Nosotros, los visitantes
Luciana Placco/El Furgón – La llegada del verano suele ser un momento de distensión después de las fiestas para aquellos que pueden tomarse unas vacaciones.
Los paisajes que los argentinos suelen elegir son los tradicionales: la costa atlántica, el sur patagónico, el norte y los países limítrofes…
El destino de quien escribe siempre ha sido San Bernardo. Conociendo todas sus estaciones, quienes habitamos la ciudad balnearia la vemos disfrazarse para la llegada de los ansiosos turistas.
No tan lejano en el tiempo, la ciudad del perro boyero oriundo de los Alpes suizos, fue asociada con el descontrol por ser el lugar de privilegio (y privilegiar) al público juvenil que llega a la costa deseoso de encontrar una vasta oferta nocturna.
Supermercados, balnearios y boliches ponían (y continúan poniendo aunque moderadamente) a su disposición toda la artillería para que los adolescentes que venían en busca de alcohol y noche satisfagan sus deseos.
Propietarios alquilando a menores de edad, comercios luciendo en primera plana bebidas con las mejores etiquetas, entradas a boliches con elevados costos se volvieron un negocio muy rentable para esta ciudad balnearia en connivencia con la policía, funcionarios y propietarios que no habitaban en la costa.
Poco a poco y con esfuerzo de sus habitantes San Bernardo fue recuperando a su público familiar.
Homogéneo es el público que puebla con carpas, reposeras, lona o todo a la vez Cabo San Antonio. Como golondrinas vienen huyendo del fuego y del bullicio de la urbanidad trayendo consigo ¿su furia?, ¿su deseo de destruir? o ¿será que el ser humano contamina todo lo que toca?
Es que es imposible no pensarlo si a diario se ven adultos extrayendo, cual niños con palitas y baldecitos, a las almejas del mar y enseñándoles a los niños que ese será el aperitivo de la noche, ignorando los años que estos moluscos estuvieron en extinción por la depredación del hombre.
Todos parecen olvidar –o quizá nunca lo aprendieron- que nada se debe arrojar al suelo y menos al mar. Por lo tanto no debería verse cuando todos abandonan la playa: los vasos de telgopor del licuado recién bebido, los choclos roídos, los pañales, las incontables colillas de cigarrillo y ni hablar de las latas de cerveza flotando en el mar, teniendo a metros residuos de basura.
Podría pensarse que esta conducta es un reflejo de cómo se comportan las autoridades locales que permiten en un evento organizado lanzar pirotecnia desde la costa durante el fin de año (aunque por lo menos ahora no encontramos las cajas de petardos nadando por las olas al día siguiente).
Son estas mismas autoridades las que son permeables a la tala de árboles en la reserva de La Lucila para construir “El Pinar”, o crear otro centro turístico paradisíaco como es Costa del Este que, bajo el slogan “Talo 1 Planto 3”, derriban los pulmones del ambiente, tal como ocurre en otras localidades que se traduce no sólo en perdida de oxigeno -se calcula que un árbol medio, un pino por ejemplo, en una temporada produce el oxigeno que respiran diez personas en todo el año-, sino también en cambios en la ecología del medioambiente.
El robo de arena de las playas, las construcciones sobre la costa, el derrumbamiento de los médanos a nivel local, sumando a sequías, inundaciones, pérdida de especies, granizos, vientos huracanados son moneda corriente a lo largo y a lo ancho del país.
Las personas que ahora llaman empresarios junto a los funcionarios talan, plantan oro verde, tiran desechos químicos al océano, hacen estallar montañas y la sociedad contribuye inconscientemente contaminando un poco más…
Las consecuencias están a la vista.
Todos somos turistas en el lugar que habitamos, porque nuestro paso por este suelo es temporal. Cabo San Antonio será ese accidente geográfico que todos llamamos Costa Atlántica, pero es una milésima parte del reflejo de cómo los hombres y las mujeres nos comportamos frente a la naturaleza. Será cuestión de desplegar más campañas que nos permitan recordar si es que lo olvidamos, o aprender si es que no lo sabemos que madre hay una sola.