Las palabras contra las balas: Crónica de una represión avisada
Gonzalo Pehuen/El Furgón – El viernes 1 de septiembre, más de doscientas mil personas se congregaron en Plaza de Mayo para reclamar por la aparición con vida de Santiago Maldonado, cuyo paradero es desconocido luego de haber sido llevado por la gendarmería durante la represión al Lof de Cushamen, en Chubut. Bajo el grito de “¡Aparición con Vida Ya!” y “Castigo a los culpables”, el acto se dio en un ambiente de total unidad y respeto, con la presencia de la familia Maldonado, referentes del pueblo Mapuche y diversos organismos de Derechos Humanos. El pueblo se expresó pacíficamente; lamentablemente, el Estado no.
Era viernes, hacía calor, había humedad. Plaza de Mayo comenzaba a llenarse de gente, el clima general era raro; desde temprano se sentía la tensión general, el aire estaba cargado de cierto nerviosismo, de cierta ira e indignación. Parecía que en cualquier momento el cielo se encapotaría y caería un aguacero. Y aunque efectivamente la lluvia no faltó, no fueron precipitaciones atmosféricas lo que cayó sobre la gente; lo que llovieron fueron balas de goma y gas pimienta. Agua también había, lanzada para esa suerte de “dragón inverso” que son los carros hidrantes.
Era viernes 1 de septiembre, pero de hace un mes atrás, y la represión desatada por gendarmería contra la comunidad Lof de Cushamen dejaba como saldo la desaparición de Santiago Maldonado. Y si bien no es el primer desaparecido o victima de la lucha que el pueblo Mapuche viene sosteniendo en defensa de la tierra en la cual nacieron, su desaparición forzada se caracteriza, tal y como dijo la referente Moira Millan, “porque es un chico argentino”. Y así es.
Santiago Maldonado es como cualquier otro pibe solidario con la lucha de los pueblos ancestrales de este triangulo del sur. Como cualquier joven que no pretende quedarse inmutado ante la injusticia; que con buena predisposición se queda a dar a la cara, ya sea en un corte de ruta, en un bloqueo a algún predio contaminante o el acampe de un grupo de trabajadores frente a la fábrica de la cual fueron despedidos. Santiago es un pibe como cualquiera de los que estábamos en Plaza de Mayo exigiendo por su aparición con vida.
Rondaban las cuatro de la tarde
Circulaba la información de unos supuestos audios filtrados donde se daba la orden a la policía de aplicar mano dura. Una cadena de mensajes avisaba que las fuerzas represivas estaban autorizadas a andar de civil, que no nos quedáramos en las inmediaciones de la plaza al finalizar el acto. “La policía puede actuar en defensa de grupos ‘kirchneristas’ y ‘anarquistas’ que hagan bardo y se dio libertad para que puedan prescindir de su uniforme, así que vamos a estar rodeades de yuta de civil”, decía el texto. Dicho y hecho, los de “civil” andaban circulando desde temprano, mezclados con las “uvas” de la Policía de la Ciudad.
El ambiente se iba caldeando, al igual que el aire de la tarde bajo el sol que asomaba.
El jueves anterior nos merendamos con la noticia de unos quince allanamientos realizados en Córdoba, todos orquestados y perpetrados al mismo tiempo en diferentes locales y centros culturales de organizaciones políticas y sociales. Esto ocurrió luego de la Marcha Nacional por el Gatillo Fácil del lunes 28 de agosto y también como amedrentamiento para quienes asistirían a Plaza de Mayo ese mismo viernes. El accionar policial se quería hacer sentir para callarnos.
El clima venía tenso desde la mañana temprano
Llegué a Plaza de Mayo donde ya había gente congregada. “La Chilinga” realizaba una ronda golpeando sus percusiones. El sonido de los bombos hacía efervecer la sangre. Es nuestra generación la que se está muriendo, a la que están combatiendo. El sol golpeaba fuerte; pero estábamos ahí, inamovibles, presenciando, siendo testigos y protagonistas de la historia.
