miércoles, noviembre 13, 2024
Por el mundo

Del ring side a Tupamaros

Hugo Montero/El Furgón – Fue boxeador y medallista en los Juegos Panamericanos de 1963. Pero también fue un deportista sensible a la situación de los cantegriles uruguayos y militante político en Tupamaros. Esta es la historia de Gualberto, el gurí que cambió las peleas en el ring por otro combate más justo y solidario.

1- Después de una vida arriba del micro, por fin llegaron. Con las articulaciones entumecidas y un par de calambres amagando con morder los garrones, por fin pisaron suelo paulista. Habían recorrido medio Uruguay en un vagón de carga hasta Melo y después de pasar la frontera, unos mil kilómetros más de ruta durante un día que no terminaba nunca. Pocho, el Negro Plá y el Cascarilla Da Silva caminaron alrededor de la terminal para estirar las piernas y pensar mejor cómo iban a hacer para arrimarse hasta la concentración del equipo uruguayo. No quedó otra que pedir un taxi y soltar las últimas monedas que habían ahorrado para el viaje. Si Floreal no andaba por ahí, vamos a estar en problemas para comer algo, pensó Pocho, con San Pablo desfilando por su ventanilla. Ninguno de los tres había salido antes del país, pero la ocasión valía todos los sacrificios. ¡La sorpresa que se va a pegar el Floreal cuando nos vea acá! , dijo el Negro Plá, con una sonrisa que parecía limpiar el cansancio del viaje. El tachero los paseó por toda la ciudad hasta dejarlos en la Villa Olímpica, sin un cobre y casi de medianoche. Con los bolsos marineros a cuestas, los tres uruguayos se miraron, preguntándose en silencio para dónde arrancaban. Tardaron mucho en hacerse entender cuando hablaron con un guardia de seguridad, pero al rato, el morocho entendió las intenciones de los visitantes y corrió hasta el edificio en busca del apellido indicado. Ahora, a cruzar los dedos que encuentre a Floreal, murmuró el Cascarilla.

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A los diez minutos, divisaron una silueta en la oscuridad. Era Floreal, no podía fallar. “¡Qué hacen ustedes acá, están locos! ¡Se vinieron nomás!”, les dijo entre risas y abrazos, apenas reconoció a los amigos del Club Centella. Después de escuchar las mil anécdotas del viaje eterno empezó a buscar la manera de hacerlos entrar a la concentración para pasar la noche. Pero no hubo caso, pese a la insistencia de Floreal los brasileños se pusieron duros y le impidieron dejarlos pasar. Se le caía la cara de vergüenza a Floreal cuando les avisó a los muchachos, pero Pocho lo tranquilizó y le dijo que no se hiciera problema, que se fuera a dormir que él tenía que estar preparado para la pelea, que ellos se arreglaban y que ya buscarían un lugar para tirarse un par de horitas. Floreal se disculpó una y mil veces y puteó otras tantas a los de seguridad, pero les pidió que esperaran un rato, que algo les iba a conseguir. El Negro Plá y el Cascarilla miraron como su amigo volvía a la concentración. Un rato después, Floreal y otro boxeador uruguayo volvían al portón con tres platos de fideos con tuco para los compañeros, que festejaron la comida como un regalo del cielo.

Floreal volvió a dormir, mientras Pocho, el Negro y el Cascarilla se acomodaron debajo de un puente para pasar la noche. Estaban liquidados por semejante viaje, pero con la panza llena. Y de algo estaban seguros: Floreal no les iba a fallar.

