LA ÉPICA DE LA SEQUÍA. Cómo administrar el país que dejó Macri
Sin recursos, con su principal socio regional y la superpotencia hemisférica ubicados en las antípodas de su imaginario social y de su visión latinoamericanista, a dos meses de la asunción de Alberto Fernández y su Frente de Todxs, cuesta encontrar las banderas de una épica que despierte entusiasmos subjetivos.
Por Carlos A Villalba*/El Furgón
A lo largo de cuatro años sindicatos, movimientos populares, sectores políticos, analistas, empresarios y (escasos) medios de comunicación, denunciaron las consecuencias que traerían las medidas adoptadas en el marco del plan de negocios que desembarcó en la Casa Rosada el 10 de diciembre de 2015 de la mano de Mauricio Macri, el gerente general del Grupo SOCMA. Y esta Argentina, la del 2020, es aquel producto anunciado, el que se vive cada día en los barrios o frente a las góndolas del supermercado donde madres y padres miran como si fuesen joyas para millonarios un litro de leche, una tira de asado o un paquete de medio kilo de yerba por encima de los 100 pesos, y quedan al borde del desmayo ante los precios “no cuidados” de los productos no incluidos en los acuerdos comerciales, que trepan por el ascensor de siempre.
La actual administración trabaja sobre ese país construido a la inaudita velocidad de un vendaval de 1460 días insoportables, parada en el centro del escenario de la destrucción de un aparato productivo que daba trabajo al doble de personas que en la actualidad, de la licuación del tibio derrame que llegaba hasta las desocupadas y los desocupados que crearon sus propias actividades en el escenario de la economía popular, del aniquilamiento a tarifazo limpio de las expectativas de las clases medias, del debilitamiento del sistema de salud hasta el punto de dejar sin remedios a quienes viven de una modesta jubilación, o a quienes sufren enfermedades graves o crónicas. Es la tierra en la que encontrar un retoño… es enfrentarse a un milagro.
La medida de los sueños
Los tiempos que transcurren no permiten relatar heroísmos grandilocuentes como los del Aquiles de la Ilíada o el Ulises de la Odisea, ni describir proezas como las de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Tampoco es posible encenderse y agitar los trapos detrás de las convicciones y los actos de presidentes “cada vez más parecidos a sus pueblos”, como Lula da Silva, Hugo Chávez o Néstor Kirchner, que frenaron en noviembre de 2005 el Tratado de Libre Comercio que Estados Unidos pretendía imponer a la región, a los que pocos meses después se sumaría, como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, hoy derrocado por construir un modelo económico inclusivo con todos los indicadores con registros positivos, incluso para “los mercados”, “pero” defendiendo la soberanía de su país y, sobre todo, sus bienes comunes estratégicos, como hierro, gas, coltán o litio.
Sin épica para grandes cantares, entonces, las semanas transcurren con los primeros signos del aumento de los consumos populares, producto de la deriva de los aumentos fijos a las jubilaciones y pensiones mínimas y a la Asignación Universal por Hijo, de la baja de la tasa de interés de los préstamos a ambos grupos, junto al congelamiento temporal de tarifas del transporte público y de los consumos energéticos, que llegaron a refrescar la economía de un verano caliente con moratorias para pequeñas y medianas empresas.
Lo que cambió entre “la Argentina con Macri” y esta “Argentina que construyó Macri” y ahora gobiernan Lxs Fernández es, básicamente, el giro de 180° de sus políticas, de cada uno de los capítulos que las componen y las expectativas que esa situación genera en buena parte de la sociedad, a pesar de la lluvia, ácida y sin descanso, que los medios que controlan la agenda comunicacional chorrean sobre propios y ajenos. Junto al Racing-Independiente o el River-Boca por la punta de la Superliga que atraen a lectores y telespectadores, pretenden centrar la realidad política del país alrededor de las relaciones entre Axel Kicillof y Martín Guzmán, Sabina Frederic y Sergio Berni o, entre los pesos pesados Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Es cierto, a veces los protagonistas ayudan.
En su crónica sobre la “Fiesta” de asunción de Los Fernández el 10 de diciembre pasado, esta misma columna señaló que, junto con las expresiones de entusiasmo de la multitud que rodeó a la Casa Rosada e inundó la ciudad de alegría, a cada paso se tropezaba con emociones expresadas en llantos que mostraban el desahogo por la terminación de una etapa en que la mayoría de las personas lo “pasaron mal”.
