Si digo mi casa, digo mi villa
Facundo Lo Duca/El Furgón – Adams se desangra. Se tira al piso, aprieta fuerte su cuello y mira sus manos. Son las cuatro de la mañana. Está solo y el frio lo estremece. Intenta levantarse pero el dolor lo aferra más al suelo. Repasa imágenes. Un buzo azul que se acerca. Un cuchillo que se hunde en su cuello. Mira el cielo sin estrellas y suspira por última vez. A pocas cuadras, su asesino corre y se pierde por los pasillos de la villa 31.
El 4 de septiembre del 2010 Christian David Espínola, o “Pichu”, de 22 años, asesinaba al fundador y director de Mundo Villa TV, el primer canal emitido desde una villa de emergencia en Latinoamérica. Hoy, ocho años después, la obra póstuma de Adams Ledesma se construye, literalmente, todos los días.
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“Lo único que hay que erradicar de las villa, es la miseria”, reza un mural de bienvenida del Padre Mugica, el cura asesinado en 1974 por la Triple A, en uno de los ingresos a la villa 31 en Retiro. Al lado, Carlos, alto, robusto y con un delantal, prepara su puesto de comida como todos los días a las 11 de la mañana. “Hoy hay sol. La gente del barrio va a salir a comer y tomar”, dice, mientras prende el carbón en su parrilla tambor y se descongelan cuatro patas de pollo en la mesa, una al lado de la otra. Mira al cielo, mueve los labios y besa una medallita de San Expedito en su cuello. “Vamos a vender piola”, grita y sopla de cerca el carbón, que se enciende entre maderas. De frente, en otro puesto, escuchan música a todo volumen. “Lo mejor del Súper Quinteto”, ofrece el vendedor, con un equipo de música que le llega a la cintura y una mesa tapada de CD’S, vasos de vidrio ordenados por tamaño y ollas de cocina a 120 pesos. “Cincuenta temas enganchados. El clásico de la cumbia norteña, compadre”, cuenta y pregunta: “¿Sabés quién fue Hugo Flores?”. Pero antes de revelar su personaje, una humareda invade el puesto. La parrilla de Carlos arde. Las patas de pollo reposan sobre fierros calientes, formando una cortina de humo. Una pareja se acerca y se sienta en una de las mesas. Piden una Coca, pan y dos patas. Carlos mira al cielo y hace un guiño.
Parrillas listas, cebiche peruano, cumbias norteñas. También peluquerías, locales de ropa y almacenes. Así es la Florida de la 31, la calle principal del barrio. Un lugar de paseo y, sobre todo, de encuentro. Los vecinos que van para un lado se paran y saludan a los que van para el otro. Pero la calle no es una peatonal, cada tanto una bocina de auto alerta su paso y la gente debe abrirse. Luego de cuatro cuadras se llega a la manzana 99, fundada por Adams cuando fue delegado y donde está su casa. La que funcionó como un estudio de televisión, transmitiendo por cable su señal para 1.500 hogares de la 31.
La mayoría de las casas del barrio se parecen. Dos pisos como mínimo, algunas tres, y una escalera caracol en el exterior. Parece un molde que se repite en todas las cuadras. Los vecinos se asoman desde el segundo piso y miran hacia la calle, saludando al que pasa. Pero la casa N°35 de los Ledesma se distingue por otras cosas. Una de ellas es el inicio de la obra para la construcción de la Casa de la Cultura de la villa 31, el primer centro cultural del barrio. Ruth, esposa de Adams por veintitrés años, vive ahí con sus seis hijos.