floreal-52- Gualberto Floreal García nació el 24 de mayo de 1943, en el pequeño barrio Los Olivos, en las afueras de Montevideo. El fútbol en la calle era el deporte nacional, pero los pibes del barrio se fueron metiendo cada vez más en el Club Centella para ver boxeo. El espectáculo de los tipos arriba del ring, el combate franco a las piñas, la habilidad imponiéndose a la fuerza, cautivó al gurí Floreal desde que se hizo habitué del Centella, donde también participaba de los bailes, los recitales y los campeonatos de fútbol cinco. De a poco, el boxeo le fue tirando más que el cine en el Jockey Club, donde iban sus amigos, y a los 16 años se calzó los guantes. Pocho fue quien lo testeó para ver de qué madera estaba hecho el gurí, a pedido de su padre, de profesión vidriero: “¿Vos te animás a probarlo allá, en el fondo de casa?”, le preguntó. Pocho aceptó enseguida: “Al otro día le pusimos los guantes… y claro, no tenía técnica, pero pah!, ¡era un torbellino desatado!”. Entre los dos se lo llevaron hasta el Boxing Club Canillitas, donde el nivel de los torneos que se organizaban los sábados era bastante más exigente. Floreal debutó en el Palacio Peñarol, ante Domingo Gómez, y perdió por puntos, pero quedó contento con la experiencia y quiso volver a pelear el mismo día. La segunda pelea la ganó, la tercera también y ya no hubo quien pudiera con él arriba del ring. Con el torneo “Leonicio Iglesias” le llegó la chance de boxear por la corona uruguaya de la categoría mosca: le ganó por puntos a Washington Vilela y festejó su primer título. Floreal era campeón uruguayo. Con la confianza por las nubes, llegó 1962 y se anotó para participar del campeonato latinoamericano, en Buenos Aires. Era la primera vez que salía de Montevideo, y tuvo que padecer un problema hepático que casi lo saca del ring; pero se aguantó, quiso pelear y peleó. Quedó tercero, pero clasificó para el selectivo del año siguiente, con vistas a conformar el equipo uruguayo de boxeo para los Juegos Panamericanos de San Pablo. En peso Mosca no hubo con qué darle. Floreal se cuidaba, era disciplinado y entrenaba a conciencia. El Zurdo Ferreiro fue su sparring en la época del club Olimpia; con él abría el gimnasio a las 4 de la tarde, después de pasar a buscar la llave al viejo bar El Hacha. Ahí compraban un litro de kerosene para la caldera de un gimnasio helado. “Salíamos a correr, hacíamos gimnasia, guantes, cuerda, puching-ball. Eran cuatro o cinco horas por día, y después nos tomábamos un yogur”, recuerda.

Ahora llegaban los Panamericanos, la oportunidad de defender la camiseta uruguaya y buscar una medalla dorada que, entonces, parecía una quimera para el boxeo charrúa.

3- La lluvia los despertó debajo del puente. Por suerte, el agua no alcanzó el rincón donde se habían tirado a dormir. No tuvieron que esperar demasiado, ni siquiera le habían agarrado ganas de desayunar al Cascarilla cuando Floreal se acercó al puente y los invitó a secretear en un rincón. El plan era el siguiente: debían vestirse con las batas de boxeo que traía y seguirlo, él intentaría colarlos en el comedor de la concentración, haciéndolos pasar por atletas. El Negro Plá no lo dudó, se calzó la bata y empezó a hacer guantes con su sombra, mientras los demás se morían de la risa. Así se metieron, confundidos con la delegación uruguaya. “Cuando contemos esto en el barrio, nadie nos va a creer”, dijo Pocho, entusiasmado por la chance de compartir el día con los deportistas. La primera pelea de Floreal era esa misma noche, así que después de desayunar se excusó y salió a entrenar. “¡Vamos Floreal, carajo! ¡Vamos que somos campeones!”, lo alentaron sus amigos de siempre.

floreal-2Ese 28 de abril de 1963, Floreal se subió al ring para pelear con un argentino, un tal Camargo. “A ese lo paliseó”, comentó Pocho después. Fue así, la velocidad de Floreal desbordó al argentino y al cabo de los dos primeros rounds, lo había llenado de manos por todos lados. El 1º de mayo fue el turno de las semifinales contra el campeón chileno, José Flores. Según el recuerdo de Pocho: “Ese fue un peleón. Floreal le ganó y cuando sonó la campana le seguía pegando. Después el chileno nos contó que le gritaba a Floreal: ‘¡Cabro, párate, que ya me ganaste!’. Pero no fue fácil pararlo”.

