jueves, septiembre 12, 2024
Por el mundo

Carta inédita del Che a Fidel: El “Gran Debate” sobre la transición al socialismo.

La carta que, por primera vez en Argentina, El Furgón publicará completa durante las próximas semanas, forma parte del volumen Epistolario de un tiempo. Che Guevara: Cartas 1947-1967, editado por Ocean Sur a mediados de junio de 2019, y está fechada al 26 de marzo de 1965, antes de que Ernesto Guevara saliera para la campaña del Congo. Parte de la Carta enviada por el Che a Fidel, ya había sido publicada por la misma editorial en 2006 como Prólogo al volumen Ernesto Guevara: Apuntes críticos a la economía política. Fragmentos de ella también han sido reproducidos por diversos medios electrónicos, entre ellos, en Argentina, por La Izquierda Diario. En Cuba, además de Cuba Debate, ha sido publicada por varios sitios, acompañada de Comentarios de Aurelio Alonso, subdirector de la Revista de la Casa de las Américas, a quien El Furgón realizó un reportaje a fines de diciembre en La Habana. En esta ocasión, introducimos la carta en todas sus dimensiones; como los clásicos del marxismo, este texto logra ser, al mismo tiempo, análisis concreto de la situación concreta, en el marco del “Gran Debate” sobre la transición al socialismo, y aporte histórico al pensamiento económico de tradición marxista.  


Por Luis Brunetto / El Furgón –

“Comunismo es conciencia más producción de bienes materiales”

Ernesto Guevara

Como el lector podrá apreciar en su lectura de la carta, el Che hace un balance autocrítico sobre el proceso de construcción del socialismo cubano. Tal balance se enmarca en una profundísima discusión entre dos modelos de organización de la economía. Primero como presidente del Banco Nacional de Cuba y luego como Ministro de Industrias, Ernesto Guevara promovió la organización de la economía cubana en base a lo que denominó “sistema presupuestario de financiamiento”, opuesto al sistema de “cálculo económico”, vigente por entonces en la URSS y que en Cuba regía en las empresas agrarias.

Esta carta arroja luz respecto al llamado “Gran Debate” sobre la organización de la economía cubana, que tendrá en el Che al principal contendiente, frente a los defensores del modelo burocrático que imperaba en la URSS. La crítica al funcionamiento de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), de cuya construcción fuera uno de los principales promotores en los albores de la revolución, aparece complementada aquí con numerosos ejemplos prácticos de derroche, improvisación y “bandazos”, como él los llama. Pero, además, llama la atención la extraordinaria comprensión de los problemas prácticos que afectan al, por entonces, incipiente proceso de transición al socialismo.

Ernesto Guevara durante el discurso de Argel de febrero de 1965. En el marco del Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, el Che brindaba el que sería su último discurso internacional en representación de Cuba, meses antes de partir hacia el Congo.

El Che ensaya una serie de explicaciones sobre las causas del atraso técnico que empieza a dejar atrás a los países socialistas respecto de las potencias capitalistas, de enorme profundidad, y las vincula orgánicamente con el desarrollo de los privilegios de la burocracia. Estamos en 1965 y ya el Che señala que los índices de producción de acero de la URSS no pueden ser tomados como indicadores de desarrollo de las fuerzas productivas, ya que Estados Unidos produce menos acero pero de mucha mayor calidad. Además, prevé explícitamente, como Trotsky lo había hecho en la década del ´30, la restauración capitalista.

Como en el resto de su breve obra teórica, el Che aprueba, con las notas más altas, su examen de ingreso a la lista de los clásicos marxistas.

En esta misiva relativamente breve, el Che expone ideas que suponen un dominio de la teoría y de la economía política marxista que, desde diversas corrientes, siempre se le ha cuestionado y negado. Aquí no aparece el Che lanzado a pelear con los molinos, sino el economista marxista y el revolucionario socialista práctico que es lo que esencialmente fue. Acá, como en el resto de su breve obra teórica, el Che aprueba, involuntariamente, pero con las notas más altas, su examen de ingreso a la lista de los clásicos marxistas. Mal que les pese a los ratones de biblioteca y a los charlistas, que miran por encima del hombro para juzgar problemas sobre los que ni siquiera tienen noción, y que en el fondo les importan menos que su propio ombligo.

El Che: Planificador económico de la transición al socialismo

La industria nacionalizada debía desenvolverse, según el Che, como una empresa única, con una contabilidad central y un presupuesto fijado nacionalmente. La circulación de los productos entre las empresas nacionalizadas no debía concebirse como un acto de cambio (compra-venta) sino como un proceso de flujo productivo en el que cada una de las unidades agregaba valor al producto final. Estos actos no constituían pues, circulación mercantil, la cual quedaba limitada a la compra-venta de fuerza de trabajo y a la compra-venta de los productos finales por parte del público consumidor: “Nosotros consideramos que el paso de un taller a otro, o de una empresa a otra en el sistema presupuestario desarrollado, no puede ser considerado como un acto de cambio; es simplemente un acto de formación o de agregado de nuevos valores mediante el trabajo. Es decir, si mercancía es aquel producto que cambia de propiedad mediante un acto de cambio, al estar dentro de la propiedad estatal de todas las fábricas, en el sistema presupuestario, donde no se produce este fenómeno, el producto solamente adquirirá característica de mercancía cuando llegado al mercado pase a manos del pueblo consumidor.”