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La casa de los Ledesma es un ambiente enorme como si fuera un garaje. Paredes blancas, techo alto y grandes espacios. Una mesa para diez personas y un televisor reposan en el medio, separados por cortinas que simulan ser puertas y llevan a los cuartos. Como la galería de un museo, pero con una sola obra en exposición, en la pared del fondo cuelga una foto panorámica de siete metros de largo. Es el barrio entero desde arriba, con sus ingresos, pasajes, los techos de las casas y la autopista Illa. Abajo, en un hueco, como custodiándola, un altar. Rosarios, estampitas del Papa Francisco, una vela consumida y tres retratos de Adams completan el decorado. Ruth Torrico mira el altar y se queda pensando. “Siento que no se fue. Lo recuerdo todos los días -cuenta sonriendo- Somos de Bolivia. Nos conocimos en Potosí, aunque él nació en Santa Cruz de la Sierra. Me enamoró por su firmeza y actitud. Era blanco o negro con él, nada de gris”, sigue pero la interrumpe un vecino que entra y le pide permiso para usar el baño. Ruth accede. “La solidaridad con el vecino la aprendí de mi marido”, dice.
En 1999 Adams llegó a la 31 por primera vez. Junto con Ruth y sus tres primeros hijos, Yunitza, Armando e Israel, convivieron en la casa de su madre. Pero las constantes discusiones entre ella y Ruth, además de un cuarto hijo en camino, llevaron a la familia Ledesma a buscar su propio hogar. “Él trabajaba como cocinero en un restaurante de Palermo que manejaban Maradona y Coppola -recuerda Ruth y muestra una foto de Adams junto al Diez-. Vivíamos con lo justo pero teníamos que encontrar un lugar para criar a nuestros hijos”. Ese lugar llegó de la mano de “Don Armando”, un vecino cordobés que vendió su amplia casa al matrimonio Ledesma por 1.500 pesos. Una casa sin número, ni manzana. Tampoco con agua o luz.
Una noche, volviendo de su trabajo, Adams encontró a su esposa embarazada cargando dos enormes baldes de agua para la casa. Ella hizo una pausa y lo saludó de lejos. La imagen de Ruth caminando en la oscuridad y agobiada por el esfuerzo fue suficiente. Esa noche, sin saberlo, Ledesma comenzaría a entender un nuevo concepto que fue fundamental en su vida y el barrio: la urbanización.
“Comenzó a indagar en todas las casas que tenían luz y agua. Cómo lo tenían, con quién había que hablar y anotaba todo”, explica su esposa. Primero con los vecinos, luego con los delegados, autoridades, ministerios. Adams pregunta y aprende. Se encuentra así, también sin saberlo, con otro nuevo concepto: el periodismo.
Cloacas, iluminación, seguridad, espacios verdes. Los discursos de Adams se destacan en las juntas vecinales. Las espera con tantas ansias que termina organizándolas en su propia casa. Los vecinos asisten y lo escuchan. Después aplauden. Al terminar, Ruth ofrece empandas y gaseosa. Es el año 2008 y Ledesma crece como líder. Su casa ya tiene agua y luz. Acompaña al último vecino hasta la salida de su casa y lo saluda con un fuerte abrazo. Antes de entrar, Adams mira en frente a cuatro jóvenes fumando marihuana y tomando cerveza. Uno, de buzo azul y capucha, lo mira fijo, con los ojos rojos, mientras larga el humo de su boca.
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Un proyecto de inversión para una nueva red de cables y antenas en el barrio despierta el interés de Adams. Los únicos proveedores del servicio eran las empresas que dominaban el mercado, como Cablevisión y DirecTV, inaccesibles en costos para muchos vecinos. Pero el proyecto necesitaba licencias que reglamenten el uso de las antenas para operar legalmente. Es cuando Adams conoce a Víctor Ramos, fundador del INADI durante el menemismo e impulsor de la Casa de la Cultura en la villa 21. “En el 2008 vino a verme por primera vez a la oficina de nuestra ONG S.O.S DISCRIMINACIÓN. Pensé que era un delegado más, pero no. Se le notaba mucha energía y vocación social”, recuerda. A través de la ONG, Ramos y otros integrantes lanzan mensualmente el periódico Mundo Villa, que concentra las principales noticias de algunos asentamientos del país, como La 21, La Carcova y la 31, contadas por sus mismos vecinos. Luego de varias reuniones con Adams, Ramos acepta colaborar a cambio de un canal comunitario y tras contactar a jueces y abogados, consigue el permiso legal para el funcionamiento del canal.
