Comisaría Primera cuando comenzó el incendio.

El coordinador de Área de Justicia y Seguridad Democrática de la CPM, Rodrigo Pomares, advirtió que en “las 432 dependencias policiales hay 3010 detenidos, de los cuales sólo 1039 tienen camastro. Es decir, dos de cada tres presos no tienen donde acostarse. La masacre de Pergamino es un caso que muestra con elocuencia las previsibles consecuencias del actual colapso de detención que venimos describiendo. Las muertes de siete personas fueron provocadas por la inhalación de humo tóxico, la falta de ventilación y la actitud dolosa de los policías. Pero, lamentablemente, esto sucede en todas las dependencias policiales”.

La Comisaría Primera de Pergamino reunía todas las pésimas condiciones denunciadas en la CIDH. Y como una historia trágica que se repite, esa dependencia funcionó como centro clandestino de detención durante la dictadura militar. “Según consta en testimonios de sobrevivientes, aquí permanecieron secuestrados hombres y mujeres perseguidos por su militancia política, social y sindical. En su mayoría, se trataba de vecinos de Pergamino que fueron víctimas de operaciones represivas comandadas de manera conjunta por fuerzas policiales y militares”, se leen en una placa colocada en el frente de la comisaría.

El futuro llegó

La noche se despliega sobre el barrio UOM. En la casa de la familia Filiberto los mates siguen rodando. A esas personas reunidas, que cargan un dolor lacerante sobre sus espaldas, pareciera que nada ni nadie las puede doblegar. En sus rostros tienen los más puros rasgos de tristeza y dignidad, porque sienten, día a día, las ausencias de sus muertos queridos.

Al mismo tiempo que relatan esta historia se toman algunos minutos para definir nuevas actividades. Desde ahora, acuerdan, van a hacer escraches en las casas donde los policías cumplen la prisión domiciliaria. Todo lo que deciden para demandar justicia parece poco, pero cada paso que dan en su reclamo es un avance demoledor frente a la injusticia.

Por estos días, los familiares de los pibes pegaron afiches en toda la ciudad con la cara del comisario Donza, exigiendo, de esta manera, que la justicia lo encuentre. Según ellos, la misma policía de Pergamino se encargó de despegar cada uno de los afiches.

“Los chicos cometieron un error y estaban cumpliendo por eso”, remarcan los familiares de los pibes. “Acá se cometió un delito y se perdieron siete vidas”, denuncian.

“Lo importante de esta causa es que hay doce sobrevivientes que declararon, están los mensajes de los mismos chicos fallecidos a los familiares. Con todo eso, no hay vuelta atrás. Quedó muy claro que no hicieron nada en el primer momento, cuando tuvieron que haber actuado”, afirma Andrea.

Los familiares coinciden en la profunda desidia cometida por los policías. Ese día, los uniformados “lo único que hicieron fue sacar al compañero de ellos, que es el imaginaria. Lo sacan del lugar para resguardarlo y a otro detenido lo corren al calabozo seis, porque estaba viendo todo lo que pasaba. Así como uno de los policías puede entrar a mover de lugar a uno de los chicos, ¿por qué no entró a apagar el fuego?”, apunta Silvia.

“La policía se maneja así”, resumen los familiares de los pibes.

“Hay cuarenta minutos que no se hizo nada, del primer foquito de incendio a todo lo que pasó. ¿Qué sucedió en ese tiempo?”, vuelve a preguntar Silvia, recordando los momentos fatales que tienen nombres y apellidos.

“Existe una responsabilidad del Estado, eso es más que obvio –remarca Andrea-. Pero ellos sostienen que a cualquiera le hubiese pasado. No, porque hay antecedentes de casos peores. Hacía unos cuántos meses atrás hubo otro incendio en la comisaría, con 19 detenidos, la misma cantidad que ahora. Estaban todos sueltos, ni siquiera estaban encerrados en sus calabozos,  en un lugar que tienen en común que se llama La Matera y habían prendido los colchones. Se metieron dos policías mujeres y la comisaria Stella Jaime, redujeron a los 19, apagaron el fuego, utilizaron los matafuegos. Entonces no es que a cualquiera le hubiese pasado”.

“Se demostró desidia, deshumanización –señala Cristina-. A lo mejor habrán dicho: ‘Vamos a darles un escarmiento’ y se les fue de las manos. Pero ellos no tienen que juzgar. Aparte los gritos desgarradores. Uno que tuvo la oportunidad de hablar con los sobrevivientes, ellos dicen que eran gritos desgarradores. Y cuando hicieron la pericia y la reconstrucción, era terrible. Se midieron los decibeles y era terrible. Detrás de la palabra motín ellos quieren tapar las culpas. Siempre se premia defender lo material ante que las vidas. Para ellos, es más importante cuidar los bienes de determinada gente y no las vidas de estos chicos”.

Las voces de la conversación se van distendiendo. Hay lágrimas, claro. Pero también abrazos, hay fuerza y ánimo que se dan entre los familiares y los vecinos que los apoyan. Asesorados por la CPM y la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), los familiares de los pibes saben que la justicia que reclaman la van a conseguir en la calle, golpeando puertas, recordando a esos siete chicos a los que les robaron sus vidas.

“Te llevo”, me dice Cristina después de los saludos de despedida. Entramos al auto y le digo que conocía a Sergio. Cristina abre bien grande los ojos y me pregunta: “¿En serio?”. “Sí –le contesto–. Lo conocía del bar”. Y al bar de Lucas –al que voy religiosamente cada vez que vuelvo a la ciudad–, cada tanto caía el Fili, te preguntaba cómo andabas y después se perdía en la noche, como nos perdemos todos, en medio de carcajadas, cervezas y al calor de las amistades que siempre se disfrutan mejor entre esas paredes, que son un refugio en el centro de la ciudad.

*Una versión resumida de este artículo fue publicado en la revista Sudestada Nº 149, septiembre-octubre de 2017 (www.revistasudestada.com.ar) / Fotos: Natalia Tealdi, Carmen Rolandelli y Claudia Conteris.