jueves, diciembre 18, 2025
Cultura

De actividad, sobresaltos e inquietudes: La columna “La galera del mago” (La Razón), 1960-1962

En septiembre de 2025, un entrevistador le preguntó al gran historiador de la televisión Carlos Ulanovsky en qué momento descubrió su talento para escribir. Una de sus inspiraciones fue una columna del periódico La Razón, “La galera del mago”, escrita por Luis Pico Estrada y Ricardo Warnes. Aunque nunca se identificó al autor del artículo, es probable que, dada la elegancia del texto, la mayor parte de la redacción fuera obra de Pico Estrada. Ulanovsky recordaba que en 1960 la nota abordaba el desarrollo de un nuevo medio, la televisión. Pero la columna era mucho más que eso. Era una ventana -a veces nostálgica, a veces profunda- a las culturas urbanas porteñas en rápida evolución, y con una mirada a las rarezas antiguas y nuevas de Buenos Aires.

¿La televisión destruyó la ética periodística?

“La galera del mago” se publicó en La Razón desde julio de 1960 hasta julio de 1962. Poco después, en 1963 y 1964, tanto Pico Estrada como Warnes se convirtieron en severos críticos por el deterioro de la ética de los periodistas. El problema se derivaba de la creciente tendencia de los hombres y las mujeres de la prensa, supuestamente dedicados a informar y analizar los hechos de cada caso, a asumir también funciones en programas televisivos en los que había menos escrutinio profesional de lo que se decía. En marzo de 1964, Canal 9 suspendió su programa “Apelación pública” cuando un invitado, Hussein Triki, hizo unos comentarios que los espectadores consideraron racistas. Triki era delegado de la Liga Árabe en Buenos Aires, que mantenía vínculos con el grupo ultraderechista y antisemita Movimiento Nacionalista Tacuara. En un periódico que dirigía, Nación Árabe, Triki había difundido propaganda antisemita, acusando a los judíos de urdir complots comunistas en Argentina.

Como solución, cuando “Apelación pública” se trasladó rápidamente al competidor Canal 11, uno de los colaboradores del programa, Ricardo Warnes, se trasladó con él y, en las páginas de La Razón, cuya tirada en aquel momento era de 450.000 ejemplares, se unió a Norma Dumas en El Mundo y a otros periodistas para atacar a Canal 9. En abril de 1964, la revista Primera Plana consideró el caso de Hussein Triki como parte de una ausencia más amplia de normas éticas en la televisión, y los peligros de un deterioro ético relacionado en el periodismo impreso. Para algunos, parecía que la televisión estaba corrompiendo el oficio: “Trabajar como cronista de TV y hacer programas de TV”, según un veterano del periodismo gráfico, “no solo es una incompatibilidad sino un delito, una manera de estafar a los lectores”. Dado que la TV pagaba mucho mejor que los periódicos, existía una tendencia a que los periodistas contratados por un canal de televisión promocionaran su programa en su columna del periódico. Primera Plana informó de que los ejecutivos del flamante medio temían posibles ataques en la sección de televisión de La Razón.

Primera Plana, 14 de abril 1964

Aquella sección que analizaba el medio audiovisual se inauguró en 1961 y estuvo a cargo de Pico Estrada, Warnes, Eduardo Gómez Ortega y Luis Pedro Toni. En 1962, Warnes y Pico Estrada lanzaron el programa “Buenos Aires insólita” en Canal 7 (basado en parte en su columna “La galera del mago”), y obtuvieron el control de la crítica de TV en La Razón. Poco tiempo después, ganaron también el dominio de “Apelación pública” en Canal 9. Según un empleado del 9 “fue el precio que pagamos para que cesaran las persecuciones” de los dos empleados de La Razón contra la señal.

Finalmente, el favoritismo de Warnes y Pico Estrada hacia uno u otro canal, dependiendo de dónde les pagaran en ese momento, llevó a los ejecutivos de La Razón a insistir en que lo que escribieran o supervisaran en el periódico se sometiera diariamente a sus directivos para que verificaran los datos. Con nuevas responsabilidades como editor de la revista Atlántida, productor de dos programas de televisión y mucho más, Pico Estrada renunció a La Razón a finales de 1963. Warnes se fue un año después.

La galera del mago

Varias de las columnas de “La galera del mago” trataban sobre la televisión y, de hecho, abordaban a la farándula y a las acusaciones y denuncias en el mundo de la pantalla chica. El 20 de octubre de 1960, llena de insinuaciones y rumores, el espacio presentó una vaga evaluación de las recientes críticas públicas injustas contra la locutora Lidia Elsa Satragno, más conocida como Pinky. Varios periodistas acusaron a Pico Estrada de haber orquestado todo el asunto, sugiriendo que la nota sobre el tema era puramente fabricada y performativa. Pero la televisión estaba lejos de ser el tema más importante. A menudo -bellamente escrita- se centró en su primer año en la noche porteña, que cambiaba rápidamente. Después, los autores comenzaron a informar y analizar en profundidad acontecimientos y momentos inusuales en Buenos Aires. Casi siempre, el tema era insignificante en sí mismo. Lo que la hacía atractiva era una narrativa apasionante.

