La historia de Salmoral, un latifundista jujeño. La Tierra Maldita
Por Marcelo Constant y Lucía Mallagray/El Furgón
El caso que nos ocupa es la llamativa historia de un latifundista jujeño, don Dámaso Salmoral Puch, que pasó la mayor parte de su vida a comienzos del siglo XX en el oriente de la provincia de Jujuy, en pleno chaco jujeño. El departamento de Santa Bárbara está ubicado en los valles subtropicales, región montañosa de bosques y selvas, con excelentes condiciones para el desarrollo agropecuario y explotación forestal.
En esos tiempos, la clase acomodada basaba su poder en la propiedad de la tierra. Treinta propietarios controlaban la mitad de las tierras en la provincia. Esta elite ejercía un control absoluto sobre la población campesina a través del arriendo y el endeudamiento en los almacenes de los ingenios. Los indígenas eran la mano de obra barata en los cañaverales, construcción de vías férreas y todo tipo de trabajo rural.
La sociedad del norte argentino a fines de siglo, estaba fuertemente influenciada por un pensamiento positivista y racista. El discurso civilizatorio desde el estado y el mundo científico, consideraban a la población indígena, naturalmente indolentes, bárbaros, residuos de un pasado pronto a desaparecer. De alguna manera en este imaginario, representaban todo lo contrario al progreso.
En 1906, Robert Lehmann Nitsche, antropólogo, fue enviado por el Museo de Ciencias Naturales de La Plata a Jujuy para realizar registros fotográficos y estudios antropométricos sobre los indígenas chaqueños que venían año a año a levantar la zafra azucarera, aseguraba, que dada la gran rapidez con que se extingue la población indígena del continente americano hay que apurarse con el estudio de los caracteres físicos, porque en tiempo no muy lejano se harán del todo imposible relevar exactamente a muchas de estas tribus.
Las teorías evolutivas de la naciente antropología apuntaladas por numerosas crónicas coloniales, sobre la natural incapacidad de los indígenas para integrarse al mundo civilizado, justificaban su desmedida explotación y sometimiento. En los obrajes e ingenios era común la expresión “la indiada” o simplemente “machos” para referirse a los trabajadores varones, como si verdaderamente se tratara de una sub especie humana.
En este contexto, el patrón representaba en la región, la vanguardia de una “misión civilizadora”, sobre la población campesina, en su mayoría de origen indígena. La ley de conchabo aplicada en Tucumán de 1888 e imitada en Jujuy, establecía, que el patrón es un “magistrado doméstico revestido de autoridad policial”, para velar por el orden de su casa, haciendo que sus subordinados le presten obediencia, respeto y, cumplan puntualmente sus deberes. Cuando un jornalero incurra en falta compromete el buen orden de la casa, puede ser detenido en prisión, hasta dar cuenta a la autoridad policial del lugar.[1]
Dámaso Salmoral Puch, diputado en la legislatura provincial en distintas oportunidades y Comandante de las Guardias nacionales, parecía reunir todas las características idílicas de un patrón de estancia sudamericano. Allí, en las márgenes del territorio donde no llegaban las instituciones del Estado, él era el Estado, como un ignoto Calígula, Salmoral era la ley y los castigos físicos a sus peones, hombres y mujeres eran moneda corriente. No sólo propinaba castigos extremos a sus campesinos, con latigazos, golpizas y cepo, sino que además, como cosa espeluznante y singular, marcaba a sus “mujeres”, aquellas que había sometido sexualmente, con la misma marca que utilizaba para el ganado. José Murillo describe la escena en su novela “El fundo del miedo” diciendo que, “a menos de cincuenta metros del arroyo colgado de una rama por dos lazos pendía el cuerpo de una mujer, sobre la escápula derecha en la carne viva de bordes negruzcos quemados se podían leer sus iniciales”.[2]
Hacia el año 1850 su padre, Dámaso Salmoral de la Bárcena inició la ocupación de las tierras fiscales de Santa Bárbara. Salmoral Puch compró posteriormente algunas fracciones a sucesores y ocupó los terrenos de Puesto Grande, Puesto de Mealla, Maíz Gordo, El Chorro y El Arenal. En concubinato con Fidela Carrillo tuvo dos hijos. Luego de morir ésta se juntó con Inés Cáceres, con la que tuvo siete hijos. Falleció en 1920.
