viernes, diciembre 1, 2023
Cultura

Moonlight: El barro sublevado de Hollywood

Santiago Brunetto/El Furgón – Moonlight, el segundo film en la carrera del director Barry Jenkins, se erigió como el principal oponente del suceso La La Land en la competencia por el máximo galardón de la Academia estadounidense, que se entregó este domingo. La carrera parecía desigual ya que el musical ha arrasado con todos los premios de la temporada (Mejor comedia en Globo de Oro, los premios de la crítica y del sindicato de productores, así como el de la academia británica), dejando a Moonlight tan sólo con el Globo de Oro a mejor drama y el Gotham de películas independientes.

Más allá de quien ganó esta competencia (en la cual posiblemente habría que incluir en un tercer escalón al drama Manchester by the sea), lo curioso es que las dos películas se sitúan en extremos opuestos tanto estéticamente como en su contenido ideológico. Como no ocurría hace mucho tiempo en las ediciones de los Oscar, vemos enfrentarse dos modos de concebir la realidad estadounidense y de realizarlo cinematográficamente.

MOONLIGHT, Alex R. Hibbert, 2016, photo by David Bornfriend, ©A24/courtesy Everett Collection

A la ampulosa producción, tanto técnica como actoral, del musical blanco La La Land, Moonlight le opone la realización cruda y sencilla del drama negro. A un Los Ángeles fulgurante, venido un poco a menos pero manteniendo su brillo, su alegría y su rol de cuna de sueños liberales, se le opone un Miami oculto, roto por las drogas pero visceralmente humano. Si La La Land es un cartel escrito por blancos que dice: “A pesar de todo, miren que lindos y felices somos”, Moonlight es un cartel escrito por negros que dice: “Así vivimos acá para que ustedes sean lindos y felices”.

Es significativo el hecho de que estas dos películas estén ambientadas en las que tal vez sean las dos ciudades más glamourosas de los Estados Unidos. De la misma manera que es significativo lo que los dos directores deciden mostrar de dichas ciudades. En esta decisión se expresa la visión política de cada uno respecto de la realidad de Estados Unidos. Mientras Chazelle se queda con el residual brillo de Hollywood, Jenkins, lejos de las palmeras y los shoppings, de los yates y el sol, elige quedarse con la realidad material que corre por debajo de Miami. Así lo hace con su “luz de luna”, con la noche como eje narrativo central, con eso que sucede cuando las luces del lujo se apagan.

MOONLIGHT, Mahershala Ali, holding Alex R. Hibbert, 2016, photo by David Bornfriend, ©A24/courtesy

La película se centra en el desarrollo de la vida de Chiron, un niño negro de diez años que está descubriéndose homosexual mientras convive con su madre adicta al crack. El director parece extremar las condiciones voluntariamente, estirar la cuerda de las contradicciones, y lo hace sin caer en eufemismos. Saca su cámara a las calles de la Miami oculta y, con una estética concordantemente indie, se dedica a transmitir la realidad lo más crudamente posible, haciendo ver que, en esos lugares, todo lo que puede haber de violencia también puede haberlo de humanidad. Mientras en La La Land la realización de los sueños de los protagonistas dependen de su propio esfuerzo individual, Moonlight se encarga de mostrar ese lugar en que los sueños individuales ni siquiera llegan a generarse, primariamente reprimidos por las condiciones materiales de existencia de los individuos.

El film se divide en tres segmentos. En cada uno observamos un momento del crecimiento de Chiron (niño, adolescente, adulto) en donde se cruzan violencia y humanidad como dos caras de una misma moneda. Esto es especialmente importante en la primera de las secciones, cuando Chiron comienza a relacionarse con Juan, el personaje interpretado por Mareshala Alí (el lobbysta de House of Cards), quien representa al principal dealer de la zona. En este personaje está anclado el cruce entre violencia y humanidad: mientras provee el crack a la madre de Chiron, por otro lado se transforma en la única persona en brindarle un manto de contención y liberación en los inicios de su descubrimiento sexual.

