Los marginales del rock
María Laura Torres/El Furgón – Quizás haya sido culpa del Indio. Quizás. Quizás le quepan responsabilidades penales. Quizás fue la DESorganización. Quizás fue el municipio. Quizás el lugar. O quizás, la gente.
Quizás esas no sean todas las conjeturas que se escupieron a casi una semana del recital del Indio Solari en Olavarría, probablemente haya más. Y de seguro, se seguirán reproduciendo.
Me llama poderosamente la atención la cobertura mediática post show. Es como un coagulo de resentimiento y cizaña latente que estalló entre -lo que se denomina- referentes de opinión. Todos queremos saber qué opinan “las voces autorizadas” del mundo del rock, pero no sobre lo que pasó, sino la opinión personal que tienen sobre el Indio Solari más precisamente. ¿Queremos? Quizás no. Luego de tanto tiempo de reproches ocultos, qué mejor que este momento para sacar los trapitos al sol y bofetear a quien resulte más débil. Pero quizás en esa contienda los dueños de la verdad sólo se encuentren acompañados por unos pocos que pretenden algo tan cobarde como defenestrar al enemigo cuando bajó la guardia. Sucede entonces cuando todo termina, las bestias despiertan. Y están listas, al pie del cañón para lanzar sus teorías conspirativas de siempre. Una vez más la persecuta frente al dolor fue más grande. Estos son los oportunistas imposibles de saciar. Los que arremeten sin medir las consecuencias, los que gritan más fuerte con el regocijo de ver esa herida sangrar hasta lo más profundo. Y en ese instante, cuando las entrañas del fan se aniquilan es cuando la bestia seduce más sedienta.
Ayer lo charlaba con una amiga que fue al show. Y es que acá todo vale. Hay mucho buitre revoloteando, entre las hazañas de los medios y la política. Y al desfile se suman algunos: el que no le gusta el Indio o su música, el que probó ese discurso antipopular y le gustó, personalidades y famosos sin escrúpulos y llenos de furia. Quizás es hora de que las figuritas intocables también bajen el copete. Pareciera que el nivel de exposición es directamente proporcional con los estándares de impunidad. La paradoja es perfecta. No condenamos aquellas palabras despechadas de algún que otro periodista o ex rockero que se las saben todas. Pero sí a un tipo que no se muestra ni luce ante cámaras y, casualmente, tampoco forma parte del círculo de los mediáticos más accesibles. Por eso es condenado, un marginal ahora infectado para siempre, con las manos llenas de sangre.
Así se constituye la condena. La condena discursiva de los medios hegemónicos y referentes de opinión que ataca directamente a la yugular de las almas sensibles que pululan en avalanchas. Es la pesadilla del que le tapan la boca y no puede hablar. Que los medios te aparten para siempre de su estela y nunca más puedas volver. Pero tranquilos, las sanguijuelas no pueden herirnos porque por más que lancen y vomiten las peores mierdas a mansalva no serán más fuertes que la avalancha de aquella noche eterna.
Quiero aclararlo: no soy fan del Indio. Soy de Charly. Y escribo estas líneas como si el protagonista de esta historia fuera uno de mis máximos referentes. Porque lo siento. Siento como se lo está siendo juzgando por todos esos aparatos que sólo repiten y transmiten (con esto me refiero a personas de carne y hueso). Hoy todos dicen lo que piensan, lo que piensan sin pensar en quién recibe. Lo que piensan sin pensar en lo que piensa quién recibe. No importa, total hablar es gratis. Y resuena un poco en mi cabeza el tema de mi héroe nacional que reza así: “Pensando en el alma que piensa y por pensar no es alma”.
Simplemente, son ellos, los que simulan. Los que pareciera que no tienen sangre. Los que deambulan por la vida sin sentirla, sin pasión. Y si no hay pasión, que no haya nada. Quizás así sea más fácil vivir.