Hace unos años, fuimos por primera vez al El Fuerte, en pleno Chaco jujeño. Visitamos la Comisión Municipal y luego hicimos numerosos reportajes a personas que nos relataron la temida historia de este hacendado, que pasados ya cien años de su muerte, aún sobrevive en la memoria popular como un halo de terror y misterio. Uno de los empleados de la Comisión Municipal nos comentó, “hay una anciana marcada que vive”. Esta mención nos recordó al libro “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh, que inicia su indagación periodística al enterarse que había un “..fusilado vivo..”. Fue un gran impulso para la investigación, enterarnos que aún vivía una mujer marcada. Nunca hallamos su paradero. Posteriormente nos enteraríamos que hacia tiempo había muerto.
“Visitamos al doctor Gómez, casado con una sobrina de Dámaso, Reinita Salmoral, quien nos relató situaciones aberrantes de este personaje. Una de ellas, recordaba,” fue que en un almuerzo en la Sala de Puesto Grande, dónde un bebé lloraba sin parar, hijo de la “sirvienta” y, probablemente su hijo. Lo agarró y estampó contra la pared, resultado de esta situación, el bebé murió instantáneamente En aquella oportunidad la policía se presentó debido a la denuncia de los campesinos. Pero como en casi todas las acusaciones de diferentes delitos cometidos contra sus trabajadores, salió impune debido al descreimiento de la época por parte de la justicia del testimonio de los aborígenes.”[3]
Indalecia Gutiérrez, la mujer más anciana del pueblo del Fuerte, cuenta los recuerdos de su padre que fue puestero en Puesto Grande, lugar donde se encontraba la Sala, morada del patrón. Esa Sala que tiene un sótano actualmente derruido por el paso del tiempo, es dónde colocaban por días en el cepo a los campesinos castigados. Según palabras de esta mujer, esa casa se ha “encantau”. Nadie pudo jamás acercarse a ella, que continua siendo un reservorio de objetos de plata y vajilla, es decir un tesoro protegido solo por las “apasancas”[4]. También relató de la existencia de una mujer “marcada”, pero se decía que ya había muerto.
En el reportaje realizado a Carlos Gronda, actual propietario de Cachipungo, finca colindante al Fuerte de Santa Bárbara, nos cuenta la historia de Octaviano Atienzo, que murió a los 102 años. El puestero de esta finca, recuerda que su vecino Salmoral marcaba a sus “mujeres”, pero no a todas las campesinas de la finca, sólo a aquellas con las cuales tenía un vínculo sexual, como una marca de posesión. [5]
“El patrón”, como le decían, es merecedor del galardón en la memoria histórica del pueblo del Fuerte como un personaje siniestro, perverso “el mismísimo diablo”, como expresan los consultados, posee un gran historial de denuncias en el Archivo histórico de Tribunales de Jujuy. Entre ellas tiene: Homicidio a Pedro Lucas Vásquez, lesiones graves a Fidela Carrillo y homicidio a los menores N. Coria, Inés (la Socha) y Rosalía Brizuela, de los cuales quedan registros judiciales.[6] Otro expediente acusa a Salmoral por haber dado muerte a Juan Cancio Leguizamón, Pedro Lucas Vásquez y Esteban Bañagasta. También es acusado de provocar numerosas lesiones graves a Carmelo Cachizumba, Ezequiel Flores, Lázaro Soria, Domingo Cazón.[7]
El Señor Rogelio Cruz se presentó a declarar en la causa de la muerte de don Cancio Leguizamón, diciendo que , “..habiendo trabajado por diez meses en la finca de Puesto grande, huyó al tener conocimiento de puesteros y campesinos de la zona que el patrón tenía por costumbre mandar a asesinar o castigar a las personas que estaban a su servicio que cuando le reclamaban el pago….”[8]
De todas estas acusaciones solamente quisiéramos resaltar la misteriosa muerte de su concubina, Fidela Carrillo, de la que Salmoral es su principal sospechoso pero, como en todos los casos que se le imputan, sale libre de culpas y cargos.
