Sobre panqueques y entereza
Marcelo Valko/El Furgón – En una época de travestismo ideológico, de saltimbanquis que transitan partidos políticos y cambian de camiseta como de media y poseen masters en adulterar con sus discursos la realidad de los ciudadanos, es bueno recordar algunos ejemplos de vida. Ejemplos que se encuentran en las antípodas de una casta que anhela seguir siendo casta, siendo la elite de un país donde una enorme porción de la población les sobra. Un grupo que siempre retuvo el poder económico en sus manos que se encuentra a gusto con un país chico, y se especializan en convencer a través de la mirada de los grandes medios que echar trabajadores a la calle es buscar su reconversión laboral para una Argentina pujante; en definitiva, traducen lo negro como blanco, el achicamiento como un cambio y donde la desmemoria es su catecismo.
En esta primer nota para El Furgón quisiera mencionar un ejemplo de vida, sé que hay muchos, pero quisiera hablar de alguien que los visitantes de este portal habrán leído, me refiero a Osvaldo Bayer.
Con el Maestro nos conocemos hace muchos años, cuando le pedí un prólogo para uno de mis libros. Cuando voy a su casa, bautizada “El Tugurio” por su entrañable amigo Osvaldo Soriano, fueron pocas las ocasiones en las que me recibió adelante, en el living, en torno a esa mesita ratona donde reposa a modo de pisapapeles una bomba anarquista semejante a una araña de bronce y que apareció más de una vez en las entrevistas que le realizaron y que el público tuvo oportunidad de apreciar en la serie “Mundo Bayer” de Canal Encuentro, obsequio que le entregaron viejos anarquistas.
Excepto casos puntuales, siempre nos quedamos en el patio del fondo, que realmente es su lugar predilecto y que es el verdadero salón de estar de la casa. Suele sentarse junto a la puerta de la pequeña cocina. De espaldas a una estufa que en los días fríos está permanentemente encendida. Posee una cantidad de potus que cuelgan como una hermosa cortina verde desde una estantería metálica.
La mesa grande del fondo generalmente está tapada por un nylon extenso, sobre el que suele agregar más de un recipiente, dado que el techo corredizo de fibra de vidrio tiene más de una gotera. Allí hay otra mesita redonda, cubierta por un mantel de hule y rodeada por varias sillas plegables de lona que se fueron desgastando con los años. Para llegar hasta el fondo, es necesario atravesar un pasillo que en una de sus paredes tiene adosada una muy austera biblioteca, absolutamente rebosante de papeles, carpetas, cajas de recortes, libros y algún vaso olvidado. Tan es así, que la madera aglomerada se había combado con los años, tanto hacia abajo como hacia el centro del pasillo, amenazando desprenderse de la pared y derrumbarse sobre el pasillo, clausurando esa suerte de túnel. Llegó un momento que fue necesario pasar casi pegado contra la pared opuesta.
Retomando lo que venía comentando sobre su casa, aunque el pasillo que conecta el frente del “Tugurio” con el fondo es corto y recto -serán apenas unos tres metros-, da la sensación de atravesar una suerte de pasaje que conduce a un centro iniciático, hacia el santo sanctorum donde en lugar de una deidad o sumo sacerdote opiando al pueblo con una cantinela retrograda, habita un Libertario con Mayúscula.
La decoración del patio es simple, de un lado los potus, del otro todos los recordatorios y fotos que permite el espacio; algunos de sus numerosos premios descansan sobre la mesa grande, alguna bolsita con medialunas de ayer sujeta del picaporte y una soga de colgar la ropa con algunos broches atraviesa el patio techado a la altura de la mesa. La sencillez espartana de ese ambiente, con sus sillas plegables de lona, hace de aquel centro del “Tugurio” un lugar especialísimo.
-No necesito más que esto para vivir, para qué más… Qué hará esa gente que tiene tantos millones… ¿para qué tanto? ¡Unos tanto y otros nada!
En este mes de febrero cumplirá 90 años. 90 años donde jamás claudicó sus ideales, jamás aceptó un cargo público de tanto gobierno deshonesto y donde tanto él como su familia padecieron un largo exilio. Sin duda, el paso del tiempo ha dejado huellas en su cuerpo, pero Bayer no es de quejarse. Cuando le pregunto “¿cómo anda?”, suele responder “viejo, pero bien…”. Así de simple, contundente y entero. Aun con achaques, nunca pierde el humor, un rasgo que lo caracteriza, como su humildad, la humildad de los grandes, de esos que enseñan con ejemplos de vida y donde les asegura a los jóvenes que lo vienen a entrevistar, asqueados de tanto panqueque mediático, “que a la larga, la ética siempre triunfa”.
*Marcelo Valko es autor de numerosos textos entre ellos: Cazadores de Poder; Viajes hacia Osvaldo Bayer; Desmonumentar a Roca; Ciudades Malditas Ciudades Perdidas; Pedagogía de la Desmemoria; Descubri MIENTO de América y Los indios invisibles del Malón de la Paz – Fotos: Verónica Canino Vázquez