Hay secretos que es mejor no guardarlos
Por Carla Elena*, especial para El Furgón –
Hace unas semanas una conocida me sugirió contar, relatar alguna situación de abuso o maltrato padecida (si la había sufrido) en el marco de la campaña por el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual en las infancias. Ni lo pensé, inmediatamente y como me salió grabé un audio y se lo mandé para ser difundido y compartido. Con dudas, con la voz temblorosa por momentos, con silencios que para mí fueron eternos lo hice. Claramente sabía qué contar, no cómo, pero lo importante era poder mencionarlo, compartirlo, ponerlo en común, en juego para que algún otro, como me pasará a mí, se identifique con mi historia y así sentir que su padecer no fue único y que con él se puede hacer.
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Hola, soy Carla Daniela Federica Elena, Psicóloga Social y Docente. Fui abusada durante un período de tiempo que no puedo recordar con exactitud entre los 5 y 8 años. El señor que ejercía esta acción sobre mí era el verdulero que traía cotidianamente la fruta y verdura a mi casa. Lo recibía la empleada que trabajaba con nosotros y mientras ella buscaba el dinero para pagarle él me saludaba y al hacerlo introducía su mano en mi bombacha tocando mi vagina y masturbándome mientras me acariciaba y besaba. Esta secuencia sucedía cotidianamente, hoy no podría precisar si una o tres veces por semana. Yo no lo sentía un invasor, ni un violento, hasta iba contenta a su encuentro cuando llegaba. Se genera, a veces, un halo de seducción perversa a la que el infante responde con una respuesta de niño, una respuesta de amor ante una perversa interrupción en su sexualidad. Creo es importante mencionar esto ya que son las herramientas que estos seres utilizan y despliegan en su accionar.
Un día llegó el ruido, el barullo, algo se corrió de lugar y entiendo que fue la angustia la que me movilizó y habilitó, de alguna manera, a contar lo que este hombre me hacía. La voz finalmente pudo surgir, filtrarse por alguna fisura de esta relación perversa. Se quebró esa dinámica abusador/abusado. Así fue que le mencioné a mi papá lo que sistemáticamente ocurría. La opción, casi 35 años atrás, no fue la denuncia, sino los golpes propiciados por mi padre al abusador. Previo a este episodio mi progenitor me pidió que, adelante del verdulero, confesara lo que padecía y luego de ello vinieron las trompadas.
De la historia no supe más nada y con esto quiero decir que jamás en mi familia lo hablamos, charlamos, trabajamos de alguna manera o yo particularmente. Luego de 10 años lo vi por el barrio e inmediatamente bajé la mirada.
Con el tiempo, ya de grande, en mi terapia lo pude relatar, contar, traer esas imágenes que habían quedado en alguna parte de mi cabeza como recuerdos de situaciones o fotografías de instantes. Logré hacer con esa historia mediante la palabra en un espacio que sentí confiable, que alojó mi voz, que la habilitó y así eso, que para siempre será parte de mi historia y dejará una marca en ella, hoy no es un trauma enquistado y cristalizado. Mediante el hacer con un otro subjetivante conseguí resignificar y reparar mi historia y así compartirla para que otros no se sientan solos y desamparados ente una situación de abuso.
Creo por este motivo, y muchos otros, es esencial la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas y por supuesto el acompañamiento de las familias para que los niños desde su más temprana edad se perciban, se conozcan, puedan cuidarse y preservarse, sabiendo que el cuerpo es suyo, íntimo y de nadie más.
*Psicóloga Social y docente.
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La imagen de portada pertenece a una campaña del Equipo de Prevención del Abuso Sexual Infantil (EPASI)
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