En el expediente se pueden leer dos versiones de lo sucedido. En la primera, según testimonio de Balbina Jurado de Espinoza, don Dámaso, “…su patrón estropeó a su mujer debido a que había recibido una carta de su padre Rómulo Carrillo. Éste amenazó y golpeó a su mujer hasta casi dejarla muerta, diciéndole que se iba al campo y cuando regresara le tenía que entregar la carta. Cuando regresó para la oración Doña Fidela ya era finada. Según testimonio de los sirvientes Carmen Páez, Regina y Felisa y los muchachos José Guzmán y Froilán la señora había tomado por la tarde, un veneno para matar tigres y que murió enseguida….”[9]
La otra versión es el relato de Vicenta Tapia, viuda de Filiberto Salmoral, primo de Dámaso, dice en el expediente que el acusado “… llegó un día del campo con otros peones y encontró a su esposa enferma en cama, que en cuanto la vio la tomó por los cabellos y la bajó del catre arrastrándola y estropeándola hasta que la dio por muerta, y que enseguida se volvió a ir al campo…”[10]
La coerción y el consenso aplicable a este caso, debido a que como dice el dicho “el que calla, otorga”, nos brinda la posibilidad de pensar que el silencio de los oprimidos, violados, violentados, ya sea por miedo, por sometimiento a la autoridad, etc, permite que la clase dominante perpetúe su dominación. La violencia no nos es extraña; siempre estuvo presente en nuestra sociedad y es fundante del orden patriarcal y de dominación, manifestándose en detrimento de los sectores más desprotegidos, entre ellos las mujeres, Naturalizó o invisibilizó cuestiones de neto corte histórico, político, económico y social, impidiendo en definitiva, como manifiesta Luce Irigaray “…disponer de un lenguaje, tener ocasión de expresarlo como otros tantos silencios que hacen posible la explotación…”[11]
Notas
1 TERUEL, Ana (comp.), Población y trabajo en el Noroeste Argentino. Siglo XVIII y XIX, S.S. de Jujuy. UNHIR, UNJU, 1995. pág. 167.
2 MURILLO, J: El fundo del miedo. Editorial futuro, Buenos Aires. 1958
3 Reportaje a Dr,Hugo Fernándo Gómez, San Salvador de Jujuy, 2018.
4 Apasanca o apassánka en quechua: araña pollito
5 Reportaje a Carlos Gronda, San salvador de Jujuy, 2020.
6 AHTJ (Archivo Histórico de Tribunales Jujuy). Orden N°1/4.Desde 12/ 1902 al 8/1905
7 AHTJ Carpeta N°1 Expte 126. 1902. pág 45
8 AHTJ Carpeta N°1 Expte.126. 1903.pág. 78
9 AHTJ Carpeta N°1 Expte 126.1903. pág.92.
10 ATHJ Carpeta N°1 Expte 126. 1903. pág.17.
11 IRIGARAY, L: El especulo. de la otra mujer. Ediciones Akal. Bélgica. 1974.
Bibliografia
BIDONDO, Jorge: Notas para la Historia de la Legislatura jujeña 1835-1985. Ed. Cuadernos del Duende. Jujuy. 2005.
CAMPI, Daniel y BRAVO, Maria Celia, “La mujer en Tucumán a fines de siglo XIX. Población, trabajo y coacción”, en TERUEL, Ana (comp.), Población y trabajo en el Noroeste Argentino. Siglo XVIII y XIX, S.S. de Jujuy. UNHIR, UNJU, 1995. pág. 167.
CONSTANT, M: Machos, Chinas y Osacos.Editorial Sudestada. Buenos Aires. 2014.
IRIGARAY, L: El especulo. de la otra mujer. Ediciones Akal. Bélgica. 1974
MURILLO, J: El fundo del miedo. Editorial futuro, Buenos Aires. 1958
PALEARI, A: JUJUY Diccionario General. Diccionario Español- Quichua. Quichua- Español. Impresora del Plata S.R.L. Buenos Aires. 1992.
PAZ, G: “El roquismo en Jujuy. Notas sobre la elite y la política 1880-1910. en: Anuario IHES. Año 2009. N° 24.
TERUEL, A, LAGOS, M. y PEIROTTI, L.: “Los Valles orientales subtropicales: frontera, modernización azucarera y crisis”, en: TTERUEL, A y LAGOS, M (Dirs): Jujuy en la Historia. De la colonia al siglo XX. Ediumju, Jujuy, 2006.
WALSH, R: Operación Masacre. Ediciones de la Flor S.R.L. Buenos Aires. 1972.