Canciones como retratos de gente común
Felipe Montalva, desde Chile/El Furgón – Uno de los fonogramas chilenos notables, del recién pasado 2016, fue mérito de Demian Rodríguez, cantautor oriundo del puerto de San Antonio pero avecindado algunos decenas de kilómetros al norte, es decir, en Valparaíso. Su segundo trabajo, homónimo, transita entre boleros, sones, bachatas y alguna milonga. Una sólida actualización de la música que uno relaciona con la ciudad que alguna vez fue bautizada -por otra canción- como La Joya del Pacífico: nocturna, algo melancólica; rabiosa por momentos; a menudo con un vaso a medio vaciar entre las manos, y teñida densamente con vivencias personales.
La locación de este relato es Valparaíso. Exterior Noche. Salimos a deambular por plazas de encuentro social y calles atestadas que se empinan a los cerros. Aníbal Pinto, Bellavista, Cumming, subida Ecuador… Al lado, un hombre de 30 años cuya delgada silueta es común divisar, guitarra en mano, en horas como esta, en los bares, ganándose la vida con sus canciones. “A veces, me permite vivir al filo de lo posible”, cuenta. “Pero ese vaivén me ha dado cosas que otros no tienen; tengo de sobra la materia prima para hablar de lo que quiero. Lo he ido descubriendo en las conversaciones con otros artistas y en la reacción de las personas que escuchan. Hay gente que agradece que retraten su vida. Creo que la vida del chileno es difícil y digna de ser retratada”, declara.
En su nombre artístico, se puede rastrear una actitud ante la existencia: Demian, el personaje de la novela de Herman Hesse, y el Rodríguez, que alude a Manuel Rodríguez, el héroe de la independencia chilena que comandó una milicia cuya condición era el convencimiento: Los Húsares de la Muerte. Además, en la combinación perviven dos soledades: el valor del individuo y lo heroico. No es casual que, siglo y medio tras la conflagración independentista, algunos de quienes se opusieron con las armas a la dictadura de Pinochet, hubieran usado como referente a Manuel Rodríguez para su Frente Patriótico.
Pero me estoy alejando… Demian Rodríguez nació y vivió sus primeros años en La Viuda 10, una de las tantas poblaciones que forman un singular patchwork en la parte alta de Llo Lleo, al sur de San Antonio. A los 19 años, se marchó a Rancagua y, luego, a La Florida, en Santiago, para trabajar e intentar continuar una banda. Sin embargo, sería su antigua condición de compañero de curso en el EISA, el liceo industrial sanantonino, con Kaskivano, el hermano menor de Chinoy, la que lo atrajo a Valparaíso hacia 2009. Junto a los hermanos Castillo, el cantautor punk Pato Patín y la Sonora Patocarlo forma parte de esa generación que, desde los cerros de San Antonio, el disonante primer puerto chileno (por el volumen de carga que se mueve allí), comenzó a producir un desgarrado cancionero. Rabioso, doliente, amante. Alguien me acota que cuando un lugar está en crisis, el arte es un avispero. “Cuando tuve la posibilidad de recorrer, me di cuenta que Chile está lleno de muchos San Antonio”, enjuicia el músico mientras ajusta las clavijas de su guitarra.
Canciones de redención
Demian Rodríguez celebra que con este trabajo esté llegando a lo que llama “un sello propio”, algo que le tomó años y un disco -debut- Santos inéditos (2012). Esa placa poseía sonoridades vecinas al rock y a la trova, que el músico califica hoy como una fase de experimentación. “Nunca fui rockero”, aclara. Al preguntarle por su actual repertorio cuenta: “Era muy popular el primer acercamiento pero también muy clásico, como escuchar una canción de Jorge Farías: Dos guitarras, harto punteo. Afloraron muchos sentimientos pero teníamos la intención de llevar las canciones a otra onda”, recuerda y cita referentes para su faena: Jorge Farías, claro, pero además Camarón, El Cigala y el inmenso peruano Zambo Cavero. “La música que estoy desarrollando ahora es la que escuchaba cuando niño; cantar así sale de la música mexicana, de Vicente Fernández, Ramón Aguilera o Juan Gabriel, que mi vieja lo escuchaba harto”. Menciona también a Astor Piazzolla, influjo para “Falsa Teoría”, aquella milonga que narra la historia de un cabrón, en la subida Ecuador, que posee un felino talento.
En esa labor reflexiva, Demian Rodríguez es celoso en no dejar detalle del disco al vuelo. ”Trabajo todo. Desde la portada hasta el nombre; también las letras y la lógica del sonido. Me gustan los discos temáticos porque hay un mensaje que va más allá”, comenta.
El cuadro de la portada es obra de su percusionista Daniel Codocedo y abre una pregunta, con esa familia extendida que, parece, acaba de terminar un almuerzo dominguero y ya tañe guitarras e infla un acordeón, mientras se baja una garrafa. “Las familias guardan muchos secretos. Ese cuadro representa eso para mí”, responde Rodríguez como quien lanza cartas a la mesa. Además, cuenta que, de hecho, él aparece en dos lugares de aquella escena. Pero hay más: las señales que emite la pintura tienen sintonía con el bolero que cierra el trabajo “Virgen del puerto”, un tema que suena como una redención: “Ya lloramos bastante y jamás nos rendimos/Y escupimos al mundo en un odio infinito/Antes que me devoren los muertos de mi infancia/Desde el mar volveré”, dice la letra.
“Realmente no tengo mucha conciencia de lo que hago. He sido visceral para hacer las canciones. Yo no soy religioso pero una canción debe tener una connotación religiosa para mí: esto es escribirle a la vida”, argumenta. “Cuando vi la película sobre El Greco me gustó lo que hacía; pintaba gente común y luego le vendía los cuadros a la Santísima Inquisición como si fueran santos los que allí aparecían”.
