Un abrazo de generaciones
Agustina Lanza/El Furgón* – Se esperaba que fuera así. Más de 200 mil personas marcharon para decir basta de violencia machista. La movilización convocada por la colectiva “Ni Una Menos” empezó en el Congreso. En Plaza de Mayo se leyeron los reclamos: aborto legal, seguro y gratuito, la gran brecha salarial entre hombres y mujeres, las tareas domésticas no remuneradas, entre otros. También rindieron homenaje a las que ya no están.
-Mis amigas todavía creen que los tipos tienen la obligación de pagar la salida, de ser “caballeros”.
-¿Qué? ¿Pero cuántos años tienen?
– 21, como yo.
– Son re chicas para pensar así de cerrado. Qué raro.
En total eran tres y estaban sentadas en el cordón de la vereda. Abril miraba atenta la conversación. Detrás de ellas, las puertas enormes del Congreso ya estaban empapeladas con cartulinas de colores brillantes. Desde que habían llegado apenas se habían puesto al día con sus cosas, no hablaban de temas que no tuviesen relación con lo que estaba pasando a su alrededor. Una sacó de su mochila un cigarrillo de tabaco armado, lo prendió y convidó a las demás. Debatieron un buen rato sobre el acoso callejero, de los hombres que se hacen los feministas y si estaban bien o no que les dijeran “feliz día”. La más bajita de todas se paró para estirar las piernas y buscó un lápiz labial. “¿Me pintás algo acá?”, le dijo a Abril, señalándole sus hombros. En el izquierdo le puso “ni una menos” y el derecho “aborto legal”.
El reloj pasó las cuatro de la tarde y en los vagones del subte A apenas se podía respirar. Un periodista se acercó a las chicas con un grabador y les quiso arrebatar unas palabras. Qué sentían, qué las impulsó a ir y si habían sido víctimas de violencia. Una buscó resumirlo todo con una frase. “Es un día histórico”, dijo. En la esquina de Hipólito Yrigoyen y Entre Ríos, la columna de Madres Víctimas de Trata se preparaba para salir. Detrás venía una batucada de mujeres; tenían colgadas en sus instrumentos las fotos de aquellas que fueron desaparecidas para ejercer la prostitución. Mientras tocaban, otras se movían al compás y agitaban los pies en pasos cortitos e iguales.
Todavía faltaba un grupo. Abril y sus amigas se acomodaron en la salida de la estación Congreso. Sacaron de sus bolsos los carteles que les habían quedado de las marchas anteriores convocadas por “Ni Una Menos”. Seguían pintándose a un costado, haciendo equilibrio y evitando que las choquen. En el centro de la calle una columna reclamaba por los derechos de las mujeres migrantes. “La violencia de género no tiene nacionalidades”, gritaban por un megáfono. No sabían lo mucho que les costaría esa espera. Pisar la Plaza de Mayo se volvería casi imposible. Cuando llegaron, los que hacían falta se abrazaron como nunca. Es difícil poner en palabras lo que se siente al sortear esa tarea titánica de encontrarse entre una multitud. Aunque sea intencional o por pura casualidad. La imagen se repetiría una y otra vez.
Abril tiene 17 años y muchos amigos. Se la ve fresca y espontánea, en las fotos siempre posa con su mejor sonrisa. Le gusta cantar y tocar el piano. Está ansiosa por irse a Bariloche. Cuando termine el secundario quiere estudiar musicoterapia, una disciplina que mezcla psicología con ritmos. Dice que a las chicas como a ella les cuesta conseguir los derechos que los varones tienen sólo por ser varones. Le da bronca, pero también la hace feliz ser partícipe de marchas multitudinarias.
A las seis y media ya estaba arriba. A las 12, cuando salió de clases, llovía con sol, se escuchaba la explosión de algún que otro cohete en los barrios. Las mujeres dejaron sus puestos e hicieron un “ruidazo” en las puertas de los trabajos. A esa misma hora, en el canal América dieron la noticia de la mujer policía embarazada que murió de un disparo con su arma reglamentaria. Los periodistas decían “sospecha de femicidio”. Pero no dijeron su nombre, aunque se llamaba Natalia. Tampoco hablaron de su esposo y de lo mal que se llevaban. Él cumplía prisión domiciliaria por haber matado a un hombre en un enfrentamiento policial y dijo que ella se suicidó. Después otra periodista, con tono sombrío y música triste de fondo, mencionó el Paro Internacional de Mujeres. Mostró unas placas negras con las cifras que ya conocemos: 50 abusos sexuales por día, un femicidio cada 29 horas. En total, la noticia junto con la mención duró menos de dos minutos. Después dedicaron un largo tiempo a la vuelta del fútbol, al acuerdo que se llegó con los jugadores.
