martes, octubre 8, 2024
Ficciones

Tu propio camino

“Vos vestros servate, meos mihi linquite mores” – Petrarca

Por Sofía Cirnigliaro/El Furgón*

Camilla era rubia como la estepa, bajita como el coirón y dulce como la Rosa Mosqueta.

Hacíamos buen equipo mi piel morena y mis rulos negros, con todo su oro alrededor.

Fuimos las mejores amigas mientras viví con ella, quizás eso de que los opuestos se atraen, quizás porque ella tenía todo lo que a mi me faltaba: confianza, alegría y esperanza.

Vivía dibujando horizontes con sus ojos azul lago.

–Acá si no viene el bondi hacemos dedo.

Me dijo resolutiva aquella tarde que llegué a su casa, quejándome de las demoras.

–Nunca hice dedo. Me da miedo – contesté incómoda por mi condición de recién llegada.

–A mi no. Me gusta. Es como que una cosa del destino siempre pone ahí a quien tiene que estar.

Y se calló. Quién fuese adivino para saber qué pensaba su mente soñadora. Si la paz fuese persona, estoy segura hubiese tenido su cara.

Me quedé pensando y me perdí en esa conversación. Me daba miedo y fin. Nunca haría dedo.

En esos días yo andaba cazando mi próxima historia pero nada venía. Dos líneas y nada más. Mil recortes perdidos, pedazos de papel… hojas en blanco con miedo de que les dispare una idea que las haga sangrar palabras.

Ahí estaba yo. Perdida en los fracasos que me inventé con Spinetta cantándome “Y esto será siempre así, quedándote o yéndote”.

Así que me fui igual, a esperar el 20 que nunca llega y cuando llega, viene con todos esos otros que esperaron por una hora encima. Y cuando llega a mí está siempre lleno, y nunca dispuesto a parar.

Miré la estepa allá bien lejos. Miré el su rubio-Camilla y estiré mi pulgar.

Pasaron ocho autos y tres grados menos a mi lado. El sol bajaba al mismo ritmo que yo mi mochila al piso de lo pesada que estaba.

Y entonces alguien paró.

–¿Vas para los kilómetros?

Lo miré. Le iba a contestar que no, pero sí iba. Me pregunté a mí misma qué hacía ahí y de repente me acordé de que ya mi clase estaba perdida, que ya era una hora tarde y que ya no importaba.

–¿Vas para los kilómetros? Insistió.

–Sí- contestó mi miedo al mismo tiempo que mi mano sudorosa hizo sonar el “clack” de la puerta destrabándose.

Me subí. Miré para todos lados. Me acordé de mi mamá a los tres años diciéndome que no hable con extraños y ahí estaba yo, subiéndome a un auto de noche en la ruta con una persona que ni conocía y que para colmo era un hombre. Perdón hombres, no quiero demonizarlos pero todo-esto-que-pasa me hizo dudar de ustedes de antemano.

Él estaba nervioso. Puso la radio como para sacar un tema.

Quedándote o yéndote.

–¿Qué buen tema no?

– Sí

–¿Sos de acá?

–No

–Ah…

Mis temerosos monosílabos extinguieron sus ganas de charlas. Me di cuenta que lo puse nervioso, que no entendía qué me pasaba.

–Me llamo Priscila, soy de Rosario.

–Ah… Leo, soy de acá. Un NYC. – Bromeó

Le dije que no me gustaba eso de NYC, que era despectivo. Asintió.

–Tuve una novia, Miranda. Era de Rosario. Una loca total. A la mina la conocí en San Juan. Había ido por trabajo con un par de compañeros y justo jugaba River, así que fuimos a ver el partido. Ese día no ganó River, pero yo sí. Antes de que termine el encuentro fuimos a un bar. Ni cuenta me di que tenía la camiseta de Rosario Central, le pregunté de dónde era pero no llegó a contestarme porque los amigos se iban.

Se fue y me volví loco buscándola. Nunca la encontré, en realidad no sabía dónde buscar.

Ese verano, voy con amigos a un camping y veo a una morocha infernal. No da que era ella. Esa semana no nos separamos. Se volvió a Rosario, y a los dos días me llama llorando que se venía para acá. Y se vino nomás, la fui a buscar al aeropuerto, y como pudimos nos acomodamos en casa. Empezó a trabajar en un rent a car.

Estábamos que no podíamos más de amor. Hasta que un día me confesó que extrañaba Rosario y se quería volver. Ahora me tocaba a mí… Ella viajo, yo tardé una semana más. Cuando llegué la llamé. La llamé y mirá que llamé. Y nada. Me quedé como un boludo, con el bolso en una mano y el corazón en la otra.

Me enteré hoy justo por Facebook que está con uno de Nueva Zelanda, se fue allá, ¿viste?

Y bueno nada. ¿No sé, te dejo por acá? ¿Vos decime?

Me bajé del auto y le mandé un mensaje a Camilla.

-Amiga hice dedo. Tenías razón.

Cada uno siguió su camino y a Leo no lo vi nunca más.

Ese día le di mi oído, él a cambio, me dio una historia.

 

Vos vestros servate, meos mihi linquite mores

“Sigue tu propio camino y déjame seguir el mío”

Francesco Petrarca fue un lírico y humanista italiano, cuya poesía dio lugar a una corriente literaria que influyó en autores como Garcilaso de la Vega, William Shakespeare y Edmund Spenser, bajo el sobrenombre genérico de Petrarquismo.

*Artículo publicado en Revista Ahora