Barrios cerrados: la vida lejos de la ciudad
Delfina Tremouilleres/El Furgón – A comienzos del 2000 el fenómeno “country” se caracterizó por la migración de muchas personas a barrios privados, ubicados a kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Pero eso trajo consecuencias ambientales y sociales. El Furgón habló con especialistas que analizaron la elección de ese “estilo de vida”.
Varios kilómetros de autopista separan a la ciudad de Buenos Aires de los countries y los barrios cerrados. El caos de tránsito porteño y las 15 mil personas que habitan cada kilómetro cuadrado quedan atrás y abren paso a miles de hectáreas verdes. Las superficies de ambos mundos son desiguales. Esos lugares cercados con canchas de fútbol y piletas climatizadas ocupan el doble de espacio que la Capital Federal y tienen diez veces menos densidad de población. Según varios especialistas, eso produce una serie de problemas urbanísticos, sociales y ambientales difíciles de revertir.
“Esta situación me parece extremadamente negativa. Las urbanizaciones cerradas están en territorios adaptados para albergar a muy poca población y esto se hace con altos costos ambientales. Hubo toda una serie de intervenciones sobre el territorio que se hizo sin planificación previa. Ganan quienes desarrollan el emprendimiento y pierde el conjunto de la población”, dijo a El Furgón Guillermo Tella, arquitecto y doctor en Urbanismo, quien realizó estudios de posgrado en Planificación Urbana y Regional.
El fenómeno “country” emergió con fuerza a principios de 1990 y se consolidó en el 2000, etapa en que los consultores inmobiliarios entendieron el boom de estos emprendimientos. Según Cecilia Arizaga, socióloga e investigadora del CONICET, ese estallido fue un reflejo en el espacio urbano de lo que ocurría en la sociedad. “Pensar el tema del crecimiento de estos espacios independientemente de la desigualdad en la que se está consolidando la sociedad argentina es caer un error conceptual importantísimo”, explicó a El Furgón.
La cuestión social fue una consecuencia de la fragmentación. Patricia Pintos, geógrafa del Centro de Investigaciones Geográficas de la Universidad Nacional de La Plata, diferenció los intereses de los propietarios de los lotes, de la realidad de las personas que viven alrededor de esas urbanizaciones. “Aparecieron los barrios más precarios que existían desde antes de la construcción y cuyos derechos fueron vulnerados -señaló- Se levantaron terraplenes de varios metros de altura que impidieron el acceso del agua a sus predios y eso generó inundaciones debido al sistema de escurrimiento de ríos y arroyos de la cuenca del río Luján”.
Un punto en el que Tella y Pintos coinciden es en la necesidad de dejar atrás los cerramientos. Pero ninguno cree que esto sea posible, al menos no a corto plazo. Tella plantea que se debe detener este proceso de construcción además de intimar a los desarrolladores para que reparen los daños ambientales que generan. Sin embargo, lejos de poder impedir que esto siga avanzando, Enrique García Espil, arquitecto y urbanista, explica: “Se construyen cada vez más condominios, dormies o viviendas con servicios comunes de pileta y jardín en unidades chicas. Esto se realiza en todas partes, pero sobre todo en Tigre y Pilar”.
Actualmente esta tendencia se está trasladando a la ciudad con la vida en “torres con amenities”, como las Le Parc de Puerto Madero. Sin duda vivir en ellas o un country tiene beneficios que la ciudad abierta no ofrece; como el contacto con la naturaleza o el mayor nivel de seguridad. Allí parece lograrse una serenidad que en nada se asemeja al estrés.
La decisión de vivir en un lugar que permita mayor interacción social y pública o de resguardarse en un lugar “seguro” y “reconocible”, tiene que ver, según Tella, con ciertos modelos y elecciones que hacen determinados colectivos sociales.