Todavía faltaban dos horas para el acto, bajé al subte para aprovechar el wi-fi, porque no tenía línea en el celular. Charlé con la gente para ver quiénes iban a caer a la plaza, si alguien iba ir a difundir los afiches con la cara de Santiago o el anuncio del “Ministerio de Represión y Desaparición Forzada”. Encaré para la avenida 9 de Julio a encontrarme con alguien, además de fotografiar a las agrupaciones que se estaban congregando.
Todo se desarrollaba con normalidad. Algunas columnas de agrupaciones de izquierda avanzaban por el Metrobus de la 9 de Julio, desde el lado de Constitución hacia el Obelisco. La CTA se congregaba en Avenida de Mayo. También estaban los Descamisados, Quebracho; a lo lejos, desde el Congreso, se acercaba la Asociación Argentina de Actores. Había agitación.
Una moto cualquiera con un “civil cualquiera” llevaba como pasajero a una de las “uvas”, relojeando a una agrupación comunista que avanzaba hacia Diagonal Norte.
Estaba esperando a alguien cuando empiezo a oír chiflidos, provenientes de las bocas del subte de la línea C. Dos grupos estaban a los cascotazos; había una persona con todo el cuello “chocolateado”, chorreando sangre desde un costado de la cabeza, cosa que no le impedía seguir tirando piedras y puteando a quienes, presumí, eran de la CTA. Un cascote casi le pega a un fotógrafo; un tipo agarró un pedazo de algo, el equivalente a tres adoquines, y lo lanzó contra quienes lastimaron a su compañero; del peso que tenía el “proyectil” no llegó a recorrer la mitad del camino. Los separaron rápido; volvió la “calma”.
El aire seguía agitado
A medida que las diferentes organizaciones (a la par de las y los independientes) se iban acercando al microcentro porteño, el aire se fue llenando de gritos, del ruido de bombos y de los cantos de lxs asistentes. Había agitación; la gente clamaba por la aparición con vida de Santiago, exigiendo la renuncia de Patricia Bullrich; demandando al Estado asumir la responsabilidad que le corresponde.
En los días anteriores, el clima represivo fue en aumento, sutilmente en unos casos, de manera alevosa en otros.
La APDH de La Matanza había denunciado que tres de sus integrantes recibieron amenazas e intimidaciones. El jueves 31 de agosto, en un barrio de la localidad de Laferrere (que no conviene nombrar), la policía fotografió y tapó un mural realizado por artistas independientes durante una jornada por el Día del Niño y la Niña (domingo 27 de agosto); el mural denunciaba los casos de gatillo fácil, motivo de la Marcha Nacional que luego se realizó el día 28. Los móviles policiales se hicieron presentes en la casa donde se había pintado la pared; amenazaron, apretaron, tomaron fotos como si fueran evidencias de un delito; también taparon un mural con el rostro de un pibe asesinado, que era anterior a esta muraleada.
En la versión cordobesa de la Marcha Nacional por el Gatillo Fácil, un grupo de encapuchados generó destrozos, “justificando” los allanamientos tan bien organizados del jueves, cuyo saldo fue de tres detenidos y mucho material “subversivo” incautado (banderas, libros y demás cosas que puede haber en centros culturales, radios y espacios sociales barriales).
Estábamos todxs bastante agitados
El mensaje advirtiendo el posible accionar policial tras la marcha se arraigaba hondo. Ya lo imaginábamos, cada una de las personas con quienes me cruzaba comentaba lo mismo: cada marcha “polémica”, las fuerzas represivas hacen el mismo tipo de operativo: esperar a que Plaza de Mayo se desconcentre y reprimir a los pequeños grupos que quedan en las inmediaciones, hayan o no formado parte de la movilización (como si participar constituyera un delito en sí mismo).
Ya lo esperábamos.
La tarde iba pasando, el sol bajaba; la birra también.
Me acerqué al escenario, credencial de prensa mediante.
Moira Millan hablaba con diferentes medios, con rostro firme. La bandera Mapuche hondeaba en la “plaza histórica”, apenas a cien metros del monumento al genocidio que es la estatua de Julio Argentino Roca ubicada en Diagonal Sur. Los grandes medios entrevistaban a la referente mapuche: Moira les escupió la realidad que vienen sufriendo no sólo desde que Benetton y Lewis llegaron a la Patagonia, sino desde que “el hombre blanco” fue al territorio austral a cortar vidas y orejas para quedarse con la tierra.
