La medicalización de la identidad sexual en la Argentina de los años setenta: El caso Norman Beatriz Cámera
La política de identidad de género se asocia a menudo con una serie de cambios legales y culturales dramáticos a principios del siglo XXI, entre los que se incluye el primer matrimonio entre personas del mismo sexo en 2009 (algo impensable para la mayoría de la gente veinte años antes). Sin embargo, existe una larga historia de argentinos que desafiaron las normas de sexualidad, como se muestra en la película La Raulito (1975) de Lautaro Murúa.
Cuatro años antes de que se estrenara esa película, a los 19 años, Norma Beatriz Cámera solicitó a los tribunales de San Isidro, en el juzgado civil y comercial del doctor Carlos María Fontana, que modificaran su documento de identidad para reflejar que se identificaba como hombre, no como mujer. Cámera se vestía y peinaba como lo haría un hombre en la Argentina de principios de la década de 1970. Trabajaba como mecánico en Pilar, un trabajo inusual en aquella época para una mujer. Al declarar ante el tribunal, un médico informó que, desde el punto de vista científico, era una mujer. Sin embargo, el caso se complicó por el hecho de que en la opinión del médico, su voz, su cabello, la forma de su cuerpo y otras características físicas eran las de un hombre.
El caso es llamativo por tres razones. En primer lugar, en el barrio obrero donde vivía Cámerano -solo- no sufría discriminación, sino que era un miembro popular de la zona y a quienes le rodeaban les daba igual su identidad sexual. En segundo lugar, en un entorno jurídico y médico en el que estas cuestiones se limitaban a una pobre apreciación científica de lo que se denominaba la intersexualidad, las autoridades se mostraron sorprendentemente simpáticas en su forma de tratar al pedido.En tercer lugar, los padres de Cámera también veían el caso de su hijo con simpatía. Siempre les había interesado menos la mecánica de cómo se podría determinar legalmente su sexualidad que asegurarse de que su hijo pudiera vivir y trabajar en paz.

Uno de los magistrados del tribunal describió el caso como único desde el punto de vista jurídico, ya que “en los códigos no aparece”. Términos como “intersexualidad” y “hermafroditismo” aparecieron en las actas del caso. En general, el tribunal se mostró comprensivo con la difícil situación del apelante, que se encontraba entre dos sexos. Cámera afirmó que era un hombre, pero que sus padres cometieron un error al inscribirlo en el registro civil. Cámera insistió en que debería haberse llamado “Norman Víctor” y que su documentación había limitado sus oportunidades en la vida. En términos médicos y judiciales, la cuestión se consideró un problema estrictamente biológico motivado por cuestiones de anatomía y fisiología. Un grupo de médicos lo examinó y lo calificó de “intersexual”.
En su barrio de Pilar era muy querido. Sus vecinos y familiares conocían su situación, lo identificaban como “Norman” y se llevaban bien con él. Al igual que en circunstancias similares en aquella época en Argentina y en otros países, cuando Norman nació, sus padres, Viviana Fernández de Cámera e Hipólito Silvano Cámera, tuvieron que confiar en el médico que atendió el parto para que examinara a la criatura y, ante la evidencia de dos sexos biológicos, tomara una decisión inmediata sobre el sexo del niño.
