Adelanto de ‘El secreto de Fátima – Memoria para treinta olvidos’
La Negrita. Botín de guerra
El libro estaba terminado, llamo al editor, le doy la noticia, charlamos de cuestiones varias y antes de finalizar le pregunto:
– ¿Para quién era la casa que alquiló Inés Noceti?
Mi duda surgía porque hicimos hincapié en Selma, su novia en aquellos días, a quien también perseguían, y no tanto en Inés y su hija. La respuesta del editor disparó este último texto.
– Para la Negrita, me contestó.
– ¿La esposa del Pepe, el jefe de Montoneros?
– Sí.
– ¿En esa casa estaba el Pepe? -, indago con incredulidad.
– Si, – me responde, de manera natural, como si no entendiera que no estaban buscando a Inés, sino que la dictadura estaba pisándole los talones a Mario Eduardo Firmenich, el máximo comandante de los Montoneros. Corto y me quedo pensando. Consulto un libro y leo:
“Esa mañana Graciela había leído en el diario Crónica la noticia de que había habido un espectacular operativo policial en una casa de subversivos en Villa Adelina”, que había “concluido con la muerte de todos sus ocupantes”, pero no le había hecho un caso particular.
– La casa, cayó la casa nuestra, perdieron todos.
Graciela trató de tranquilizarla. No pudo, pero Barbarella le contó que esa casa era donde vivían el Polo, Nicolás y el Burro y cayó el Ejército y mató a Polo, su compañero, y al Burro y a su compañera, Susana, que tenía un bebe, y que el bebe también había muerto porque el ruido le reventó los tímpanos. Ahora Barbarella hablaba muy frío, con los ojos perdidos, como si su voz viniera de otra parte:
– Antes hay una cita que van Tomás y la Negrita Inés y aparece un Falcon y adentro está el Loco Nicolás, entre dos tipos, con la cabeza llena de sangre. Tomás y la Negrita empiezan a correr y los tipos tiran. Le metieron un tiro de FAL en el brazo, a la Negrita. Tomás trata de ayudarla, pero no puede, la Negrita le dice que se vaya, y la agarran. Te quería avisar, porque sé que esta tarde tenés una cita con Nicolás [1].”
Tomás era Carlos Goldenberg, la Negrita Inés era María Elpidia Martínez Agüero, la esposa de Mario Firmenich. El Loco Nicolás era Héctor Lépido, Moni era Susana Kranz, Barbarela era Ana Dvatman [2], Graciela era Graciela Daleo. De la casa de Villa Adelina estaban Polo o Francisco que era Marcelo Rave, el Burro era Eduardo Hurst, Susana era Liliana Corti, el bebe era Horacio Pietragalla, quien no murió, su mamá lo escondió en una bañadera y, cubierto de colchones, lo hallaron, lo llevaron y lo dieron a una familia amiga de militares que le cambió la identidad. Los tres asesinados fueron desaparecidos, y al tiempo el EAAF identificó en el cementerio de Boulogne a Liliana Corti.
***
Mi duda es sobre esa casa y otras. Al parecer la casa Villa Adelina no era una casa más, tenía una imprenta, vivían militantes de valía y se sospecha que estaba alguien de la Conducción Nacional, tal vez el mismo Mario Eduardo Firmenich, conocido como Pepe. Mi pregunta interna es saber si estaban buscando a Firmenich cuando cayó su esposa, o fue algo azaroso. Escribo un texto con muchas dudas, con especulaciones, con hipótesis, pero sin certezas. Termino el capítulo con fragmentos de varias historias y lo comento con una amiga que está reconstruyendo la historia de militancia de sus padres.
– ¿Por qué es tan importante este texto?
– Porque las fechas y lugares coinciden con la masacre de Fátima. La Negrita estuvo en Coordinación Federal el día que se llevaron a los treinta.
– ¿Cómo sabes que estuvo en Coordinación?
– María del Socorro Alonso, una sobreviviente, me dijo que estuvo con la Negrita. Me contó que un tío de Córdoba pidió por ella, y que no sabe cómo salvó a su bebe, porque se la veía muy desnutrida, muy delgada.
– Y si tenés ese dato ¿qué querés saber?
– Quiero saber si ella estuvo en la lista de los masacrados, o si la resguardaban como moneda de cambio por ser esposa de Firmenich, para atraparlo en algún momento.
– ¿Por qué en vez de especular y suponer tanto no llamas a la Negrita?
– ¿Vos la conoces?
– Ella me ayudo para saber algo más de mis viejos, que no militaron con ella, pero sí con el Pepe. Ella está convencida que hay que contar lo que pasó, ser lo más fidedigno y que eso quede para el futuro.
