miércoles, septiembre 11, 2024
Ficciones

SLOT

Juan Pablo Fiorenza/El Furgón – Huele a limón y se llama Alejandra. La escuché atender el teléfono por encima del ruido sin dejar de jugar; una vez sola dijo su nombre, dijo hola habla Alejandra. La llamaron del trabajo y aseguró que estaba enferma, que no iría. Mentirosa Alejandra. O no, tal vez estuviera enferma Alejandra. Enferma de verdad. También infiel Alejandra: alguna vez se ha ido con otro, ante mi mirada inquieta, pero ha sabido volver. Estropeada Alejandra, insultándose en voz baja Alejandra, ha sabido volver.

Aquí voy conociendo gente. Grande y joven. Jubilados, en gran parte. Pero no hay que confundirse, nos visitan treintañeros y cuarentones. El público se renueva poco, y es variado: mujeres bien y mal vestidas, muchachos con corbata y hombres harapientos, brutos tozudos y genios fracasados con libretitas. Incluso comerciantes, en pleno horario de trabajo.

Kinesióloga Alejandra. O mucama, o enfermera Alejandra. O camillera, algo de eso, porque siempre tiene un ambo verde y se agacha y le veo el lugar donde le nacen las tetas. Nunca alcanzo a ver el pezón, ahí está el límite. Es la rutina de cuando le arranco una sonrisa: se agacha, hace una reverencia, y se llena el vaso. Y eso significa que se va a quedar un rato más.

Juguetona Alejandra. Se agacha Alejandra. Se llena el vaso Alejandra. Me muestra el escote Alejandra.

 

Mi jefe dice que tengo que hacer rendir el tiempo del público, que estoy programado para eso, para entretener y quedarme con su plata. Mi preferida -por qué negarlo- es Alejandra, treinta años, ambo verde y ojos verdes. Cuando estoy con ella, me olvido de que trabajo, y a ella le debe pasar lo mismo. Una vez me movieron de sector, y me reconoció por el número de chapa. Buscó y buscó hasta encontrarme. Fue muy grato el momento. Soy el 913.

 

Dos semanas que Alejandra que no viene. En su silla se puede sentar una señora emperifollada, un escribano que perdió su matrícula, una adolescente derrotada, un repositor del supermercado de enfrente, en fin, cualquier persona. Se pueden sentar, sí, pero en verdad nadie ocupa su lugar.

 

Vuelve Alejandra. Tiene tetas más grandes, bastante más grandes, y es difícil resistir el deseo de obtener más reverencias. Y aunque nadie debe sospechar, soy más generoso que lo habitual. Y hay risas de sorpresa y hay alegría efímera. Y yo le festejo el vaso lleno y las tetas inclinadas.

 

En este último tiempo, ausente. Muy ausente Alejandra. Cuatro semanas que no viene. Ella y su perfume de limón. Me comentó el 536 que tampoco estuvo por el otro salón. Lejos Alejandra. Abandónica Alejandra.

 

Vuelve Alejandra. Es martes, creo. Está distinta, pero vuelve. Me tiene que esperar un rato, estoy ocupado con un canoso. Ella se aleja y me pongo excesivamente malo y mezquino, pero no es la primera vez que vivimos esta secuencia. Y sucede lo de siempre: Alejandra regresa unos minutos más tarde con un pocillo en la mano, aroma a café ojeras profundas y limón. Y el hombre como si nada, sentado, aunque tímidamente disconforme con su suerte. Ella espera que me libere. Se impacienta el canoso; será la mirada de Alejandra en la nuca, o yo, que lo desconcierto con mis fallos. El tipo se enoja, se levanta y tiene ganas de golpearme y se contiene. Al final, va a buscar consuelo a unos pocos metros, pero él ya no me importa.

Importa Alejandra.