“Acá se está presupuestando la muerte, hay una guerra de baja intensidad que se está llevando a cabo contra el pueblo Mapuche”, dijo la referente, antes de afirmar que “Santiago es un arcoíris, es la unión de los colores de la vida”. “Exigimos su aparición con vida, al igual que queremos la vida de la tierra”, respondió a la prensa; y continuó explicando que ellos son un reflejo de la unión de los pueblos: “Si quieren saber quiénes somos pregúntenle a la montaña, al río, al bosque. La Mapu va a decirles quiénes somos”. Por último, entre toda la comitiva subrayaron sus palabras al grito de “¡Marici Weu!” (“Diez veces venceremos”), a la par que el viento extendía la bandera del pueblo sureño, mostrándola en todo su esplendor y confirmando que su lucha es por la tierra que está siendo asesinada.
Cayó la tarde, la hora del acto oficial se acercaba
La organización estaba desbordada. Pasar al área cerca del escenario llevaba su tiempo; subirse era casi imposible, apenas dejaban subir a algunxs, y quienes lo hacían la “colgaban”. Apiñados en un espacio reducido frente al escenario, los trípodes de las cámaras de TV se disputaban cada milímetro de suelo. Quienes andábamos con cámara en mano buscábamos la manera de poder pasar por entre los cuerpos apretados, para así lograr sacar una foto en la que no hubiera una nuca. En medio de la confusión, logré superar el vallado que había dentro del vallado, y por el cual se accedía al escenario; algo casi fútil, porque de todas formas era imposible subir. La prensa también estaba enardecida. Gracias a toda esa desorganización de la organización pude colarme al escenario, trepándome por un costado, y desde ahí arriba sacar una foto, antes que me vieran y me bajaran. Una foto de la catedral precedida por las fotos del rostro de Santiago; algo era algo.
En un momento determinado, escuché la negativa de dejar hablar a la comitiva Mapuche. “Solo va a hablar la familia, el ultimo orador va a ser Sergio; perdón, pero sino va a ser un quilombo”, y ya lo estaba siendo.
Terminaron las bandas. Habló Germán Maldonado; no es un orador elocuente, es una persona destrozada buscando a un ser querido. “Santiago representa la libertad”, dijo al principio de su discurso, el cual enunció tomando prestada la voz de su hermano, esa que corre por su sangre. Los dirigentes del MAS se quejaban porque los de prensa no los dejábamos ver. La organización empujando. “Estamos trabajando”, se escuchaba cada dos por tres.
Tenso, todo sigue tenso
Salí de la zona de prensa, con lo que necesitaba para la página del programa de radio que integro. Salí a mezclarme entre la multitud, con intenciones de encarar para el lado del subte a ver si enganchaba el wi-fi. Cerca de la entrada de la estación Bolívar de la línea E, sobre Hipólito Yrigoyen, un grupo de chicxs con máscaras sostenía un cartel con la cara de Santiago, parados arriba de un puesto de diarios, con la luz naranja de un poste iluminándolxs. Me subí con ellxs y presencié el final del acto, las palabras de Sergio Maldonado. “El gobierno lo único que hace es cuestionar a Santiago y a su familia; la ministra de seguridad nos está maltratando”, dijo Sergio. “Nos hostigan con información falsa para desvirtuar la investigación. Queremos que se investigue a todo el personal de la gendarmería que actuó en el operativo el día 31 de julio y 1 de agosto”, continuó. “Ellos son los responsables y deben dar cuenta de su actuación”, sentenció Sergio. La plaza era un hervidero de gente, estaba viva al grito de “¡Asesinos!” y al ya tan arraigado clamor por lxs desaparecidxs: “¡Presentes! ¡Ahora, y siempre!”.
¿Se imaginaría Santiago que su presencia en la ruta 40 iba a tener tal repercusión? O mejor dicho, ¿se imaginaría que su “no presencia” en la vida cotidiana tendría tales consecuencias?
Plaza de Mayo estaba viva.
Saqué algunas fotos. Las últimas de la plaza esa noche.