La columna del 15 de agosto de 1960 preguntaba: “¿Buenos Aires es la ciudad del tango o del rock and roll?”. “La música porteña” -continuaba- “se refugia en oscuros salones” y agregaba: “La ciudad vive su propia música, hecha de actividad, sobresaltos, inquietudes. Ante ese movimiento, el tango resulta el vestigio de un mundo que concluye”. A menudo había humor. En el artículo del 6 de septiembre de 1960, el cierre de tres restaurantes típicos de la Avenida de Mayo -refugios tradicionales de los españoles- provocó “una crisis de paella”. Pero, lamentablemente, como le dijo al autor un anciano cliente de un bar: “Ya pasaron los tiempos de la Avenida de Mayo, cuando don Hipólito Yrigoyen venía a comer aquí”. Una semana más tarde, se ocupó de la nueva popularidad del “strip-tease” en los espectáculos revisteriles, de la gitana que bailaba mambo “a pesar del disgusto de su tribu” y de la tradición de “un determinado grupo de muchachas” que vendieron su compañía a un precio demasiado alto. Los columnistas lamentaban una nueva amenaza: la censura. El Teatro El Argentino había sido cerrado dos veces por ese motivo y lo propio sucedió por largos meses con el Teatro Chamamé. A finales de septiembre, la censura volvió a ser el tema de la columna: “Seis policías —tres vestidos de civil, tres uniformados— entraron en el local donde se guardaba el material cinematográfico de la última película de Armando Bó, aún desconocida en el país” (Y el demonio creó a los hombres, 1960). Las ocho copias de la película pasaron a poder de la Justicia”.

Después de 1960, el tema dejó de centrarse tanto en la vida nocturna porteña y se enfocó en curiosidades culturales. El 21 de enero de 1961, contó la extraña historia de una santafecina que intentaba vender su violín Stradivarius por un millón de dólares. Como muchos instrumentos musicales caros, este tenía una buena historia, según la vendedora. “A principios de siglo, llegó a Santa Fe un barco. Uno de sus tripulantes era un negro que tocaba el violín”, contó. El tripulante vendió su violín a un maestro del conservatorio local a cambio de 80 pesos, yerba y un atado de tabaco. Insatisfecho con la calidad del instrumento, el maestro lo vendió al padre de uno de sus alumnos. No fue hasta mucho más tarde cuando se descubrió una etiqueta con la inscripción “Stradivarius Cremoniensis Facievat 1723”. Por muy buena que fuera la historia del Stradivarius, la columna también profundizaba en el riesgo que corría el comprador en tales circunstancias y en la dificultad de establecer con certeza el origen del violín: A veces, una buena historia no era más que una buena historia.

Otro artículo (24 de mayo de 1961) trató de un folleto encontrado en la calle que ofrecía “una panacea para aburridos, débiles, gordos, malhumorados, niños y viejos”. El profesor Gaeta había enseñado a bailar a generaciones de porteños en su estudio, al que se accedía subiendo “una larga escalera cubierta por una alfombra roja”. “Hasta la decoración contribuye a crear un clima de época pasada o de viejo consultorio”, señalaba la crónica. Había historias del astrólogo Horacio Tirigall, especialista en pronósticos bursátiles; del acupunturista David J. Sussman (6 de julio de 1961); de seguidores de prácticas religiosas de origen hindú (29 de septiembre de 1961) y del obsesivo Humberto Galfrascoli, dedicado a controlar el reloj de la Torre de los ingleses (14 de octubre de 1961).

Posdata

La última columna, del 10 de julio de 1962, describía la historia y los éxitos de Alcohólicos Anónimos en Argentina, pero no daba ninguna indicación de que “La galera del mago” hubiera llegado a su fin. Pico Estrada escribió guiones para las películas “Primero yo” (1964) y “Con gusto a rabia” (1964) de Fernando Ayala y las películas “La Guerra del cerdo” (1975) y “Los siete locos” (1973) de Leopoldo Torre Nilsson. Pasó a dirigir Canal 7 en los años previos al golpe de Estado de 1976. Fue asesor de la Secretaría de Inteligencia del Estado durante la presidencia de Fernando de la Rúa y trabajó con Roberto Lavagna y Mauricio Macri, entre otros, para formar una oposición temprana al kirchnerismo en 2006.

A principios de la década de 1960 la alarma en los periódicos sobre la mala calidad de la televisión se convirtió en una profecía autocumplida en el caso de Ricardo Warnes. Tuvo una larga carrera en televisión y su trabajo más importante se produjo en la década de 1980. Fue pionero en la producción de los concursos televisivos. Warnes produjo el programa “Seis para triunfar”, protagonizado por Héctor Larrea. El envío se realizó con un presupuesto reducido, en parte debido a la rápida inflación de la década del ochenta. A los fans les encantaba el programa, pero Larrea nunca estuvo convencido. “Yo no quería hacerlo”, dijo más de 30 años después. “Yo huía de la tele porque me restaba tiempo para el armado artesanal de la radio, pero con ese programa hice mi blindaje económico”, contó. Cuando le presentaron la idea por primera vez, Larreta respondió: “¡Yo no voy a hacer algo tan berreta! ¡Esto es una porquería!”. Pero lo hizo para pagar las facturas.

Portada:  Ricardo Warnes y Luis Pico Estrada.