Moonlight 5

En este punto se observa la notable diferenciación de Jenkins respecto de la mayoría de los directores que se han encargado de tratar la realidad de los barrios negros estadounidenses. Películas saturadas de violencia y drogas, de cadenas de oro y grandes autos, de mujeres cosificadas, sin darle ningún lugar al potencial humano que en esas circunstancias abunda. Lo valioso del director es que, en su intento de mostrar la bondad que circula en los barrios, tampoco cae en relativizar las condiciones de vida. La violencia y las drogas no son ocultadas, sino que son mostradas como un elemento central pero desde un lugar estructural antes que individual. Mientras que en la mayoría de las películas los negros simplemente parecen ser adictos y violentos porque tienen ganas de ser malos, aquí vemos que las drogas y la violencia se ciernen sobre sus espaldas más como una carga que como un placer, como una estructura difícil de esquivar. De vuelta, el personaje de Juan es central. Él encarna al dealer que, en el resto de las películas, seguramente sería representado vendiendo drogas sin escrúpulos, violando mujeres y baleando a cualquiera que se le cruce desde su lujoso auto explotado de música. Jenkins elige a esta figura para hacerla clave en la vida de Chiron y la da vuelta mostrando que hasta un dealer puede estar repleto de humanidad, aun encerrado en la estructura de la droga y la violencia. Juan tiene un auto común, convive respetuosamente con una novia para nada pasiva, nunca lo vemos disparar su arma y, sobre todo, parece sufrir su pesado rol en el barrio. Así lo demuestra cuando llora al contarle a Chiron que se dedica a vender drogas y enloqueciendo cuando se entera que la madre del niño es clienta suya. Y así como es él quien provee las drogas que desencadenan en la violencia que Chiron sufre en su casa, también es él quien se encarga de su contención. Juan será el único personaje que le hablará sin tapujos acerca de las dos condiciones que determinan la opresión de Chiron: “Todos nos vemos azules bajo la luz de la luna”, le dice, dándole nombre al film, acerca de su condición de negro y luego se encargará de relajarlo en torno a su sexualidad, aliviándole las cargas de tener que decidir a los diez años, e incitándolo a que intente vivirla libremente. Esta estructura dual de violencia/humanidad se verá en todos los personajes que durante el resto de la película rodean a Chiron, principalmente en su madre y en Kevin, su primer amor, lo que conformará su personalidad ambivalente, viviendo en un continuo intento de escapar a las condiciones impuestas de opresión y de poder liberarse sexualmente.

En este contexto la pelea por el Oscar a mejor película pudo haberse tornado más emocionante, si se lo toma como una potencial toma de posición de la Academia frente a dos modos distintos de pensar la realidad estadounidense. Por un lado tenemos la protesta liberal de La La Land, indignada por el nuevo Hollywood que atenta contra el desarrollo del mercado actoral de libertades individuales que, en un supuesto pasado, fue la base de su éxito y fortuna. Por el otro, con Moonlight tenemos la encarnación de una realidad que va mucho más allá de las circunstancias actuales, como mucho más allá de la burbuja en la que viven los artistas hollywoodenses; una realidad que es estructural, base opresiva del capitalismo estadounidense y que se encarna en la infancia misma de las personas, reprimiendo altamente las posibilidades de concebir algún tipo de sueño individual como los de La La Land. Una vida que, aun así, en su gente, abunda en potencial humanístico, con todo lo que de político tiene luchar contra una realidad impuesta de nacimiento.

Moonlight 4

Lo cierto es que todos los caminos conducían al triunfo del musical de Chazelle y muy pocas cosas había para modificar esto. Hay que tener en cuenta ciertos elementos que terminaron con la victoria de Moonlight.. En primer lugar hay que reconocer que los últimos años han sido de sorpresas. Nadie esperaba que una película acerca del sistema de curas abusadores en Boston, como Spotlight, ganara en 2016. Tampoco que en 2015 triunfara un film que pone en cuestión las estructuras tanto estéticas como económicas de la industria, como el caso de Birdman, del mexicano Iñárritu que, a su vez, se ha llevado las últimas dos estatuillas a mejor director; esto sin contar la gesta de su compatriota, compañero y brillante Lubezki con sus tres Oscars seguidos por mejor dirección fotográfica. A esto hay que sumarle que en el último año se ha producido un recambio en los integrantes de la Academia, sumando miembros de la comunidad negra, luego del papelón del año anterior donde no hubo ningún representante negro nominado en ninguna terna, polémica que se reprodujo en todo el mundo (lo que llevó al Oscar 2016 a cargar con el mote de “Oscar so White”). Teniendo en cuenta la importancia que Hollywood le otorga a su imagen publicitaria, además del incremento de miembros de la comunidad negra, pudimos contar con la posibilidad de que, por otro año consecutivo, se produjera un batacazo en la categoría a mejor película, razón por la cual Moonlight recibió su merecido reconocimiento.