Rápidamente, Ledesma se integra a Mundo Villa y comienza trabajar para difundir las problemáticas de su barrio. Cavaba una fosa para realizar la obra cloacal, sacaba una foto y llamaba al coordinador periodístico del diario para publicarla. Su motivación crecía cada vez más. Fue así que realizaron junto con Ramos el documental La Guerra del Agua, donde se reflejaba la situación de falta de agua en la manzana 99, a tres cuadras del Sheraton Hotel.
La sonrisa de Adams se dispara, mientras pasa el mural del Padre Mugica y compra una salchicha asada en la calle principal. Fue nombrado director del nuevo canal Mundo Villa TV. Recuerda las coberturas que debe realizar: un árbol que se está por caer cerca del playón, las obras abandonadas y la fiesta de la Virgen de Copacabana, una de las más celebradas por la comunidad boliviana. Pero entiende, mientras termina de comer, que se necesitan más personas para cubrir treinta y dos hectáreas de extensión con más de sesenta mil habitantes.
“Formemos nuestros periodistas de la 31”, le dice Adams a Víctor Ramos en su oficina de Avenida de Mayo 846, con ejemplares de la última edición de Mundo Villa en el escritorio. Ramos lo mira curioso. Su ONG ya coordinaba talleres de periodismo en la villa 21 y Soldati “Podría ser la oportunidad para la 31”, dice y acepta. Adams ofrece su casa para comenzar. Le explica que es amplia y su esposa Ruth también lo ayudará. Vuelve al barrio, otra vez, eufórico.
Adams toma una pizarra grande y escribe con tiza: “Todos los sábados”. “Talleres de periodismo”. “11 hs”. Mira. Piensa. Agrega una palabra: “Gratis”. Saca el cartel y lo coloca en la puerta de su casa. Escucha risas enfrente. Pichu, de buzo azul y capucha, y dos amigos se burlan. “Estos bolivianos ya no saben qué inventar”, dice entre risas. Adams termina de poner firme su cartel y entra.
Es sábado y veinte personas, entre adultos y chicos, se presentan en la casa de los Ledesma para el primer taller de Mundo Villa en el 2009. Joaquín Ramos, hijo de Víctor y editor general del diario, las recibe en el enorme ambiente y las ubica en una mesa con sillas y banquetas. Ruth se acerca y deja una bandeja con facturas. Adams se presenta, mientras sostiene su cámara. Explica el objetivo del taller. La importancia de mostrar la realidad del barrio contada por sus propios vecinos. “Cuando nosotros decimos mi casa, decimos mi villa. Recuerden eso”, explica y lo aplauden. Joaquín termina de repartir hojas y lapiceras a cada alumno, cuando uno más pide permiso y se suma a la mesa. Es Israel Ledesma, su hijo, que ya tiene quince años.
Esa noche, mientras Ruth fríe milanesas y Adams llega de su nuevo trabajo como vigilador en la estación de Retiro, un olor fuerte entra por las ventanas de la cocina. Ruth se tapa la cara por su embarazo, el sexto, y mira a su esposo que se asoma a la ventana. Pichu y dos amigos más fuman marihuana y toman vino. El olor invade la casa. Adams sale. “Chicos, vayan a otro lado. Le está entrando todo el humo a mi señora. Respeten que están frente de mi casa”, pide firme. “¿Qué te pasa, boliviano? Tómatela vos”, retruca Pichu. Adams avanza unos pasos. Pichu también, pero sus amigos lo detienen.