¿Qué consecuencias prácticas se derivaban de este sistema? Las empresas no contaban con fondos propios sino que recibían partidas destinadas por el presupuesto nacional. La contabilidad única garantizaba la existencia de las empresas individualmente no rentables, que no estaban sujetas a un cálculo de sus resultados por unidad de producción sino a la rentabilidad del conjunto del sistema. De este modo, podían mantenerse y desarrollarse áreas de importancia para la economía o de interés popular, aun cuando individualmente no fueran rentables. A la vez, la banca perdía la función que le es típica bajo el régimen capitalista y se convertía en un mero distribuidor de los recursos asignados por el plan nacional.

El Che en el Ministerio de Industrias

En su defensa del sistema presupuestario Guevara no partía de premisas idealistas, sino que sostenía que, en la época del imperialismo, los países atrasados podían iniciar la construcción del socialismo en base al hecho de que contaban con las premisas técnicas. Cuba, con toda su pobreza y atraso, había heredado del capitalismo una industria con ramas fuertemente concentradas y comunicaciones relativamente modernas. Las condiciones para la implantación del sistema presupuestario encontraban su base en la propia acción modernizadora del imperialismo previa la revolución. Los países atrasados recibían, aunque deformando la economía del país, los beneficios de los últimos adelantos de la técnica sin tener que desarrollarlos por su cuenta, como habían tenido que hacer las potencias que luego se convirtieron en imperialistas.

En el cálculo económico, en cambio, cada empresa disponía de fondos propios, organizaba su presupuesto en base a las pautas fijadas por el plan nacional y era responsable individualmente de la rentabilidad de su funcionamiento. Las empresas podían recurrir al crédito (por supuesto con interés). La circulación de las materias primas y auxiliares y del equipo y la maquinaria se realizaba con arreglo a las normas de la circulación mercantil. Las empresas gozaban, además, de un cierto margen para fijar la política salarial y de estímulos al personal.

La construcción del socialismo se desarrollaba en base a una lucha a muerte entre estas dos tendencias económicas: la planificación y la ley del valor. No podían convivir.

Se comprende a primera vista que la coexistencia de estos dos sistemas era contradictoria. En realidad, esencialmente, y como había afirmado a principios de década del ’20 el economista ruso Evgueny Preobrazhensky (por entonces miembro de la oposición de izquierda trotskista), la economía socialista, representada por la industria nacionalizada y organizada en base al principio de planificación, se hallaba rodeada por diversas formas económicas presocialistas cuyo funcionamiento estaba regido por la ley de valor. La construcción del socialismo se desarrollaba en base a una lucha a muerte entre estas dos tendencias económicas: la planificación y la ley del valor. No podían convivir. Para él, como para Guevara, permitir la vigencia de las categorías mercantiles presocialistas, mediante actos de compra venta entre empresas nacionalizadas, hacía penetrar los efectos corrosivos de la ley del valor en el sector socialista, y con ellos, se revitalizaban objetivamente las tendencias económicas restauradoras del capitalismo.

El estímulo moral en la transición

A esta polémica sobre la organización de la industria socialista estaba ligada otra, de gran importancia y a menudo más conocida: la cuestión del estímulo moral. Guevara sostenía que el tipo de estímulo correspondiente a la sociedad socialista es el estímulo de tipo moral. Desde el punto de vista del Che, si bien el estímulo material es inevitable, su utilización en las condiciones de la transición al socialismo supone una dinámica contradictoria. El uso del estímulo material se impone necesariamente como la palanca del desarrollo de las fuerzas de producción, pero a la vez, por tratarse de un instrumento heredado del capitalismo, retarda el desarrollo de la conciencia socialista.

El Che no hacía un tratamiento idealista de la necesidad del predominio del estímulo moral sobre el material en la construcción del socialismo.

Veamos como planteaba el Che la cuestión: “No negamos la necesidad objetiva del estímulo material, sí somos renuentes a su uso como la palanca impulsora fundamental. Consideremos que, en economía, este tipo de palanca adquiere rápidamente categoría per se y luego impone su propia fuerza en las relaciones entre los hombres. No hay que olvidarse que viene del capitalismo y está destinada a morir con el socialismo”. El Che señala claramente una contradicción: si en el desarrollo de la sociedad socialista predomina como palanca propulsora el estímulo material, entonces se produce un retardo en el desarrollo de la conciencia socialista. El estímulo moral debe primar sobre el estímulo material, no sólo desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia socialista, sino además porque, una vez que han surgido las nuevas relaciones de producción, la conciencia puede ser un formidable acicate de la producción social: “Se puede abordar el problema de la construcción de la nueva conciencia porque estamos frente a nuevas formas de relaciones de producción y, aunque en sentido histórico general la conciencia es el producto de las relaciones de producción, deben considerarse las características de la época actual cuya contradicción fundamental (en niveles mundiales) es la existente entre el imperialismo y el socialismo. Las ideas socialistas tocan la conciencia de las gentes del mundo entero, por eso puede adelantarse un desarrollo al estado particular de las fuerzas productivas en un país dado”.  De estas dos citas se desprende que el Che no hacía un tratamiento idealista de la necesidad del predominio del estímulo moral sobre el material en la construcción del socialismo.