El Congreso iba quedando atrás. Wilma, de 11 años, estaba sentada en el medio de Avenida de Mayo. Miraba a unas nenas de su edad que tomaban agua de una botella enorme, cantaban y tocaban bombos y redoblantes. La canción que más repetían era “Che Mauricio/Che Mauricio/no te lo decimos más/si nos tocan a las pibas/qué quilombo se va armar”. Eran como diez, pero parecían más. Pertenecían a la “Asamblea Revelde”, un grupo de niños, niñas y adolescentes de Villa Soldati que nunca se pierden la oportunidad de reclamar por sus derechos. Estaban con sus docentes que saltaban tanto como ellos. Wilma parecía cansada, pero aun así los seguía de cerca. Marina, su mamá, la despertó temprano. Como no tenía que ir a la escuela le preguntó si quería ir a la marcha. “Estoy acá porque las mujeres merecen respeto y quiero que se cuiden para que no les pase nada malo”, dijo quitándose los rulitos de la cara.
Felicitas estaba parada con las manos tomadas hacia atrás. Era fácil de reconocer por su flequillo teñido de otro color. Todos se lo vieron en el video donde denuncia públicamente a Cristian Aldana, el cantante de El Otro Yo. “Es importante que haya niños, que se visibilicen desde los femicidios hasta las situaciones de ofensa a la mujer. Cada acto lo veo más grande. Yo vine sola y estoy muy feliz. La hermandad entre mujeres se demuestra con hechos, no hacen falta las palabras”, contó a El Furgón. Para ese entonces todavía había sol. Se hacía de noche y las columnas seguían marchando a paso de tortuga. Faltaban ocho cuadras para llegar. En la Plaza, la colectiva “Ni Una Menos” terminaba de leer el documento oficial y la gente comenzaba a dispersarse.
El Paro de Mujeres se anunció en enero en Argentina y se organizó en simultáneo en más de 50 ciudades del mundo. La marcha de los docentes y la de la CGT no opacaron los reclamos. Se habló de 15 cuadras en total y más de 200 mil personas. Autoconvocadas, movimientos con luchas específicas, sindicatos, partidos políticos y organizaciones sociales. No faltó nadie. Las mujeres lograron que las vean y que ya no se pueda mirar hacia un costado.
Ya eran las ocho. Las tintas violetas iban borrándose de los cuerpos, los carteles se arrugaban, los pies dolían. Pero las sonrisas estaban intactas. “Me parece que se trata de escribir una página y avanzar para que finalmente las cosas se pongan en su lugar. En 48 años nunca viví algo así. Creo que la opresión tiene que ver con cómo nos criaron. Pero pienso que algo debemos haber hecho para que nuestros hijos la tengan tan clara. Nuestra generación propició el cambio, fuimos la bisagra. Nosotras no pudimos porque no estaban dadas las condiciones, pero ahora sí. Ellas pueden”, reflexionaba Fernanda. Salió rápido del trabajo y se encontró con una amiga. Hace días que está en contacto con el agite en las redes sociales y necesitaba estar presente.
La noticia de los incidentes se esparció cuando Abril, Wilma y Fernanda ya estaban camino a sus casas. Un hombre con la bandera del Vaticano provocaba a las manifestantes a pocos pasos de la Casa Rosada, mientras otro grupo prendía fuego. Las cámaras enfocaban una violencia que poco se esperaba. La policía reprimía con gases lacrimógenos y encerraba a más de 30 chicas en distintas comisarías. En un video se puede ver cómo llevan a una de ellas de brazos y piernas, como si fuese un animal. Los que sólo vieron la televisión hablarán de mujeres violentas. Los que estuvieron ahí no se olvidarán jamás de ese día.
*Fotos: Agustina Salinas