El acto en sí mismo había terminado; comenzaba a tocar PEZ.
Ya en la estación Catedral, de la línea D, y gracias al wi-fi, conseguí contactar a mis amigxs. Me encontré con un grupo de gente por el Obelisco y nos fuimos a tomar una birra al departamento de un pibe, por la 9 de Julio. Eran cerca de las 19:30.
Sentado en un sillón, tomando birra y escuchando música comenzaron a llegar las noticias de represión por las calles Venezuela y Tacuarí. El delay de las cuadras de distancia hizo que la noticia me llegara casi a las 20 horas, sintiéndome un “careta” por estar donde estaba siendo que en la plaza todavía había actividad.
Cayó más gente a “ranchar”. Hablamos, proyectamos un ciclo de poesía y demás cosas. La birra hacía mella en el estómago vacío desde la mañana.
Dos de lxs chicxs se fueron (más tarde, esa noche, me enteraría que les habían dado con balas de goma). Lxs otrxs dos tomaron la decisión ir a San Telmo a pasar el viernes.
Un mensaje (que no veo hasta tres horas después) me avisaba que reprimían en el Cabildo.
Fuimos a comer una pizza a Ugi’s. Había personas que todavía volvían de la marcha. Al ver el panorama general, no parecía que a tan sólo a ocho cuadras la policía estaba cazando gente sin discriminar.
Encaramos para avenida de Mayo, mis amigxs yendo a San Telmo, yo a tomarme el 86 para volver a mi casa y editar las fotos.
Pero la avenida seguía cortada.
Al ver que en la esquina de Tacuarí había fuego, comencé a caminar en dirección de la plaza, para enterarme qué pasaba, imaginándome lo que estaba sucediendo.
La cámara ya no tenía batería ni tenía una de repuesto.
Por suerte, el celular sí estaba cargado.
Entonces me encontré con una imagen que me retrotrajo 16 años, a diciembre del 2001. Al igual que había sucedido en los barrios del conurbano aquella noche del 20 de diciembre, tras la renuncia del entonces presidente Fernando De la Rúa, en cada esquina había fogatas en las que ardía lo que estaba mano: contenedores de basura, cajas, vallas de madera. A medida que uno se acercaba a la plaza el silencio iba ganando la calle. La gente estaba quieta, mirando, con la cara tapada en algunos casos, pero totalmente descubierta en la mayoría de ellos.
El aire era naranja por el fuego y se reflejaba en las luces de los postes de alumbrado público.
Silencio.
En la vereda, unxs pibxs buscaban cualquier piedra para defenderse. Se escuchaban tiros.
Al llegar a Maipú ya no se podía avanzar más. A mitad de cuadra estaba la última barricada en llamas, levantada por la gente. Más allá (sobre Perú) un cordón de infantería permanecía inmutable; atrás de ellos aparecía el camión hidrante, el “dragón inverso”.
Silencio, gritos, tiros. La gente en la calle. La juventud en la calle.
Dando una mirada general, la mayoría de las personas que estábamos ahí no llegábamos a los cuarenta, había quienes no pasábamos los treinta. La juventud. Quienes estábamos ahí, ya fuera registrando con cámaras profesionales o de celulares, tirando cosas a la policía o manteniendo el fuego de las barricadas, éramos jóvenes; esa generación demasiado prematura para haber participado de la represión fatal del 2001 y del 2002. Quienes estábamos éramos la generación que en este momento están encarcelando y asesinando.
A tan sólo unos metros de la última fogata, una piba me advirtió: “Mirá que están viniendo por la vereda”. Como ratas pasando por una cocina llena de gente, un grupo de “uvas” y de infantería se acercaba, parapetándose en los puestos de flores. Alguien gritó: “Están llevándose a un pibe allá”, señalando una esquina.
Piedrazos. “¡Devuélvanlos!”, gritaba la gente.
No éramos muchos, tratábamos de mantenernos unidxs, retrocediendo lentamente hacia la segunda barricada. Una postal que no pude fotografiar se me grabó en la cabeza: un colectivo de la línea 86 (esa misma que me llevaba desde el centro hasta el barrio) intentando esquivar una fogata sobre Yrigoyen; la perspectiva hacía parecer que el bondi se prendía fuego.
