lunes, octubre 13, 2025
Nacionales

Dictadores y mendigos

Contaba el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez: “Fuese o no para impresionar a Videla, el pequeño tirano Bussi impartió aquel invierno de 1977 la orden de recoger a todos los mendigos de Tucumán en un camión militar y arrojarlos en los descampados de Catamarca. A cualquiera que conozca la desolación de esos parajes le asombrará la crueldad de la idea. En la región limítrofe entre las dos provincias hay sólo unos pocos árboles espinosos y enclenques. Los animales no se aventuran. Apenas oscurece, el aire se torna duro y helado -sobre todo en julio-, y durante el día cae un sol de muerte del que no hay cómo protegerse. Se puede andar veinte, treinta kilómetros por ese páramo sin encontrar un alma”.

Durante tres días de julio, los militares se dedicaron a “la limpieza” de la capital tucumana cazando mendigos por la ciudad. Cargaron a los indigentes, veinticinco en total, en camiones y salieron a la ruta. Los bajaron en grupos pequeños, con diferencia de varios kilómetros. Así los desperdigaron en la cuesta del Totoral, Los Altos y el puente de El Abra.

Era de noche, era invierno, hacía frío y los abandonaron desabrigados y sin comida. El poder absoluto de un Estado terrorista descargado sobre mendigos.

Sigue Martínez: “Fue allí, en medio del desierto, donde los esbirros de Bussi desembarcaron a los mendigos. Eran quince o veinte, ya nadie lo sabe. Conocí a algunos de ellos durante la adolescencia, y pasé horas hablando con dos, al menos -el Loco Vera y Pachequito-, porque uno sabía canciones de las que ya nadie se acordaba, y el otro decía haber asistido al ‘juicio universal’, como el místico sueco Emanuel Swedenborg. Allí había aprendido quiénes eran los buenos y los malos de este mundo”.

Horas más tarde, habitantes de poblados catamarqueños de los departamentos Santa Rosa y Paclín se encontraron con personas desconocidas, que había salido de la nada, harapientas, con hambre y al borde de la hipotermia. “Las bolsas de agua caliente surtían efecto y los moribundos iban resucitando. Pedían mate con bombilla, pero lo recibían en taza. Querían volver a su tierra y dejar atrás ese cielo poblado de caranchos y otras aves carroñeras”, escribía otro periodista.

Roberto Vera, del diario catamarqueño La Unión, y que además era juez de paz en la localidad de La Merced, publicó la noticia y le generó un pequeño terremoto al general Antonio Domingo Bussi, el “héroe del Operativo Independencia”. El gobernador de facto de Catamarca, coronel Jorge Carlucci, sospechó desde un primer momento de su colega de Tucumán ante un hecho que había sorteado la censura.

Acorralado ante lo imprevisto, Bussi trató de cubrirse y cargó la responsabilidad sobre la policía tucumana. Días más tarde, en una entrevista con El Sol de Catamarca, hizo llegar a los catamarqueños “las más sinceras excusas por este ingrato episodio”.

Los mendigos regresaron a Tucumán, a sus vidas anteriores a la redada, portadores de un relato que nadie podía creerles. Un mes más tarde se halló un cuerpo en La Salita, cerca de Los Altos, y que tenía una cuchara en una mano. Justamente, era el rasgo distintivo de los hombres abandonados en el desierto, acaso porque acababan de comer antes de ser subidos a los camiones.

Uno de los mendigos abandonados jamás volvió a ser visto. Se llamaba Luis Ferreyra, y antes de vivir en la calle había trabajado en un ingenio azucarero, la actividad por excelencia de Tucumán, devastada en los años previos a la dictadura. La denuncia a la que accedió el periódico catamarqueño dejaba un dato inquietante: en su juventud había integrado el cuerpo de Granaderos a Caballo entre 1947 y 1948. O sea, había sido miembro de la custodia de Perón.

Bussi jura como gobernador de Tucumán

Al volver la democracia, Bussi halló un resquicio del que también se aprovecharon otros militares de la dictadura: reciclarse a través de la política. Entró en escena en 1987 con el partido Bandera Blanca, antecedente de lo que sería Fuerza Republicana. Sus votos fueron clave para que en el Colegio Electoral tucumano no ganara el radical Rubén Chebaia, hijo de un desaparecido.

Cuatro años más tarde, y tras el descalabro del gobierno provincial peronista, Bussi se vio a las puertas de la gobernación por Fuerza Republicana. Pero el justicialismo sacó, como as de la manga, a Palito Ortega.

Impune tras las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, de Alfonsín y la Amnistía decretada por Menem, Antonio Domingo Bussi, llega en 1995 a través de las urnas a la gobernación de Tucumán.

Pero las viejas costumbres no se reciclan, y el dictadorzuelo, ya instalado en la Casa de Gobierno, seguía recibiendo a los suyos y a los ajenos con su arma sobre el escritorio.