Una pelea que abre caminos
Carlos García/El Furgón – Lucas se encuentra en el centro de la medialuna que forman los delegados y representantes de comisiones gremiales en las puertas del Banco Superville. En los márgenes de la casa central, dos banderolas irrumpen la rutina de uno de los bancos que más ha crecido en la city porteña: “Basta de maltrato laboral” – “Bancarios en lucha”. En el hall de entrada, en el centro de la medialuna, una radio abierta. Frente a ella una veintena de trabajadores de limpieza miran de frente.
Lucas tiene 25 años y es uno de los delegados más jóvenes de su gremial y también del sindicato bancario. Tiene el pelo corto, cejas anchas y dientes brillantes. Habla con agilidad y firmeza, entrenado en el día a día de las discusiones con sus compañeros y las patronales. Lucas, con el micrófono en mano, reclama que la patronal cumpla con el convenio y reconozca a los empleados de maestranza y ordenanza como bancarios. El sueldo neto de un empleado de limpieza ronda los diez mil pesos y con la inflación, que afecta principalmente al rubro de alimentos, estos trabajadores se han empobrecido. “En una situación de emergencia social como la que están viviendo ahora, con salarios que no alcanzan a cubrir los costos básicos de la canasta familiar, hacen que esto se sitúe en una agenda prioritaria y tengamos que intervenir”, explica Lucas.
Todos los días ingresan a los bancos 160 trabajadores sin cuello blanco y sin corbata. Usan zapatillas, guantes de látex y caminan con escobas y baldes. Desde 1975, los papeles firmados tras las huelgas de junio y julio de ese año, los consagraron como trabajadores bancarios; la primera escala de una carrera laboral abarrotada de categorías. En marzo de 1976, el golpe de Estado, el secuestro y desaparición de activistas, la eliminación física de la fuerza que había acumulado el gremio para arrancar la firma del convenio, impidieron que muchas de estas victorias se concretaran. A principio de la década de 1990, en algunas entidades financieras había trabajadores de limpieza bancarios, los últimos antes del auge de la tercerización.
Han pasado 41 años y hoy, según Lucas, la grilla salarial estipula un aumento respecto de lo que vienen cobrando dentro del convenio de maestranza, de cinco mil o seis mil pesos de lo que ellos cobran.
Lucas considera que la tercerización no está relacionada con factores económicos. Han revisado los contratos entre el banco y las tercerizadas Sylim y Arrow, los recibos de sueldo de los empleados. La conclusión es tajante: por un amplio margen al banco le saldría más barato tener a los compañeros bajo convenio. Entonces, ¿por qué mantenerlos tercerizados?
“Es meramente ideológico -afirma Lucas-, y la intención de no pasar a la gente al banco es una intención política, fundamentada muchas veces en la discriminación, o en creer que determinadas personas no cumplen con los márgenes para ser bancarios como se da en este caso, netamente de ese estilo”.
Pero la discriminación no se siente solamente al momento de revisar el recibo de sueldo o el uniforme laboral. El destierro de los empleados con convenios -que no son convenios- implica
irregularidades contractuales que cometen las empresas como descontar presentismo, viáticos, días de enfermedad y el no reconocimiento de certificados médicos. Son muchas cosas con los que el banco se lava las manos.
Los delegados del Superville saben que están dando una pelea estratégica. Una pelea heroica en la que quizás se empieza a jugar el destino de un sindicato y de un país. Suena romántico, pero lo es. La agenda del gobierno nacional busca implantar que los problemas económicos del país se relacionan con los elevados costos laborales e impositivos. Buscan flexibilizar, cuando no eliminar estos convenios. En las últimas semanas, los trabajadores y las trabajadoras que resistieron los cierres de las fábricas AGR-Clarín y Pepsico, denunciaron que los despidos encubrían la intención de contratar nuevos trabajadores en peores condiciones. Las acciones represivas buscan amedrentar al colectivo que pelea con la intención de desmoralizarlo para que no vuelva a pelear. Es un principio tomado de las teorías de la guerra.
Los trabajadores del Superville decidieron no amedrentarse. Por eso, Lucas dice: “Entendemos que si acá nos quedamos en una situación pasiva de conservar nuestros derechos nos van a pasar por arriba. Esto no es una conquista lo que buscamos, porque el convenio ya lo avala y el reconocimiento en la convención colectiva está”.