El público futbolístico virtuoso y el error arbitral flagrante
Por César R. Torres*, desde Estados Unidos/El Furgón
La situación es (relativamente) frecuente no sólo en el fútbol argentino sino también más allá de sus fronteras. Un error arbitral flagrante perjudica ostensiblemente a un equipo; por ejemplo, desposeyéndolo de una oportunidad lícita de gol u otorgándole al rival una ventaja inmerecida tras una falta nula. El error enfurece a la parcialidad del equipo perjudicado, que manifiesta clamorosamente su descontento con el fallo arbitral. A menudo, el descontento incluye improperios prolongados y, en algunos casos, graves disturbios.
A comienzos de esta década, un error arbitral flagrante en un partido por el campeonato argentino de primera división derivó en disturbios violentos. Una crónica del partido indicaba: “Un grosero error arbitral encendió la furia [y] sirvió de combustible para que un numeroso grupo de inadaptados […] convirtieran el estadio […] en un escenario dominado por el miedo y el terror”. El cronista concluía: “la intolerancia, el salvajismo y la violencia escriben un capítulo nefasto en el fútbol argentino”.
San Lorenzo 1 – Colón 1, Torneo Clausura 2012
El tono reprobatorio del cronista es justificado. Incurrir en violencia a partir de un error arbitral, por más flagrante y dañoso que sea, es inaceptable y requiere enfática desaprobación. Sin embargo, es importante preguntarse cuál es la respuesta más adecuada ante un error arbitral flagrante. ¿Será la tolerancia como implica la crónica de aquel funesto partido? Esta aceptación paciente, casi obsecuente, encuentra adeptos entre quienes resaltan que “los árbitros son humanos y cometen errores”. El problema es que el reconocimiento de la falibilidad humana no presupone, al menos necesariamente, tolerancia ante el error arbitral flagrante.
El pensamiento de Aristóteles ofrece un camino fértil para abordar la cuestión. De acuerdo con el filósofo griego, el fin último de la vida es la felicidad. Para ello hay que perseguir el bien ejerciendo la virtud. Como plantea Aristóteles en su Ética a Nicómaco, “el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud”. A su vez, la virtud es un término medio entre dos extremos determinado por la razón, que requiere práctica consistente. Lo explica así: “practicando la justicia nos hacemos justos, practicando la templanza, templados, y practicando la fortaleza, fuertes”. De esta manera, las personas virtuosas son aquellas cuyos hábitos de comportamiento son elogiosos por ser justos, moderados, fuertes, etcétera.
Lanús 3 -Arsenal 2, Superliga argentina 2014
Una de las virtudes relevantes en la consideración de la respuesta más adecuada ante un error arbitral flagrante se relaciona con la ira, una pasión que asiduamente domina a la parcialidad del equipo perjudicado. De hecho, la crónica mencionada arriba destacaba la “furia” encendida por la falla arbitral y mencionaba a “enardecidos hinchas”. Aristóteles diría que esta furia que enardece representa irascibilidad extrema. Quienes manifiestan ardorosamente su descontento con improperios prolongados también representan esta cualidad, aunque en un grado menor. Tanto el público futbolístico que se enardece como el que injuria están dominados por la ira.
Si la irascibilidad representa el exceso de ira en relación con la virtud, el término medio, la impasibilidad representa su carencia. Las personas impasibles son incapaces de enojarse y soportan sin defensa las afrentas cometidas. No parece haber mucho público futbolístico impasible, pero podría decirse que, a este reducido grupo, el error arbitral flagrante lo tiene sin cuidado. Según Aristóteles estas personas son insensibles al padecimiento y el enojo. De esta manera, se convierten en serviles por “soportar la afrenta o contemplar impasible la de los suyos”.
Errores arbitrales en el fútbol argentino
Para Aristóteles, la mansedumbre representa el término medio entre los defectos de la irascibilidad y la impasibilidad determinado por la razón. Quienes incurren en alguno de estos defectos son, en su teoría ética –conocida como ética de la virtud–, personas necias. Por el contrario, las personas templadas son alabadas porque “se encoleriza[n] por las cosas debidas y con quien es debido, y además cómo, cuándo y por el tiempo debido”. Es decir, estas personas se mantienen serenas, no se dejan llevar por la pasión y se enojan sólo “como la razón lo ordena y por esos motivos y durante ese tiempo”. Aristóteles sabía que es difícil prescribir una guía o fórmula para el actuar con templanza. A pesar de ello, remarcaba que “una cosa es clara, que la disposición intermedia es laudable, de acuerdo con la cual nos irritamos con quienes debemos, por los motivos debidos, como debemos, etc.”.
¿Cómo debería comportarse entonces el público virtuoso frente a un error arbitral flagrante? Para comenzar, se enojaría. Porque el enojo, que conlleva indignación, indica preocupación reflexiva y apego a la justicia. Y, justamente, el error arbitral flagrante es un acto injusto por parte de quien debería impartir justicia. De todos modos, el enojo sería controlado para que no desemboque en furia. O sea, ni aceptación paciente ni descontrol iracundo. Esto sugiere que, frente a un error arbitral flagrante, el público templado expresaría su desagrado. Lo vocearía, pero sin llegar a excesos como el desboque o las represalias violentas. La finalidad sería mostrar la indignación ante la injusticia que la razón exige. Esta actitud es compatible con el respeto por las personas causantes del enojo. Por otro lado, se desenojaría rápidamente ya que el enojo sostenido corroe y también porque el enojo no deshace la injusticia. Y, además, el desenojo, al sosegar, permite volver a concentrarse y disfrutar más plenamente del partido y, en forma general, del fútbol.
Boca Juniors 2 – Rosario Central 0, Copa Argentina 2015
El desenojo templado excede la vida individual en tanto que tiene relevancia pedagógica para la vida ética de la comunidad, en este caso la futbolística. La reacción del público templado ante la injusticia promueve la virtud y expone un criterio racional de vínculo entre los miembros de la comunidad futbolística digno de ser emulado. Toda comunidad, en tanto proyecto compartido de bien común, requiere, como propone el filósofo neoaristotélico Alasdair MacIntyre, “reconocer […] un conjunto de cualidades de carácter conducentes al logro de ese bien”. La mansedumbre, que en el caso del público futbolístico implica generosidad y justicia, es una de esas virtudes.
El ejercicio de la mansedumbre en las gradas, físicas o virtuales, es arduo. Empero, el horizonte futbolístico que despliega, aunque no está garantizado, merece el esfuerzo. El público templado está encaminado hacia la vida virtuosa, nos precave de ciertas acciones quebrantadoras de las virtudes y de los vínculos necesarios para que la comunidad futbolística florezca, e impulsa una mayor comprensión de la justicia en el fútbol así como en otras esferas de la vida. No es poco.
* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).