Y así mi amiga, Rocío Fernández Madero, me conectó con la mujer de Firmenich.
María Elpidia Martínez Agüero escuchó mis preguntas, mis dudas, leyó el texto original y corrigió los errores. Ese texto quedó descartado, pero de las charlas con ella quedó el siguiente dialogo:
***
Yo no soy la Negrita Inés. Mi primer alias fue Inés, pero en el comienzo de mi militancia, en Córdoba. La Negrita fui mucho después, porque cambiábamos de alias, y también de lugar de militancia. Mi nombre de guerra cuando ocurre lo de Fátima no era Inés ni Negrita. Cuando llegué a Columna Norte, en enero de 1976, mi nombre de guerra era Raquel. Ni Pepe ni yo vivíamos en esa casa de Villa Adelina, porque la zona estaba siendo arrasada por la represión, tanto de Campo de Mayo como de la ESMA. Mi caso es raro porque estoy casada con alguien de la Conducción Nacional, pero a la vez militaba y tenía un cargo dentro de la estructura de la organización, en este caso yo integraba el área militar de Columna Norte.
– ¿Vivían en la zona que abarcaba Columna Norte?
– Estábamos lejos del núcleo de la columna. Vivíamos a pocas cuadras de la estación San Andrés, en el partido de San Martín, y una noche escuchamos el vuelo de un helicóptero de manera insistente sobre las manzanas del barrio, que además alumbraba con unos focos muy potentes. Pensamos que nos buscaban, y preparamos todo como para abandonar la casa. Yo estaba con mi beba de pocos meses, la puse en un bolso de jean, y el despliegue militar que se veía era muy grande. Esperamos un rato, prestamos atención donde se focalizaba todo y nos dimos cuenta de que no era por nosotros, sino en una calle paralela a la nuestra, donde se armó una balacera impresionante. Después supimos que a pocas cuadras “reventaron” una imprenta muy grande del PRT/ERP. Esa noche nos quedamos ahí, y nos levantamos al día siguiente, nos cambiamos de casa [3].
– ¿Cuándo te secuestran?
– El 4 de agosto de 1976 fui a una cita en Acasusso. Antes había dejado una muestra de pis en Villa Ballester, en una farmacia, porque sospechaba que estaba embarazada. De ahí tomé el colectivo para la cita, que era cerca de la avenida Santa Fe. Nos íbamos a reunir con Tomás y Nicolás para planificar un operativo, no recuerdo cual era el objetivo, pero yo no volvía esa noche a mi casa, era muy riesgoso, así que nos quedábamos en lo de Tomás. Llegó a tiempo a la cita, y a las 17.15 no llega nadie, así que me voy. Llamo desde un teléfono público a mi hermana, que cuidaba a mi hija, y le pregunté si tomó la mamadera de las 17, y me respondió que acababa de terminarla toda. Me quedé más tranquila, y esperé para hacer la segunda pasada, a las 18. Tomás llegó a tiempo, pero faltaba Nicolás. En eso vemos que llega un Falcon, el auto que usaban las patotas militares, y los dos vemos que adentro está Nicolás [4]. Nos damos cuentan que los que están con Nicolás sacan las Itakas, y ahí empezamos a correr. Bajan del auto, se acomodan y empiezan a tirar, y ahí se arma una balacera muy grande. Algunos de la patota nos corren y tiran a la carrera, y nos quieren atrapar. Tomás pudo alejarse rápido, porque tenía una contextura grande, era deportista, jugaba al rugby y era hábil. Le pedí que me agarrara de la mano y corriera, que así me arrastraba en la carrera, pero no me hizo caso y enseguida me sacó como 20 metros. Quisimos detener a los perseguidores con más disparos, y ellos nos respondieron. En una casa vimos que un hombre estaba estacionando su auto, y Tomás aprovechó para encañonarlo, bajarlo, subir y escapar. Yo seguí corriendo, hasta que pude meterme en una casa, mientras me seguían disparando, y baleaban las paredes. La dueña de casa no entendía nada, estaba desesperada. Entré, busqué el baño porque quería tirar todos los papeles comprometedores, las citas, y documentación que revelara datos que podía comprometer a otros compañeros. Cuando la patota entra a la casa, me buscan, pero tardan en llegar al baño, así que pude tirar las cosas por el inodoro. No tenía posibilidad de resistir, me pegan un culatazo y me atrapan. Me suben en el asiento de atrás del Falcon, tirada en el piso y me llevan.
– ¿Te estaban buscando a vos o al Pepe?