Las ideas socialistas no pueden brotar de la nada, surgen de las propias contradicciones del régimen burgués. Una vez que estas contradicciones han alcanzado un carácter mundial (la época imperialista), se extienden por el mundo aun a aquellas zonas en que el capitalismo no se ha desarrollado plenamente. Sobre esta base se apoya la posibilidad de la revolución proletaria en los países atrasados. Surgen nuevas relaciones de producción, sobre cuya base es posible desarrollar la conciencia socialista. Esta, a su vez, se transforma en una palanca del desarrollo de las fuerzas productivas.

Este es el razonamiento del Che. Se podría objetar que estas ideas no encuentran analogía con los procesos que permitieron el desarrollo de las formas de producción presocialistas. La conciencia jugó siempre un papel subordinado en el desarrollo de las nuevas formas económicas y sociales. Pero en el socialismo hay sobradas razones para suponer que esto es diferente. Efectivamente, el socialismo supone la primera forma de producción desde el comunismo primitivo cuyo motivo propulsor es la satisfacción de las necesidades sociales, la primera basada en la planificación en beneficio del conjunto de la sociedad, la primera, por lo tanto, en que la conciencia puede jugar un papel decisivo. Es cierto que, a mayor retraso económico, son menores las posibilidades de que haya un predominio de la  conciencia en la planificación, y mucho más cuando se convive con sociedades capitalistas que de un modo u otro, pesan y conspiran contra el desarrollo de la economía socialista. Pero como principio, como concepto, salta a la vista que la conciencia juega un papel definitorio en toda economía planificada.

Una cosa pues, son las dificultades que puede encontrar el estímulo moral para establecerse como instrumento predominante de la construcción del socialismo en el medio hostil de una economía atrasada; otra es proclamar que el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas obliga a establecer como mecanismo predominante al estímulo material. El único modo de argumentar en defensa de esta última idea es sosteniendo que existe un correlación mecánica y automática (‘microscópica’ dice el Che) entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En realidad, la producción material establece los límites generales de la acción humana, las fronteras entre lo que es posible y lo que no lo es, pero dentro de esto hay un ancho campo de maniobra. Por eso, con la producción material como límite de lo posible, se puede ‘forzar’ hasta cierto punto el proceso, mediante la utilización de elementos superestructurales como la educación, la emulación moral, la propaganda, etc.

Por supuesto, existe una relación coherente entre la defensa del sistema presupuestario de financiamiento y la idea de la necesidad del predominio de los estímulos morales sobre los materiales. En el sistema del cálculo económico, la responsabilidad respecto al cumplimiento del plan nacional recae sobre la unidad de producción. La empresa se halla presionada por la autogestión financiera a cumplir o a sobrecumplir las pautas del plan: esto es cuestión de vida o muerte y el único mecanismo que garantiza una elevación rápida de la producción es el estímulo material. Pero a la vez, esto introduce deformaciones que perjudican al desarrollo armónico del plan nacional, lo que provoca fenómenos de superproducción de artículos de consumo o de fabricación de medios de producción por encima de las necesidades, que aunque por su naturaleza no mercantil no se desperdician, permanecen ociosos o funcionan por debajo de su capacidad de producción individuales. Se corroe progresivamente la centralización imprescindible para la planificación, se desarrolla en el trabajador el interés individual. El estímulo moral, en cambio, en tanto se basa en el desarrollo de la conciencia socialista, es el mecanismo natural de la planificación socialista, que es planificación consciente.

El punto de vista del Che es esencialmente igual al de Trotsky, que consideraba que el mecanismo propulsor del retorno al capitalismo en la URSS era la contradicción entre la propiedad socialista y la vigencia de las normas burguesas de reparto.

No sólo desde el stalinismo sino también desde algunas corrientes “trotskistas”, a pesar de que en esta polémica intervino del lado del Che el economista trotskista belga Ernst Mandel, se ha señalado que la posición de Guevara en relación al estímulo moral era una posición idealista. Sin embargo, en su concepto, y especialmente en la idea de las consecuencias restauradoras del predominio del estímulo material, el punto de vista del Che es esencialmente igual al de Trotsky, que consideraba que el mecanismo propulsor del retorno al capitalismo en la URSS era la contradicción entre la propiedad socialista y la vigencia de las normas burguesas de reparto. Igual identidad conceptual se encuentra con especial claridad en los análisis acerca de la posibilidad del triunfo de la revolución proletaria en los países atrasados, idea que el Che expresa en numerosísimas oportunidades de un modo perfectamente coherente con la teoría de la revolución permanente, principal aporte teórico del segundo de Lenin, y organizador y jefe del Ejército Rojo, al marxismo revolucionario.