Estaba en la final. Ni él mismo terminaba de creerse la oportunidad que se presentaba, pero si Pocho, el Negro Plá y el Cascarillas deliraban en la platea, a los gritos de felicidad al término de sus peleas, era porque la cosa marchaba bien. Aunque ahora llegaba lo peor. Debía jugarse la medalla de oro ante el gran favorito: el local Pedro Dias, nada menos que en el Pacaembú, el “Maracaná del boxeo”, como lo habían apodado. La noche del 4 de mayo de 1963, una muchedumbre de 8 mil brasileños alentaba al crédito local. En un rinconcito del estadio, sin disimular su entusiasmo, tres amigos uruguayos alentaban a Floreal a grito pelado, y se ganaban las miradas hostiles del resto de los espectadores. El primer round lo ganaron los nervios, los dos boxeadores se estudiaron y dejaron la guardia alta. Para el segundo asalto, el brasileño salió con todo, alentado por la gente. En el tercero, un derechazo de Floreal paró en seco la embestida del morocho y lo hizo trastabillar. De pronto, la multitud dejó de gritar y quedó en silencio. Después, llegaron las manos quirúrgicas de Floreal contra el mentón, después un uppercut hermoso contra el hígado y se envalentonó: lo tuvo todo el round a Dias contra las cuerdas. De puro guapo se lo llevó por delante, mientras tres uruguayos saltaban y lloraban de alegría, sin terminar de creerse que Floreal, el gurí del Centella, estaba a un paso de ganarse la presea dorada. Pero faltaba un detalle: la calificación de los jueces; todo un riesgo, más que nada por la presión que metían los locales con sus boxeadores. Pero no hubo caso, los jueces por unanimidad determinaron que el campeón era Floreal. “¡U-ru-guay! ¡U-ru-guay!”, gritaban entre lágrimas los charrúas en la platea, extasiados de tanta felicidad, testigos de un segundo “Maracanazo”. Floreal, con el puño derecho en alto, los buscaba con la mirada entre la multitud. Al rato, entre las luces y la mufa de los brasileños, se chocó con la sonrisa de Pocho, las lágrimas del Negro Plá y los gritos del Cascarilla.

Muy lejos de allí, en una esquina de Los Olivos, todo el barrio se había concentrado alrededor de la radio. El padre de Floreal, sus hermanos, los vecinos, escucharon en silencio el relato del legendario Buck Canel, que transmitía en directo las alternativas de un combate apasionante. Rocío, una de las hermanas de Floreal, fue la primera en pegar el grito cuando escuchó el fallo de los jueces. “¡Floreal campeón! ¡Floreal campeón!”, gritaron todos, y el barrio entero se vistió de fiesta toda la noche.

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4- El regreso a Uruguay, con la medalla colgada del cuello, alargó la fiesta. Al bajar del avión en el aeropuerto de Carrasco, lo esperaba un lujoso Cadillac que debía pasearlo en procesión por los barrios de Montevideo. Alguien notó que Floreal discutía, que no aceptaba subirse al coche. Al rato, lo vieron montarse al acoplado de un camión, donde sus amigos de Los Olivos lo habían ido a buscar para festejar la alegría que él les había regalado desde tan lejos. Los funcionarios, ante semejante desaire, le hicieron la cruz al indomable Floreal García.

Un año más tarde, en la etapa previa a los Juegos Olímpicos de Tokio, Floreal abandonó la concentración, enojado por la indiferencia de los dirigentes a su pedido de ayuda. Su familia era numerosa (era el tercero de seis hermanos) y Floreal había exigido un trabajo que le permitiera parar la olla y tener tiempo para entrenarse con vistas a Tokio. Para colmo, la Federación decidió cambiar el staff de entrenadores sin el consentimiento de los boxeadores y eso, para Floreal, fue la gota que derramó el vaso. Se escapó en silencio, molesto por el desprecio pero fiel a sus principios, y ya no volvió nunca más al mundo del boxeo.