También se relataba una anécdota que registraba el diálogo de dos muchachos que expresaban lo mismo que el más sesudo de los integrantes de los equipos de Alberto Fernández que, a esas horas, estrujaban sus cerebros y le ponían lupa a los datos de la realidad, con el objetivo de armar un modelo de emergencia, con freno a la caída de los más necesitados y respeto por los compromisos contraídos… por otros. Aquellos amigos, vaso en mano, lo sintetizaron con un “Sale pollo y entra asado” que recibió la respuesta (digna del ministro de Economía Martín Guzmán) “pero no tanto…, que hay que pagar la deuda”. La picaresca se mezcló una vez más con esa rareza local que es la comprensión técnica de la economía, a fuerza de que, una y otra vez, las decisiones gubernamentales perjudicaron a quienes menos tienen.
¿Quiénes pagan la deuda impagable?
El miércoles 12 de febrero tres actores de peso confluyeron sobre el mismo escenario. Desembarcó en Buenos Aires la misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) que pretende “revisar las cuentas públicas” nacionales y conocer las opiniones de funcionarios nacionales, empresarios y analistas financieros, antes de encarar la renegociación de la deuda de 44.000 millones de dólares que el organismo multilateral le concediera a la administración de Mauricio Macri, por disposición del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump que, ante la crisis económica y financiera generada por la propia gestión del equipo del ex mandatario argentino, hizo que los representantes de su país forzaran la violación de las normas y obligaran a entregarle la mayor suma ofrendada a un gobierno en toda su historia para evitar, primero, su salida anticipada de la Casa Rosada y, en segunda instancia, para fondear el anclaje del “dólar electoral”, con el que trató de impedir el triunfo electoral del peronismo y sus aliados que, finalmente, Lxs Fernández concretaron en las internas estruendosas del domingo 11 de agosto y en las generales del 27 de octubre.
Martín Guzmán, hizo lo que un ministro de Economía debe hacer, explicar ante el Congreso de la Nación el diagnóstico del Gobierno sobre la macroeconomía recibida, los objetivos fijados en ese contexto y los ejes generales de la propuesta de renegociación de una deuda que, un día después empezaría a detallar ante los visitantes encabezados por la directora adjunta del departamento para el Hemisferio Occidental del Fondo, la estadounidense Julie Kosack, y el encargado del caso argentino, el venezolano Luis Cubeddu, quien ya desempeñó un papel semejante cuando el gobierno de Néstor Kirchner renegoció la deuda bajo la batuta de su jefe de Gabinete… Alberto Fernández, con la participación del entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna.
Martín Guzmán en el Congreso Nacional
Los funcionarios fondistas ya se habrán acostumbrado a oír bombos en las calles cada vez que los mandan a este país del “fin del mundo” al que sus jefes políticos, encabezados en su momento por Christine Lagarde decidieron, en contra de sus estatutos y de la opinión de la poderosa troika europea, entregar el mayor crédito de su historia. Esta vez volvieron a escuchar cánticos, petardos y repiqueteos, fueron los de decenas de miles de integrantes de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), sindicatos de la CGT, sectores estatales y docentes y la Confederación Argentina de Clubes, manifestándose bajo la consigna “La deuda es con pueblo” y en rechazo al FMI.
Esteban Castro, titular del sindicato recién constituido por los movimientos populares, explicó la posición del sector, que representa a un componente central de la historia del endeudamiento argentino, como son las personas afectadas por el recorte de la inversión pública generada por los “ajustes” impuestos desde Washington o decididos en Buenos Aires. Expresó acuerdo con la negociación, “pero tiene que ser a favor de los sectores populares. El Fondo ha sido responsable de haber endeudado al país prestándole a Mauricio Macri montos inviables. Es claro que al mismo tiempo se achicaba el mercado interno, que no había producción genuina y que el resultado iba a ser hambrearnos. No estamos dispuestos a que la deuda se pague con hambre y desocupación”.
Aunque los estilos sean diferentes y, como siempre, “el Palacio” y “la calle” tengan distintas lógicas y diferentes urgencias, las horas más agitadas que se vivieron en Balcarce 50 desde que Fernández ocupa el despacho principal, generaron expresiones cercanas a las consignas callejeras. El lunes al cierre de los mercados, el Presidente y Guzmán tomaron la decisión de postergar hasta el 30 de septiembre el pago del vencimiento de capital de un bono macrista emitido el 13 de julio de 2018, atando los pagos del activo a la evolución de un dólar que se desbordaba, en medio de una profunda crisis económica y cambiaria, con la deuda ya desbocada. Vale distraerse un segundo para consignar que el descaro editorial llama por estos días “Bono Alberto” a esos papeles que fueron un remedio peor que la enfermedad que padecía la economía.
