Australia, como un desnudo incendio
Por Jorge Montero / El Furgón –
“La ecología es el eco
producido por el estruendo
con que el capitalismo destruye el mundo”
Roque Dalton
El vasto continente se quema en una escala nunca vista. Australia es hoy el vórtice de la catástrofe climática. Su fantástica gran barrera de coral agoniza, sus selvas tropicales están ardiendo, sus bosques de algas gigantes han desaparecido, numerosos pueblos y ciudades se han quedado sin agua.
Las imágenes de los incendios son dantescas, miles de personas huyen hacia las playas en medio de una neblina de color naranja, opaca. El día se convierte en noche mientras el humo extingue toda luz, antes de que el resplandor rojo anuncie la inminencia del infierno. Los animales huyen, los troncos de los árboles se convierten en columnas de carbón, las viviendas quedan sepultadas por grandes capas de hollín. Hombres y mujeres aterrorizados en las costas, al timón de botes se alejan como pueden de las llamas, refugiados en su propio país.
Australia arde. Los incendios han quemado desde septiembre una extensión sin precedentes de 8,4 millones de hectáreas. Para dimensionar el desastre: el año pasado Amazonia y California afrontaron situaciones similares y se quemaron 900 y 800 mil hectáreas respectivamente. Ahora suman más de 15.000 las viviendas destruidas y al menos 25 vidas se han perdido, aun cuando hay decenas de personas desaparecidas. Cientos de millones de animales endémicos del país han muerto y la destrucción ecológica es incalculable.
La crisis climática está detrás de esta devastación. “Los períodos de riesgo están aumentando. De hecho, llevan desde septiembre, cuando la etapa de incendios en estas zonas de Australia suele ser el mes de diciembre, al comienzo del verano”, dan cuenta los científicos locales. Se espera y se mira al cielo por lluvia, eso nos salvará dice la rogativa, o esto seguirá meses hasta que ya el fuego no tenga más que quemar.
El capitalismo acelera la destrucción ecológica del planeta. El modelo de organización social y económica que rige el mundo no es viable. La ampliación incesante de la producción y el consumo, indispensable para la reproducción del sistema, choca con el límite que imponen los tiempos de reproducción de la naturaleza y el espacio físico de la Tierra. La negación de esta realidad aceleró en las últimas décadas el daño que el capitalismo provoca en el planeta, especialmente el fenómeno del “calentamiento global”.
Según informes del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) presentado a la ONU, las pérdidas anuales ocasionadas por el cambio climático se incrementarán cada vez más e impactarán en 40 países, principalmente de África y Asia. Científicos aseguran que la dinámica ya no podrá revertirse, con terribles impactos sociales.
En Australia “lo peor está por venir”. Con esta categórica frase, Neville Nicholls, profesor emérito de la Universidad de Monash en Victoria, uno de los estados más golpeados por los incendios, advierte sobre “otros desafíos meteorológicos y climáticos que se avecinan este verano”. Así el catedrático de la Escuela de la Tierra, la Atmósfera y el Medio Ambiente, hace referencia a la temporada de ciclones que se prepara en el norte de Australia y que generarán fuertes lluvias e inundaciones; mientras que el pico de calor en el sur todavía no ha llegado. Un desafío a los servicios de emergencia y a las propias comunidades afectadas gobernadas por ajustadores y lobistas de la minería del carbón, en algunos casos, y negacionistas de la crisis climática, en otros.
Sin dudas el Primer Ministro australiano, Scott Morrison, líder del Partido Liberal, es un claro exponente de los negacionistas del cambio climático. Ha realizado ingentes campañas para ocultar los efectos del calentamiento global que ha favorecido claramente la virulencia de los incendios. El país, además, ocupa un lugar significativo como emisor de dióxido de carbono. Como no se reconoce el problema, se desestima la aplicación de políticas de prevención y mitigación efectivas.