El centro de Buenos Aires estaba ardiendo; el calor de la tarde fue tal que generó combustión.
El calor de la tarde, el rumor desde temprano de la presencia de policías de civil y de la ya mentada represión; ese extraño grupo que tiró una molotov contra el vallado de Plaza de Mayo y que luego (según testigos) se fue en una camioneta 4X4; los allanamientos de la tarde del jueves; la desaparición de Santiago, un pibe similar a cualquiera de quienes estábamos ahí en la avenida, esperando el avance de la infantería, reclamando la aparición de uno de nuestros consanguíneos, de un aborigen “argentino” como todos los que estábamos ahí.
Porque eso es lo que somos: un pueblo originario de esta llanura fluvial, fruto de la tierra que caminamos. Hermanxs entre nosotrxs, defendiendo el poco territorio por el cual podemos movernos.
De pronto comenzó a verse el chorro de agua del camión hidrante. Empecé a filmar con el celular. Por un momento pasaron por mi cabeza las palabras que siempre repetía mi vieja, aprendidas en los años ochenta por las Madres de Plaza de Mayo: “No corras, ponete a un costado. Si escapas te van a querer agarrar”. Pero en esta ocasión ese consejo no valía; venían por los costados y cazaban a quienes podían.
El camión hidrante avanzaba, al igual que la infantería. Por la vereda comenzaron a aparecer, a las corridas, los oficiales que se parapetaban en los puestos de flores.
No quedó otra que correr.
“Guarda que vienen por la vereda”, se escuchó. “¡Corran hasta la otra esquina!”. “¡Mantengámonos unidos!”. Pero ya no había otra esquina, la barricada ubicada en Piedras no era salvamento. Las motos se nos venían encima. El camión hidrante avanzaba, la infantería disparaba.
Había dos opciones: correr hasta el cansancio buscando la 9 de Julio, o guarecerse en el subte. Elegí la segunda. Justo a tiempo, porque al bajar las escaleras corroboré que tenía las motos encima, a tan sólo unos metros detrás mío, abriéndole el paso a los de a pie. Nos estaban cazando.
La estación Piedras de la línea A
Un vendedor de “pines”; una parejita tomando una birra; otros dos vendedores charlando con el de los pines; un pibe todo transpirado, igual de agitado que yo; la piba que me había advertido que venían por la vereda; un policía de civil; dos tipos de traje, presumiblemente también de la fuerza.
Asomadxs a la escalera vimos cómo el cordón policial se apostaba en la esquina de Piedras; las luces azules teñían las paredes, las persianas.
Los trajeados cerraron una de las bocas de subte. El policía de civil se delataba: tenía borceguís, corte de pelo de yuta, hablaba por el celular como si se tratara de un radio. “Hay gente de los dos lados”, informaba.
Como ya le había sacado la ficha, le avisé a la pareja que tenía la birra, asustados porque sus amigos no atendían el celular. “Chicos, tómense el palo, ese es policía”, les dije por lo bajo. Uno de los vendedores indagaba al infiltrado. “Soy seguridad del subte”, mintió. Lo había visto en la avenida y luego bajar junto con todxs. Una persona aleatoria le preguntó si el subte estaba andando. “Por ahora”, respondió. Quien preguntaba tenía pinta de haber estado simplemente en la calle, volviendo de laburar; el terror se dibujada en sus ojos. Cerraron las dos bocas del subte.
Tras varios minutos que no terminaban nunca de pasar, pensando que el “de civil” nos estaba entregando porque no dejaba de hablar por teléfono, empiezo a preguntarle, haciéndome el desentendido, como si no supiera por qué se reprimía (aunque ya me sabía fichado). El subte apareció viniendo de Perú. Nos subimos. Ahora de la avenida no se escuchaba nada, salvo los constantes disparos.
En Lima se subió más gente, todxs agitadxs, con alivio en los rostros. Al pasar una estación, un grupo de personas comenzó a relatar lo que pasaba en la calle, pero la información estaba un tanto desactualizada: “Gente, hay 6 compañerxs detenidxs, la policía no quiere dar la lista de nombres”. En la superficie, antes de que la infantería se nos precipitara a la carrera, se barajaba la información que eran aproximadamente diez las personas detenidas. Al llegar a Plaza Miserere, eran veinte; si algún nombre se sabía, era porque la prensa les preguntaba antes de que fueran tragadxs por los camiones celulares.