Quienes tienen la capacidad de aguzar el oído tras las paredes del área presidencial aseguran que sus principales ocupantes tomar la deuda por las astas y, en momentos en que la administración intenta que la economía argentina no se indexe por encima de la inflación, decidieron endurecer la posición ante los acreedores que intentan lo contrario y pretenden sumar nuevos dividendos a las ganancias obtenidas a lo largo del mandato de Macri. Sin tener que buscar bajo las alfombras, el comunicado oficial deja clara la postura asumida al rechazar que “la sociedad argentina quede rehén de los mercados financieros internacionales” y a no “favorecer la especulación por sobre el bienestar de la gente”.
Así fue como se descartó el pago al contado en pesos. Con la misma firmeza el Gobierno desecha la cesación de pagos de la deuda global y se prepara para dar pelea contra la herramienta extorsiva del Fondo Monetario que cuelga de sus acuerdos de “facilidades extendidas”.
Danza y contradanza financiera
Con la misma energía que tomó la decisión de no emitir para pagar, Fernández defiende las tesis centrales de la gestión financiera del ministro Guzmán: restricción absoluta en la expansión de pesos -en términos de la calle “no poner a funcionar la maquinita” de imprimir billetes-, y lograr el equilibrio fiscal durante este primer año de gestión, con una meta de superávit del 3 por ciento para 2023. La primera de las “banderas” hace que los pocos pesos que la administración captura se vuelquen a los planes destinados a las personas en peor situación económica y social y que el grueso de la estructura burocrática se mueva “con lo mínimo”. En más de una provincia se cuenta que el Presidente responde con un lacónico “no hay” y un enérgico “buscala vos”, cada vez que algún gobernador despacha sus reclamos de recursos.
El discípulo y recomendado del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, un economista tan admirador del modelo kirchnerista como vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial entre 1997 y 2000, considera que la única forma de combatir la inflación y evitar la presión sobre el dólar es cerrar esa canilla con el mejor de los tapones.
Aunque no mostró la baraja ante los legisladores nacionales, los papeles preparados por Guzmán, bajo las indicaciones de Fernández, plantean un “ahorro” superior al 1 por ciento del PBI durante el año en curso, que permitiría presentar el equilibrio fiscal reclamado internacionalmente, con superávit de 1 punto del PBI desde 2021, sostenido en el tiempo y un saldo positivo entre exportaciones e importaciones superior a los 20.000 millones de dólares, sin contar los recursos que surjan del desarrollo del yacimiento no convencional de Vaca Muerta en los próximos años, en base al apoyo nacional al desarrollo del yacimiento.
La Argentina reclamará a cambio que se le otorgue una luz de cuatro años para comenzar a devolver los 44.000 millones de dólares graciosamente entregados por el FMI y dilapidados por la Alianza Cambiemos en menos de dos años. Es ahí hacia donde apuntan las frases de ambos Fernández sobre la “corresponsabilidad” del organismo en la situación económica local, a la que se refiere el Alberto del dúo, y el “debería establecer una quita sustancial, porque se hizo un préstamo violando las obligaciones que tiene el propio Fondo Monetario Internacional”, que tiró Cristina desde La Habana. Lejos de inscribirse en una brecha conceptual entre Presidente y Vicepresidenta, se trata de discursos complementarios de la cúpula que dirige un país que tiene en el pago de la deuda el más grave de sus desafíos, una balanza que estabilizará toda su gestión pero que no debe sacar de sus platos los recursos necesarios para que los sectores más vulnerables mejoren su situación.
Los dichos y los hechos apuntan a mostrar compromisos macroeconómicos junto con el rechazo a los condicionamientos presupuestarios y de inversión pública, que impone general e históricamente el organismo de crédito manejado por Estados Unidos, aquellos “ajustes” que implican reformas “estructurales” con cambios regresivos en las legislaciones laborales, previsionales, fiscales, federales y hasta de salud pública. Es decir, pobreza y miseria, hambre, desocupación, enfermedades…
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*Periodista y Psicólogo argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico. Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular