El abuelo Elijio
Mario Ramos/El Furgón – Montó el rosillo y despacito, como quien empieza un largo viaje, encaró pal oeste.
En la boca el palito de la sortija apuntaba el rumbo. Era de noche. Solo se oía el chas chas de las patas del rosillo en la arena. Las manos sostenían las riendas como al descuido, como quien piensa en otra cosa.
A la luz de la luna el lomo de sus manos parecía barro seco, los miles de tientos trenzados dejaron su marca.
Dicen que mi abuelo Elijio era el mejor amansador de caballos y que sus piales en las yerras eran famosos.
Esas manos como de greda o cuero curtido supieron subirme suavemente al lomo del caballo y llevarme a dar una vuelta por el barrio. El olor a cigarrillos Colmena me llegaba de su boca.
A veces me decía “me tenés que ayudar con unos tientos” y yo los sobaba en la silla petisa de paja que usaba él.
Fue su último viaje el de esa noche. No volvió. Quedaron sus cuchillos, bozales y lazos. Tal vez pensaba que donde iba correrían sortijas, no sé, por eso llevaba el palito. Lo único.
Me acuerdo que era carnaval.