El acorralado gobierno de Morrison -que, dicho sea de paso, veraneaba con su familia en Hawái el pasado 19 de diciembre cuando la temperatura en el sur de Australia alcanzó los 49,9°C, el peor día de calor y fuego en el continente- anunció el despliegue de militares en las zonas afectadas y una ayuda económica de 1.400 millones de dólares para revertir la crisis. Sin embargo, el 2 de enero, el Primer Ministro se topó frente a frente con el enojo popular masivo y cada vez más extendido por la inacción e indiferencia de su Gobierno y toda la élite política hacia la catástrofe de los incendios forestales. Los residentes de la ciudad asolada de Cobargo lo recibieron con todo tipo de insultos y exigieron que se fuera de la zona.
Los Morrison del mundo jamás reconocerán ‘el tiempo del sueño’ de los Awabakal, los aborígenes de Nueva Gales del Sur, la tierra hoy calcinada:
“Y el Hombre, caminando sobre la tierra, vio todas las obras de la Creación. Escuchó el canto de los pájaros al amanecer y vio el rojo sol del atardecer y… comenzó también a soñar. El Hombre soñó con compartir la música de los pájaros al amanecer, la danza del emú y el ocre rojo de la puesta de sol. Pero soñó también con la risa de los niños y el Hombre comprendió entonces el Sueño.
Así que continuó soñando con todas las cosas que se habían soñado antes. Soñó con las tranquilas aguas profundas, con las olas y la arena mojada, con las rocas y el cielo abierto, con los árboles y el cielo nocturno y con las llanuras de hierba amarilla. Y el Hombre supo que, con el Sueño, todas las criaturas estaban espiritualmente hermanadas y que él debía proteger su Soñar. Y soñó con cómo contaría este Secreto a sus hijos que aún no habían nacido.
Entonces el Gran Espíritu Creador de la Vida supo que, al fin, el Secreto del Soñar estaba a salvo y, cansado del Sueño de la Creación, se retiró bajo la Tierra para descansar. Así que, desde entonces, cuando los espíritus de todas las criaturas se cansan de Soñar, se unen al Gran Espíritu Creador de la Vida bajo la Tierra. Esta es la razón por la que la Tierra es sagrada y el hombre debe ser su protector”.
Australia, principal exportador de carbón del mundo, ha sido gobernada sucesivamente por políticos ligados, más allá de los colores partidarios, a la industria de los combustibles fósiles. No resulta extraño, entonces, que Morrison -uno de los gobernantes favoritos de Donald Trump- aparezca ante las pantallas de la televisión australiana asegurando temerariamente: “Ninguna política climática causó los incendios”, describiéndolos como parte de un ciclo natural sin relación al calentamiento global.
“No cambiemos el clima… ¡cambiemos el sistema! Y en consecuencia comenzaremos a salvar el planeta”. Planteó Hugo Chávez hace diez años en Copenhague, durante la conferencia internacional de la ONU sobre Cambio Climático. La respuesta al calentamiento global es política, no técnica. El tiempo apremia. Mientras las cumbres fracasan una tras otra, aumentan las migraciones por causas ambientales, se multiplican los desastres naturales, se agudizan las desigualdades sociales y la voracidad capitalista no se detiene.
Mientras Australia arde, Indonesia se inunda, Groenlandia pierde hielo siete veces más rápido que en la década del noventa, y los desastres climáticos desplazan veinte millones de personas anualmente; en América Latina crece día a día el interés por los enormes recursos hídricos, minerales e hidrocarburíferos por parte de las metrópolis imperialistas. Organizaciones internacionales denuncian que dos tercios de los activistas ambientales asesinados en los últimos cinco años eran latinoamericanos, principalmente colombianos y brasileños. El desafío de la humanidad es lograr una intervención de la naturaleza que permita vivir dignamente sin destruir el medio ambiente. Todo indica que ese punto de equilibrio es imposible bajo las reglas del capitalismo.
Como sostenía Roque Dalton: “… mientras la destrucción capitalista siga produciendo ganancias a los dueños del mundo y sea más importante que la conservación ambiental, la única posibilidad de ser importante que tiene la ecología es seguir siendo un negocio”. Mientras tanto en nuestro Planeta, entre las piedras y el fuego, frente a la tempestad o en medio de la sequía, por sobre las banderas del odio necesario y el hermosísimo empuje de la cólera, la vida -por ahora- y la muerte siguen.