La recibo, estoy con todas las luces y se lo hago saber. Parece embarazada. Pensé que gorda, pero no. Embarazada Alejandra. Embarazada. Identifico esas panzas con facilidad, conozco la progresión. Café, ojeras, limón, caderas, tetas más grandes. Hay gente fumando. Nicotina en las cortinas, en la alfombra de arabescos, en la tela de las banquetas, impregnada en los uniformes. Veneno en los pulmones. Le hará mal al bebé. ¿De quién será? Mamá Alejandra. Le pregunto qué hizo, qué se hizo, por qué viene a verme, por qué no vino a verme antes, qué pretende. Alejandra no me responde. Y porque tengo un momento de frescura, porque tengo una parte humana y benévola, puedo imponer la lógica al resentimiento: por su bien, quiero echarla a patadas, expulsarla a la vereda y que no pise más este negocio. Comprar pañales, no estar acá. Aunque me duela. El daño está hecho. Lo nuestro está terminado, tiene que darse cuenta. Y estira el ambo hacia abajo y las tetas se preparan para que le dé una mínima alegría que la mantenga en el ruedo, pero no. Idiota Alejandra. Y es cuando quiere reconquistarme y dobla la apuesta, y confía en la relación de años que ella -sí, ella- se encargó de romper en forma unilateral.

Sin embargo, no soy cómplice. Quiero que sepa que no habrá segundas partes, que cuando se termina, se termina. Que es mejor irse. Y entonces llama a un asistente para que le cambie billetes para seguir conmigo; confía en que en algún momento cambiaré de opinión pero estoy muy firme. La panza parece mirarnos y pedir una tregua. Ella no se mueve, no está dispuesta a dejarle la buena suerte al que venga detrás.

 

Van tres horas así. Le soy esquivo. Verle las tetas ya no me corresponde. No merece ningún premio andar mezclando su olor a limón con su bebé con el humo del cigarrillo. Abstraída Alejandra. Ni el celular atiende, que suena y suena. Y no le queda mucho más dinero. Y a mí me queda paciencia, nací para tenerla, puedo estar jugando a este juego toda la vida. Y otra vez un gesto al asistente y más fichas y un café. Y más ojeras, no, no hacen falta más ojeras. El perfume a limón ya no se huele, el tintineo constante nubla el oído y también el olfato. Los sentidos se adormecen. Sin embargo, no huye Alejandra, no entiende el mensaje que le doy.

 

Seis horas. La máquina parece ella. No le pienso dar el gusto ni la razón. Tu lugar es afuera, con el sol. Y cuando cambia los últimos dólares, llorisquea Alejandra. Con la manga del ambo se seca las lágrimas, y después junta las manos implorando algo. Timba Alejandra. Se pone de pie y baila para contener a su vejiga. No se aleja de mí, no puede dejar la banqueta. Piensa que, si se va, el que viene atrás va a ganar todo lo que ella no ganó. No quiere legar la fortuna, a ver si justo cambia la tendencia y llega la riqueza. Y ya no sé bien qué quiere ganar, ni para qué.

Ocho horas. Deja de bailar y se sienta con una sola nalga sobre la silla. Cierra los ojos, pero no va al baño. Y se hace pis Alejandra. Pis Alejandra. No quiere dejar su lugar, regalar la buena racha que podría estar por venir. El líquido chorrea por el taburete. La alfombra del bingo se humedece, se oscurece. El celular chilla, es un ruido más entre la cortina de sonidos metálicos y músicas repetitivas.

 

Van diez horas que no deja de jugar. Del pis solo queda un olor ácido. Parece triste, solloza Alejandra. Por fin, atiende el celular sin dejar de tocarme los botones y palancas y dice que sí, hola doctor, que mañana confirmado, que ya juntó casi todo pero que igual lo van a hacer de cualquier manera, e insiste en que ya tiene casi todo, que lo va a juntar. Corta, resopla, y no hace jackpot Alejandra.

Todavía le quedan algunas fichas. En el vaso. Pocas fichas. No gana Alejandra. Se dobla del dolor Alejandra. Transpira frío pero no va al baño. Caca Alejandra. Llanto Alejandra.