Vidas en canciones
El dato biográfico en el disco homónimo es clave. Para Demian Rodíguez es una revisión de su vida. Un modo de transformarla en canción.
El disco abre con “Mañana”, un bolero dedicado a su madre. ¿Otro nexo con la tradición bolerística y tanguera? “Mi mamá trabajaba en Agrosuper (empresa productora de carne de aves y cerdos). Yo también trabajé allí. Es algo bien duro. Hay un frigorífico, te cagai de frío; mi vieja tenía problemas a los huesos. Entonces la canción habla de un niño que la ve partir a la pega (trabajo) todas las mañanas, que sabe que está cansada y hace un mapa para llevárselo al cielo”, declara. “Construiré una casa en las nubes/ Para ganarle al tiempo que aturde el rumor de tus pies cansados”, se puede oír al inicio. “El papá tampoco está porque anda trabajando. Es una cuestión muy presente en la vida de la gente que sacrifica horas de estar con su familia porque debe pagar sus cosas”, complementa el músico.
El amor, cómo no, también respira por el disco. Está el relato pícaro a escala barrial de “Vecina” (imposible no pensar en los pasajes y escalas porteños, donde la promiscuidad habitacional es norma) pero también el sexo como ensoñación y castigo (“Látigo del mundo”). También el dolor ante los quiebres (“Si cruzas la puerta”). Si de sufrimiento hablamos, “Tiro de gracia” engaña con su mandato para acabar de una vez por todas. Quizás no sea tan metáfora (del desamor, del desengaño) la enfermedad que allí se alude. En todos los casos, el llamado pone los pelos de punta.
Otro ejemplo biográfico es “Oración de la noche”, donde la cadencia de un son camufla un crudo relato, cantado a dúo con Juanito Ayala, ex vocalista de Juana Fe, uno de los invitados al disco. “Voy por la redención que me dicte la calle/ Y el pan de cada día que ofrece el delito/Tengo la voluntad de ser todo un maldito/Hoy brindo por la sangre que brota del piso”, se escucha cantar. “Donde me crié, vi un montón de cosas”, abunda Demian Rodríguez. “Tenía un niño de vecinito, que era amigo de mis hermanos. Nuestras familias se conocían, y de un día para otro, desaparece. El papá tenía que ver con eso y fue condenado. Era una época donde había una rivalidad entre pandillas y pasaban weones por mi calle, dando balazos. Fue bien fuerte porque gran parte de ellos habían sido compañeros míos o eran vecinos”.
El “cariño lejano”, que hoy declara tenerle a su ciudad de nacimiento no es impedimento para que las vivencias emerjan -intensamente- en sus letras. También ocurre con Valparaíso, una “buena casa, donde siempre se descubre algo nuevo”, señala.
Reconstruir el puerto
Interior noche. El bar es pequeño, anaranjado y se llama El Canario, y debe su nombre, más que al ave de color mantequilla, al hecho que se localiza en la subida Cumming, una de las calles que antiguamente llevaban a la cárcel de Valparaíso, situada metros más arriba. El bar era una parada popular antes o después de visitar a algún familiar o amigo en la cana: Canario: Mutación del lenguaje: Metáfora del mejor surrealismo porteño. Al canario, por lo general, lo conocemos enjaulado pero bello e inspirador es su canto.
Algunas noches a la semana, Demian Rodríguez se instala cerca de la barra, y repasa sus canciones ante un público que mezcla, desordenadamente, a parroquianos, turistas extranjeros, artistas de diversa índole, activistas políticos, y decenas de tipos y tipas más. Además, están los perros callejeros que buscan refugio en las piernas de quienes logran ganar asiento.
El cantor de bar sabe que algunos escucharán y otros preferirán la charla y los guiños de su(s) acompañante(s). Que quizás sus canciones resbalen por sobre la montura de otros estímulos. Pero también saben, o confían que -botella lanzada al mar- otras lleguen a lo profundo de auditores que sí, sientan que esa canción habla de ellos/ellas, o de la ciudad donde desenvuelven sus goces y miserias.
Proverbial, en ese sentido, es “Cuando llegan las 6”, una bachata que funciona como una fotografía sentimental de un hecho contemporáneo de Valparaíso: la interzona que se arma en plaza Aníbal Pinto, en la hora de cierre de los bares, donde confluyen centenares de jóvenes, nativos y forasteros, a medio camino en la ingesta, con sed de mucha noche aún. Allí Demian Rodríguez canta: “Las mismas ganas vertidas sobre el ajedrez/El mismo instinto, el mismo corte inglés/ De algún fulano disfrazado de hispano/Las mismas ganas venciendo el sueño de las 6/ Ni el dios Morfeo pudo con tal sed seguir viviendo/Como venga el tiempo//Somos la sonrisa eterna ante la vida/La mirada homicida del sexo por ley…”.
Modesto como es, el músico indica que es el público quien, finalmente, puede reconocer si una canción representará una nueva faz de la ciudad. Sin embargo, sobre los boleros y su relación con el viejo puerto es concluyente: “Ocupo a Valparaíso como materia prima pero cuando digo ‘Virgen de todos los puertos’, es de todo el mundo. El bolero lo hago desde acá pero para que se entienda en todos lados. Valparaíso no es una ciudad de boleros todavía. Acá, más bien, se repite algo que hace rato se canta. No hay canciones auténticas. Los clásicos que no dejan de ser lo mismo. Es un karaoke, y eso no me gusta”.
Celebremos pues.