– Cuando me atrapan no me dicen nada en especial, para ellos soy una guerrillera más que acudía a una cita con otros. No se dan cuenta que atraparon a la esposa de Firmenich, y yo tampoco se los iba a decir. Es evidente que Nicolás me cantó como Raquel, que era mi nombre de guerra.
– ¿Adónde te llevaron?
– Me llevan a un edificio, me tiran a lo que llamaban la leonera, pero antes, para ablandarme y sacar información, me dieron una paliza como no había recibido antes, con golpes, picana y lo peor que uno se imagina. Pero ahí confirmé que no sabían quién era yo, porque el interrogatorio era general, no preguntaban nada puntual, y menos sobre el Pepe. Buscan que diga nombres, direcciones, citas, que les brinde datos, pero nada sobre el Pepe. Yo ya había estado detenida, antes del ’73, donde te golpeaban, te hacían submarino, pero no llegaban a la brutalidad del ’76. Y desde aquella época sabíamos que había que aguantar por lo menos 48 horas, para que los compañeros levantaran todo. Después me encierran en un tubo, eran celdas con forma tubular. No sabía que estaba en Coordinación Federal, y ellos no sabían que yo era la esposa de Firmenich. Imaginate lo que hubieran hecho si lo sabían de entrada. Dos meses antes la organización puso una bomba ahí mismo, y eso les provocó muchas bajas y causó la destrucción de algunas partes del edificio. Después de ese periodo de palizas, me mantuvieron encerrada, aislada, vendada, atada y, como a todos los de los tubos, me obligaban a comer como un animal porque la comida era muy mala y escasa, pero además no tenía las manos sueltas para manejar un cubierto, o por lo menos comer con los dedos, y comía como un perro.
– ¿Cómo fue la noche que seleccionan a los que van a llevar a Fátima?
– Esa noche nos sacan a todos los de los tubos a un pasillo. Las guardias de la noche eran peores que los de día, eran muy bestiales los que quedaban a cargo. Además de los tubos, que eran celdas individuales, estaban las leoneras, que tenían a varios secuestrados, variaba según el tamaño. Esa noche nos sacan al pasillo, nos mantienen boca abajo, y pasa uno de los zumbos taconeando sus borcegos y pateando a los que tenían que levantarse para el traslado. Te pateaban y quedabas como marcado para que te llevaran. Más allá de nosotros, se notaba que había mucho movimiento, que la noche venía alterada. Fue muy azaroso, me pareció que no tenían una lista ni nada por el estilo. Lo que escuché clarito, en medio del tumulto que se sentía, es que desde Palermo, del Primer Cuerpo, de Patricios, pidieron 30. A mí no me patearon, así que cuando terminaron la selección me devolvieron al tubo. En otro momento, cuando fui al baño con otra compañera, me contó que a los que elegían los inyectaban, todos los trasladados esa noche fueron inyectados. Eso también lo hacían en otros lugares, cuando subían a los secuestrados en los vuelos de la muerte.
– ¿Entonces, el pedido desde el Primer Cuerpo no fue con una lista sino al azar?
– Para mí fue azaroso. Tiempo después supe, por Pepe, que en una de las leoneras de hombres de Coordina, había un integrante de la JUP que salió tiempo más tarde. A través de él mi marido supo que estaba viva, porque él siempre me creyó muerta después de mi caída. Y ese mismo compañero le dijo que la noche de Fátima hubo alguien que tenía una lista, o que había una lógica en la selección de los que iban a llevar. Es decir que la selección no fue tan azarosa como yo pensaba.
– ¿Sabían en qué consistía ese traslado?
– No sabíamos nada. Todas las noches se llevaban y traían gente. En mi caso estuve encerrada mucho tiempo y no sabía que pasaba afuera. De lo que pasó en Fátima me enteré mucho después, creo que cuando estuve en Devoto.
– ¿Te habrían llevado si sabían quién eras?
– No lo sé. No tengo idea que criterio usaron para armar ese grupo. No recuerdo si esa noche sabían o no quien era, porque no tenía noción del día ni de la noche, entonces era muy difícil ubicarse en el tiempo.
– ¿Cuándo se dan cuenta que sos la esposa de Firmenich?