Durante meses, su nombre se perdió de las páginas deportivas de los diarios. Los amigos se enteraron que se había casado con su novia de siempre, y que había aceptado un puesto en la fábrica textil Cuoopar. Allí su vida cambió para siempre. Conoció desde adentro los problemas de los laburantes, el conflicto del obrero cuando el sueldo no alcanza y las horas de trabajo consumen toda la energía, la decepción primero y la bronca después ante los abusos del patrón de turno… La realidad se fue metiendo de a poco en las mateadas de Floreal con sus amigos. “Esto no puede seguir así”, “algo hay que hacer”, le escucharon decir entonces.

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Recién en 1971 los diarios se volvieron a ocupar de Floreal, pero estaba vez en la sección policiales. Lo habían detenido como integrante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T) y estaba preso en la cárcel de Punta Carretas. El 6 de noviembre de ese mismo año, Floreal había decidido, junto al resto de los presos tupas, no participar de la famosa fuga del penal porque era muy probable que lo liberaran poco tiempo después. Sin embargo, colaboró en la construcción del túnel por el cual se escaparon 106 guerrilleros, en lo que significó el papelón más grande para las fuerzas de seguridad. Recién en 1972 consiguió su libertad y eligió el camino del exilio. El Chile de Salvador Allende fue su destino, ahora con un gurí a cuestas, Amaral, su primer hijo. Pero la avanzada de los chacales de uniforme lo alcanzó también por las calles de Santiago, y de allí tuvo que rajar para Buenos Aires. Los servicios de información de los militares ya tenían agendado el prontuario de Floreal y lo buscaban en varios países. De su historia militante en Argentina poco se sabe, apenas que allí se encontró por última vez con su hermano Carlos, en la puerta de un cine. Poco tiempo después, fue secuestrado por los chacales y trasladado a Montevideo.

El 20 de diciembre de 1974, un locutor informó por radio la aparición de cinco cuerpos acribillados a balazos al borde de un camino rural, en las afueras de Soca, departamento de Canelones. Uno de aquellos compañeros asesinados era el querido Floreal García. Algunos sobrevivientes recuerdan a Floreal durante el cautiverio que compartió con su hijo Amaral, de apenas 3 años. La memoria de Amaral todavía guarda una imagen imborrable, la última escena compartida con su papá en manos de los represores: “Recuerdo de bajar por una escalerita donde yo me encontraba con mis padres y debajo había un garage. También recuerdo a mi madre y mi padre durmiendo en el piso y yo en el medio. Era un lugar completamente bañado en creolina –señala Amaral, y la descripción se ajusta al centro de torturas de Automotores Orletti–. Fue en el celdario la despedida de mis padres. Yo no estaba con ellos. Me tenían en otro lado y me llevaron en un auto. Había una rotonda antes de llegar. Bajé y me llevaron a upa. Entré a un lugar lleno de azulejos blancos. Me paran junto a mis viejos. Ellos estaban comiendo churros y me convidan… Eso es lo que tengo en la memoria como la última vez que los veo”.

5- En el cruce de Torricelli y Chapicuí, en un rinconcito del barrio cercano al Centella, hay una placita que desde hace algunos meses se bautizó con el nombre Gualberto Floreal García. Allí se dan cita cada tanto Pocho, el Negro Plá y el Cascarilla Da Silva, para compartir una vez el mate, los recuerdos y las lágrimas con el querido compañero que esa vez en San Pablo, y después siempre durante toda su vida, eligió compartir lo suyo, lo poco o mucho que supo conseguir, con los compañeros. Con los amigos.

*Ilustración: Julio Ibarra