En el subte íbamos todxs cantando, hermanadxs. Al bajar en Once los cantos bajaron de intensidad, la policía nos miraba. Caminar por los pasillos del subte, la combinación de la línea A con la H, la subida hacia la estación del Sarmiento, todo era un laberinto para el cuerpo todavía adrenalínico. Estábamos como drogados, como psicoactivados. Quienes nos encontrábamos ahí caminando (muchas de esas personas eran con quienes había estado corriendo) éramos quienes habíamos zafado.
En ese momento cayeron muchas fichas, había cosas que empezaban a tomar forma en la cabeza. Ahora lo entendía, no todo, pero muchas cosas las entendía. Esas imágenes tan guardadas en la cabeza desde aquella jornada de 2001, donde no me había despegado de la TV, esas anécdotas que contaban mis viejos; todo eso era real y nos estaba pasando.
Tomé el 86 pasadas las 22:30. Contemplar la autopista semivacía desde el colectivo lleno me permitió bajar un cambio.
Al finalizar la jornada el saldo era de 17 heridxs y 31 detenidxs, entre estxs últimxs había varios compañerxs de la prensa; también un turista venezolano que agarraron al voleo.
Sin importar que estuvieran trabajando (y tal vez por ese mismo motivo), las fuerzas policiales se llevaron detenidas a personas que realizaban su labor periodística, en muchos casos por mera vocación y sin mediar beneficio económico alguno. Esas mismas personas que en cada marcha, en cada acto y en cada represión, se encuentran al frente, cubriendo, cumpliendo con un trabajo tan importante como es el de comunicar, el de difundir; aparecen con una escalerita, se trepan a un árbol con las cámaras pesadas colgando de sus cuellos, caminan marcha atrás toda una cuadra para filmar la cabecera de una movilización; llueva, nieve o caiga fuego del cielo.
Gracias a la presión de organismos de Derechos Humanos, los medios de comunicación alternativos (Red Nacional de Medios Alternativos, entre ellos), el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, y demás organizaciones, se consiguió que la declaración indagatoria de lxs detenidxs durante la represión se adelantara al domingo 4 de septiembre, 24 horas antes de lo que planeaba el poder judicial. La causa es llevada por el juez federal Marcelo Martínez Giorgi, entre cuyos antecedentes se encuentra el fallo contra el medio alternativo “Antena Negra” y en favor de la empresa de seguridad privada “Prosegur” (se intimó al medio a entregar sus equipos de transmisión, en el año 2016). Ayer por la noche, el juez dispuso la liberación de 30 de los 31 detenidos, mientras que en la puerta de tribunales cientos de personas demandaban la libertar de los encarcelados.
Nada bueno sale de esto. La represión se intensifica cada vez más. De varias de las personas detenidas se sabe que tienen problemas de salud y fueron gravemente heridas; también que algunas de ellas pueden permanecer privadas de su libertad. A todxs se les acusa de “intimidación pública, atentado y resistencia a la autoridad”; la mayoría era gente asustada, escapando por las balas de goma y el gas pimienta; siete de ellxs simplemente estaban trabajando.
Ya pasaron varios días. Ayer se llamó a una convocatoria en Comodoro Py; hubo gente congregada y resistiendo desde el sábado temprano en las diversas comisarías. En algunos medios, solo destacan la represión en respuesta a los destrozos provocados por un grupo de desconocidos (dato no remarcado por dichos portales de noticias). La represión sigue, mediática y judicialmente. La violencia que ahora se lleva a cabo es “simbólica”, silenciosa. El pueblo se le opone gritando: “¡Libertad a lxs detenidxs!” “¡No más presxs por luchar!” “¡Aparición con Vida de Santiago Maldonado!”.
Y esta vez cabe sumar el grito del pueblo Mapuche: “¡Marici Weu!”.
*Fotos: Gonzalo Pehuen/Repo Bandini