Quizás lo más notable del caso es que, a fuera del juzgado, nadie parecía estar interesado en los detalles médicos del caso ni preocupado por la situación, lo que refleja una larga historia de aceptación en las comunidades urbanas de clase trabajadora hacia aquellas personas que no encajaban en las definiciones legales de hombre y mujer. Según el padre de Norman la familia siempre lo consideró una niña, pero está claro que quienes asistieron a su nacimiento no lo revisaron bien, porque algo raro pasó en la gestación. Según su madre la familia lo consideraba una niña, pero cuando cumplió un año, parecía un niño, aunque no estaba bien formado. A pesar de la incertidumbre, la familia lo consideró una niña hasta los 9 años, momento en el que comenzaron a vestirlo como un niño. Pero esa decisión no parece haber sido a petición de Norman. Más bien, los padres de Norman tomaron la decisión porque, vestido de niña, Norman estaba acomplejado. Sus compañeros de primaria se burlaban de él porque parecía un varón. Le decían “Tarzancito”. Norman no quiso volver a la escuela. A sus 19 años, fueron sus padres quienes acudieron a los medios de comunicación con el caso para generar oportunidades de trabajo para Hipólito, que estaba desempleado y sin perspectivas. De alguna manera, esperaba que la cobertura mediática de su familia le proporcionara una oferta de trabajo.

Solo uno de los amigos de Norman habló públicamente sobre el caso. Describió a Norman como “el líder de la barra”. “Somos muy unidos”, continuó, describiendo a Norman y a sus amigos “en el barrio”. Era un consumado jugador de fútbol, hincha de Boca, apasionado de las carreras de coches y de la pesca, y fanático de las discotecas los fines de semana con amigos. Nadie sabía si tenía novia. El propio Norman señaló que le gustaban las mujeres, como a cualquier hombre. Había tenido novia, pero ella murió en un accidente de coche. Era un entusiasta mecánico y su jefe, José Ramón Pérez, solo tenía buenas palabras para su trabajo. También señaló que Norman trabajaba a comisión cuando la gente llevaba sus coches, por lo que no ganaba un buen sueldo.
A pesar del entusiasmo de su padre por la cobertura mediática, Norman no tenía ningún interés en hablar con los periodistas. Su experiencia ante el juzgado había sido mixta. Hubo cierta simpatía. Pero lo citaron un día y lo llevaron a hablar con un hombre no identificado. Hablaron durante varias horas, durante las cuales Norman explicó sus circunstancias. Después de la reunión, Norman descubrió que había estado hablando con Carlos María Fontana. Un empleado del tribunal le dijo que el juez había querido conocerlo desde el punto de vista psicológico. Norman comentó que quería operarse, pero que no tenía dinero para el procedimiento médico. Consideró cambiar de trabajo para convertirse en jinete y ganar un mejor salario. Norman había destruido todas las pruebas de su vida anterior como chica. Eso incluía fotos y su cédula de identidad. Ahora era un miembro más de su grupo de amigos, y todos los demás habían olvidado que alguna vez se había vestido de chica. Una vez que tuviera su nuevo documento del juzgado, planeaba casarse.
Un “especialista” declaró ante el juzgado que el problema de Norman era una glándula suprarrenal con “secreciones” inusuales que provocaban un caos sexual. Al examinar a Norman, había encontrado indicios de características biológicas masculinas y femeninas que no permitían determinar claramente su sexualidad. Sus cromosomas eran los de una mujer, pero psicológicamente Norman era un hombre. A pesar del optimismo de Norman de que una cirugía podría resolver su dilema, un médico designado por el juzgado declaró ante el tribunal que tanto el tratamiento de la condición como una operación correctiva eran imposibles. Dado que Norman estaba convencido de su masculinidad, al igual que las personas de su entorno, el médico recomendó que se le permitiera vivir como hombre.
Al final, Carlos Fontana se mostró comprensivo con esa solución y abogó por posibles cambios en el Código de Procedimientos para facilitar este tipo de cambio de identidad en el futuro. Pero tenía las manos atadas. No fue hasta mayo de 2012 que se aprobó la Ley de Identidad de Género (nro. 26.743), que permite a cualquier persona mayor de 18 años solicitar un cambio de género (no de sexo) en un documento oficial para que coincida con su identidad de género auto percibida. No se exigirían requisitos judiciales, quirúrgicos, hormonales ni psiquiátricos. Bastaba con una autodeclaración del solicitante.
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Portada: Collage con títulos de la década del 60 publicado por Moléculas malucas