La figura como líder social de Adams crece. Su canal se ve en mil quinientos hogares del barrio y en algunos de la villa 1.11.14. Tiene la cámara siempre lista y los talleres avanzan, formando más voces. Hasta le propusieron postularse como diputado en las elecciones legislativas. Un canal de televisión nacional se acerca a su casa para entrevistarlo y que explique qué es Mundo Villa TV. “Vamos a demostrar que ser pobre no es sinónimo de delincuencia. Que hay gente buena. Vivimos una villa por necesidad, pero somos trabajadores. Luchamos por la dignidad de vida”, cuenta frente a la cámara.
Pichu camina tambaleando, con una botella cortada a la mitad y llena de vino. Se para frente a la puerta de los Ledesma, cubre su cabeza con la capucha y golpea. Ruth abre. “El delegado. Quiero hablar con el delegado”, exige, levantando la voz. Adams escucha del otro lado y sale. “Vos me bardeaste el otro día, loco. Pero todo piola, vení y compartí conmigo”, le dice Pichu, mientras le alcanza a Adams su bebida. Pero él le explica que tiene una reunión y debe irse. Toma una campera de adentro, lo esquiva y sale caminando. Pichu queda solo, con su botella cortada a la mitad en la mano y los labios teñidos de violeta.
“La Casa de la Cultura va a ser en tu casa”. Así fueron las palabras de Víctor Ramos, al comentarle el proyecto a Ledesma, mientras la felicidad lo invade. Además de las clases de periodismo, podrían sumarse las de dibujo, música y baile. Quiere festejar, pero es viernes por la noche y mañana debe dar clases en el taller.
Adams duerme, pero dos golpes en su puerta lo despiertan de un sobresalto. Mira la hora en su celular: las cuatro de la mañana. Un desperfecto técnico dejó a toda la cuadra sin luz, le explican desde afuera, sin reconocer la voz del otro lado. Busca en su caja de herramientas, toma un buscapolo para medir la electricidad y sale. Todo está oscuro. No hay estrellas. Mira para un lado y no ve a nadie. Se da vuelta y un buzo azul, una capucha y un cuchillo lo miran fijo.
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Toma carrera, patea y no. Afuera. La pelota se va rebotando por las calles de tierra y se pierde por debajo de un auto abandonado y encallado, como si fueran los restos de un barco pesquero en alguna playa. “Qué perro que soy”, grita el pateador, mientras agacha la cabeza y se va, lamentando. “Ganador queda en cancha”, reclama el arquero, mientras otro desafiante entra a la canchita de fútbol 5, enfrente de la casa de los Ledesma, y se planta en el punto del penal. “Vamos entrando, chicos, que empezamos”, dice Joaquín Ramos, con una campera gruesa, una boina negra y varios diarios bajo el brazo. Es sábado y un nuevo ciclo de talleres de periodismo de Mundo Villa está por comenzar. Israel Ledesma, hoy de 22 años, tiene su cámara lista. Un grupo de quince jóvenes ingresa a la casa y se acomodan en la mesa del centro. Joaquín y otras coordinadoras reparten fotocopias y lapiceras, mientras dan la bienvenida. Ruth aparece con un vestido verde y largo, saluda a todos con un beso y ofrece facturas dulces. “Bienvenidos. Gracias por venir a nuestra casa”, dice y continúa con los besos. Joaquín se acerca al grupo y habla. “Antes de empezar, me gustaría saber por qué decidieron venir a un taller de periodismo”, indaga el editor del diario. Israel prende su cámara. Nadie dice nada. Un silencio incomodo invade la casa. Una chica de pelo largo y piel morena pide la palabra: “Mi hermano es discapacitado. Está en silla de ruedas y ninguna calle de nuestra manzana está pavimentada. No se puede mover de casa. Quiero poder escribir sobre eso”. Otro silencio. Joaquín le dice que no se preocupe, que para eso se creó el taller y finaliza con una pregunta: “¿Saben quién fue Adams Ledesma?”, mientras tanto Israel enfoca su cámara a un retrato en la pared, rodeado de santos, debajo de un cuadro de toda la 31.