– Pasaron varias semanas, creo que fue después de lo de Fátima. No se dan cuenta ellos. Afuera estaba el rumor de mi caída, pero no se sabía que Fuerza me tenía. En Córdoba cayó un tipo que me conocía, que lo ablandan, entra a cantar cosas y aprovechan esa situación. Un día me llevan del tubo a otra habitación, y escucho que abren una mirilla. Alguien me saca la capucha, y Ciro, el tipo de Córdoba con el que hicimos un operativo junto a otros compañeros, me mira y dice: “es la esposa del Pepe, tiene el pelo de otro color, pero es ella”. Uno me pregunta: “¿Vos tenés el pelo negro o amarillo? ¿Vos sos la mujer de Firmenich?”. Y como se dieron cuenta quien era se los confirmé: “Fui la mujer de Firmenich en Córdoba, después me separé. Me vine para Buenos Aires en noviembre del año pasado, así que de él no sé nada”. Ahí se armó un revuelo, porque desde el Tercer Cuerpo de Ejército piden que me trasladen para allá, donde el jefe era Menéndez. Y desde la Marina, que estaba a cargo de Massera, también me reclaman. Pero el Primer Cuerpo, que estaba a cargo de Suárez Mason, se niega. Pienso que me tenían como botín de guerra, que al tenerme como prisionera podían negociar con el jefe de los Montoneros. Mi condición de vida no cambio, me volvieron a llevar a mi tubo y estuve ahí hasta noviembre de 1976, cuando me pasan a disposición del PEN y me llevan a la cárcel de Devoto.
***
Raquel en Columna Norte. Inés en Córdoba. La Negrita para la militancia. María en España. La mujer del jefe guerrillero más buscado durante la dictadura, paso por Coordinación Federal embarazada, donde la torturaron durante tres meses, a tal punto que la placenta quedó resquebrajada. El niño que se estaba gestando latía en el momento que pateaban secuestrados para llevarlos a masacrar, pero el azar o la Providencia estaba de su lado. En noviembre decidieron pasar a María Elpidia a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), y la llevaron muy delgada, casi desnutrida, a la cárcel de Villa Devoto. El 24 de diciembre, cuando llevaba 6 meses y 20 días de embarazo, comenzó con contracciones y la atendió el doctor Rubens, del Servicio Penitenciario. Tuvo a Javier en la cárcel de Devoto, tal vez el primer y único niño nacido en esa cárcel. Pocos días después el Pepe, esposo de María y padre de Javier, logró romper el cerco y salir del país. Seis años más tarde María Elpidia Martínez Agüero fue liberada.
[1] Anguita, Eduardo – Caparrós, Martín. La Voluntad. Tomo III. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina 1976 – 1978. Buenos Aires. Grupo Editorial Norma. 1998, pág. 107. La caída de la casa de Villa Adelina fue el 4 de agosto, y conmovió la estructura de la Columna Norte. En otro tramo del mismo volumen se describe la caída final de Carlos Goldenberg en la calle Paraná, casi Santa Fe, de La Lucila, el martes 10 de agosto (126).
[2] Secuestrada más tarde, llevada a la ESMA, donde fue torturada y pasó a colaborar con la Marina. Conoció allí al represor y torturador Jorge Radice, con quien se casó.
[3] El 13 de abril de 2019, en el periódico digital Infobae, Eduardo Anguita contó en detalle la serie de caídas de casas del aparato de prensa del PRT/ERP, entre ellos la de San Andrés. En el texto describe el desmantelamiento del área de prensa en junio y julio de 1976, con operativos en diversas casas del Gran Buenos Aires. El primero de ellos en Moreno, donde secuestran a María Cristina Cornou, embarazada de cuatro meses, y a su compañero Claudio Nicolás Grandi. El 9 de julio, en la localidad de Caseros, fuerzas represivas, que tendrían su base en un regimiento de Mercedes, secuestraron a Juan Carlos García Del Val, uno de los responsables de la estructura de propaganda encargada de emitir los comunicados del PRT-ERP y de editar El Combatiente y Estrella Roja. La tercera casa del ERP es la de Ecuador 160, en San Andrés, donde Jorge Emilio Arancibia se entrega y se rinde, pero el oficial a cargo aprovecha para ejecutarlo en el lugar. Esta sería la casa próxima a la que servía de refugio al matrimonio Firmenich-Martínez Agüero.
[4] La historia del Loco Nicolás se desbarranca cuando, en un operativo, lo cercan en una casa donde estaba con Moni su pareja embarazada. En medio de la balacera ella es herida y, sabiendo que no podía escapar, le pide a él que la mate, que no quiere caer prisionera con vida, le ordena que la mate y que huya, a lo que él le hizo caso. La historia se publicó en la contratapa de Evita Montonera, él fue promovido como oficial en formación militar por su jefe, Rodolfo Galimberti, quien a su vez le regaló una Magnum 357 para levantarle el ánimo. Algunos días más tarde las fuerzas represivas lo detienen en la fábrica donde trabajaba, había dejado su Magnum en el lockert abierto, y alguien lo denunció. Después se lo ve a Nicolás, a bordo de un auto de algún grupo de tareas, marcando lugares y compañeros de Columna Norte, lo que provocó caídas.